LAS RAICES NIETZSCHEANAS DE JUAN BENET (1927–1993)
Por Jorge Machín Lucas*
Lugar común para la crítica del novelista, cuentista, ensayista, dramaturgo y efímero poeta Juan Benet es la afirmación de su carácter eminentemente intertextual, irracionalista y postmoderno, tres categorías que se complementan entre sí. En el punto de convergencia de esos tres vectores y de su superación, reacción y subversión frente a los métodos deudores del positivismo que desembocaron en el realismo social de posguerra se encuentra la figura del filósofo Friedrich Nietzsche (1844–1900), muy mencionada pero escasamente investigada en profundidad. Es muy curioso que se haya dado menor importancia a este palimpsesto con respecto a otros, sobre todo teniendo en cuenta que el mismo autor español reconoció en alguna entrevista que lo leyó durante su juventud y que dicha lectura antecedió a la tan cacareada de William Faulkner. Es de todo punto necesario insistir en que el pensamiento parodiado de Nietzsche es de mucho mayor calado en su obra que los del antropólogo Sir James George Frazer, del escritor e ingeniero brasileño Euclides da Cunha, de los narradores Joseph Conrad, Herman Melville o Henry James, de La Biblia o de los historiadores Jenofonte, Plutarco, Tácito, Amiano Marcelino, George Sphrantzes y Carl von Clausewitz, entre otros.
La cuestión es que, avant la lettre, Nietzsche es el gran autor de la postmodernidad como han detectado grandes filósofos de este movimiento como son Michel Foucault, Gilles Deleuze o Gianni Vattimo, por mencionar unos pocos, sobre todo en cuanto a su cuestionamiento y deseo ferviente de revisión o de destrucción de los valores cristianocéntricos amparados bajo los sacrosantos nombres de la razón, de la fe y de la moral, aceptados tan a ciegas como los de la sociedad capitalista. Su presencia intertextual en la obra de Benet no es puramente anecdótica sino que es vertebral. Se trata de toda una parodia o reversión de su sentido desde la filosofía hasta la ficción, dominada esta por el tono entre poético, especulativo e impostadamente científico que caracteriza al narrador de Región. Esta influencia fue filtrada en buena parte a través de su amistad con el gran novelista de la generación del 98, don Pío Baroja, cuya amistad y tertulia frecuentó desde mediados de los años 40. Baroja ya había dado debida muestra de su conocimiento del pensamiento del filósofo teutón en su novela de 1910 César o nada en las tensiones internas de su protagonista César Moncada.
Dichas influencias del alemán en la obra de Juan Benet se pueden resumir de manera bastante somera en los siguientes puntos, si dejamos antes claro que no todas ellas vienen impulsadas siempre, necesaria y exclusivamente por la genialidad de este intelectual decimonónico, sino por el espíritu de una época que a ambos les influye: la de la ilusión de la modernidad que procede de la revolución industrial decimonónica y que posteriormente se convertirá en una postmodernidad que cuestiona los errores y abusos de la primera y de toda la historia de las ideas.
1.- La necesidad de una expansión epistemológica que se oponga al «falogocentrismo» derridiano o discurso masculino imperante. Este procede de los discursos cientifistas y realistas posteriores a la revolución industrial y al cristianismo, si entendemos a este último como una moral dañina que se basa en el sufrimiento de los débiles frente al vigor del superhombre nietzscheano, el cual, entre lo animal y lo divino, ha de superar los rigores de la historia con fortaleza, vitalismo y genio. Se cuestiona así a la ciencia como vía única hacia el conocimiento, ya que hay más realidad más allá de la percepción de nuestros limitados sentidos. El paso intertextual de La genealogía de la moral (1887), de El crepúsculo de los ídolos (1889) y de El anticristo (1895) es más que obvio en la narrativa benetiana.
2.- La defensa de lo irracional como nueva vía gnoseológica o de conocimiento y de una expansión de los límites del racionalismo para un más amplio análisis de las causas y efectos de lo vivido y de lo pensado. En este punto se incardinan las denominadas «zonas de sombras» que explora Benet frente a la razón, al tiempo y a la memoria como convencionalismos pactados socialmente. Recordemos que curiosamente este novelista fue un científico en su vida laboral —ingeniero de obras públicas—, con lo que asombra su acerba crítica a la razón científica en su obra. Recordemos también la extraña, casi fantasmagórica y oximorónica fiesta en La Gándara que se celebra y no se celebra en su novela Un viaje de invierno (1972), así como el carácter mítico y mitológico de sus dos protagonistas, Demetria y Coré. Toda esta obra, y muchas más del ciclo de Región, parece imponer una nueva razón paralela o ulterior a la impuesta socialmente. Recordemos finalmente también la presencia de esas fuerzas inmemoriales que residen en el bosque de Mantua y que controlan los destinos de los personajes benetianos.
3.- Otro tema que les une son las nociones de nihilismo y de la muerte de Dios y de la razón aceptada inmemorialmente desde que nacemos. El ciclo novelístico del cronotopo de Región, que alude a una ficticia comarca española que pudiera localizarse entre la de El Bierzo leonés, el Canudos de da Cunha y el Yoknapatawpha country de Faulkner, entre otros referentes subtextuales, es una expresión de la negación de los valores racionales y del apogeo del fatalismo, de lo decadente y de la ruina con ciertos místicos deseos, más que esperanzas, de salvación humana mediante una vuelta al origen que recomience la historia en otra ideal y de redención.
4.- La presencia de lo trágico como fenómeno estético paralelo a la vida. Es decir, toda una afirmación de autorreferencialidad frente a los dictados omnímodos del realismo, del naturalismo y del costumbrismo, entendidos estos como arrogantes, parciales y sesgados modos de análisis de la realidad que pretenden erigirse en métodos científicos en literatura sin tener la sistematicidad ni la precisión de la lógica formal. En la obra de Benet tanto como en la de Nietzsche no hay proyecto o imperativo ético o moral. Todo queda echado a la suerte de una fatídica partida de cartas, de un legendario y más que centenario guardián del bosque de Mantua llamado Numa que impide la salida por segunda vez de los habitantes de la zona o de una barquera–Caronte en Volverás a Región (1967), de un reloj que se activa espontáneamente para marcar el arrasamiento telúrico de la región en Una meditación (1970) o de una abuela sibila o pitonisa en Saúl ante Samuel (1980).
5.- La dialéctica entre personajes apolíneos y dionisíacos, espirituales y sensuales, de pasión y de acción regeneradora, procedente de El nacimiento de la tragedia (1872) de Nietzsche. En Benet la tensión entre ambas actitudes acaba claudicando frente a la fatalidad, como sucede con la apasionada, aunque derrotada Marré Gamallo, y con el amargado y vitalmente semiparalizado doctor Daniel Sebastián en esa incivil guerra civil española del 1936 al 39 en Volverás a Región y en todo el ciclo de Región.
6.- El nietzscheano eterno retorno y el tiempo cíclico del que se sacan nuevas esencias para una renovación en el futuro queda desvirtuado en el agónico atrezo regionato que, sin fluidez temporal, queda suspendido en un éter de condenación eterna para los personajes procedentes de las misteriosas entrañas y energías que circulan inmemorialmente por esa comarca, como se ve en todas las obras del mencionado ciclo. El referente o hipotexto, si seguimos a Gérard Genette, es por supuesto Así habló Zaratustra (1883–85).
7.- Hay también una reversión paródica de la figura del superhombre en toda la obra regionata de Benet. De nuevo la fuente es Así habló Zaratustra. Ello se puede detectar con claridad en la novelística y cuentística del madrileño, sobre todo en su construcción de ese mediocre personaje frustrado y con suerte llamado General Gamallo, líder de las tropas nacionales en Volverás a Región, o del republicano Eugenio Mazón, que desde el azar lleva a sus tropas al fracaso en su obsesivo avance hacia Macerta en las tres memorables partes de Herrumbrosas Lanzas de 1983, 1985 y 1986.
8.- El sujeto como apariencia, descentrado, atomizado en su inmanencia, definido más por relación de poder con otros sujetos que por situación ontológica. Como botón de muestra sirva esa Marré Gamallo de Volverás a Región que, ya sin fuerzas ni motivación alguna, lucha en balde por consumar su pasión individual frente a los dictados de un destino y de una fatalidad inapelables, ambos controlados por la razón social custodiada por el Numa. O también sirva lo que acontece entre la lúbrica Leo Titelácer y el mujeriego Carlos Bonaval, que en Una meditación verán frenada la consumación de su pasión amorosa en las montañas regionatas con el comienzo de la destrucción de la zona.
9.- La voluntad de poder, expresada en las luchas por el mando de Región, y la de estilo, expresada en la escritura que importa más que lo argumental. Ambas voluntades unifican las obras de ese poeta frustrado que fue Nietzsche y del que también fue Benet, más afecto a un lenguaje especulativo y casi filosófico y técnico, teñidos todos ellos de extrañísima poesía. Para entender este tema, léase La inspiración y el estilo, el ensayo fundacional de Benet de 1966, o Sobre la incertidumbre, de 1982, entre tantos otros.
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* Jorge Machín Lucas es profesor asociado y coordinador de estudios hispánicos de la University of Winnipeg, se licenció en filología hispánica en la Universitat de Barcelona, en donde cursó también estudios graduados y escribió un trabajo sobre la obra novelística de Juan Benet. Se doctoró en la Ohio State University en literatura española sobre la obra poética de José Ángel Valente. Trabaja temas de postmodernidad, de intertextualidad, de irracionalismo y de comparativismo en la novela, poesía y ensayo contemporáneo español. Fue profesor también cuatro años en la University of South Dakota. Es autor de un libro sobre José Ángel Valente y de otro sobre Juan Benet, aparte de numerosos artículos sobre estos dos autores y sobre Antonio Gamoneda, además de un par sobre Juan Goytisolo y Miguel de Unamuno, entre otros.