Literatura Cronopio

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Fiebre Central

FIEBRE CENTRAL

Por Fabiola Muñoz Soto (Segismunda Ladrón de Guevara)*

Los días pasaban lentamente y la necesidad de verlo era compleja, ya que la vez anterior había sido demasiado estresante. El encuentro no había durado más de una hora, pero las palabras dichas minaban el entendimiento y la sensación de haberse roto algo quedó instalada en mi corazón. Bueno, no era la primera vez ni la última que Guillermo lastimaría mis sentimientos, mis padres pensaban que esta relación siempre terminaría mal.

Remontándome a la época de la Universidad lo veo atravesando la calle para encontrarse conmigo, qué cosquilleo el de mi cuerpo y mi cerebro cuando nos juntábamos —por supuesto que estos cosquilleos eran netamente intelectuales— conversábamos horas y horas, y sólo la solidaridad estudiantil —compañeros que nos avisaban que ya comenzaba la siguiente clase— nos hacía volver a la tierra y seguir con nuestras vidas y estudios. Luego, me esperaba a la salida para caminar juntos hasta el metro en donde me dejaba, ya que él vivía al otro lado de la ciudad. Fue en una de estas caminatas cuando descubrí la escalofriante enfermedad que atacaba a mi querido amigo, conversábamos acerca de los reinados de Europa, ya que acostumbrábamos conversaciones de temas históricos o sociales, cuando sin decir agua viene agua va, me cuenta que él desciende de un rey europeo que no viene al caso nombrarlo en este momento, que él vive en este país de incógnito, ya que su padre lo protege de amenazas terroristas para que algún día él suba al trono. Me quedé estupefacta, loca, caminaba como en las nubes, sólo quería que apareciera pronto la escalera de acceso del metro y desaparecer, lo miraba sin poder creer lo que me decía y las palabras indómitas no querían salir de mi boca, me miró con esos ojos hermosos —color miel recubierto por unas tupidas pestañas doradas y gruesas cejas— hasta que le dije que no sabía que porqué me descubría tal secreto que ponía en peligro su vida, considerando que nos conocíamos sólo hace 3 meses y que éramos jóvenes universitarios y que la vida nos trataría de separar, puso su mano en mi mejilla y mirando dentro de mi alma me dijo simplemente: tú eres la persona de confianza que he elegido para que guarde mis secretos, mis miedos y mis alegrías y acercándome más hacia su cuerpo me besó suavemente y en la boca, claro que me extrañó, porque nunca sentí una atracción de esta naturaleza hacia él, fue casi como una caricia, sin pasión, sin deseo, como un sello de un acuerdo del que nunca quise ser parte. En ese instante, llegó su bus y le dije que lo tomara y que yo seguiría mi camino al metro, que mañana nos veríamos y seguiríamos conversando del tema, que no se preocupara, que conmigo estaba seguro. Lo vi irse y con él también se fueron pensamientos, risas, charlas, mi mejor amigo.

Al día siguiente, y los que siguieron, no volvió. Preocupada le comenté a mi mejor amiga y juntas fuimos a su curso a preguntar a sus compañeros, allí nos contaron que al no ir a clases ellos habían ido a su casa y su madre los atendió relatándoles la triste historia de su único hijo, quien se encontraba internado en un psiquiátrico en las afueras de la ciudad ya que había sufrido una crisis de su enfermedad —esquizofrenia— y hasta ese día no había podido superarla, esperaban que la próxima semana recuperara algo de su estabilidad emocional, pero que los esfuerzos de los médicos —hasta ese momento—habían sido infructuosos. La madre era enfermera de una prestigiosa clínica capitalina y contaba con los recursos médicos y sociales para poder sobrellevar la enfermedad de su hijo y que ésta lo dejara vivir como un joven normal y que llevara una vida tranquila y simple como cualquier chico de su edad. No sabían qué situación había desencadenado y despertado esta crisis, yo pensaba que había sido algo que dije o hice o dejé de hacer, tenía pena, miedo, desolación, no sabía qué hacer ni decir. Pero, me quedé más tranquila cuando Esteban, uno de sus compañeros, nos contó que unos meses atrás Guillermo había solicitado una colecta para operarse de los testículos, ayuda que por cierto recibió de todos los que le conocían ya que era un muy buen amigo y compañero, cuando pasaron unos días y no iba a clases pensaron que ya se había operado y fueron a la Clínica donde trabajaba la mamá y le preguntaron cómo estaba Guillermo a lo que ella respondíó que nunca mejor ya que su hijo era —gracias a Dios— un joven muy sano, quedaron atónitos con la respuesta de la Mamá y le contaron lo que él había hecho en la U y así es como descubrieron su enfermedad, de la peor forma, la madre llorando les relató los malos momentos que pasaban con sus crisis y las historia que sin mediar un porqué él se inventaba.

Igual quedé triste con lo que supe y, sin dejar que actuara el olvido, me fui a hablar con el Rector de la Universidad, quien muy suelto de cuerpo. Me dijo que hasta ese momento había en el recinto estudiantil veinte enfermos de esquizofrenia y quince paranoicos, a lo que yo opiné que ¿cómo después tendríamos este tipo de profesionales sueltos por las calles?, ya que su locura de ninguna manera mermaba sus conocimientos y eran alumnos destacados en sus áreas como los mejores, por lo que seguramente se graduarían con honores en sus carreras, pero el Rector sacándome de mi error me explicó que se conversaba con la familia antes de que estos jóvenes ingresaran a estudiar, para que supieran que cuando llegara el momento de las titulaciones ellos no recibirían su título por la condición clínica de sus mentes, a lo que las familias siempre accedían para poder ver a sus hijos realizados y felices por un breve tiempo. Salí de su oficina descorazonada y mirando para todos lados pensando quiénes de los compañeros que pasaban en ese instante por mi lado no llegarían al final de sus carreras.
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Caminaba y pensaba «no reciben su título… no reciben su titulo».

Transcurrieron varias semanas y decidí ir a conversar con la madre de Guillermo, quería ver si permitía que yo lo viera aunque sea por un minuto, y ella accedió.

El lugar parecía sacado de la peor película argentina de los años 50, deprimente total, las paredes sucias y llenas de hongos, los techos —si se les puede llamar así— colgaban peligrosamente sobre las cabezas de los pobres internos, los catres ( porque no eran camas) con sábanas grises y caladas y un chal donado por quién sabe quién, un cajón destartalado que hacía las veces de velador y una vela casi consumida eran la decoración total del cuartucho en el psiquiátrico que albergaba a Guillermo. Me hicieron pasar a una sala que tenía unas quince camas con sus respectivos pacientes, Guillermo estaba en terapia por lo que tuve que esperarlo, el olor del lugar no lo describo porque de sólo recordar el asco invade mis fosas nasales y tendría que correr a tomar aire. Bueno, en la espera conocí a Teruca, de piel reseca y arrugada, no llegaba a los treinta años pero parecía que ya había vivido tres vidas y también las había muerto, cumpliría allí cinco años porque dicen que mató a su marido, lo cortó en pedacitos que comieron ella y sus perros, dos mastines asesinos que le había regalado un español que abandonó el país hace ya un tiempo. Al sacrificar los animales y hacerles la autopsia se encontraron algunos trozos del desafortunado marido aún sin digerir. También se acercó a charlar la Sra. Klünemann, una gringa como de dos metros para todos los lados, enloqueció luego que fue víctima de una estafa que le hizo su yerno en confabulación con su primogénita, iban a una fiesta y pasaron a comprar algunos regalos al mall e hicieron que la «suegrita» eligiera los regalos, también le pasaron un cheque para que pagara la cuenta, el que había sido robado en la mañana, por lo que la retuvieron en la caja y llegó la policía, los típicos curiosos y hasta la televisión que andaba por ahí.

La pobre fue abandonada a su suerte y debió enfrentar a la justicia por haber firmado el documento, que según su yerno era sólo firmar para cederlo a la tienda, eso es lo que alegaba ella a las autoridades, el yerno negó todo y su hija calló —fin de la historia— fue condenada a cinco años y un día y la tuvieron que trasladar porque un día trató de suicidarse, desarmando un chaleco de lana preparó una cuerda para colgarse en la celda, pero por su estructura voluminosa quedó sentada en el piso sobándose sus carnosa nalgas.

Julián, Julián, Julián, qué chico más apuesto con su cabello desordenado cortado a lo príncipe, ojos verdes con ribetes celestes —¡qué rareza!— tiene veintiuno y entró a trabajar a los dieciocho. En un año desfalcó la empresa en donde trabajaba en más de setenta «palos», recibía mucho efectivo y depositaba la mitad a sus empleadores, pensando que nadie se daría cuenta y que cuando se necesitara enterar la suma de cada cliente él tendría lo que correspondía para devolverlo. Pero, todos los que hemos vivido un poquito más sabemos que no es así, que la vida te atrapa y la muerte te libera.

Por fin, luego de tanta espera, llegó el temido y ansiado encuentro con Guillermo. Apenas me vio, me abrazó y de sus balbuceantes labios lo único que se podía entender era «perdón, perdón, perdón».

Pero, ¿perdón de qué?… le dije

Perdón por tener esta enfermedad que consume mi cerebro…

No es culpa tuya…

Ya lo sé son mis genes…

Vas a salir adelante, o mejor dicho, vamos a salir adelante, si tú quieres que te acompañe en este camino que va a ser largo y doloroso.

Sí quiero, sabes que ninguno de mis compañeros de universidad apareció por acá, ni siquiera han llamado a mi madre para saber de mí, tú eres la única que quiso verme, no sólo saber de mi sino también verme, tienes que ser fuerte para enfrentar este lugar y a mí.

Así pasaron los días y meses hasta completar un año, al llegar la primavera llegó el momento en que mi querido amigo debía enfrentar la calle, a la gente y sobre todo, las presiones que te impone la sociedad, desarrollarte, ser alguien, estudiar, trabajar, no sabíamos con certeza si él podría con todo, había que probar.
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Por este tiempo yo ya me había recibido y trabajaba en la empresa de un familiar, la Escuela de Derecho había dejado mis bolsillos y los de mis padres bastante escuálidos, pero trabajando hasta tarde y haciendo uno que otro «pololito», lograría ganarle a la vida, esta es la escuela de mi padre, siempre nos enseñó que para ser alguien había que ganarle también a alguien. Al principio sólo me asignaban casos de poca monta, como topones simples de autos o algún delito sexual sin muchas complicaciones, pero tenía que demostrarles que yo podía más y es así como conseguí que me invitaran a participar de algunos casos de renombre empresarial, en donde mi acertividad nos premió con suntuosas ganancias en cada fallo de la Corte. Generalmente me quedaba hasta las diez de la noche. Al llegar a casa estudiaba con Guillermo, tenía que terminar su carrera de Ingeniería en Obras Civiles, la que había dejado inconclusa por su año de ausencia estudiantil.

Mis sentimientos hacia Guillermo eran tan confusos, realmente no sabía si lo amaba o si sentía pena por su enfermedad, lo que sí estaba claro es que él nunca me amaría, según un artículo que saqué de Internet, explica que « La paranoia se conoce además como un estado mental patológico en el que el paciente sufre delirios (percepciones y creencias sistemáticas y erróneas, desconectadas de la realidad y resistentes al cambio) de los cuales los más comunes y más conocidos son los de persecución y de grandeza. A finales del siglo XIX, Sigmund Freud definió la paranoia como un trastorno mental en el que el síntoma primordial es la extrema desconfianza hacia los demás; la personalidad paranoide llega a creer que los que le rodean quieren asesinarle. En la forma más grave, la psicosis conocida como esquizofrenia paranoide, el paciente puede tener alucinaciones en las que personajes históricos, mitológicos o religiosos se le aparecen y le transmiten mensajes, alucinaciones obviamente conectadas con los delirios de grandeza del paciente.

Las personas con este trastorno piensan que los demás se quieren aprovechar de ellas o que les van a engañar, que traman algún complot en su contra. Desconfían de la lealtad de su pareja, amigos y compañeros, acusándoles ante la mínima desviación de deslealtad. No suelen establecer relaciones de intimidad, pues piensan que la información que comparten puede ser utilizada en su contra. Son individuos rencorosos, en los que el menor desprecio les provoca hostilidad. Celosos de su pareja, tienden a reunir pruebas circunstanciales para confirmar sus sospechas».

No sé en qué minuto ni a quien fue al que se le ocurrió la idea de irnos a vivir juntos, pero sin darme cuenta lo estábamos haciendo y nada de mal, hasta el momento. Yo siempre pensando en ayudarlo, además el departamento estaba a una cuadra de mi trabajo, todo se dio.

Vivimos tranquilos por lo menos un año y medio, su mamá y mis padres nos visitaban los fines de semana, siempre y cuando no tuviéramos que estudiar o yo no me llevara trabajo para la casa. Las reuniones familiares eran tranquilas y al parecer ayudaban mucho a Guillermo, a pesar de que no era muy comunicativo, interactuaba con todos amistosamente. Según los doctores, la vida que estaba llevando era una terapia psicosocial, mas los medicamentos neurolépticos y antipsicóticos que se le administraban, sus estudios y el taller de teatro que conseguí que lo recibiera en la Municipalidad de nuestra comuna, lo mantenían bastante ocupado y normal, sobre todo normal.
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Pero esta no era mi vida y yo necesitaba más, cariño, amor, pasión, necesidades que mi compañero de casa nunca satisfaría, mi trabajo era tan agobiante al principio que no eché de menos ninguna de estas cosas, pero al ir pasando más tiempo en casa y menos en el trabajo avivó el deseo de tener un compañero. Qué sabia es la naturaleza, porque nunca sentí atracción hacia él y quizás era por esto, Guillermo requería atención por él y no le nacía sentir algo por nada ni nadie. Me miraba como se mira una puerta. Por lo menos eso era lo que yo sentía. En fin, mi vida amorosa tenía que ser puertas afuera y Guillermo no se podía enterar de nada ya que eso le podría alterar y sacarlo de este paraíso que le habíamos inventado, por supuesto donde no cabía otro personaje como lo era Sebastián Krümenager, compañero de trabajo y mi pareja desde hace más de un mes. ¿Quién me creería que vivía con un hombre joven, universitario, amigo, inteligente, atractivo, y que no pasaba nada? ¿Quién me creería que yo estaba cuidando a un esquizofrénico, y que no nos unía nada, sólo la vida que había cruzado nuestros caminos? No, aún no era tiempo de contarle nada a Seba, ya llegaría el momento oportuno. Mientras, disfrutaba de los pocos instantes que podíamos pasar juntos, cenando o paseando, ya que él no era de la ciudad y vivía con su hermano y la mujer de éste, cuando queríamos estar íntimamente no nos quedaba más que un cómodo Motel.
(Continua página 2 – link más abajo)

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