Literatura Cronopio

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El Fausto de Goethe y la magia

EL FAUSTO DE GOETHE Y LA MAGIA

Por Ana Rosa González*

Aunque en 1808 se publicó el Fausto de Johann Wolfgang Goethe en realidad se trata de una obra en la que el autor alemán trabajó durante toda su vida. En ella recoge la leyenda fáustica que parte de un personaje real llamado Jörg Faustus o Johannes Faust. Según diversas fuentes, se trató de un individuo que habría vivido en Alemania entre los siglos XV y XVI, en Würtenberg, hacia 1480, y que se jactaba de haber vendido su alma al diablo. Las noticias que tenemos sobre él nos informan de su condición de médico, astrólogo, alquimista y quizá también charlatán.

En 1587 un librero de Frankfürt, Johann Spiess, publicó una recopilación de las leyendas acerca de este personaje, bajo el título «Historia de Fausten», que pasó a ser conocido como el Fausto de Spiess. Esta obra incorporó la leyenda de Fausto al folklore popular alemán como la historia del hombre que pactó con el diablo, entregándole su alma a cambio de la eterna juventud y la posesión de la sabiduría total. Según esta versión, Fausto estudió y abandonó la teología para dedicarse a la magia en Cracovia. Su ansia de saber y su soberbia le llevaron a pactar con Mefistófeles, de manera que durante veinticuatro años vería cumplidos todos sus deseos, pero después su alma pasaría a ser propiedad del diablo. Su biografía se llena así de innumerables episodios e intentos de sincero arrepentimiento, viajes fantásticos al oriente y frustrados deseos de matrimonio, hasta que finalmente el protagonista de la historia muere lleno de terror.

Realmente el argumento ha conocido diversas versiones. La primera fue la de Christopher Marlowe con su obra Tragical History of Doctor Faustus (1594). Marlowe convirtió a Fausto en un héroe caído, enredado en la oscura trampa de Mefistófeles. De la misma forma que en la anterior versión de Spiess, el doctor se encuentra obsesionado por obtener el poder supremo de la sabiduría, y aunque es consciente de la soberbia que encierra su ambición, se arrepiente cuando ya es demasiado tarde para alcanzar la salvación de su alma.

Durante doscientos años Fausto será cultivado casi de forma exclusiva por el teatro inglés. Fue Gotthold Lessing, en 1759, quien retomó el argumento para la literatura alemana, al margen de las versiones populares que lo habían convertido en protagonista de marionetas y farsas de mayor o menor calidad. Las versiones de Fausto habían sido tantas que el poeta Tieck llegó a atacar tanto exceso en su Anti-Faust (1801).
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La anécdota de Fausto también constituyó el motivo central de un ensayo de Lessing, quien escribió un artículo en una revista literaria que se publicaba en la época en que Goethe frecuentaba los círculos intelectuales de Estrasburgo, sosteniendo que Fausto podría ser redimido en base a la sinceridad de su arrepentimiento y a la nobleza de su objetivo de perseguir la sabiduría. Todo indica que fue este artículo el punto de partida de la idea de Goethe de escribir una tragedia, siguiendo el modelo de las de Shakespeare, que tanto admiraba. También se afirma que en 1768 Goethe asistió a una representación teatral de una versión modificada de la obra de Marlowe, que despertó su interés por el tema.

La publicación de la primera parte del Fausto de Goethe en 1808 marcó un momento fundamental en la trayectoria del argumento de Fausto. Inspirado por el teatro de marionetas y en el libro popular, nacido de un afán tanto de saber como de experiencias y de un sentimiento vitalista, el tema mágico aparece, en esta primera parte de la tragedia, como un drama centrado en la ambición y la búsqueda de la satisfacción personal. El pacto entre el hombre y el diablo es consecuencia en realidad de un pacto muy superior entre Dios, que tiene fe en la humanidad representada por Fausto, y Mefistófeles, que representa el espíritu del mal y el escepticismo. En Goethe los planes del diablo contra los hombres forman finalmente parte de un plan divino, y por ello quizá se hace posible la salvación de Fausto al final de la segunda parte de la obra.

Con la interpretación de Goethe, Fausto alcanzó el valor simbólico y el carácter mítico que le acerca a otras figuras como Don Juan o Don Quijote. El Fausto goethiano se convierte así en la imagen del hombre dominado por la sed de experiencias y conocimientos que se deja vencer por el egoísmo aún a costa de su propia perdición. Su obsesión por la búsqueda del conocimiento lo ha alejado del mundo y de la sociedad. Dedica todo su tiempo al estudio y su única compañía es Wagner, que es a la vez su discípulo y asistente. Fausto es presa de la angustia y de la frustración provocada por el fracaso de sus intentos de alcanzar la máxima sabiduría y no encuentra sentido a su vida ni a todos los esfuerzos realizados.

Oscila desde un principio entre la euforia y la depresión; es capaz de invocar a un espíritu, para ser finalmente rechazado. Toma la decisión de suicidarse y en el último momento es rescatado por los cánticos angelicales que alaban la resurrección de Jesucristo. Recupera entonces el aprecio por la vida, pero sólo para encontrarse con Mefistófeles, que le tentará y se convertirá en su compañero de viaje.

Se ha dicho que la tragedia de Fausto representa la soberbia del hombre que quiere igualarse a Dios, la ambición de aquel que, falto de la humildad ante la Creación que en el prólogo expone el Arcángel Rafael, antepone su sed de conocimientos y el anhelo de estímulos sensuales a cualquier otra cosa. En ese sentido, Fausto es un ejemplo típico del Sturm und Drang, es decir, cede fácilmente al impulso de los instintos y se deja llevar por sus pasiones. El amor, por ejemplo, le ciega totalmente y nada le importa con tal de lograr seducir a Margarita, aunque, al mismo tiempo, su personalidad oscila todo el tiempo entre el Bien y el Mal, de modo que posteriormente se arrepiente de su comportamiento hacia la joven y se esfuerza por rescatarla. Esas dudas continuas serían una forma de mostrar que en el ser humano no existen de manera absoluta ni la bondad, ni la maldad, sino que el comportamiento de los seres humanos es siempre complejo y variable en función de múltiples circunstancias.
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En realidad, en último término, la figura de Fausto representa a aquel que descubre que su vida ha fracasado porque, a pesar de dedicarla a las actividades que consideraba imprescindibles para alcanzar los objetivos propuestos, comprende que todo eso no puede proporcionarle la felicidad buscada. Fausto eligió su camino minuciosamente y pese a todo se equivocó, cosa que descubre cuando ya es demasiado tarde para dar marcha atrás, y por ese motivo opta por el intento de suicidio. Pero no es la vida lo que rechaza Fausto, sino el fracaso, la situación a la que se ha visto abocado como consecuencia de sus decisiones, y por tanto, con rapidez, cambia su actitud y decide no morir.

En sus circunstancias, sin embargo, no existe ninguna posibilidad de no aceptar el pacto que le ofrece Mefistófeles, sencillamente porque es su última oportunidad. Ya sabe lo que puede esperar de su vida y no le interesa; ahora tiene la opción de cambiarla y sabe que no puede desaprovecharla. El precio no es demasiado alto para alguien que está dispuesto a morir, y además, en el fondo, Fausto tiene sus dudas sobre el resultado final del pacto. Así no hay vacilación posible; sólo quiere vivir intensamente y tener otra oportunidad, por lo tanto, pactar con Mefistófeles es la única alternativa real para él.

Se diría que, a pesar de las posibles opciones de Goethe con respecto al desenlace de la obra, la salvación final de Fausto era la consecuencia más lógica, en parte porque nunca es un personaje realmente malo, y en parte porque esa motivación que le empuja hasta la perdición desde un punto de vista religioso, es en realidad un ansia y un deseo tan humano que cualquiera puede llegar a comprender la decisión del protagonista. Además, como componente marcadamente romántico, al fin es también la intercesión de Margarita lo que posibilita su salvación, de manera que el amor se convierte en una forma de redención.

Sobre el interés de Goethe por el tema mágico ha habido muchas opiniones, aunque en realidad no es nada extraordinario si tenemos en cuenta que la magia es un elemento literario que se ha repetido a lo largo del tiempo, y sobre todo en aquellas épocas en las que se volvía la mirada hacia momentos históricos como la Edad Media, en la que la magia constituía una realidad indiscutible, aunque es cierto también que la aparición de los magos va a quedar reducida la mayoría de las veces a un papel simbólico y en ocasiones puramente pintoresco. Lo más habitual es que no lleguen a convertirse en auténticos protagonistas, a pesar de que se prestan a reflejar desde lo marginal la rebeldía espiritual romántica ante un mundo que necesita ser transformado.
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En todo caso, parece cierto que el autor germano perteneció a la masonería. Según la versión de un libro histórico de la masonería alemana, Goethe habría ingresado en una logia masónica en junio de 1780. Según otra versión, en febrero de 1783 habría entrado a formar parte de la logia denominada «Orden de los Iluminados», una sociedad masónica fundada en Alemania en 1776.

Al parecer, Goethe llegó a ser nombrado «Maestro» de la masonería en 1782 y en 1830, dos años antes de su muerte, compuso un poema titulado Para la Fiesta de San Juan de 1830, con ocasión de la celebración de su cincuentenario como miembro de dicha fraternidad. A esta condición de masón, así como a otras aficiones que todo parece indicar que cultivó, se atribuyen diversas influencias en su obra, y muy especialmente en el Fausto.
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* Ana Rosa González Sánchez, Licenciada en Filología Semítica por la Universidad Complutense de Madrid y Doctora en Filología Hispánica por la Universidad Autónoma de Madrid. Tesis doctoral: Tradición y fortuna de los libros de astromagia del scriptorium alfonsí, dirigida por Luis Miguel Vicente García, Universidad Autónoma de Madrid, 2011. Artículos: «El Liber Razielis alfonsí en su contexto hebreo», Espéculo, Nº 46, Noviembre 2010-Febrero 2011, https://www.ucm.es/info/especulo/numero46/razielis.html, «El Liber Picatrix y la tradición mágica culta», Espejo de brujas. Mujeres transgresoras a través de la Historia, María Jesús Zamora Calvo-Alberto Ortiz (eds.), Madrid, Abada, 2012, pp. 83-98.

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