Literatura Cronopio

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EL HOMBRE Y SU SOLEDAD

Por Erasmo Pedro Sondereguer*

Está sentado en el muelle. Las piernas colgando en el vacío. Mira al mar con embeleso y una dulce tristeza, que le ilumina a medias el rostro, manifestada por una sonrisa muy leve. Un sueño lo llevó allí. Y el mismo sueño lo tiene atrapado en ese lugar que ama y le fascina.

Es un hombre muy callado, encerrado en si mismo. Hurga en su interior con el afán de hallar y hallarse, en partes que lo identifiquen y valoren, con la sustancia de lo humano y al mismo tiempo de lo inmortal.

Lo ve venir: pequeño, frágil. Balancea sus brazos graciosamente y sonríe. Hay algo de ansiedad y temor en su dulce mirada. Se ablanda el rostro del hombre ante ese acto de pura e inocente vida. Es su hijo. Y en él se vive. Se ve así mismo. Es él y su vástago, simultáneamente. Mueve sus pies en el aire. Mira el horizonte. Y ve a la mujer. La mujer que sería la suya. Sin ánimo de sentirla como propiedad, es suya. Se conocieron y así sucedió. Se complementaron. Eran las partes y también cada uno. Las olas se tienden, deshaciéndose en la arena. Cuando entra al bodegón, mira rostros. Callados algunos, cubiertos de diferentes silencios. Se sienta a una mesa. Pide un coñac doble. Comienza a beberlo despaciosamente. Mira el fondo de la copa como buscando o buscándose. Ve a través del precioso líquido, sombras y fantasmas. Y contempla otros seres que lo miraban. Son ciertos o falsos, como una realidad virtual, engañosa y atractiva. Y el velero, no muy grande, avanza a regular velocidad por un mar algo intranquilo. Cavila el navegante. Solo en el barco. Contempla. Un camino interminable. Por eso se detiene por momentos. Por momentos vive y comparte. Por momentos tiene hogar, familia. Y después sigue, con un bagaje de cantos y silencios, soledades y esperas.

Después de escucharlo gustosa, ella le dice:

—Has viajado mucho, según veo.

—Sí —responde él —Aunque a veces me parece estar en el mismo lugar.

—¿Sí?, ¿por qué será?

—Tal vez porque todos los lugares son el mismo para mis sentimientos. Aunque algo extraño me sucede, creo ser diferentes personas en cada región que visito. Es como si fuera de ese lugar en el que me encuentro, y por lo tanto distinto individuo.

La mirada de la mujer sobre el hombre, es de asombro y de cierto temor, simultáneamente.

—Me sorprendiste el día que nos conocimos, Álida —le dijo mientras caminaban. —Pensé que estabas un poco loquito por tanto viaje, al decirme que eras otras personas en cada sitio al que ibas, o algo así.

Él la mira sonriendo, apretándole más la mano que le tiene tomada.

El hombre sentado en el muelle, los ve alejarse. Madre e hijo se van juntos. Y él los contempla, queriendo aferrarse a las imágenes que van diluyéndose. Siente la soledad que lo envuelve, que lo abraza mortal. Y ese único ser, cae, se hunde, alejándose.

LA PLANTA

La vi, no recuerdo donde. Estaba recostada sobre la tierra. En ésta, desde la cintura, se hallaba enterrada. Supe después que sus raíces eran profundas. Su cuerpo era blanco. El cabello se deslizaba en ondas, mostrando un color terroso y brillante. En sus labios finos, dibujábase una sonrisa indefinible. Su torso desnudo, presentaba unos erectos y atractivos senos.

Dormía cuando llegué. Despertó sobresaltada, mirándome sorprendida y con miedo. Le dije que no le haría daño. Pareció entenderme. Se calmó un poco. Hablamos. Esta vez el sorprendido fui yo.

—¿Cómo te llamás?

— No sé — repuso. Su voz era suave.

—¿Hace mucho que estás así?

— Siempre.

—¿No hay otros seres igual a vos?

—No.

—¡Qué extraordinario! ¡Sos un ejemplar único, entonces!

Su rostro se alteró al escucharme y su expresión de miedo, volvió a surgir con más intensidad.

—¡No me llevés!, ¡dejáme aquí! —suplicó, casi aterrada.

Me conmovió su ruego. Le respondí:

—No he de llevarte, no temás, no he de llevarte.

—¡Gracias!

— Debo, en cambio, pedirte algo —le dije.

—Te escucho.

—¿Dejarás que me quede un rato con vos?

Pareció dudar. Repuso:

—No sé.

—Creéme, por favor, no he de hacerte daño.

Me miró. Sus ojos eran transparentes, muy expresivos y bellos. Trataban de ver y saber en los míos. Luego de unos segundos, pronunció:

—Bueno, está bien, quedate.

—Te agradezco.

Nos miramos en silencio, hasta que pregunté:

—¿Cómo es posible que hayás podido vivir siempre sola? ¿Nadie te acompañó nunca?

—Tengo quién me acompañe —dijo.

— Este lugar está absolutamente desierto —afirmé.

— Mirá —pronunció, irguiendo su torso y levantando una mano apoyada en la tierra.

Había descubierto un pequeño hoyo, donde dos animalitos dormitaban. Eran parecidos a ardillas, aunque no lo puedo asegurar ni creo que lo fueran.

—¿Solamente ellos te han acompañado? —pregunté, sorprendido.

—Solamente ellos. No necesito más.

—Pero… vos… vos sos mujer. No es posible…

—Mi forma es de mujer. Solamente mi forma.

—Entonces, ¿sos nada más que una planta?

—Nada más que una planta. Te desilusiona, ¿no es cierto?

No le respondí, pero supo mi respuesta.

—Has imaginado cosas que sólo en tu mente serán ciertas. Ahora seguro, te irás. Tu interés por mí ha desaparecido.

Desperté. La hierba se hallaba un tanto húmeda.

—¿Has soñado otra vez conmigo?

Me volví, mirándola. Sus labios dibujaban una sonrisa indefinible. Palpitaban sus senos. Extendió sus brazos, tomándome de los hombros, atrayéndome hacia ella. Me apretó contra su cuerpo. Sentí que mis raíces se afianzaban más en la tierra. «Mi forma es de mujer. Solamente mi forma». Sus manos comenzaron a recorrerme. Besé sus labios. Mi boca también recorría su cuerpo. Mi deseo por ella era enorme, pero al mismo tiempo, tenía deseos de escapar. Aunque esto ya resultaba absolutamente imposible.

Me dormí en sus brazos: «La vi, no recuerdo dónde. Estaba recostada sobre la tierra…»
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* Erasmo Pedro Sondereguer es poeta y escritor argentino (Buenos Aires, octubre 29 de 1939). Escribe desde los doce años alentado por su padre, quien también era escritor. Publicó un poemario en 1970: Canto y Realidad. Y una novela, en 1994: Regresa para Regresar. También ha publicado poemas, cuentos en revistas e Internet, a saber su novela Expiación, editorial elaleph. También publicó en una revista y dos periódicos de México. Actualmente vive en ese país.

1 COMENTARIO

  1. Leo esta historia como hubiera podido leer algo propio de hace quince o veinte años. Tiene un espíritu y una forma similar a algo escrito expresa y únicamente para alguien que conocí hace medio siglo y con quien no tengo contacto desde entonces. Hace varios años una coincidencia me hizo llegar la dirección de su correo virtual pero nunca hubo respuesta a mis mensajes. Hay una esencia epistolar en esta composición que me toca muy íntimamente, y no es extraño ya que dejé de escribir con espontaneidad cuando murió mi amado corresponsal a quien apodaban «el cronopio». ¿Coincidencias? Un abrazo espiritual para Erasmo Pedro Sondereguer.

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