«¡De veras que soy una ingrata, Señora mía!, dijo María Luisa, sin reprimir sus sollozos. Tienes razón al haber clavado en mi corazón la dolorosa espina que me ha hecho llorar. ¡Qué injusta soy, me he olvidado de la señora Virginia! No tomes a mal mi involuntario olvido y, si alguna bendición tienes para mí, agrega también una buena parte para esa pobre mujer».
Tiempo después, la señora Virginia hallábase en el balcón contemplando la calle tras los transparentes cortinajes de la habitación superior de su casa. Abajo, las personas corrían presurosas con dirección al viejo puente. No eran dos ni tres: era una multitud. Algo extraordinario debía haber sucedido para que la gente se olvidara de sus obligaciones y corriese calle abajo en aquella tibia mañana.
«¡Es una cosa extraordinaria! ¡Algo semejante jamás había sucedido!», exclamaban quienes ya volvían del lugar sin dar crédito al sorprendente suceso que acaban de ver. En casa de María Luisa se había producido un milagro. Las semillas que con mala fe habíale regalado la señora Virginia, habían germinado todas. Aquello era una explosión de colores. Las enredaderas habían trepado la tapia, anhelantes de cielo y de sol. Ramilletes de perfumadas guirnaldas de variadas y exquisitas tonalidades se habían esparcido por toda la casa. La gente contemplaba atónita el suceso.
De pronto y a la vista de todos, comenzó a suceder otro milagro: el mar de personas que se había reunido frente a la casa de María Luisa se partió en dos. La gente fue apartándose paulatinamente a ambos lados de la calle como cuando Dios abrió el mar para que su pueblo pasase en seco atendiendo la orden de Moisés. El barrio entero tenía la mirada fija hacia el final de la calle. La diminuta figura que todos veían al principio haciendo visera con ambas manos, fue agrandándose más y más en la medida en que avanzaba. Cada cual informaba al vecino de al lado de quién se trataba. Era la señora Virginia, que no pudiendo resistir el embate de la curiosidad, había venido a casa de María Luisa a comprobar personalmente el milagro.
Avanzó rápidamente entre la gente hasta llegar frente al cercado que rodeaba la humilde vivienda. Al verla, María Luisa no pudo contener una exclamación y salió corriendo a recibir a la recién llegada.
«¿Usted por aquí, señora Virginia?».
«Si, yo por aquí, María Luisa. Dicen que las semillas que te regalé han germinado y que ahora tienes un jardín más hermoso que el mío. ¿Me permites contemplarlo?».
María Luisa sonrió. Enseguida le tomó del brazo y como si desde siempre hubiesen sido buenas amigas, avanzaron llenas de alegría por el arenoso sendero que conducía al jardín de su humilde residencia.
Una rosa era diferente a las demás. No se repetía ni la forma ni el color. Aquellos no eran colores terrenales. En cada pétalo había un color diferente y la esencia de aquel perfume grato, surgiendo con perfecta sincronía en el corazón de cada corola, era como bálsamo bienhechor que expiaba los pecados del mundo y transportaba a la gente al paraíso. La fragancia invadió las calles y el milagro del amor comenzó a producirse en todos los corazones. Todo agravio fue disculpado y no hubo quien no pidiera u otorgara perdón a su vecino. La señora Virginia contempló asombrada el jardín y permaneció en silencio sin decir nada durante mucho tiempo.
«¿Cuándo vas a llevarle las flores a la Virgen, María Luisa?», dijo por fin.
«Mañana muy temprano, señora Virginia. ¿Por qué me lo pregunta?».
«Porque también yo quiero ir. Es que tengo muchos perdones que pedirle y también muchas gracias que darle. ¿Me permites acompañarte?».
* * * *
El pesado portón giró sobre sus goznes y sus gigantescas hojas se abrieron de par en par. La vieja casona estaba recién pintada, los maceteros de los corredores tenían nuevos colores; se habían cambiado las cortinas de la sala y los viejos crespones habían desaparecido para siempre. El pequeño bosque de cipreses estaba lleno de nidos y el canto de las alondras ensayando nuevos vuelos desde las altas ramas, era como un himno celestial que inundaba la enorme mansión. En el fondo del patio rebosaba de contento el jardín. La señora Virginia vestía un hermoso vestido de gasa blanca y se había hermoseado el rostro con delicadeza. Había vuelto a ser la mujer elegante que todos admiraron alguna vez, sólo que ahora ya no era la distinguida dama que veía a la gente con desdén. Junto al alegre surtidor de la fuente se había levantado una pequeña y primorosa ermita. ¡La Virgen de Santa Rosalía también se veneraba allí!
«Todo te lo debo a ti, María Luisa», exclamó la señora Virginia, con el rostro iluminado por un intenso brillo de felicidad. Luego, brindó a la multitud el más exquisito de los agasajos.
«Yo traté de engañar a esta mujer dándole semillas que primero pasé por agua hirviendo y que después hice dorar en el hornillo, explicó. Estaba tan llena de amargura y egoísmo, que todo lo quería para mí, pero ya ven, es innegable que la Virgen de Santa Rosalía hace milagros. Ahora quiero pedirle perdón al barrio entero y también a ti, María Luisa, a ti que con tu bondad y tus oraciones lograste reconciliarme con el Señor. Vieja soy y mis días están contados sobe la tierra. Mas, cuando la hora llegue, esta casa y todo lo que es mío será tuyo. Todo ha sido dispuesto según mi voluntad y sólo te he puesto como condición que nunca descuides el jardín y que las puertas de mi casa estén siempre abiertas para todos y que año con año cortes las mejores flores y las lleves a la virgen sin demora».
Volvió el mes de octubre y el cielo nuevamente se llenó de colores. Una bandada de chiquillos pasó corriendo rumbo al río. El pequeño Robertico iba entre ellos. Se le veía feliz. María Luisa se había ido a vivir a la antigua casa de piedra. Hacía un año ya que la señora Virginia había muerto. Fue su deseo que la enterraran en el jardín, junto a la fuente, frente a la sagrada imagen de la Virgen de Santa Rosalía.
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Juan Pablo Espino Villela (Chiquimula, Guatemala). Locutor y periodista por más de 25 años. Co fundador del Asilo de Ancianos el Hogar de mi Hermano. Co fundador de la Casa de la Cultura de Chiquimula. Encargado del Departamento de Educación Coosajo R.L. Presidente de la Comisión Trinacional de Arte y Cultura. Alcalde Municipal de la Ciudad de Esquipulas, Chiquimula, Guatemala, Presidente de la Cámara Trinacional de Turismo Sostenible CTTS. Gerente de Recursos Humanos, Relaciones Públicas e Imagen Corporativa Comercializadora y Productora Oropéndola S.A. 1977, Primer Lugar Juegos Florales Colegio INBECC, Esquipulas. Primer Lugar, Juegos Florales nacionales, organizados por la Municipalidad de Esquipulas (1983). Segundo Lugar Juegos Florales Trinacionales, celebrados en Esquipulas, Chiquimula (2002). 2008: Segundo Lugar Juegos Florales Nacionales, celebrados en la ciudad de Chiquimula. 2013: Segundo Lugar, rama de prosa, Juegos Florales Trinacionales celebrados en la ciudad de Esquipulas, Chiquimula
OBRAS PUBLICADAS
2001, Cuentos y Leyendas de Tierra Adentro.
2002, El Sapo que quería ir al Cielo.
2002, Matate de Pita.
2003, El Sapo que quería ir al Cielo II Edición.
2004, Las Aventuras de Tío Conejo.
2005, Metamorfosis.
2009, El Sapo que quería ir al Cielo III Edición.
2009, Camelia (Novela)