Literatura Cronopio

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Francisco Urondo

FRANCISCO URONDO: POESÍA Y MUERTE

Por Hernán Fontanet*

Unos pocos meses después del último golpe militar en Argentina, el 24 de marzo de 1976 —que depone al débil gobierno de «Isabel» Perón e instaurara siete años de terrorismo de Estado a través del de facto Proceso de Reorganización Nacional, bajo la conducción de los ex militares [1] Jorge Rafael Videla, Emilio Eduardo Massera y Orlando Ramón Agosti—, un muy querido intelectual e inexperto guerrillero llamado Francisco «Paco» Urondo es enviado a la provincia de Mendoza con el objeto de reconstruir el aparato logístico militar de Montoneros [2], la organización guerrillera más grande y organizada de Latinoamérica en la década de los 70.

A los pocos días de su llegada a la Ciudad de Mendoza, Urondo es asesinado, añadiendo su nombre, como señala Mario Benedetti, a la lista de los no-menos-de-30 poetas ajusticiados en Latinoamérica por su compromiso con las causas revolucionarias. [3]

En 1976, cuando finalmente muere, Urondo ya había publicado más de diez libros de poesía, un ensayo, una novela, varios cuentos, una antología. Sus obras de teatro ya habían sido representadas ampliamente con mucho éxito, había escrito guiones de cine y televisión y letras de canciones, se había convertido también en una figura conocida en el medio periodístico, habiendo publicado sus trabajos en numerosos periódicos y revistas especializadas, como Clarín (1967), Panorama (1968), Cuadernos Hispanoamericanos (1970), La Opinión (1971), Prensa (1972), Noticias (1973), Crisis (1973), Primera Plana (1974), El Auténtico (1975), e Informaciones (1976). En 1976 Urondo ya había ganado premios de poesía nacionales e internacionales, había incluso aumentado su exposición pública desempeñándose como funcionario en diversos ámbitos de la cultura, sirviendo, por ejemplo, como Director del Departamento de Arte Contemporáneo de la Universidad Nacional del Litoral en 1957, como Director General de Cultura del Ministerio de Cultura de Santa Fe en 1958, y cuando asume el cargo de Director del Departamento de Literatura de la Universidad de Buenos Aires en 1973. Como si todo esto fuese poco y no bastase para abortar la descabellada misión de enviarlo a Mendoza en calidad de militante guerrillero clandestino, Urondo ya había reconocido públicamente su participación como activo miembro del grupo armado revolucionario, Fuerzas Armadas Revolucionarias, FAR [4], en 1973 cuando es arrestado.

«Enviar a Urondo a Mendoza fue un terrible error», escribe Rodolfo Walsh, un prestigioso escritor y compañero Montonero de Urondo. La muerte de Francisco Urondo fue absolutamente imaginable. Su fama internacional ganaría muchísima trascendencia, cuando fue encarcelado en la prisión de Villa Devoto en 1973 por su actividad guerrillera. Apenas es arrestado en aquel entonces, un comité de solidaridad se organiza inmediatamente en París, Francia, y cientos de intelectuales de todo el mundo se solidarizan con su causa y reclaman su inmediata libertad. La solicitada aparecida en los principales periódicos de Europa es firmada por Marguerite Duras, Jean Paul Sartre, Simone de Beauvoir, Regis Debray, Pier Paolo Pasolini, Gabriel García Márquez, Carlos Fuentes, Jorge Semprún, Alberto Moravia, Natalie Sarraute, Paco Ibáñez, Malitte Matta, Arturo Jauretche, Juan Gelman, Leónidas Lamborghini, Rodolfo Walsh, David Viñas, Leopoldo Torre Nilson, Leonardo Favio, Leónidas Barletta, Julio Cortázar (quien también publica la conocida «Carta muy abierta a Francisco Urondo» en el periódico francés Libération), y muchos otros.
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Por todas estas circunstancias —por su trascendencia pública, por su anterior residencia en Mendoza durante sus años de juventud y por su conocida militancia revolucionaria— su viaje a Mendoza significaría casi una sentencia de muerte.

A pesar del final bastante predecible, Urondo acepta la orden de Montoneros y se marcha inmediatamente a Mendoza, ignorando la oferta de su padre, quien le ofrece una fuerte cantidad de dinero para que abandone el país. Una vez situado en Mendoza, según palabras de Ernesto Jauretche, Urondo advierte que la situación es peor de lo pensado y que no cuenta con el apoyo prometido.

En Mendoza había caído la conducción. Mendoza era una realidad compleja y por eso Paco pidió que lo pongan al tanto de lo que pasaba. Necesitaban saber y nadie sabía nada; lo único que sabía era que la mayoría habían caído presos. [5]

La noticia sobre el asesinato de Urondo no se hace esperar. Urondo muere apenas unos pocos días después de su llegada a Mendoza, el 17 de junio de 1976, en una emboscada que finaliza con una cinematográfica persecución automovilística.

Los sucesos transcurren de la siguiente manera. Urondo iba conduciendo un coche Renault 6, color azul claro, junto a su esposa Alicia Raboy, su hija Ángela —de menos de un año de edad— y una compañera de la organización Montoneros cuyo apodo era La Turca. Se dirigían al Departamento de Guaymallén, contiguo a la Ciudad de Mendoza, para encontrarse con otros compañeros de la organización. La cita estaba envenenada, lo que significaba que las fuerzas represivas estaban al tanto de la misma. La Turca recuerda los detalles de la emboscada que derivaría en los trágicos sucesos de aquella tarde.

Estábamos en emergencia porque Varguitas, un compañero que vivía con nosotros, había caído y tuvimos que levantarnos [6]. Otro compañero, Martín, había desobedecido la orden de no volver a la casa y a la semana de caer Varguitas, la cana [7] lo levantó [8] en ese lugar. Ese Martín (que ahora sé que se llamaba Aníbal Torres) era un ex comisario de San Juan que se hizo monto [9]. Al caer se quebró [10] y volvió al primer amor [la policía]. [11]

Urondo y sus pasajeras notan de inmediato la presencia de personal policial vestido de paisano, camuflados entre los vecinos, expectantes y alertas. Después de un breve instante La Turca reconoce a Martín —el compañero que había sido arrestado días atrás— dentro de un coche color rojo, que había sido secuestrado a la organización Montoneros en un operativo anterior. La persecución se precipita y el caos se desata. Urondo aprieta el acelerador del coche a fondo e intenta escapar a gran velocidad por las tranquilas calles de Guaymallén. Comienzan los disparos de los persecutores que duran aproximadamente unos veinte minutos. La Turca es malherida en una pierna y Urondo en la espalda.
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El coche de Urondo comienza a detenerse lentamente. Le da tiempo a descargar a sus pasajeras. Alicia Raboy corre y se mete dentro de un corralón de materiales de la construcción. Se las arregla para entregar su bebé a uno de los empleados del local comercial antes de ser detenida y apresada por la policía. La Turca escapa, tras trepar una pared y cruzar un descampado. Urondo quien fuera severamente herido permanece en el coche y continúa a una velocidad cada vez menor. Sabiendo que su captura es inminente toma la pastilla de cianuro [12] que tiene preparada en su bolsillo, siguiendo las órdenes de la organización Montoneros para evitar la tortura y la posterior delación de sus compañeros. Sin embargo, la policía lo captura con vida y lo asesina en la vía pública, después de obligarle a beber gasolina para que escupiese o vomitase el veneno. Acto seguido le disparan en la cabeza, para luego, inferirle un fuerte pisotón y finalmente un golpe en la cabeza con la culata de un rifle.

Carlos, el dueño del taller mecánico situado frente al lugar donde es asesinado Urondo, presencia los hechos y confirma lo ocurrido:

El hombre [por Urondo] ya traía un disparo en la espalda, en el costado izquierdo. Se bajó la mujer [Alicia Raboy] con la bebita y salió corriendo y le tiró la bebita a uno de los hombres del corralón. La otra mujer [La Turca] salió corriendo y pasó por al lado mío. Venía gritando con desesperación: ‘¿por dónde me escapo? ¿por dónde me escapo?’. Entonces la guié por un callejoncito que da a una cuadra y al final había una pared de adobe muy bajita…

Yo vi que uno de esos militares [13] se acercó al hombre que había quedado en el Renault 6, lo agarró de los pelos y le puso el revólver en la cabeza y disparó. […] Uno de los militares dijo ‘ya está’ y el otro le contestó ‘no, qué va a estar’ y lo volvió a tirar al suelo. Cuando Urondo cayó al suelo le pisaron la cabeza. Después vino otro y con una culata le pegó en la cabeza; pero ya tenía un disparo en la cabeza y otro en la espalda. [14]

Francisco Urondo está muerto… como resultado de la misma serie de sucesos que condujo a la mayoría de los militantes de izquierda a su detención y posterior desaparición y asesinato: «[…] las caídas en cadena, las casa que hay que levantar, la delación, finalmente la cita envenenada». [15]

La autopsia de Urondo confirma el testimonio del testigo Carlos: dos disparos, uno en la espalda, el otro en la cabeza, que producen «[…] desgarradas múltiples en cráneo, gran hematoma en región ‘submentoniana’, herida desgarrada en pabellón auricular izquierdo» [16] y «[…] fractura estrellada producida con la cacha de una 45. Un culatazo». [17]

En su certificado de defunción Urondo es inscrito como N. N. (sin nombre). Su hija Ángela es trasladada a la Casa Cuna Número 1 de la Ciudad de Mendoza para que se disponga su inmediata adopción ilegal. Nada se dice oficialmente del paradero de la todavía «desaparecida» Alicia Raboy. Sólo se sabe que es conducida al Departamento 2 de Inteligencia, (D2), uno de los siete centros de detención clandestinos que operaba en Mendoza, dirigido en aquel entonces, por el Jefe de Policía, vicecomodoro Santuchone.
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La noticia que se publica en el periódico local dice «Abatieron en Mendoza a un delincuente subversivo. Usó como escudo a un niño. Planeaban atacar comisaría». [18]

«ALGO» [19]

con tu muerte
algo vendrá
algo que jamás sacudió
tu conciencia

no importará
la tierra que te rodea
el árbol que te soporta
el agua que admitió tu pereza

no será algo
que ahora retumba en tu memoria
ni las resonancias que prefirió olvidar

vendrá algo sin vínculos
una lluvia sin pasado
sin gestos censurables
o bondadosos

no estará en juego
tu salvación
tampoco el olvido
ni el arrepentimiento

el «ángel tuerto»
no vendrá a consolarte
no será necesario
y olvidarás también el consuelo
para tu corazón
no habrá consuelo el día en que caigas

no habrá estaciones
ni pájaros
ni trenes
ni alcohol
ni sangre penosa que aguantar

no por eso habrá descanso
el día en que llegue algo que no suponías
algo que vendrá a reclamar
el lugar en el mundo
que supiste negarle

una indescriptible culpa
haciendo estallar las huellas
que minuciosamente lograbas distribuir

ningún rastro

con tu muerte
vendrá una nueva
y desconocida vergüenza.
(Continua página 2 – link más abajo)

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