50.
Al final
cada hombre escucha sólo su propia voz
como una culpa
la única.
CECILIA PODESTÁ. Ayacucho, Perú 1981. Literata y dramaturga. Directora del proyecto Tranvías editores. Crítica y contestataría. Ha publicado: «Fotografías Escritas», la pieza teatral «Las Mujeres de la Caja», «Muro de carne», «La primera anunciación» y el libro de cuentos: «De cabeza sobre el pasto amarillo». Estrenó las obras teatrales «Las Mujeres de la Caja» y «Placebo» bajo su dirección escénica, y «La Repisa de los Juguetes Vacíos», dirección de Sara Joffré. Ha presentado en varias ciudades del mundo una serie de performance y obras como Desaparecida, Virgen de Legrado y la mujer de carne, donde las artes plásticas y la literatura son puente para reflexionar sobre los abusos actuales contra la mujer.
DE: LA PRIMERA ANUNCIACIÓN
Yo quiero que ese niño nazca muerto, María,
poco me importa ser el padre de un salvador
o el santo que acompañe tu vientre
tocado por las manos ásperas
de un dios egoísta.
déjame cambiar tu destino virgen,
niña esclava de José,
déjame matarte esta noche entre tanta desgracia
aquí conmigo
dentro de Ti
e iniciando una plegaria
por tu hijo muerto.
No bajes la vista.
No llores, María.
Mírame
te haré morir para cambiarlo todo
déjame mostrarte un reino distinto
en el que seas Tú, María la madre de mis hijos
y te digan todos
esposa de José el carpintero.
Nuestro hijo
sabrá que lo elegiste a Él,
no al otro.
sabrá que nació con la ayuda de una partera
no en un establo esperando oro, incienso y mirra.
Te dirá
madre, no quiero salvar a nadie.
y Tú le dirás:
hijo mío
fui esposa de tu padre
como soy madre de un solo hombre.
no salves a nadie,
nadie merece ser salvado.
DE: MURO DE CARNE
Dentro de la casa que no existe más
soy el padre
el hijo
el muro que los encierra a todos
y del que aun comen los recuerdos
en busca del olor a mañanas cansadas
o del silencio de una bata de algodón
paseando entre escaleras.
Poco fui la madre
la muchachita que maduró al parir a los dieciocho años
la que dejó rodar el ojo grande y marrón bajo la mesa
y apoyó con paciencia el mentón sobre el polvo
para recibir torpemente el amor,
como en una celebración
o plegaria inútil
(esa, la misma y repetida plegaria a oscuras
para su propio hombre muerto,
su marido,
acaso hombre reciente).
Yo era la piedra
que se había formado bajo el reino de su rostro
la piedra blanca y clara
que rodeaba su cuerpo,
su llanto,
sus cabellos
a veces una sonrisa
otras, la violencia que envolvía su cabeza como un paño.
Y qué soy ahora
sino el verdugo que escribe,
la hija que se esconde
detrás de estos versos miserables
y recuerda al hombre mutilado ante sus ojos
cuyo apellido heredé
como mi madre lo hizo con los recuerdos
de las nueve casas en las que vivimos
durante siete años
entre muertos y miseria
detenidos por la desgracia de una ciudad
envejecida y adormecida,
y por el canto eterno de sus muertos
siempre recientes
tan ofrecidos a la memoria
como arrojados no sólo sobre el concreto
durante las madrugadas
sino a los ojos:
esos desgraciados abismos
imaginados y encerrados por el recuerdo.
BIBIANA BERNAL CALARCÁ, Quindío, Colombia. 1985. Poeta y Directora de la Fundación Pundarika, Cuadernos Negros Editorial. Inquieta y cálida. Ganadora del Concurso de Poesía Comfenalco. Mérito Literario de la Alcaldía de Calarcá. Socia fundadora y miembro de la Junta Directiva de la Red de Editoriales Independientes Colombianas (REIC). Ha publicado las antologías «Mujeres minicuentistas», «8 Cuentistas Quindianos», «5 Ensayistas Quindianos», «Minificción Quindiana», «Ellas cuentan menos», antología de poesía Raíces al Viento y el libro de poesía, «Silencios de Hadaverde». Es orientadora del semillero de literatura de Calarcá, dirigido a niños.
EL OFICIO DE LA TRISTEZA
No, no es por la cebolla.
No ocultaré con un lugar común
otro tan común como el llanto.
No, no lloro por la cebolla, lloro sobre ella,
sobre las manos que la cortan y sobre la zanahoria.
Sobre los colores ahora borrosos de las verduras.
Aprendí a cocinar desde los ocho años,
pero mi madre nunca escuchó blues en la cocina
ni me dijo que podría llorar
por una razón distinta a cortar cebolla.
La melancolía no estuvo entre los ingredientes.
Ahora la cena tendrá el sabor de la congoja,
de esta que se agrega gota a gota.
En esta casa solo se sirve angustia,
todo sabe a desconsuelo por estos días y siempre.
Y no habrá otro sabor mientras estas manos afligidas
sazonen y marchiten las legumbres.
Discúlpenme si al limpiarla
dejé residuos en la mesa.
Mis manos ya no saben de estos quehaceres,
porque desde hace mucho tiempo, desde siempre,
mis manos solo saben el oficio de la tristeza.
INSOMNIO EN LA PIEL
Aquí estoy de nuevo.
En este instante
donde no termina la vigilia
ni empieza el sueño.
No soy yo, es la piel.
Está despierta.
No puede dormir.
Aquí estoy otra vez,
con los sentidos en duermevela,
con insomnio en la piel.
DE SILENCIO DE HADAVERDE
Cuánta basura habita
en besos de los amantes.
Sus cuerpos,
sombras marchitas.
Flores cerrando puertas de otros días.
Las manos cogen el silencio,
lo llevan a la boca,
la boca traga palabras dormidas,
las palabras despiertan en la garganta,
el vientre suplica su llegada.
Gritan, agonizan.
La boca cerrada apaga
sonidos que por un hilo
se deslizan hacia el vientre
que espera su llegada.
Todos los caminos que emprendo
me traen a mí.
Entonces escribo cuanto siento
aunque no sienta nada.
Si escuchar la música
que sale de la piedra
no es suficiente,
romperé el aire
en busca de no sé qué.
Todo es absurdo
menos el vuelo de las hojas
donde no escribo.
Lengua suicida.
Palabras mutiladas acompañan
una sombra en el aire.
Se fueron los sonidos
y queda esta espera.
Si al despertar,
encuentro un sueño
pegado de mis ojos,
volveré a cerrarlos.
Es posible que allí
estén esperándome.
Devolveré al viento
los pasos que me sobran
si devuelve sus alas a mi sangre.
(Continua página 3 – link más abajo)