NICOLÁS GUILLÉN Y NANCY MOREJÓN: MUJER LASCIVA Y PROVOCADORA VERSUS MUJER ÉPICA Y FUNCIONAL
Por Juan Manuel Zuluaga Robledo*
Sujetos a una serie de constantes comparaciones, tesis y antítesis, a esa tendencia intelectual de realizar ejercicios comparativos, cabe preguntarse: ¿Qué se puede decir, cuando desde una perspectiva crítica, se entran a contrastar las sublimes creaciones poéticas de dos baluartes del arte poético cubano? Tales son las obras imperecederas de Nicolás Guillén y Nancy Morejón. ¿Cómo se pueden estudiar, en cuanto a sus respectivas representaciones de la mujer cubana, negra y mulata? Hacerlo —leerlos y estudiarlos sujetos a un mismo devenir cultural, político e histórico— constituye un ejercicio intelectual que traerá consecuencias insospechadas. Esos acercamientos pueden partir de diferentes hechos y observaciones a tener en cuenta.
Por lo tanto, los lectores desprevenidos, los que no son expertos en la literatura cubana, aquellos que han leído de corrido y han admirado la obra de Guillén sin detenerse a detallarlo críticamente, extasiados con la cadencia rica en ritmos afros y caribeños del vate cubano, seducidos con el rico crisol trans-cultural y heterogéneo de «La balada de los dos abuelos», bien pueden ignorar ciertos aspectos socio-culturales que pueden bajar a Guillén del pedestal de sus gustos y apreciaciones. Al detallar de manera pausada y crítica la obra de Guillén, se encuentran aristas y recodos en el camino, que cambian de tajo las concepciones entorno a su visión de las mulatas y negras de la isla en forma de lagarto verde, tal como la retrata en un famoso poema suyo. Se corre entonces el riesgo de desilusionarse, de estar sujetos a sentimientos de decepción entorno a las representaciones elaboradas por el llamado «poeta nacional de Cuba», en cuanto a las figuras de las mujeres negras y mulatas en su obra.
Ahora bien, para aquellos asiduos lectores que nunca se habían acercado a la obra sui generis de Morejón, ella constituye una epifanía: es como una revelación de un mundo que siempre ha estado ahí ante nuestros ojos. Es un despertar en medio de un mar de contrariedades, ambivalencias; es un renacer en medio de un mundo que conmina a la mulata y a la negra a un simple objeto vacío para saciar los apetitos sexuales de los hombres, tanto negros como mulatos y blancos.
En ese orden de ideas, los estereotipos transmitidos y asumidos en el espectro latinoamericano, desde los tiempos macabros del opresor blanco, cuando accionaba su látigo, no han permitido reconocer algunos aspectos relevantes que subyacen en la fascinante obra de Morejón: su imagen de la mujer negra como heroína épica es algo bastante novedoso y sui generis. Es algo innovador: en su obra poética sin parangón subyace el lirismo, el fonetismo, las décimas, con una fuerte influencia poética de los campesinos repentistas cubanos, muy dados al arte de la improvisación; también hay en ella una inclinación por el uso permanente de metáforas provenientes del espectro rural cubano; metáforas que beben también directamente del exteriorismo nicaragüense y del conversacionalismo hispanoamericano (Cordones Cook, 64). Por eso, para el lector nuevo que se acerca a sus creaciones, sus representaciones constituyen también una epifanía: el primer contacto con su quehacer poético permiten adentrarse en una realidad oculta, sepultada como los embriones de las cigarras que aún no conocen la realidad exterior; una verdad suplantada por estereotipos que la poetisa cubana ha tenido el valor de deconstruir, desentrañar y trasmutar en arte poético imperecedero y proyectado hacia la posteridad. Tal como lo expresa Juanamaría Cordones Cook, en la obra de Nancy Morejón «se manifiesta un culto a la forma y una ruptura de la forma» (64). Es decir, tal y como lo expresa la poeta, en su obra se hace notorio un amor hacia Cuba como nación, pero también un fuerte sentimiento amoroso hacia su cultura, que ha intentado mantenerse autónoma, gracias a una independencia moral que ha costado muchos sacrificios individuales y colectivos (64).
Morejón cree que el poeta debe ser honesto consigo mismo y con sus lectores a través de un lirismo que caracteriza muchas de sus creaciones (64). Asimismo, ella desde una perspectiva técnica, trabaja el verso libre, al igual como sucede en muchas de las creaciones poéticas de algunos coterráneos suyos en el quehacer poético hispanoamericano, sin desconocer en muchas de sus obras «las formas métricas, clásicas y populares» (64). De esa manera, Nancy Morejón rompe con los esquemas del quehacer poético caribeño: «¿Soy una poetisa social? Sí ¿Soy una poetisa lírica? Sí» (64). Más aún, ella se considera deudora de la poesía de Lezama Lima y paradójicamente del mismo Nicolás Guillén (64).
Opuestas a la obra de Morejón, diversas manifestaciones artísticas, permeadas por las habituales hibridaciones culturales tan propias de los orbes caribeños, inconscientemente han venido trasmitiendo los estereotipos de la mujer negra: se tiene como una verdad incuestionable e inexpugnable, la visión de la mujer negra ardiente, sensual, sexual, lasciva y libidinosa, experta en mover su cuerpo como una bailarina profesional, que provoca con sus movimientos a los caballeros voyeristas —atiborrados de testorena e ímpetus sexuales— que las usan como objetos sexuales, las someten y subyugan.
«Yo ya me enteré, mulata/ mulata ya sé que dise/ que yo tengo la narise/ como nudo de cobbata», declama el yo poético en «Mulata…» de Nicolás Guilén. Lo primero que se advierte en el hablante —que bien puede observarse como un hablante masculino negro— es el uso del lenguaje popular adoptado y practicado por las comunidades negras y mulatas en Cuba. Más aún, dicha voz masculina negra se dirige a un «tú», es decir, sus palabras están dirigidas especialmente hacia la mulata protagonista del poema. Hasta ahí se está diciendo una perogrullada, expuesta hasta la saciedad entorno a la obra de Guillén. No obstante, en los siguientes versos —motivados desde una cuidadosa mirada crítica y deconstructiva— se puede detallar una perspectiva bastante folclórica y peyorativa (también su cosmovisión) del negro y mulato cubano, en el que la voz poética (el negro cubano) expresa sus deseos de acceder carnalmente y utilizar el cuerpo femenino de la mulata como un medio sexual para lograr sus fines lascivos.
Dichos deseos no pasan a la praxis; se quedan muertos y soterrados en su pensamiento: es difícil acceder a ella como objeto sexual, puesto que ella es una mulata y él es un negro. Cabe destacar aquí la discriminación racial ejercida por parte de las comunidades mulatas hacia los grupos y grupúsculos negros adentro de la isla, en el contexto en que fue escrito el poema. Por lo tanto, la voz poética hace una crítica —si se quiere una burla cargada de ironía— hacia esa suerte de «blanqueamiento» al que estuvieron sujetos los mulatos en ese contexto; un «mejoramiento de la etnia o raza», que es puesto en entredicho: «Y fíjate bien tú/ no ere tan adelantá, poqque tu boca é bien grande/ y tu pasa, colorá». Acto seguido, Guillen denota a través de una serie de versos breves, una suerte de movimientos rápidos, ejercidos por la mulata, sujetos a su afán de provocar sexualmente al negro que asume el rol de voyerista. Él observa con atención los movimientos cadenciosos de la mulata, es seducido con su andar, es hipnotizado con su movimiento de caderas.
Por consiguiente, en el poema de Guillén ella es consciente de su capacidad seductora, que atrapa al hombre negro cual hormiga ahogada en un marasmo de miel. Más aún, la voz poética se encuentra en una contradicción pertinaz: está hipnotizado con los movimientos de aquella que observa, pero no puede acceder carnalmente a ella debido a la segregación racial imperante. Es un hombre despechado, que al final del poema, se conforma con su esposa negra. Las mujeres mulata y negra son animalizadas, son cosificada, son incluso estudiadas y detalladas como seres desprovisto de razón e inteligencia: solo están ahí, en esas circunstancias, como seres animados (que se mueve, que seduce), pero que carecen de intelecto.
Precisamente, ese tipo de cosificación y animalización se hace patente en «Madrigal», en el que el yo poético alude a la procreación, al acto de perpetuar la especie; a un acto carnal que conllevará a expandir el legado genético de los hombres. Entonces, es posible afirmar que la mujer negra actúa de manera pasiva en el acto sexual; ella es un simple receptáculo que permite el proceso de procreación; más que un ser «pensante», con intelecto e ideas propias, no obstante pasa a ejercer un rol activo y de deleite personal (los muslos se contraen en medio del placer), en medio del juego azaroso del contacto sexual entre hombre y mujer, sumado al hecho de considerar el cuerpo como un objeto de deseo que genera placer en el actor masculino que se sacia sexualmente con el cuerpo femenino: «Tu vientre sabe más que tu cabeza/ y tanto como tus muslos/ Esa/ es la fuerte gracia negra/ de un cuerpo desnudo».
En contraposición con lo anterior, Nancy Morejón, a través de su poema «Mujer negra», crea —aunque no lo reconozca— una concepción nueva del concepto de mujer negra y mulata. Ella escribe el poema en 1975, en plenos años de fervor revolucionario, y se va lanza en ristre en contra de esa imagen de seducción irrefrenable, de mujer cosificada, animalizada, carente de raciocinio, incapaz de adaptarse a las circunstancias desde un punto de vista darwiniano. Ella es la antitesis activa de la mujer pasiva, ultrajada, afrodisíaca, retratada en medio de la cadencia poética de la que hacía alarde Guillén. En «Mujer negra» —el texto más traducido y aclamado de la autora cubana— asistimos como lectores a un viaje mítico de una heroína, que es secuestrada por los negreros en las costas africanas; iniciando un periplo, epopéyico si se quiere, hacia parajes desconocidos para ella, y que resultan ser las costas de Cuba: «Acaso no he olvidado ni mi costa perdida, ni mi lengua ancestral/ Me dejaron aquí y aquí he vivido».
En el poema en cuestión, ella retorna a la semilla, ella vuelve a su génesis. Lo anterior no afirma que ella regrese de nuevo a su lugar de origen (África). Es decir, la heroína se encuentra a sí misma, se siente parte incluida de una sociedad trans-culturizada que la integra, que le hace adoptar un incluyente sentido de pertenecía sobre la Nación cubana. La mujer negra no está relegada: ella es la protagonista de la historia cubana, es el motor que genera el cambio adentro de la sociedad que dice representar; ella es una heroína épica, ella es una versión trans-cultural y post-colonial que también constituye una variante de la figura mítica de Odiseo, de Ulises en la Iliada de Homero. En «Mujer negra», el yo lírico cuestiona el bárbaro sistema que lo coapta y asfixia: «Me rebelé….[ ], me sublevé», declama, dando cuenta de las sublevaciones, motivadas por el ejemplo haitiano, y reprimidas con saña, violencia y encono por los explotadores europeos. Ella no es hombre, ella no es héroe: ella es mujer y es heroína épica, pero también es una figura desterrada, exiliada de África. Desarraigada. Por medio del crisol de culturas, es la madre que genera una cultura propia, única e irrepetible en el contexto fundacional de Cuba.
En síntesis —en contraposición a la obra de Guillén, aunque Morejón no lo reconozca— la poeta retrata dicha travesía, marcada por una narración transhistórica, sujeta a un relato en primera persona, una voz monumental y lírica —si se quiere testimonial— que habla por su pueblo, que está convencida de representarlo, cuando relata el violento peregrinar de sus semejantes, conducidos por los negreros hacia Cuba, arrancados de su suelo que bien puede ser detallado como un ámbito armónico. Siguiendo los puntos claves del «collar poético» (versos muy breves especialmente cohesionados unos con otros), tejidos con habilidad por Morejón, se puede estudiar en ellos el penoso tránsito de la cultura negra sometida y transportada en medio de las aguas del Océano Atlántico (cómo no evocar Amistad de Spielberg), que generan una cultura híbrida, trans-cultural, rica en valores étnicos, inundada por una fuerte presencia africana, influenciada por códigos y valores propios del «continente negro», que se integran también a la vida del opresor, y se yuxtaponen a la par de otras culturas inmigrantes. Tal fue el caso de los chinos trabajadores que llegaron desde Asia.
En conclusión, ese viaje épico, mítico, colmado de vejámenes, insultos, maltratos y contrariedades, llevarán al yo poético a ubicarse en su real situación; conllevará también a que ella aprenda conocimientos y los integre a la comunidad que dice representar. Al final de su viaje, de su trasegar, de su andar estoico a través de un mundo violento y represivo, genera una nueva cultura, rica en valores étnicos, políticos, axiológicos; al final de esa travesía épica, gesta una «tercera cultura» y es partícipe de un renacimiento, de una epifanía, de un nuevo despertar en el que la memoria, diluida y aporreada en el tiempo (también difusa), no olvida del todo los códigos culturales africanos para integrarlos en el crisol híbrido de etnias de lo que hoy conocemos como Cuba, lugar que se caracteriza por sus sincretismos religiosos: «Y porque trabajé como una bestia/ aquí volví a nacer/ A cuanta epopeya mandinga intenté recurrir».
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* Juan Manuel Zuluaga Robledo es comunicador Social y Periodista de la Universidad Pontificia Bolivariana (Medellín), Magíster en Ciencias Políticas de la misma universidad. Magister en Artes y Literatura de la Illinois State University, donde también fue profesor de español. Actualmente es candidato a doctorado en Literatura Latinoamericana en la University of Missouri. En sus tiempos de estudiante de comunicación, disfrutó contando historias de ciudad en el periódico Contexto de la Facultad de Comunicación Social. Fue practicante del periódico El Tiempo en Medellín y trabajó en el periódico Vivir en El Poblado, medios en los que se desempeñó como un forjador de crónicas y entrevistas. Es el fundador y director de www.revistacronopio.com
Felicitaciones Juan Manuel por èste excelente artìculo con el que me siento identificada por completo puesto que a travès de un cuadro comparativo a partir del trabajo poètico de Guillèn y Nancy Morejòn , se observa la necesidad de resarcir la dignidad de la mujer cubana vista por mucho tiempo como solo objeto sexual la cual ha demostrado su tremenda capacidad de trabajo e intelegencia como para ser encasillada en este estereotipo .
Juan Manuel creo que èste es uno de los principales objetivos que debe cumplir la literatura,propender siempre por elevar la dignidad de los menos favorecidos y con èste artìculo qu demostras la calidad de ser humano que eres.Fuerte abrazo!.