EL LENGUAJE Y EL ESPACIO PERSONAL
Por Esperanza Roncero*
El idioma es depositario de una memoria sobre la cual se estructura parte de nuestro pensamiento y gran parte de la forma en la que interactuamos con el universo. Usar la gramática como una forma de acercamiento e investigación a lo que esa memoria nos dice, nos permite hacernos conscientes de una parte muda del lenguaje que continuamente opera dentro de nosotros cuando hablamos. El lenguaje nos dice más que lo que dice la suma de las palabras que usamos. La forma en la que se estructuran y se relacionan las palabras entre sí constituyen una mina de significado, significado que nunca falla en afectar a las personas que las usan, que sin embargo parece que en muchos casos tan solo nos afecta a nivel inconsciente. El estudio del idioma, de sus partes, su estructura, nos permite traer a la luz, a la consciencia, lo que el idioma nos dice, aun sin que nosotros nos demos cuenta clara de ello. Cuando hablamos, tejemos el lenguaje en infinitas formas, pero las estructuras que dan cuerpo a esas formas se repiten. No tenemos, por ejemplo, varios tipos de conjugación del presente simple de indicativo, y sin embargo podemos expresar múltiples aspectos del presente dependiendo del orden de las palabras, de las palabras que se usen, del contexto, etc.
Aun más interesante es que al tejer el idioma, nos tejemos nosotros mismos también. Tejemos nuestra identidad, nuestra historia personal y la de las personas que nos rodean. Tejemos la forma en la que vemos el mundo y queremos que los demás nos vean. Tejemos la forma en la que sentimos y expresamos, la forma en la que aprendemos y crecemos. El lenguaje no puede cambiar el orden de los órganos de nuestro cuerpo, pero sí puede cambiar la realidad. Para mal y para bien. De hecho, tanto hablar como no hablar altera la realidad. El lenguaje está tan presente en nuestras vidas que cuando no hablamos, cuando no expresamos nuestro punto de vista, cuando no defendemos con las palabras, nos convertimos en cómplices de aquello que no se dice y por lo tanto contribuimos a la creación de una sociedad que promulga el silencio, la falta de solidaridad, la injusticia, la falsedad. Dada la íntima conexión que existe entre el lenguaje y la consciencia, el lenguaje es capaz de crear y destruir la realidad, de sacar a la luz o de ocultar, de negar y de afirmar, de decir la verdad o de mentir. El lenguaje incide de una forma tan directa, y a veces tan feroz, que según lo usemos, el lenguaje tiene la capacidad de dar la vida y la capacidad de matar… de hacer que el pequeño latido del pecho deje de sonar.
Cada idioma crea su propia realidad, crea formas únicas en las que sentir, de acuerdo al color del cristal con que cada idioma vea para expresarse. Y sin embargo, existe una serie de asuntos humanos que aparecen en todos los idiomas: la dignidad, la libertad, el derecho a existir, el dolor, la alegría, el hambre, la sed, los límites, la muerte…
La Declaración Universal de los Derechos Humanos es posible, precisamente, porque a que a través de todos los idiomas, de todas las culturas, hay algo que a todos nos hace seres humanos o que por el contrario nos deshumaniza.
El idioma español tiene una estructura sutil, de las muchas que lo constituyen, que se empeña en existir a pesar de que muchas veces lo usamos para tratar a otros seres humanos como si fueran ciudadanos de segunda clase, incapaces de sentimientos, pensamientos, deseos y por lo tanto sin ningún derecho humano. Muchas veces usamos el idioma español como si tuviéramos la capacidad, y el derecho, de condenar a otros seres humanos a una muerte lenta, devastadora y dolorosa, bien activamente o como cómplices. Esa estructura sutil que se empeña en existir es el subjuntivo. El subjuntivo, en todas sus formas y usos, nos habla de los límites que el ser humano tiene a la hora de lidiar con la realidad y con los otros seres humanos. El subjuntivo, al contrario que el indicativo, nos habla de los límites que los seres humanos tienen a la hora de saber el resultado de nuestras acciones, de saber, de conocer y de obligar a otros seres humanos a hacer cosas en contra de su voluntad. Muy al contrario de lo que muchos gramáticos contienden, el subjuntivo no es el modo de la irrealidad. El subjuntivo, en todos los casos, habla de la realidad pero con la humildad que no se concede a sí mismo el indicativo, con la humildad de saber que el ser humano no es todo poderoso y que por lo tanto, frente a otro ser humano, frente a lo desconocido, frente a la naturaleza con todo lo que en ella existe, tiene que conducirse con la humildad. El subjuntivo nos recuerda que en el ejercicio de la humildad existe una sabiduría que todos necesitamos para vivir en este mundo, con otros seres humanos y para construir una realidad sostenible y justa.
Gracias al subjuntivo, el idioma español ha mantenido, como parte de su memoria lingüística y como parte de su mensaje a generaciones venideras, las marcadas diferencias que entendemos que existen entre seres humanos y animales, seres animados, plantas, cosas y acciones, así como la manera en la que estos elementos se relacionan en la lengua, con la mente que los usa y con la realidad a la que se refieren. Quizás no es absurdo el pensar que el lenguaje, gracias a la memoria contenida dentro de las estructuras que todos usamos todos los días, tiene como misión la de recordar a los seres humanos a los que se presta, que el lenguaje es consciente de aquellos que se dedican a la violación, a la tortura, a la muerte. Es como si el idioma español tuviera la capacidad de sacudirnos del letargo del olvido en que con tanta facilidad nos sumimos cuando se trata de tener una actitud humilde frente a otros, frente a lo diferente, frente a los que carecen de poder, estatus, medios. El subjuntivo se presenta dentro de lo que decimos a diario como el juez de nuestras palabras cuando usamos éstas para controlar, manipular, aprovecharnos del más débil, para borrar de la página al indefenso, al niño, a la mujer. El subjuntivo es el delegado de la justicia y la voz de lo que oprimimos o dañamos. Debería ser difícil vivir con este juez cuando lo contrariamos y sin embargo… El subjuntivo tiene una historia que contarnos que va desde el comienzo de la existencia hasta nuestros días. El hilo conductor que nos lleva desde ese origen hasta ahora sigue los pasos del Génesis. Los principios de los que nos habla el español no se encuentran en los sustantivos sino en estructuras tales como el subjuntivo, en las historias que su biografía nos explican. Pero esta historia la contaremos en otra ocasión.
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* Esperanza Roncero recibió su doctorado en la Universidad de Emory en Atlanta, GA. Y trabaja en Hartwick College en el estado de Nueva York como Full Professor de Español. Su especialidad es la lingüística cognitiva y literatura latinoamericana, y su trabajo se basa en una enfoque interdisplicinario donde la lingüística cognitiva establece un diálogo con la física cuántica, la ciencia neurológica, filosofía, la pedagogía del español y la defensa de los derechos humanos. Algunas de sus publicaciones incluyen el estudio de la ausencia de la «a» personal en la novela Lumpérica de Diamela Eltit y lo que esta ausencia nos revela sobre la forma en la que la violencia institucional y las dictaduras rompen la fábrica social de un país, el estudio de los tiempos pretérito e imperfecto y su relación a la memoria, y el subjuntivo y su relación al espacio personal y el respeto de los derechos humanos.