Literatura Cronopio

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Maria Camila

A LAS OCHO LLEGA MARÍA CAMILA

Por Jaime Báez León*

Yo voy a esperarte aquí hasta que llegues y me veas con el pelo largo y la pequeña barriga que me gané desde que te fuiste, y no sé a ciencia cierta por qué lo voy a hacer. Porque cuando leí tu e–mail muchas ideas se me cruzaron por la mente, María Camila. Ideas y creo que más bien fueron imágenes, la imagen de tu hermano enfundado en la chaqueta café de siempre, y la de tu papá y tu mamá, el matrimonio imperfecto, mirándome con sorpresa y abrazándome porque había venido a esperarte al aeropuerto después de todos estos años. Esa imagen más o menos se convirtió en realidad cuando llegué hace cuarenta minutos.

Tu hermano está bien cambiado, Maca, aunque enfundado en la misma chaqueta café, consiguió novia y ahora se ve mucho más maduro. A veces se voltea y deja de mirar hacía la pista mientras me ve con lástima. Don Antonio y doña Carolina están parados, pegados al vidrio viendo pasar los aviones, de vez en cuando tu papá le pasa la mano a tu mamá por la espalda y la presiona. Me parece increíble que hace pocos meses estuvieran a punto de separarse.

El frío que está haciendo es apenas soportable, camino y veo el aviso de Combipollo y luego doy la vuelta y me encuentro con los destinos nacionales e internacionales. La voz del anunciante suena de vez en cuando, avisa cosas con respecto a un vuelo de Italia que está retrasado. Veo de nuevo al pollo más tierno de la ciudad y un montón de imágenes atormentan mi cabeza, respiro rápidamente mientras pienso en tí, Maca. Imagino que me escuchas y que puedo confesarte varias cosas, que te entero de todo lo que pasó en estos dos años que estuviste por fuera, que te cuento por qué me engordé, por qué estoy vestido así, que te digo un montón de cosas que me moría por decirte, pero que no pude por esa promesa que me hiciste hacerte, porque te prometí que no nos escribiríamos, que no nos haríamos daño tan tontamente, porque conseguí novia seis meses después de que te fuiste, y porque lo único que supe de ti es que te laurearon la tesis y que llegabas el dieciséis de octubre a las ocho de la noche.

Mientras veo el aviso de destinos nacionales e internacionales recuerdo cuando te dije que el amor de lejos era amor de pendejos. Tú sonreíste y me acusaste de descorazonado, seguramente sí lo fui. Esa tarde fuimos a ver cine como querías y me invitaste porque yo, como siempre, no tenía un centavo. No puedo decir que película era, pero no debía ser muy buena, porque no la recuerdo.

Te juró que he tratado de recordar todas las cosas malas que nos pasaron, todas las peleas y todos tus defectos, pero no he podido, y luego de dos años, todos los malditos recuerdos que conservo de ti, son recuerdos felices. Algunas veces creo que encuentro uno apropiado, pero son imágenes engañosas. Como la vez que me hiciste ir a esperarte a tu clase de tenis y llegaste tardísimo, yo emparamado por el aguacero tan tenaz. Estaba listo para darte el regaño más grande de todos y me desarmaste con tus ojos azules. Tomé fuerzas y te dije que era el colmo, que me tratabas siempre como se te daba la gana. No sé como hiciste, pero al final terminé pidiéndote disculpas por algo y tú te las arreglaste para estar molesta conmigo por un par de horas.
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Así son las cosas, como en esas canciones de pop que tanto te gustaban y que jamás pude escuchar contigo. Jamás pude comprender porque te enamoraste de mí. Te observaba desde una burbuja de sueños, y nunca creí que te tomaras lo nuestro en serio. Siempre pensé que lo que teníamos tú y yo era una broma, que en cualquier momento te aparecerías con tu novio real y te reirías en mí cara. Pero ese momento nunca llegó. Combipollo me mira con una sonrisa traicionera, y yo saco otro cigarrillo que me fumaré lentamente. Cuando estaba contigo alcancé a reducir mi ración a uno diario, pero ahora me he acostumbrado a cinco o seis. No importa mucho ya, porque puede pasar cualquier cosa cuando te bajes de ese avión. Puedes llegar con un niño en brazos y argumentar que es tu hijo, mientras un rubio desgraciado carga las maletas y trata de articular un saludo para tus padres. Tú puedes hacer lo que quieras María Camila, porque para empezar yo no debería estar aquí. No debería ver como todos tus amigos bromean y se ríen mientras te esperan en el café que está al lado de la librería.

Salidas internacionales se combina con la voz de la anunciadora. Parece que ya llegó el vuelo de Italia. Un par de señoras con un niño tratan de correr hacia alguna parte. Son las ocho y diez y yo trato de que este vacío en el estomago se llene con el humo del cigarrillo. Hoy hizo un día de los que te gustaban, llovió un poquito por la tarde y luego el sol coloreó de anaranjado las nubes. Yo me levanté del computador y me quedé pegado a la ventana un buen rato. Sin embargo no es lo mismo, cuando las veíamos juntos me sentía más tranquilo, acompañado. En el reflejo de tus gafas (¿las usaste fuera de tu habitación en Alemania o sólo mientras leías en tu cama?) se veían las nubes y tus ojos azules. Nunca valoré eso que te «acompañaba» a hacer, lo consideraba muy cursi, ahora entiendo cuando me decías que todo amor era en cierta medida cursi.

—Que pena señora, discúlpeme…Venga, yo le recojo eso, sí le pago su café, no se preocupe.
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Fue un bonito atardecer. La señora me mira de reojo mientras se va. Bueno, aunque todos se burlaron de mí en la empresa yo me hice el idiota (cosa que no me queda muy difícil, como tú dirías antes de soltar esa risa burlona) y miré por un buen rato. Me acordé de una de las primeras llamadas que me hiciste, cuando no eramos novios, fue para que mirara el cielo bonito que hacia. No dijiste nada más, mira ese cielo precioso que está saliendo, y luego colgaste. Yo me levanté del televisor y miré un buen rato, luego me sonreí y pensé que te hacías la loca. La profunda y el superficial. Después me enteré que esa era la única forma que tenías de ser María Camila. Supongo que en el fondo fingías para no parecerte a los demás, y en parte tus amigas y amigos hacen lo mismo. Durante el año que salí con Virginia me di cuenta de eso, con ella también caminábamos por el centro, aunque no buscando buenas traducciones de Freud, sino las revistas de Anime que tanto le gustaban. Cuando caminaba contigo terminaba cansadisimo y llegábamos a tu casa a tomar gaseosa. Si no estaban ni tu papá, ni tu hermano me dejabas acercarme un poco y luego me dejaste acercar más y, al final, me mostrabas ese par de lunares detrás de las rodillas, que se parecían a uno que tenías arriba del cachete. Imposible que te hayas olvidado cuando te decía que tus labios me sabían a gaseosa y que tu pelo sucio olía como a dulce viejo, no he olvidado tu piel tan elástica y qué sorprendía por lo blanco, aunque tenías los brazos quemados por el tenis. Ahora que pienso en el tenis me acuerdo de los músculos de tu espalda y de como a mí me gustaba tocarte, y que mientras hacíamos el amor, podía sentir como si respirara por tus pulmones.

Aunque todo eso fue luego, más bien al final. Menos mal que tú eras como eras (¿Ya cambiaste?) y me evitaste el problema de pedirte algo que no me darías. Tú siempre marcaste los pasos que yo seguí casi a ciegas, porque era mentira, porque al fin y al cabo era una broma que tú estuvieras conmigo.

Me pregunto qué pasará cuando llegues (maldito Combipollo), pienso si realmente vale la pena que esté aquí, esperándote para ver que me dices o como reaccionas, porque ni siquiera sé si cuando me mandaste ese e–mail creíste que yo vendría. Comienzo a sentir que nuestras relaciones siempre se han basado en mi paciencia para esperarte, ese día en el tenis, o mientras revisabas los libros de Lacan, mientras recogías las notas de tu hermano que se tiraba por segunda vez once grado (supe que finalmente pasó). También mientras terminabas el postre que siempre te quedaba mal, para que yo lo devorara con la ayuda infaltable de tu «hermanito» (ahora está más alto que yo); mientras me convencías de que no era una broma y que realmente me querías aunque fuera un ingeniero de sistemas metalero y no un estudiante de filosofía amante del jazz, como habías deseado siempre. Esperarte mientras terminabas con tu novio y luego mientras buscabas el trabajo que querías y ahora, esperándote a que llegues con tu maestría y tu tesis laureada.
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Yo ya sé que todo esto que hago está mal, porque vas a llegar cambiadísima y porque yo no debía haber venido. Pero aún así me puse el mejor vestido que tengo y me afeité, hace media hora me lavé los dientes.

Pero bueno, sabes que en el fondo siempre queda algo de esperanza, remota, pero esperanza es esperanza. Aunque las cosas no pueden ser como antes, pero me conformaría con que al menos pudieran ser. Te reíste cuando te dije que nadie más se iba a enamorar de mí cuando termináramos. Ahora yo creo que es cierto, porque con Virginia (¿te enteraste de lo de Virginia?) nos consolamos juntos, pero nunca nos quisimos. Ahora me siento como un ser asexuado, no me gusta ninguna mujer (menos los hombres, estoy prevenido porque te habrías burlado de mí) y llevo tres meses yendo a cine romántico de Hollywood, chupando Bom bom bum. No te voy a decir que he estado solo. La verdad es que desde que te fuiste la gente se volcó sobre mí, como cuidándome de algo. Mis amigos se turnaban diariamente para hacer algo conmigo, increíble pero hasta el tacaño de Gonzalo me gastó una salida a Karts. Leonardo y Felipe me sacaron a beber varias veces y no descansaban hasta que quedaba privado y en condiciones de gritar tu nombre para que todos se burlaran.

Lo que más me sorprendió fue que todos tus amigos me buscaron casi involuntariamente. Al comienzo creí que trataban de consolarme y de hacerme compañía, pero no sé en que momento me di cuenta de que era yo quien los acompañaba y quien los consolaba. Porque me buscaban como una forma de no olvidarte, de recordarte constantemente. En ese momento la pena con la que me miraban se trasformó en la pena con la que yo los miraba.

Eso pasó principalmente con Claudia. Y es que aunque a tu mejor amiga yo nunca le caí bien, desde que te fuiste nos unió un extraño lazo. Me llamó a la segunda semana y me invitó a almorzar. Pienso que su familia es demasiado normal, tanto que parece extraña. Yo no sé si tú le dijiste que me cuidara (¿iluso?) o si fue iniciativa de ella tratar de mejorar nuestras relaciones. Luego de ese almuerzo nos vimos periodicamente. Estuvimos en una de esas películas psicológicas (creo que era con Robin Williams) y en el cumpleaños de tu amigo David. Luego me pidió que le dijera donde conseguías esas ediciones de Marcuse tan baratas, y violé nuestro secreto, le mostré la librería de la sexta. Parecía un niño chiquito. Supongo que ya te contó que está trabajando en una empresa muy importante, en el área de relaciones humanas. Es irónico que sea una mujer tan sola. Esa fue una de las cosas que más me sorprendió cuando comencé a conocerla, porque me parece que tú eres su única amiga, y que los demás sólo la aceptan porque es tu mejor amiga. Yo he estado todo este tiempo acompañándola, aunque aún me llama «ingeniero» con ese tono que me hace pensar que para ella ese título es una ofensa. No sé que te ha dicho, pero estoy seguro que no te contó lo que nos pasó hace cuatro meses.
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Yo no le veo nada de malo, aunque se han tornado las cosas muy incomodas, pero no es nada, sólo fue un beso que se dio en el momento y ya. Estaba ayudándola a organizar su nuevo apartamento (finalmente dejó de vivir con sus padres) y nos sentamos en el sofá, estábamos cansados… Son cosas que pasan María Camila, y no es culpa de nadie, porque yo estoy seguro que a ti te pueden haber pasado cosas parecidas, pero yo comprendo, no debes sentirte culpable y yo tampoco porque terminamos cuando te fuiste, aunque yo te esté esperando aquí.

Sabías que un pollo con papas y gaseosa familiar cuesta sólo ocho mil pesos. Es el mejor combo que hay, y el aviso está en colores vivos. En el televisor del aeropuerto están pasando un programa del Discovery Channel y varias personas que esperan el mismo vuelo de Berlín y Frankfurt miran con cierta resignación. Tu hermano está sentado con la novia, recostado en las piernas de ella, mirándola como un niño desamparado. Tus amigos no aparecen, parece que se metieron a la librería y de ahí no los saca nadie. Claudia estaba con ellos, ella fue la que les propuso que se fueran a tomar café. Creo que llegaron desde las siete. Yo sólo pude salir a las siete, por eso casi no llego y ya me estaba asustando. Por eso tengo ese vestido, porque es el uniforme de trabajo, y yo supongo que tú te reirás en mi cara cuando te cuente que estoy trabajando, yo, «el rey de la pereza».

Me pregunto si realmente creías eso, o sólo me lo decías para molestarme. Comparado contigo supongo que sí soy el rey de la pereza, pero es que seguirte a ti es imposible. Tu afán de trabajar, de terminar tus estudios, de empezar la maestría. Siempre pensé que estabas corriendo hacia alguna parte y yo me quedaba atrás. Eso creo que fue lo que finalmente pasó. Pero ahora la carrera ha terminado y regresas, y aquí estoy, en mi estado natural, tropezándome con los que se dirigen a los destinos nacionales.
Pero cuando me tropiezo me siento bien, porque es como si me convenciera de que realmente vas a llegar hoy. Porque pienso en la posibilidad, que no vengas en ese avión, que nunca hayamos tenido nada tú y yo, que no existan Claudia ni Virginia y que yo haya inventado todo para pasar el tiempo, que no haya estudiado ingeniería de sistemas como quería cuando te conocí, que tú, María Camila, seas un sueño o una mujer con la que realmente nunca pude tener nada serio. Pero entonces me tropiezo y no puedo creer que todas estas personas se sirvan para jugar a mi farsa. Es imposible que se acerque David, con su peinado idiota de siempre, y me diga que me siente, que si sigo dando vueltas voy a abrir un hueco en el piso.

—Vamos ingeniero, siéntate que ya no debe faltar mucho.

Entonces los persigo y los escucho hablar de lo baratos que estaban todos los libros, que era increíble una edición de El extranjero que estaba regalada. Y todos se muestran unos a otros los libros que han comprado, y Claudia se voltea y me mira con una sonrisa de resignación en la cara y me levanta la ceja derecha como para darme algún tipo de señal que yo no soy capaz de identificar. Ahora se levanta y se sienta al lado mío, con su pelo rizado que parece mojado. Es bien flaca Claudia, no es como tú, que por más que lo ocultaras tenías una barriguita pequeña, pero delatadora. Es una pena que sea una mujer tan fría, no entiendo como puede estar a cargo de las relaciones humanas en una empresa, eso me parece el colmo. Esa mujer a los únicos que les habla con ternura es a sus pescados. Ahora en su nuevo apartamento tiene una pecera enorme, yo se la ayudé a instalar. Recuesta su cabeza sobre mi hombro y puedo oler su pelo, a fresa. Creo que quiere decirme algo, pero yo no quiero escuchar, ahora lo repite duro, para que todos escuchen.

—Ya es hora de que sonrías un poquito, ingeniero.

No entiendo porque me dice esas palabras, miro hacia donde estaban tu papá y tu mamá, no los veo. Tu hermano aparece enfrente de mí y me dice que salgamos, que ya llegó tu avión, que tenemos que movernos. Ahora voy a perseguirlos a todos, en fila india, con Claudia cogida de gancho y David sonriéndome y dándome golpecitos en la espalda. Tu hermano abrazando a su novia, Gilberto con sus libros y Pipe haciendo sus chistes idiotas.

—Ahora resulta que no era el avión, nos dicen no, el otro todavía se demora un resto y…
Camino y empiezo a ver la gente que sale de las puertas, y te veo o eso creo, con el pelo corto, una chaqueta gruesísima, y giras la cabeza, luego levantas el brazo y nos haces un saludo largo. Caminas lentamente, te acercas, ya te veo llegar y Claudia me presiona el brazo y David grita como loco. Tus papás se abrazan y se dan besos y yo me voy a quedar quieto aquí, yo voy a esperarte, como siempre, a que llegues y me veas con el pelo largo y esta pequeña barriga que me gané desde que te fuiste y empiezo a averiguar porque lo hago, debe ser por costumbre, Maca.
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* Jaime Andrés Báez León es candidato a doctorado y docente de narrativa colombiana, literatura europea del XIX, literatura latinoamericana del XIX, literatura latinoamericana de 1900 a 1950 y teoría literaria en las universidades Nacional, Javeriana y Uniminuto en Bogotá. Actualmente es profesor de Literatura Europea del siglo XIX y Teoría Literaria en la Pontificia Universidad Javeriana; en esta misma universidad coordina una investigación sobre la obra crítica de Ángel Rama. Se graduó con honores en Estudios Literarios de la Universidad Nacional de Colombia. Su tesis «Juan García Ponce: Relato de un parricidio» fue meritoria en la maestría en Literatura de la Pontificia Universidad Javeriana y está publicada en Internet. Ha publicado también artículos y reseñas sobre: Efraim Medina, Tomás González, Susan Buck–Morss, Giussepe Grilli, James Joyce y Marcel Proust en revistas universitarias especializadas.

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