Al principio no noté nada, ya que salíamos de Lunes a Viernes, porque el fin de semana yo lo dedicaba a Guillermo y, Sebastián nunca me cuestionó el que no nos viéramos esos días y yo no preguntaba, ya que los tenía ocupados, pero ocurrió que un día Guille lo pasaría en casa del novio de la mamá en la playa y yo no podía ir con ellos, no me quedaría sola en el departamento, así que llamé a mi pareja para que nos juntáramos, me respondió que estaba fuera de la ciudad con sus padres y no alcanzaría a llegar para el encuentro, entonces sería para la próxima vez, pensé yo. No transcurrió un mes cuando sucedió la misma situación, con la salvedad que le avisé dos días antes para poder regalonearnos, quedó de llegar el sábado en la tarde. Ese sábado en la noche me llamó excusándose que no había recordado que era el cumpleaños de su madre y no se podría arrancar, entonces pensé: ¿y porqué no me invitó para ir con él? Aquí hay gato encerrado —pensé— y sin dudar más —no había más que pensar— decidí tenderle una pequeña trampa, me aseguré que en un mes más no tendría ningún compromiso y arrendé una cabaña en la playa para ambos, se mostró muy sorprendido e inmediatamente aceptó mi invitación.
Quedamos de salir el viernes desde el trabajo, como a las cuatro de la tarde dijo que iba a visitar a un cliente y volvería a las siete para partir, me asusté mucho cuando a las ocho no aparecía, ni siquiera una llamada telefónica, su celular fuera de área. A las diez de la noche me llama y me dice que se atrasó y que me adelante para tomar la cabaña, que él se encontraría conmigo como a las doce de la noche, que lo esperara y que no me durmiera antes. Cuento corto, no apareció y no supe nada de él hasta el lunes, tenía mi cerebro embotado, las ideas huían alocadamente, la rabia inundaba todo, yo sentada en mi escritorio lo vi llegar y saludar a la secretaria, al Júnior, al contador, hasta que se asomó a mi oficina.
Pasa, cierra la puerta y siéntate, tenemos mucho que conversar, y sólo te voy a escuchar porque los meses que hemos compartido han sido plenos —le dije, mirando a sus ojos sin siquiera pestañear y tan fríamente que un iceberg hubiera parecido el infierno, pero en el fondo lo único que quería era llorar como tonta, porque eso somos las mujeres cuando un hombre nos hiere de esa forma y nosotras lo que queremos es «llorar»—. Hizo todo lo que le pedí sin chistar, no me miraba a los ojos, estaba pálido y toda risa que poblara su rostro cuando llegó, ya se había desvanecido para siempre.
Comenzó con unos titubeos que parecían una eternidad, me dieron ganas de decirle que mintiera rápido y que termináramos lo más pronto esta embarazosa situación, pero me dio pena, ¡qué patético! Pero así fue, me dio pena. Por fin levantó la vista y dijo:
Amanda, las ocasiones en que te he fallado ha sido porque tengo una enfermedad neurológica, es una demencia precoz que debe ser tratada con medicamentos muy fuertes que me dejan fuera de combate, sólo recurro a ellos cuando vienen las crisis que son impredecibles, mi doctor me atiende fuera de la ciudad en el psiquiátrico —ese que miras siempre que vamos a la playa— estas crisis se presentan con fiebres altas y mioclonias —me asientes con la cabeza como si entendieras la terminología con la que te explico todo, pero te sigo explicando ya que me quieres escuchar—. En fin, el tratamiento que me dan es sólo cuando se presentan los síntomas, según todos los exámenes que han efectuado estoy sano, la fiebre no tiene razón de ser y las mioclonias no tienen origen aparente de alguna enfermedad conocida.
No lo podía creer, lo miraba fijo pensando que era una broma de mal gusto, pero quién le habría comentado mi secreto, o llamó al departamento y contestó Guillermo y le contó, pero si Guille no hablaba ni conmigo su tema. Pasaron tantas cosas por mi cabeza, cómo podía ser tanta coincidencia, si es que la había, porque a mí más me parecía una burla del destino. Escondió su cara entre sus manos y comenzó a sollozar como un niño, me paré, di la vuelta al escritorio y le abracé, entonces él se irguió sobre sus talones temblorosos y se abrazó a mí, yo lloraba, él lloraba… me dijo al oído que no sufriera que había medicinas, terapias, tratamientos, que podía salir adelante, pero mientras hablaba yo más lloraba sin contenerme, me asió fuerte de los brazos y me apartó… ¿Amanda, qué sabes tú que yo no sé? ¡Contéstame por favor y sácame de esta sensación de engaño! Me safé de sus brazos y me senté nuevamente tras el escritorio, di vuelta la silla hacia el ventanal que dominaba la ciudad, y con la mirada perdida comencé a contarle todo referente a Guillermo, que no era hijo de una tía del sur, el psiquiátrico, nuestra vida juntos y el temor que tenía de habérselo dicho antes, imagínate, vivir con un demente, cuidarlo y ser su todo por el sólo hecho de ser amigos… ¿ me lo creerías?… volteando la silla lo enfrenté, directo a esos ojos verdes que adornaban tan bien a esa piel mate —aunque Seba tenía 58 años se conservaba bastante bien— dime Tiano, ¿me lo hubieras creído?
Se levantó de la silla y caminó hacia la biblioteca, y sin mirarme dijo… Amanda, lo que me acabas de contar sólo me demuestra que no estaba equivocado contigo, al parecer tú no me conoces tan bien, por supuesto que te creo; pero bueno, no hagamos un drama de esto y mejor conversamos sobre qué haremos con nuestra relación, yo ya sé que tú irás hasta el final conmigo, pero yo no te quiero sacrificar —aunque suene a clisés— me imagino que con lo que te gusta averiguar todo en Internet ya debes saber que a tu amigo con esa enfermedad que lleva consigo no tiene muchas expectativas de vida, no existe longevidad padeciendo de esquizofrenia, menos yo con esta demencia que la medicina no sabe en qué enfermedad derivará con el paso de los meses y a medida que se vayan presentando los síntomas.
Sí, ya lo sé, y es por eso que no lo he querido abandonar a Guillermo, si Dios lo puso en mi camino yo no voy a ir contra Su voluntad, a veces siento que la enfermedad de mi amigo no es para él —ya que cuando alucina se desconecta del mundo—, esta enfermedad es para los que lo rodean, nosotros debemos experimentar cambios, sensibilizarnos, ayudar a los que nos necesitan, es por eso quizás que las crisis de demencia que algún día veré en ti no me asustan para nada, sé que con cariño y cuidados se mueven los iceberg. Pero, ya no hablemos más y vamos a casa para hablar con Guillermo, mira que no lo he visto muy concentrado estos días, anda como en las nubes, le hago preguntas y contesta apenas, si no con preguntas con evasivas. El mes pasado no lo acompañé a su control porque me dijo que iba con su mamá, voy a llamarla para confirmar si fue con ella.
¿Te sientes solo? Le dije… sin mirarlo, mientras él conducía el automóvil a mi departamento en silencio desde hacía ya unos minutos. Primero hizo una pausa, y luego me confidenció que efectivamente en situaciones como ésta, en que no sabes cuánto te queda de vida, que tu único hijo —que ya debe contar veinticinco años— no quiere saber nada de ti, que sólo ha recibido la ayuda económica que nunca le faltó, que no se ven desde hace más de diez años y además no sabes si alcanzarás a verlo nuevamente.
Fuerte, muy fuerte… le dije acariciándole suavemente su mejilla. Pero, porqué no lo buscas, llámalo, nunca es tarde para conversar, tú no sabes qué madurez le dio la vida a tu hijo. Si dejaste de verlo cuando niño, obviamente tiene dolor y rabia contra tu persona, pero el tiempo es la mejor medicina, yo soy una convencida de eso, el tiempo es un mago que alivia a los enfermos, resucita a los muertos, transforma las penas en alegrías, y viceversa. Como dicen, la sangre tira… la vida nos separa, pero nosotros somos duros de cabeza y ahí vamos de nuevo, al ataque, a telefonear a ese compañero del colegio que no ves hace más de veinte años, a ese primo con el que carreteábamos siendo niños, lo peor que puede pasar es que te digan «te llamo de vuelta…» y no te llaman más. Tu hijo casi tiene mi edad ¿cómo se llama? Como siempre lo llamas «el hijo», nunca se me ha cruzado por la mente preguntar su nombre.
Se llama Luis Enrique Guillermo, Luis por Luis XVI, Enrique por Enrique VIII y Guillermo por Guillermo El Grande, como a mí siempre me gustó la historia elegí los nombres pensando en estos reyes, sus abuelos lo llamaban Luis, su madre lo llamaba Guillermo y yo Enrique. Familia de locos dirás tú, pero así vivimos por diez años hasta la separación que fue por problemas ajenos a la vida familiar, que ya te lo he contado varias veces.
Llegamos al departamento tarde, cerca de las once de la noche, nos besamos antes de entrar ya que las luces encendidas nos avisaban que Guille estaba dentro, y no sabíamos si estaría acompañado de sus amigos, que a veces lo acompañaban para estudiar. Mientras Seba se acomodaba en el sofá fui a la cocina a buscar algo de hielo para las bebidas, al escucharme gritar en dos zancadas estuvo junto a mí, Sebastián comenzó a auxiliar a Guille que yacía tendido en el piso, con mioclonias violentas y los labios partidos por la mordida animal e involuntaria de su ataque, estaba inconsciente y volaba en fiebre, corrí a llamar a la ambulancia estatal, pero no había disponibilidad hasta en cinco horas más, Seba entonces decidió tomarlo en brazos y llevarlo en su auto, llegamos en veinte minutos a la urgencia del psiquiátrico. En el camino yo me había comunicado con su médico que nos encontraría allá, también ubiqué a su madre para que fuera en nuestro encuentro. Como la fiebre era altísima lo llevaron para hacerle varios exámenes, para ir descartando el origen de esta fiebre poco usual. Nosotros estábamos en la salita de espera cuando llegaron Virginia y su novio, Sebastián saltó asombrado de su asiento cuando la vio y su cara fue cambiando de color cuando ella se fue acercando más y más a nosotros, entonces me preguntó: ¿Ella es la madre de tu amigo? —Sí, respondí yo, sin poder despegar la mirada de su rostro, que parecía había sido testigo de una tragedia, calló sin poder articular más palabras, y Virginia se acercó y con toda naturalidad le dijo: ¡Hola! Tiano, ¿cómo llegaste primero que yo? ¿Quién te avisó? ¿Se conocen?, dijo volteando hacia mí.
Sí respondí, somos pareja hace meses, te había comentado ¿No?… Bueno, como dicen «el mundo es un pañuelo», ya que estamos todos ¿quién hablará con el doctor? Yo no salía todavía de mi asombro y Sebastián se acercó a la puerta que comunica con la urgencia para ver algo y de allá nos dijo que él hablaría con el médico. Pasaron cinco horas desde que llegamos hasta que salió una enfermera y llamó a un familiar, entró Seba mirándome como si fuera al degolladero, su cuerpo y rostro parecía que tenían diez años más, caminaba pesadamente y su mirada estaba cristalina y enfermiza.
Virginia se sentó a mi lado y dijo… tú sabes que nos separamos hace quince años más o menos, fue antes que Guille comenzara con sus crisis, pero cuando Sebastián supo, quiso estar presente y como Guille decía que su padre era un rey que vivía en Europa, nuestro doctor dijo que era mejor que el padre no se hiciera presente, es por eso que yo lo alejé de su hijo, porque su enfermedad no tendría mejoría y que su tratamiento era seguirle la corriente, la enfermedad estaba en sus genes, por lo que enfrentándolo a la realidad no nos iba a asegurar que sanaría. A los pocos meses de tener el diagnóstico de la enfermedad de mi hijo, decidimos examinarnos para salir de la duda de quién eran estos genes que minaban la vida de nuestro hijo. Resultó que Sebastián era el portador de las malas nuevas, le descubrieron los mismos priones anormales, y es así como padre e hijo quedaron desahuciados en vida y sin poder juntarse, ya que juntos serían dinamita. Amanda, la única forma de mantener a mi familia, era separándola, y eso fue lo que hice, no me juzgues por favor, pero ya ves que los doctores decían que Guille no pasaría la adolescencia y que el padre no llegaría a los cincuenta, al parecer le quisieron doblar la mano al destino y lo consiguieron por más de diez años, ¿crees que será la hora de mi hijo?
No pienses así. Y no, no te juzgo, quién soy yo para juzgarte. Imagínate, te enfrentaste a todos los retos a los que se enfrenta una madre soltera y lo lograste. Ahora esperemos qué nos dicen y tengamos fe, mucha fe, Guille es tan sano y esa fiebre —no sé porqué—, pero me asusta, me asusta mucho.
Una hora conversó Seba con el doctor, la fiebre no correspondía a ninguna infección era sólo una fiebre central, producida por su cerebro enfermo y cansado, le hicieron un EEG (Electro Encéfalo Grama) demostrando una actividad pseudo periódica generalizada cada 0,8 – 1,2 seg. de duración, los demás exámenes arrojaron resultados dentro de los rangos normales, como son función renal, hormonas tifoideas. El diagnóstico fue lapidario, ya que su estado degeneraría cada día en una atrofia generalizada, por el aumento de intensidad subcortical de predominio frontal, haría también neumonías aspirativas, y más adelante tendrían que insertarle una sonda gástrica para alimentarlo. Dentro de pocos meses la evolución se caracterizaría por un gran deterioro neurológico multifocal progresivo con ataxia de la marcha, deterioro cognitivo, afasia, compromiso de los reflejos posturales, etc.
* * *
Nos aconsejaron trasladarlo a una clínica especializada en mantenimiento de pacientes terminales, ya que mi querido amigo no recobraría lucidez. Sólo un corazón fuerte podría tolerar todo lo que se venía, y mi amigo con los electroshock que había sufrido al principio cuando ingresó en el psiquiátrico, tenía un corazón débil, enfermo, lo que nos sugería que no lo tendríamos por mucho tiempo entre nosotros.
Luego de un tiempo de trámites y conductos regulares, conseguimos instalarlo en una clínica privada en donde podíamos visitarlo a cualquier hora, nos turnábamos con Virginia y Seba, a veces íbamos juntos para acompañarnos y conversar, necesitábamos conversar mucho, eso nos ayudaba. ¿Porqué será que cuando el diagnóstico es tan malo y violento no se yerra? ¿Por qué cuando mejor te sientes, más grave es la enfermedad que te corroe? ¿Por qué la medicina no se equivoca cuando te ha desahuciado? Efectivamente, Guille fue presentando uno a uno los síntomas, sus días transcurrían entre vigilia y sopor superficial, las mioclonias generalizadas, afasia global, tetraparesia, y finalmente la gastrostomía. Las indicaciones de su tratamiento —si se le puede llamar así— consistía en reposo absoluto semi sentado, mascarilla de oxígeno —los días que pasó en el respirador artificial fueron interminables, nunca pensamos que saldría de él—, kinesioterapia motora y respiratoria diaria, y las infaltables medicinas para su manutención, Gencalbott, Colistin, Ravotril, Omeprazol, Clexane, etc. Mi querido amigo estaba «planchado», como tan insensiblemente dicen los doctores al hecho de estar drogado hasta la inconciencia. Tomaba sus manos delgadas entre las mías y acariciaba su carita, si bien esta enfermedad no es como el cáncer que te deja en los huesos, yo sí lo encontraba delgado, pero con un rostro saludable, le hablábamos a cada instante, pensando que quizás nos escuchaba, pero la enfermera que lo cuidaba nos dijo que su cerebro no procesaba información, escuchaba pero no oía, miraba pero no veía, y después sellaba su intervención con un «la medicina sabe muy poco del cerebro, quizás esté escuchando». Ese día, les hicieron firmar a los padres un permiso en el que la clínica deja ir al paciente si ocurre un infarto, ambos se miraron como si la doctora estuviera hablando con alguien más y no con ellos, suavemente tomé a Seba de la manga hacia atrás y le dije que firmara él. Virginia me miró con agradecimiento y rodaron lágrimas suicidas de nuestros ojos. Esta vez sí que fue visitado, por sus compañeros de la universidad, también los del grupo de teatro, fue muy conmovedor y difícil, ya que cada encuentro parecía una despedida, al terminar la tarde no quería despegar mis labios de su frente, tal vez pensando que esta era una forma de llevarlo conmigo a la casa, le rezamos todo lo que sabíamos, lo que nos daban las amistades y lo que recogíamos de Internet. Conversando entre nosotros nos dimos cuenta que todos lo soñábamos, pero lo soñábamos bien, y un amigo medio esotérico nos dijo que eso significaba que entonces estaba bien, donde estuviera. Él sí se comunica con ustedes.
Había llegado el invierno y esa mañana de sábado nos quedamos más tarde en cama, sonó el teléfono y era Virginia, para informarnos que la llamaron de la clínica y que Guille no estaba bien, que nos juntáramos allá. Su corazón dejó de latir a las doce en punto, órgano obediente este corazón, cuando no recibió órdenes del cerebro ya no trabajó más. Nos abrazamos fuerte, en un abrazo como para retenerlo a él. El funeral fue frío y triste, ¿cómo más debería ser un funeral? Al parecer nosotros queríamos sufrir más, no nos bastaba con que no nos acompañara el clima, que nos abandonara un ser queridísimo y además, al mirar a Sebastián, nosotras sabíamos ya lo que nos esperaba. No sabíamos cuándo pero sí sabíamos que sucedería.
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* Fabiola Muñoz Soto (pseudónimo Segismunda Ladrón de Guevara) es Licenciada en Educación del Castellano y Profesora de Estado (USACH). También es Administradora de empresas y Administradora inmobiliaria.