Literatura Cronopio

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de la ciudad leida a la ciudad vivida

DE LA CIUDAD LEIDA A LA CIUDAD VIVIDA EN «LA RUEDA DE CHICAGO» DE ARMANDO ROMERO

Por José Cardona-López*

I

En la trilogía de Armando Romero, compuesta por las novelas Un días entre las cruces (1994), La piel por la piel (1997) y La rueda de Chicago (2004), Elipsio, el protagonista, va de Cali (Colombia) a Mérida (Venezuela) y a Chicago. En esta última ciudad sus recuerdos más intensos lo trasladarán de nuevo a su Barrio Obrero de Cali, a la Cali de los años en que él andaba con los «camisarroja», un grupo de poetas irreverentes. Pero sobre todo a esa Cali que compartió con Lamia, su amor eterno y a quien ahora busca.

En 2005 La rueda de Chicago mereció el «Latino Book Award» como la mejor novela de aventuras. En efecto, en esta novela la búsqueda de Lamia que hace Elipsio llega a ser una apasionante aventura en la que él conoce y padece los piñones de esa enorme rueda de Chicago que es Chicago, cuyos movimientos son agenciados desde las torres de concreto y vidrio donde el poder del dinero asienta sus motores principales.

Algunos han señalado la presencia contundente de aquella ciudad en esta novela. Para Rafael Courtoisie en ella Armando Romero elabora una especie de avanzada sobre Chicago para apropiársela a partir de los avatares del inmigrante. Ve a Romero como «una suerte de visionario, un conquistador ‘al revés’: se adueña de Chicago, la hace suya desde abajo, desde el nivel de la acera, hace pasear por sus calles un conjunto de personajes diseñados desde y en una marginalidad que permite los grados de libertad necesarios para que la ciudad ancha y ajena se vuelva espacio de destierro, drama y humor, espacio latinoamericano reconquistado» (par. 18). Por su parte, Guillermo Tedio se detiene en la unicidad de esta obra al decir que «dudo que exista, aún en el propio idioma inglés, una obra literaria (quizás con la excepción de los trabajos de Carl Sanburg, el poeta de Chicago, y The Jungle, de Upton Sinclair) que haya descrito con esa minuciosidad tierna y topográfica de Romero, la ciudad de Chicago, desde los ghettos de negros, latinos e inmigrantes europeos y asiáticos, hasta los suntuarios barrios y residencias de la burguesía» (par. 10).

Como toda buena novela que se hace inolvidable, es también una aventura en el oficio de la palabra. En este sentido, Germán Patiño dice que La rueda de Chicago «alcanza la dimensión de gran literatura porque tiene técnica narrativa impecable, desarrolla consecuentemente una trama compleja, crea una realidad imaginaria que da cuenta más verídica de lo real y revela con profundidad elementos esenciales de la condición humana» (par. 11). Jota Mario Arbeláez, compañero eterno de Armando desde las empresas del nadaísmo, dice: «Como en las grandes obras empastadas, protagonista es la palabra, y estelar también el estilo. Uno se monta en esos párrafos y de farra se va por el sans façon. La expectativa episódica se refrena por el goce estético de la cantata. Uno se ahoga acompañando al personaje en su búsqueda esquizofrénica y siente que mataría al autor si encontrara un final feliz» (par. 4).

Lo que se dice y narra no puede estar desamparado de humor, ingrediente fundamental para que tanto los personajes como el mismo lector puedan seguir de pie en el vértigo de asombro y azoro que a cada vuelta de página aparece. Al respecto, Manuel Cortés Castañeda dice que en esta novela el humor «forcejea con diferentes matices y veleidades durante todo el proceso narrativo y sus infinitas constelaciones, convirtiendo a los hechos y acontecimientos en una especie de cura espiritual, en un viaje sin precedentes al mundo de lo lúdico y la delicia» (55-56).
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En aquella ciudad de los primeros años de los setentas del siglo pasado, Elipsio da sus pasos acompañado siempre de la Chicago que ha leído en novelas y poemas, dejando que su búsqueda de Lamia lo haga andar entre calles de pobreza y grupos de inmigrantes, poetas, escritores, músicos y otros seres propios de la variopinta vida de aquella metrópolis. Llevando siempre una carta que Lamia le envió y que se ha prometido leerla sólo cuando la encuentre a ella, leerla con ella. Elipsio busca a Lamia incesantemente, bien al sol y los bostezos mañaneros, como también entre las noches de blues y discusiones que en el bar Ratzos mantiene con su grupo de amigos. Con todo lo que se muestra y cuenta, el narrador levanta un gigantesco e impresionante retrato hablado y pensado de barrios, lugares, calles, esquinas y condición humana.

Tal vez Elipsio indica elipsis, ya lo han dicho otros. Y tal vez pueda decirse que mientras las vidas en Chicago ruedan en redondo, la de Elipsio lo hace en elipses y anclado en los dos ejes de esta figura geométrica. Y un eje de la vida de Elipsio está en ese presente que vive en Chicago, mientras el otro se ha anclado en el pasado, en la Cali que dejó. En fin, esto de girar a dos ejes por el mundo quizá sea otra manera de repetir lo que dicen los tan citados y recitados versos de Kavafi sobre la ciudad que uno siempre lleva consigo donde quiera que vaya.

II

La novela está divida en cinco capítulos, el primero muy breve y numerado «cero», igual que el último, aunque éste de gran extensión, como lo son los otros tres restantes. Cada capítulo se abre con la presencia de un lectura, de un autor, forma de poner en evidencia una de las principales reglas de conducción de Elipsio en Chicago, pero también del lector en La rueda de Chicago. En el principio de los dos capítulos «cero» a Borges y a Upton Sinclair les corresponde comparecer. En los otros tres lo harán Ezra Pound, Carl Sandburg y Saul Bellow, y tras de los dos primeros y éstos, en las páginas que siguen muchos otros autores más estarán presentes, como también músicos y compositores de jazz y blues. Libro y música son los ingredientes principales que abundan en las páginas de la enorme rueda o ronda de lectura que es esta novela. Pero, y es ésta una virtud de finura que hay que señalar del autor, el libro y la música aparecen de forma natural, se diría que exudada naturalmente por la misma novela. Y ser fiel a esta situación es la finura del oficio con que Romero se conduce, sin permitir que la abundancia de libro y música sofoquen la narración. Y en razón de la irreverencia que sus páginas administran, el lector más bien puede saber que por algún lado va a llegar el sombrerazo contra tanta erudición literaria y musical. Y el sombrerazo lo puede dar el mismo narrador, pero sobre todo el inolvidable Livio Contreras, amigo y compañero de Elipsio que sabe poner todo contra la pared para rascarle las costillas y bajarle los calzones.
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La novela comienza con Elipsio y Livio subidos en una cerca de los corrales abandonados del enorme matadero de Chicago, donde a comienzos del siglo XX se sacrificaban todas la reses que provenían del Oeste «para la fiesta de carnívoros hambrientos en los salones de la bolsa de valores» (10). Livio dice y repite, en español como en inglés y francés: «La vaquita dijo mú, y ahí mismo le cortaron la cabeza» (9). Y a continuación vendrá ya la alusión a Borges cuando dice «La fundación mítica de esta ciudad se hizo sobre la mierda de los puercos y las vacas… Ahí ves los fantasmas de ellas cagando muertas de miedo frente a ese punzón final. ¿No creés que a Borges se le puede oler la bosta entrelíneas? Hay un poco de caca por esos lados» (10).

En Chicago, Livio vendrá a ser una especie de cirineo para Elipsio, ayudándole a éste a cargar esa ciudad sobre los hombros de su soledad y las angustias que le acarrean la búsqueda de Lamia. Y la ayuda de Livio va apoyada en la buena camaradería y la justa y oportuna referencia literaria, esta última siempre sometida a la implacable aduana de la ironía y el sarcasmo suyos.

Elipisio, una rueda en medio de una rueda, como además se llama el capítulo I, en su primera mañana de Chicago va al centro de la mano de Ezra Pound. Camina por la calle North Wells, en medio de esa arquitectura que si para el peatón o el turista puede ser motivo de asombro por la elegancia de los edificios, para el narrador y el endoso de Pound no es más que el escondite de «la mano abierta con el ojo del dios del dinero en su centro, presta a cerrarse para atraparnos… mientras nos vigila para que nunca podamos escapar» (17). Caminamos con Elipsio, cruzamos calles y avenidas, y en la lectura empieza a colarse el ruido metálico y humano de las bielas y engranajes que hacen la ciudad, que la mueven. Y es que, se debe decir de una vez, el caminar entre las más de cuatrocientas páginas de La rueda de Chicago es también seguir viendo a la vaca que dijo mú y le cortaron la cabeza, y después entrar a una enorme fábrica de calderas a todo vapor, tolvas atragantadas, poleas y cadenas ondulantes.

Ese primer deambular de Elipsio por Chicago también traerá las pautas musicales del blues, música sin la que él no podrá vivir y soportar la ciudad. Compositores y cantantes, cuestionados unos, alabados otros, suenan en Elipsio, mientras éste no tiene otra que engullir hamburguesas, papas fritas y chorizos brillantes de grasa. Pero también es ocasión para que Elipsio sepa por boca de Livio, que los dos «somos seres invisibles en este país» (87). Tal condición de invisibilidad deberá ser luego utilizada por Elipsio para no permitir que nadie se meta con él en las calles de los barrios y ghettos que lo esperan en su búsqueda de Lamia.
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El espacio para la conversación, el taller para poner el mundo en su sitio entre especulaciones políticas, literarias, musicales y filosóficas, es Ratzos, un bar al que casi todas las noches Elipsio va a encontrarse con su completa nómina de Chicago, casi siempre presidida con la convocación de la vida y los versos de William Blake. En ese bar todo es posible con la palabra hablada. En él, gracias a la lucidez que otorga la noche, Livio se luce mucho con sus ironías, Elipsio con su gran conocimiento del blues y autores, y por ahí el amor con sus caricias de felpa. En Ratzos aparecerá en la vida de Elipsio la bella Sheng, con su silenciosa gracia de espiga en porcelana, quien le ayudará a aquel a mitigar su desesperada búsqueda de Lamia. Desde ese lugar se tejen muchos ejes vitales para el desarrollo de la trama de la novela, como el entrar en contacto con el grupo de surrealistas, para quienes luego Elipsio vendrá a ser un agente de la CIA, pero sobre todo para conocer a Marty, quien acaba por ser el otro interesado en buscar a Lamia.

Las conversaciones en Ratzos en medio de cervezas, whisky y otras bebidas, también vienen a ser la ocasión para que Elipsio pueda acabar de digerir los días de aventuras y calle que ha debido masticar mientras busca a Lamia. En ese ambiente él podrá ayudarse a vivir en la Chicago de su presente, la misma de la que ya ha leído y que ahora comprueba y encuentra casi exacta de la mano de Sandburg, de Bellow y aún de Somerset Maugham. En medio de sus pesquisas entre autores que hablan de Chicago, que además le servirán a Elipsio para escribir sus artículos que enviará cada mes a una editorial de Caracas, Maugham emerge breve pero implacable cuando habla de las faenas con los cerdos en el matadero, en fila, siempre en fila, acercándose al cuchillo que dará cuenta de sus yugulares. Descripción que es la preparación del referente metafórico de lo que quiere decir: «Ahí vienen, luchando y gritando el poeta, el estadista, el príncipe mercader; no importan sus ideales, sus pasiones o empresas altruistas: todos ellos son empujados por un destino sin remordimientos y nadie escapa» (253).

Morar en Ratzos de noche y hasta los campanazos de la madrugada, acaba por ser una especie de representación oral y a varias voces de la Chicago y la vida de Elipsio, de su búsqueda de Lamia y los hallazgos adventicios que esta labor le acarrea. Pudiera decirse que en Ratzos comienza y termina La rueda de Chicago, allí se tejen los libretos de las representaciones diversas que tendrá que hacer Elipsio para sobrevivir en aquella ciudad.

En Chicago la boñiga y la sangre sobre la que se hizo su fundación mítica no se han perdido, sólo andan transformadas en el detritus muy ojeroso y pintado del último tercio del siglo XX de la ciudad. Una mierda que con sus embajadores, las moscas, cucarachas, otros bichos y hasta olores entra a zumbar en el apartamento donde vive Elipsio, mientras afuera la ciudad boquea a sol y luna, a los pies de un poder que deglute humanidad a tarascazo limpio. Entonces será la gata Taima, que comparte apartamento con Elipsio, además del extraño «Iluminado» Peterson, la que dedicará buena parte de una de sus vidas a jugar con las moscas hasta atraparlas, también a comer cucarachas. Algo así, y qué duda cabe, como si toda Chicago terminara sometida a los jugos intestinales de una gata. Tal vez por parte de Taima haya algo de justicia, si no poética por lo menos zoológica.

III

Sheng, el amor que se le aparece a Elipsio en Ratzos, entra en el corazón de él con suavidad y delicadeza, su carácter y naturaleza la hace conducirse entre la cristalería de una humanidad desesperada. Es un proceso de amor a hervores lentos y en medio del deseo carnal que a veces se empina con tanta urgencia en Elipsio, en el que además logra entrometerse María Esther Vásquez, una puertorriqueña revolucionaria de versos aguados pero cuerpo hermoso. Y entonces Sheng, con la soberanía que le da su paciencia de mujer, de mujer oriental, sabrá esperar hasta ser de él, hasta cerrar la novela, cuando en Ratzos esté junto a Elipsio, «desnuda debajo de su gran chal amarillo, imperial» (424).
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La aparición de Sheng, el enamoramiento de Elipsio por esta mujer, es la oportunidad para que él en ocasiones pueda respirar calmadamente en medio de aquel torbellino de aventuras que tiene en Chicago. También, la función del proceso lento pero firme de este amor es motivo para que en la estructura de la novela aparezca otro eje de desarrollo narrativo, que además servirá para dar una vuelta de tuerca al final irónico que tiene la búsqueda de Lamia. Y así, todo se ajustará, todo seguirá en su sincronía para que la rueda de Chicago en la que el mismo lector se ha montado siga girando.

Una vez Elipsio ha cruzado todas las puertas y pasillos resbaladizos y «cuchillozos» que le darán acceso a Lamia, él va a tener que darse cuenta que ese hallazgo ya no le pertenece, que Marty es a quien Lamia necesita ahora, el que además es padre de Trilce, la pequeña hija de ella. Entonces Elipsio se encargará de facilitar que los tres se encuentren y vayan a cumplir el sueño de vivir en un pueblecito de Utah. Los acompaña hasta la estación de la Greyhound, la que ahora Elipsio encuentra «como la había visto el primer día que llegó a Chicago, con la dirección de [Lamia] en el bolsillo» (422).

Se ha dicho que Trilce, el libro de César Vallejo, en su nombre se juntarían las palabras ‘triste’ y ‘dulce,’ como si anunciaran mucho de lo triste y lo dulce de la poesía que transpiran esos poemas extraños. Haciendo una mudanza de provocaciones, como es toda sugerencia de significados, podría plantearse que Trilce, la hija de Lamia y Marty, anuncia el desenlace triste y dulce de las aventuras de Elipsio en Chicago. Para que así ocurra, como ya se ha dicho, será Sheng la circunstancia vital que favorecerá trascender el sentido irónico del encuentro de Elipsio con Lamia. Pero Sheng, Oriente en la vida de Elipsio, también podría representar lo bello y lo triste, como reza el título del hermoso libro de cuentos de Yasunari Kawabata.
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El lector nunca sabrá qué decía la carta de Lamia que Elipsio cargaba en el bolsillo. Elipsio la pica en pedazos en Ratzos. Ya esa especie de aguja magnetizada que a él le sirvió para moverse en Chicago hasta encontrar a Lamia hay que destrozarla. La única persona que saldrá afectada en esto de la carta es el lector, quien nunca sabrá de lo que en ella se decía. Pero también el lector tendrá que reconocer que gracias a aquella carta pudo andar por la Chicago de los setentas del siglo pasado, en medio de tanto blues y libro, de la sangre y boñiga de toda pelambre, en medio de una amplia e inolvidable nómina de personajes. Pero sobre todo entre la alegría de leer esta Rueda de Chicago, que al terminarse continuará girando por un buen tiempo en su cabeza.

OBRAS CITADAS

Arbeláez, Jotamario. «Columna de Jotamario Arbeláez: La rueda de Chicago» Agencia de noticias literarias. 29 septiembre 2004. Web. 20 marzo 2012.

Cortés Catañeda, Manuel. «Rueda y más rueda en La rueda de Chicago de Armando Romero.» Poligramas 28 (2007): 47-63.

Courtoisie, Rafael «La rueda de Chicago o la crisis del eterno retorno.» Tu meser. n. d. Web. 15 marzo 2012.

Patiño, Rafael «Hallazgos en la jungla: La rueda de Chicago.» La casa de asterión. 5.20 (2005). Web. 20 marzo 2012.

Romero, Armando. La rueda de Chicago. Bogotá: Villegas editores, 2004.

Tedio, Guillermo. «La rueda de Chicago o la ciudad vista como construcción literaria.» La casa de asterión. 6.21 (2005). Web. 20 marzo 2012.
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* José Cardona-López. Es profesor titular de literatura hispanoamericana y creación literaria en Texas A&M International University. De ambas disciplinas también fue profesor en la escuela de español de Middlebury College (2003-2011). Ha publicado la novela Sueños para una siesta y los libros de cuentos La puerta del espejo, Siete y tres nueve, Todo es adrede y Al otro lado del acaso. Como investigador académico ha publicado el libro Teoría y práctica de la nouvelle. Cuentos, microficciones, poemas, ensayos y artículos suyos han aparecido en libros y revistas impresas y electrónicas de Colombia y el exterior. El director de cine independiente Luis Gerardo Otero ha filmado tres cortometrajes y un mediometraje a partir de tres cuentos y una nouvelle suyos.

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