SANGRE EN EL JUEGO DEL ALFILER
«Habrá sangre» (D.J.A)
En esencia «El Juego del Alfiler», de Darío Jaramillo Agudelo y publicada en 2002, es una novela corta, bien ordenada, en cuatro planos que parodia los manuales de literatura [1], en cuanto a personaje, trama, nudo y desenlace. La ficción tiene ciertos toques detectivescos y un final de novela negra inesperado por el lector. Hay un narrador en primera persona y una pregunta que surge en el desenlace de manera reiterativa ¿Para qué sirven los alfileres? El narrador cuenta historias y sopla globos, unas burbujas erigidas con palabras. Además dice: «Soy un narrador en primera persona» (2002:77). Pero también, hay un narrador omnisciente, que «no imagina la lógica interna de una realidad fabricada solamente con palabras, con palabras escritas, una realidad de tinta y papel. Conoce la apariencia, la externalidad, pero no alcanza a intuir un mínimo del significado de este universo, ni las diferencias con el suyo» (2002:78).
Se construye un mundo que no es el mundo real, puesto que hay en la novela una dialéctica de la realidad /lenguaje. La escribe Darío Jaramillo. «La escribo yo, el Darío —autor, el dueño de la pluma, a tinta y la libreta, según el inventario de Darío personaje» (2002:143). La novela es un juego, juego de ficción–realidad, juegos del lenguaje, «tal es la lógica, su simbología, su dialéctica realidad lenguaje» (2002:79). La novela juguetea con cuatro planos, como quien arma un manual de instrucciones, para ser seguidos al pie de la letra, pero con un final de golpe, porrazo y sangre. El primer y segundo plano de la novela juega con crear y describir personajes, juegan a develar la historia, el narrador y el autor. Los personajes son seres de ficción que intervienen en una historia inventada, que nacieron de la relación con los amigos o amigas del autor. Son «seres de tinta que existen porque yo cuento que existen. Ellos ignoran que son personajes de una historia, no saben que por sus venas circula tinta en lugar de sangre. Los personajes sin voz propia como la que yo poseo —primera persona, personaje, punto de vista, bisagra— conservan la ilusión o la certeza de ser personajes reales, actúan como tales, o eso tratan, reaccionan como tales, como tales tienen la capacidad y la inclinación para engañar» (2002:80). Parodiando el epígrafe de la novela «ya no son nada sino vocablo y figura» (2002:8). Darío el autor inventa un personaje, ¿su doble?, que también se llama Darío Jaramillo, él sabe que es parte de la historia, es un personaje hecho de palabras cuya suerte depende del autor, es decir de la pluma Mont Blanc. El autor crea burbujas con palabras, tiene un alfiler para destruir las burbujas, hacerlas explotar en el momento que lo desee. La novela en este plano funciona con la relación construir–destruir–inventar personajes.
El autor es todo poderoso, un creador. Darío, Ana, Juan, Mariapé, Ángela, Nicolás, son partes de la historia para mostrar que el juego del alfiler no es caprichoso para el señor de la pluma. Una realidad inventada con palabras, se crea un mundo, un universo «una historia inventada como una burbuja» (2002:19).
Darío es el amo y señor de la novela, él indica: «Aquí estoy yo, hoy con una pluma Mont Blanc en la mano, mañana ante un procesador de palabras y amo y señor del cuento. Inflando la burbuja, y también propietario del alfiler para hacer plop a las historias y desaparecerlas, estoy yo advirtiéndome que tendré muchos problemas para condescender a que un Darío de ficción, inventado por mí, sea personaje de esta novela» (2002:19-20).
En los otros dos planos, la ficción «El Juego del Alfiler» sostiene la siguiente idea, advirtamos: «El juego del alfiler tiene reglas inextricables. Los personajes desean que su voluntad sustituya el destino. Y también están los hechos. Las verdades son hechos y las mentiras también lo son. El destino escoge cuáles hechos, mentiras o verdades, se convertirán en la cadena de causas que conduzcan al final verdadero» (2002:145). Mentiras y verdades darán el final de la historia.
Darío–personaje, es abogado, viaja periódicamente, detesta viajar, detesta el mar y la playa. Su deseo está en el sedentarismo, es «doméstico». Un día, mejor una tarde al ingresar a un restaurante «Boca de Ratón», Darío–personaje se encuentra con un antiguo compañero de bachillerato, es el propietario del restaurante y que se hace pasar por ciudadano italiano. Es Félix Leal, mejor Felisberto González, este ha cambiado de identidad, dice ser otro. Desde ese momento, el del encuentro, Darío, Ana y Juan, se dedican a desenmascarar su identidad, su vida, su pasado y sus negocios. Se empieza a contar así la historia de Felisberto González, un sujeto pobre, con resentimiento y con ganas de imitar a sus compañeros ricos. Tuvo una firma constructora en la ciudad de Medellín, lavó dólares y huyó con ocho millones de dólares, lo buscan las autoridades y sus acreedores. En su búsqueda aparece otro personaje Clodoveo Mackenna Pombo, compañero de Darío en la universidad, quien también ha logrado ubicar a González y con la idea de pedirlo en extradición, o recuperar el dinero robado a sus acreedores. Hay pues, unos pagarés de unos narcotraficantes (Durango, Taxímetro y Clemencia). Dos han muerto, mejor los ha matado su compinche, Taxímetro, el narcotraficante. Está recluido en una clínica mental desde donde hace sus fechorías, la puja por el dinero desencadena un final trágico. Taxímetro se ve por fuera del arreglo y manda, desde su reclusión en la clínica, a matar a todos, en ese instante de muerte el autor explota su burbuja y explota lo que leeremos a continuación:
«Para Taxímetro era fácil y barato contratar el trabajo que seguía. González fue el primero. Cayó abaleado a la entrada del restaurante. A Clodoveo lo mataron desde una motocicleta cuando iba manejando su carro. Darío fue más difícil porque no tenía horarios fijos ni compromisos en las noches. Una madrugada, engañaron al portero de su edificio y forzaron la entrada de su apartamento mientras él dormía. Fueron hasta su alcoba. Lo acribillaron en su cama sin que despertara a ponerse la prótesis para llegar con dos pies a la otra vida. Plop» (2002:151).
El desenlace de la historia es inesperado y fatal, nadie como lector esperaba ese final, así la monstruosa realidad de unos hechos se nos muestra también, como es en nuestro hermoso país. ¿Para qué sirven los sicarios, qué digo, los alfileres? Para hacer brotar sangre…
NOTA
[1] Ver manual de crítica literaria de Gustavo Alvarez G. Editorial Planeta, donde se trabajan estos elementos (personaje, trama, nudo y desenlace) faltaría el narrador para completar los planos.
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* Antonio Arenas Berrío es escritor y ensayista colombiano. Correo-e: antonioarebe1@hotmail.com