Literatura Cronopio

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MI REQUIEM

Por Juan Camilo Chaùx Artunduaga*

Bueno y quién soy yo en el mundo para pedir un réquiem. Pero acaso ¿qué es un réquiem? Bien, la palabra réquiem caló en mí por primera vez después de escuchar por azar aquella hermosa y popular pieza musical de Beethoven –sin ínfulas de descrestar con lo anterior-.
Reconozco que muchos se regocijarían de “crapulismo” como llamo yo la enfermedad del hoy, del ayer y del siempre entre los colombianos. Qué chirriadísimo este tipo comenzar un articulo hablando de Beethoven y más aun, tratándose de una de sus piezas más memorables y dramáticas de la música. Pues no señores, no pretendo nada con eso más que encaminar mi escrito y citarlo precisamente “Réquiem” de Beethoven por ser el primer referente que tuve de la palabra.

Presuroso, envuelto en mi rutina, regocijándome –ahí si- pero de mi narcisismo, salgo de mi apartamento a las 5:45 a.m. para enfrentarme con ese odioso, falaz, infame y hasta burletero enemigo. Así es, hablo del frío, de ese implacable y en ocasiones melancólico frío: esos 7 o quizá 8 grados centígrados de temperatura que le queman a uno la piel.
Camino con mi maleta “Totto” al hombro como todo universitario que se respete, recogiéndome en hombros para alcanzarme a proteger de mi enemigo (ese infame) sin llegar a lograrlo. No sé si es algo de sueño o de frío lo que hace que mi mirada se concentre en solo un objetivo, la parada del bus, sin importarme quién pueda seguirme o a quién pueda encontrarme al avanzar. Lo único que me importa es llegar al paradero. Claro, ello no es óbice para que no pueda mirar por un par de segundos a las guapas chicas del Bodytech: ellas tan lindas, tan esbeltas, tan rubias y blancas. Aunque también hay hermosas pelinegras. Las hay todas ellas, haciendo su rutina del “gym”, derramando esa elipsis de toxinas mediante la transpiración; elipsis mejor conocido como “sudor”.

Mientras caminan en la elíptica que a esa hora del día más se me parece al letargo de un dulce sueño que a la realidad del momento, cuando de pronto y como por sexto sentido caigo en cuenta: se me va a pasar el bus. Acelero mi paso alejándome de mis musas liberadoras de toxinas y consigo mi primer objetivo del día. Estoy en la Séptima, apunto de levantar mi mano para avisar a cualquier desprevenido conductor que cumple con su esencial función como profesional de la conducción en el servicio público urbano. Después de desordenadas elucubraciones en mi mente acerca de cómo será el viaje de hoy hasta la universidad que pasan desde conseguir una silla para poderme sentar y hacer mi recorrido cómoda y plácidamente hasta que por casualidades del destino o una situación forzada conozca a la mujer de mi vida.

Yo pregunté su nombre, ella el mío y así iniciemos una larga conversación cuyo final nunca alcanzo a visualizar pues… ¡Miércoles! Ahí viene mi bus. Sí, ese me sirve y de inmediato casi que por inercia o un movimiento ya aprehendido por mi mente y ejecutado sin prevención alguna por mi cuerpo, levanto mi brazo derecho. Por cierto, antes de continuar ¿por qué siempre tiene que levantarse el brazo derecho y acto seguido mover la mano asemejándola a las alas de una tierna, impetuosa y hasta romántica paloma en cámara lenta? ¿No han parado ustedes un bus, taxi o cualquier otro automotor que cumpla funciones de transporte público de esa manera?
Retomando, casi se me va la paloma –de hecho- hago todo el despliegue anterior, consiguiendo así que el bus pare y de inmediato lo abordo. Aprovecho para darles una recomendación gente de a pie como yo y que utilizamos el transporte masivo, por favor y sólo por evitar asperezas e iniciar mal el día, tengan el dinero del pasaje “a la mano” y si es la cantidad exacta mucho mejor. En verdad, nada más molesto que armar trancón en las escaleras del bus, angustiándose uno por no encontrar el dinero mientras que el señor conductor y las personas que “cuidan” nuestra retaguardia nos acometen y casi que imponen un mandato con aquella frase: “siga por favor”. Y peor aun siendo las 6:00 a.m.
¿Cómo pasa el tiempo verdad? Le pase uno un billete de $10 mil o $20 mil pesitos al conductor. Si se fija uno al mirar el retrovisor, la mirada del conductor ya está puesta en la de uno: ellos son expertos en encontrar miradas por el retrovisor, ciñendo las cejas, afilando sus ojos contra los de uno, casi que gruñendo y si tienen bigote meneándolo. Todo ello con el único objetivo que antes que ellos tengan que lanzar su frase de cajón “bueno para el efecto, de guantera”, uno les muestre un billete de más baja denominación e inclusive por cosas de la vida y uno no se acordaba y tiene hasta monedas porque sino, prepárense para esa coloquial frase: “no tiene más sencillo, es que apenas es el primer viaje”.

En fin, después de cerrar con éxito este acto jurídico de contrato de transporte, el primero del día, sigue la etapa más desconcertante del día, darme cuenta de que no existe la más mínima posibilidad de sentarse y unirse a los privilegiados que cuentan con una silla, a un solo sueño. Pero, creo que más desconcertante aun, es darme cuenta de que aquella mujer de ensueño, rubia, alta, delgada, con ojos de color idéntico al del mar en la polinesia francesa no existe más que en mi mente pues en ese bus no está. Pero nada es tan malo, después de un leve suspiro y “poniendo cara de ponqué” logro ubicarme –claro, de pie- sujetándome con mi mano izquierda porque con la derecha sostengo mi maleta “Totto”  y de repente, como si fuera la luz al final del vacío, comienzo a ver universitarias, lindas niñas, que con su candidez, con el brillo en sus ojos, con ese afán por terminar sus ejercicios de cálculo que realizan en pleno bus, tener pulso en las manos para que su Código Civil no se mueva tanto y culminar la lectura ó simplemente cuidar de su maqueta, que ha sido el trabajo de tres noches seguidas, que les ha costado –aparte del dinero de los materiales en la Panamericana- sueño, vida social, sudor y hasta lágrimas, llegue en perfectas condiciones a manos de su profesor, que por cierto las espera en algún edificio de los Andes –qué caminadita les espera-. Esas imágenes, esas siluetas, esos rostros hacen que uno mire con positivismo y hasta con una sonrisa el resto de viaje.

Pero no, como el mundo, las sociedades, los gustos y hasta el amor, todo cambia; y esa situación de mundo light, mundo cool, mundo de bambies, no es la excepción. Cada cien metros el señor conductor frena y produce ese efecto dominó –teniendo en cuenta de que no hay fichas- entre nosotros, los señores pasajeros que estamos de pie. No quiero profundizar en el tema, pero sepan que cada vez que se produce ese abrupto movimiento, pienso en los pobres bovinos cuando los transportan de las fincas a los frigoríficos pasando por trochas, caminos de herradura e inclusive por las cerradas curvas de nuestras “autopistas”, imagínenselo por favor. Pero no todo se reduce al efecto dominó –no con fichas sino con personas-. De pronto, comienzan a subirse más y más personas, obligándonos a convertirnos en contorsionistas, haciéndonos asumir que somos piezas de tetris y hasta científicos, al tener que aplicar “teoría de cubos”. Todo ello para que el ultimo en subirse no tenga que arriesgar su vida al dejar medio cuerpo por fuera del bus o en el peor de los casos, dejar atrapada media integridad física entre las puertas. Ni qué decir de la hermosa vista hacia aquellas dulces universitarias. Ahora lo único que veo son cabezas, medias caras de las personas que se han subido y han puesto el ambiente dentro del bus denso, muy denso. Ahí si qué optimismo, qué alegría, ruego porque el bus tenga alas y llegue rápido a mi destino. Finalmente es cuando digo en mi mente, después de un tímido y disimulado suspiro, quiero mi réquiem…

Para ser lógico con el comienzo, me había quedado en el “crapulismo” y que había visto la palabra “réquiem” en un escrito sobre Beethoven. Pues bien, la melodía simplemente me fascinó, se adhirió a mí en tal forma que no dejé de escucharla de seguido como por una semana, hasta se la dediqué a mi conquista quién posteriormente sería mi novia y bueno… mi ex novia hoy día.
Pero precisamente cada vez que estaba en aquel bus de la Séptima,  recordaba dicha melodía hasta que en un momento me pregunté, me cuestioné –ínfulas de intelectual o simplemente de ciudadano que se percata que el cerebro es para usarlo y no atrofiarlo- ¿qué diablos significa réquiem?

Y bueno señores, ese día lo primero que hice al regresar a mi apartamento fue recurrir al “mejor amigo del estudiante” “al gordo” parodiando a mi prima. Ambos adjetivos para hacer referencia al diccionario, ese libro que con solo mirarlo infringe autoridad e incita a la pereza mental pero que como las vitaminas, qué bien nos hace, alimenta nuestra integridad académica e intelectual y finalmente lo supe, conocí el significado de réquiem. “El gordo” decía “Réquiem: Oración latina que se reza por los difuntos”.

Imaginen como me sigo sintiendo desde ese momento. Todos los días en mi bus de la Séptima, al pensar cuánto adoré, adoro y seguiré adorando esa melodía y qué propicia relación con ese momento del día, en el que por sentirme en paz, pediría mi réquiem una y otra vez.
* Juan Camilo Chaùx Artunduaga es abogado. Estudiante de postgrado de la Universidad del Rosario en Bogotá. Tiene 23 años.

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