COCODRILOS DE MONTAÑA Y OTROS RELATOS
Por Claudia Marcela Pérez Madrid*
Cocodrilos de montaña
Los cocodrilos de Montaña existen. Miguel los vio por primera vez en la carretera antes de preguntarme desde sus ya avanzados 6 años, el por qué de su color carmín. Como no sabía la respuesta, me explicó con detalle lo bonito de sus astas, cómo su cola se parecía más a la de un dragón y su cabeza dibujaba la suavidad de un unicornio. Yo no pude verlo y Miguel desesperado se pasó toda la tarde describiéndome parte por parte las patas, las alas, los colmillos en forma de cubo, como quién le explica algo muy, muy obvio a un niño. ¿Se imagina usted doctor? Una cosa- y ya bastante grave- es que los cocodrilos vayan de montaña en montaña, cruzando cordilleras hasta aparecer tan cerca de la ciudad, pero otra muy diferente es lo de las astas gigantes, las cabezas de unicornio y el color carmín. Me reí con ganas y le dije que tomara una foto la próxima vez que lo viera. Todo iba muy bien hasta hace menos de una semana que llegó con la foto, hasta hace dos días que los vi yo también. Me sonrieron desde la ventana y trepando desde el balcón, los más grandes color púrpura, los pequeños de un color rosa muy intenso. Se pasan las mañanas tomando el sol en el balcón y vuelven del patio después de cenarse un par de cucarachas.
Aerofobia
Habían atravesado la capa de nubes y un sol radiante bañaba todo el interior del avión. Abrió los ojos. El alerón izquierdo había desaparecido con la tormenta y la capota había sido arrancada dejando cables multicolor por doquier. Agradeció la luz que lo cegaba, impidiéndole ver al hombre muerto en la silla de adelante y a su derecha. Lo alcanzó el olor a sangre, pero sus ojos se cerraron poderosamente al sentir cómo el avión caía, precipitado, hacia el océano. Una fuerte cachetada lo despertó del ensueño, demasiado tarde para detener el infarto, a tiempo para sonreírle a la azafata de turno por última vez. Al fondo, la voz del piloto anunciaba un despegue limpio y sin problemas.
Buenos días
El día que despertó en la casa de la esquina del puente que da a la plaza no supo qué hacer. Decidió salir corriendo porque no podía ser suya y desde el parque que tampoco conocía, corrió hasta una calle y un supermercado dónde una mujer -su mujer- le gritaba con insistencia un nombre que escuchaba por primera vez. No era suya la piyama de seda y ni siquiera propios los pies -sus pies- destacándose por debajo del pantalón azulado y más bien gastado que llevaba. Corre más, quebrada abajo, patio, cerca, casa vieja con jardín de margaritas, puente de guadua que cruza la montaña. Se detiene. Oye un ruido, ¿qué ruido?: una ambulancia. Su mente se dispara en un segundo: Puente de guadua de Colocó, jardín de margaritas de doña Matilde, cerca que da al edificio municipal, patio de Don José, quebrada Santa María. Marta. Es demasiado tarde. Don Rodrigo Vélez es asegurado media hora después de su huída en el hospital mental de San Patricio. La enfermera se pasea por el caserón, mientras una voz repite con insistencia y dolor desde su habitación acolchada: casa de la esquina del puente que da a la plaza. Marta.
Escondite
Siempre es bueno eso. Verte. Me hace bien tu forma de mirarme sin quererlo y cómo te escondes entre la gente. Caminás cada vez más rápido, yo también acelero el paso y te persigo como si esto no fuera nada más que un juego que tengo el placer de jugar así ya no tenga 6 años. Te veo correr de a poquito hasta cansarte, pero mis pies que son más largos, dan zancadas cada vez más amplias y ya estás a menos de diez pasos de mi, ya a cinco, ya a dos. Te tengo tan cerca que podría tocarte, pero volteo a la derecha por una callejuela dónde sé, no vas a pasar, un camino que no es el tuyo y ya no puedo ver lo confundida que estás, cómo piensas que fue tan sólo una estúpida coincidencia encontrarme, cómo te convences de que no te persigo. Te equivocas. Hoy es jueves, y a diferencia de los martes y miércoles no cruzas en ésta calle sino en la siguiente, y yo tengo el tiempo suficiente para correr, instalarme en la esquina de la panadería que da al Éxito, esperar para verte pasar ya muy despacio y entretenida entre la gente, pensando en si deberías comer o no. Pero no apareces. No lo entiendo porque no estás en la estación y tampoco llegas desde la esquina por la calle en la que te abandoné. Tampoco estás cuando devuelvo mis pasos por el camino que transitas SIEMPRE. Te veo por fin. Hay mucho miedo en tus ojos y tu pánico no alcanza a disimular que ya corres hacia el policía que cuida la estación. Es el fin. Corro yo también, te alcanzo y te abrazo, he ganado la partida y es cómo si tu también tuvieras 6 años otra vez. ¡Estoy tan feliz! hace mucho no te tengo tan cerca, pero en mi juego nunca es tu turno. Porque ya siento cómo huyes de mis brazos, cómo una rabia inmensa te desborda mientras yo me abrazo a tu cintura a sabiendas de que es la última vez, de que ya no soy más… que un perro.
Puntos Suspensivos
Alguien me dijo un día que los puntos suspensivos se mandan solos y tenía razón. Encarnan en sí mismos el concepto de Posibilidad -De ahí el tormento de su repetitiva insistencia-. Posibilidad. Bonita palabra. La que persigue el futuro, le pone nombres, grita alternativas. Ante la afirmación una, ante la negativa otra, ante lo imposible: una quinta, tercera, sexta. Tal vez por eso nunca vivo en el presente, prefiero saltar del pasado al futuro llenándolo todo de puntos suspensivos. Malditos puntos suspensivos. Con lo que hiere el tal vez.
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*Claudia Marcela Pérez Madrid, Ingeniera Mecánica de la Universidad Nacional. Participó en el Taller de Escritura Creativa de la Biblioteca Pública Piloto de Medellín en el año 2013. Recibió una mención de honor en el concurso Binarius de EAFIT en la categoría de relato corto (también del mismo año).
Me quedé encantada con la revista Cronopio.
Veo que es un medio que cmbina las mejores virtudes del periodismo con escritos culturales. Mis congratulaciones al trabajo de Claudia Pérez Madrid.
Todos son muy buenos.
Me ¡Quedé encantada!
Olga Clemente. SP. Brasil.