Literatura Cronopio

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Siempre es dificil

SIEMPRE ES DIFÍCIL

Por Nabor Rachowski*

Siempre es difícil empezar y yo había decidido largarme a buscar una nueva vida en otro sitio. Así que busqué un lugar que no me resultara tan lejano para iniciar. Tehuacán, un poblado con pretensiones vanas de convertirse en ciudad, me pareció el pueblo idóneo para nuevos derroteros. Junté el poco dinero que tenía para trasladarme, y medio vivir, en lo que encontraba un empleo que me permitiera instalarme por completo.

Tomé el autobús un lunes por la mañana, había escuchado por algún ex compañero de la preparatoria, que ese pueblo gozaba de cierta calma y mujeres hermosas. Definitivamente en lo segundo no me había mentido. En cuanto llegué vi la vendimia de aquel poblado. La emoción ingenua de estar por primera vez en un lugar, con gente desconocida, costumbres nuevas, y muchachas de rasgos ajenos a los acostumbrados, se apoderó de mí. Caminé en busca de algún hostal o departamento para rentar, porque, como también me habían comentado, las rentas no eran muy elevadas por aquel lugar. Estuve deambulando mucho tiempo hasta que encontré un alojamiento más o menos barato. Di el depósito y pagué un mes de renta por adelantado. Entonces caí en cuenta de que tendría que encontrar trabajo a la menor brevedad posible.

Un cuarto de azotea en una casa de tres pisos, fue lo que pude conseguir. Una habitación pequeña, donde apenas entraba una cama y una mesa en la cual trabajar. El baño se encontraba afuera y probablemente lo tendría que compartir con otra persona que pudiera instalarse en el cuarto vecino del último piso. Afortunadamente aún no había sido ocupado. De tal forma que yo era la única persona en ese solitario techo. Saqué una silla, y me dediqué a contemplar el atardecer, al día siguiente comenzaría la ardua labor de llenar solicitudes de empleo, para arrojarlas a cualquier oportunidad.

Resulta bastante tedioso llenar los formularios de las solicitudes de empleo, además, nunca se sabe cuáles son las habilidades que solicitan en cada puesto. Pero yo había desarrollado un método, en el cual únicamente llenaba las cosas generales, y dejaba en blanco lo demás, si algún trabajo requería algunas actividades en las que yo no me hubiese desempeñado, mentía, y escribía las cualidades solicitadas. De ésta manera fui repartiendo los documentos solicitados.
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Desafortunadamente pasó más de una semana sin ser llamado por nadie. Así que de nuevo a buscar cartulinas de colores fosforescentes en las que solicitaran personal. Incluso llegué a preguntar en un lugar donde se dedicaban a sacar fotos. Tenían un letrero en el que decía; «Se solicita mensajerito». Fue ahí donde descubrí que el diminutivo se refiere a personas de entre 15 y 17 años. Y yo ya no clasificaba por la edad.

No podía permitirme desesperar tan rápido, se necesita calma y paciencia para obtener un buen empleo. Decidí relajarme e ir a visitar un lugar que me habían recomendado. Un bar en una colonia de nombre San Lorenzo, donde uno puede ir a beber cerveza y ordenar caracol de botana. No lo creí hasta que me llevaron los caracoles dentro de sus conchas bañados en adobo. Me explicaron que con el palillo que te proporcionan tenía que extraer al caracol de su casa, echarle limón, e ingerirlo. Al principio me pareció sumamente desagradable, por la apariencia del platillo, pero después de que uno le toma el gusto, termina pidiendo más. Y así fue.

Como mí presupuesto cada vez se reducía más, tuve que optar por comer con las famosas coapeñas, unas mujeres que venden ordenes de tacos por doce pesos. Había una calle repleta de estos puestos. Resultaba económico y complaciente para mi estomago. Y fue por una de esas calles donde vi un letrero con cartulina de color llamativo. Un mini super, que aún podía competir con los grandes supermercados. Me acerqué para verlo mejor, decía «se solicitan cerillitos de entre nueve y doce años, con muchas ganas de trabajar», no me pareció que ninguno de los niños de ahí tuvieran mucho entusiasmo por su empleo, después de todo, a esa edad uno no tiene ganas de laborar, quizás necesidad sí. Me quedé parado ahí un rato mientras observaba a un señor con un micrófono anunciando las promociones y una cajera comiendo esquites, quien tuvo que dárselo a uno de los niños empacadores porque la supervisora se acercaba peligrosamente. Ni hablar, ese lugar tampoco parecía propicio para un buen empleo.

Seguí mi faena de encontrar trabajo. Pero parecía que el destino quería poner a prueba mi paciencia. En realidad me quedaba poco tiempo, más bien, poco dinero. Al pasar frente a una pastelería, tuve una revelación, comprar algunos pastelillos y revenderlos en la calle para sacar unos cuantos pesos más. Hice cálculos, y me di cuenta, que si no lograba venderlos, no tendría el dinero suficiente para regresar. Pero no estaba en mis planes volver, nadie debería tomarme por un fracasado. Compré tres charolas llenas de esos panes y me dispuse a sonreírle al mundo.
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Primero me dirigí a algunas plazas comerciales, traté de venderlos a parejas, colegialas, niños, y no obtuve ningún resultado favorable. Fui a edificios gubernamentales para ofrecerlos a secretarias, las secretarias son las personas más amables con los vendedores ambulantes, pero aún así, ninguna me compró nada. Cada vez me sentía más pésimo y la angustia empezó a apoderarse de mí. ¿Qué iba a hacer? Había gastado el dinero para regresarme en esos estúpidos pastelillos. Me senté en la banca de una calle, veía a los transeúntes de un lado a otro, y empecé a comer la mercancía. Al fin y al cabo no podía ser que me quedara con hambre.

La calle donde me encontraba era bastante hermosa, a lo largo de ella había un par de amplias aceras, árboles en los dos lados, y bancas en una de las orillas. El aire mecía tenuemente el ramaje, y me hacía pensar en lo ridículo de la vida.

Ahora sí estaba perdido, no tenía dinero suficiente para dar la vuelta, ni para seguir adelante. La encrucijada de la vida, se desplegaba con su sorna triunfante.
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Resignado a lo que viniera, coloqué mi aceda existencia en una banca del parque del centro. Todo el mundo parecía estar en mi contra. Mi nueva vida, más bien parecía el final de ella. ¿Cómo era posible que nadie me diera empleo? Para empezar, ¿por qué se me ocurrió comenzar una nueva vida? ¿quién imponía con su mano admonitoria mi destino? Preguntas, muchas preguntas, y ninguna sola respuesta. En esos planteamientos existenciales me encontraba, cuando un vagabundo se me acerco y me dijo; «¿no tiene una moneda que me regale?».

Y entonces me puse a llorar.
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* Nabor Rachowski (Chetumal, Quintana Roo, México) fue miembro fundador y colaborador de la extinta revista Traspatio, acreedora al estimulo de jóvenes creadores otorgada por el gobierno del estado de Puebla y CONACULTA en el 2010. Seleccionado para aparecer en la antología de poemas para niños: “Versos para el recreo” (Puebla 2011) y para la “Antología Cyberpunk Mexicano” convocada por la revista Clarimonda (Morelia 2012). Ha publicado cuento en la revista La Piedra (Morelos 2011) y los portales web; Lado B, y Artificial Radio (Puebla 2013). También ha hecho cartón político para el periódico digital Redes de Poder (Puebla 2011), la revista El Chamuco y los sobrinos del Averno (México 2012) y ganó el segundo gran concurso de caricatura convocado por el periódico El Popular (Puebla 2013). Además ha sido empleado de supermercado, profesor universitario, y obrero en una fabrica de autos.

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