UN FINAL INESPERADO
Por Juan Pablo Espino*
Quedó sobre el piso completamente desfigurado. Tres días después del fatídico suceso fue necesario derribar la puerta. El mal olor del cuerpo en descomposición se escapaba por las hendiduras y las moscas carroñeras, atraídas por la pestilencia, se adherían a las paredes del galpón, formando un entramado verdenegruzco.
Como es común en los casos de asesinato, planificados para ejecutarse con premeditación, alevosía y ventaja ––términos utilizados por los magistrados para referirse a este tipo de sucesos––, el autor del crimen mantuvo la consabida discreción y se consoló pensando, que al acabar con un ser tan despreciable como aquél, no solo se hacía un favor así mismo y un bien a la sociedad, sino que, a la vez, colaboraba con ella, evitando que se propagase tan funesto mal. Tales pensamientos, obviamente, le ayudaban a aminorar cualquier cargo de conciencia, a pesar del recurrente malestar que le ocasionaba el hecho de haber matado a un indefenso.
El ladrón ––debió suponer que se trataba de un ladrón––, aparte de astuto, era frío y calculador. Quienes se quejaban de sus constantes fechorías, aseguraban que el suyo era un mal de familia y que su condición de pillo incorregible la debía precisamente a sus padres, quienes no pudiendo vivir de otra manera, le enseñaron los más sofisticados métodos para que pudiese llevar a cabo su trabajo. Éste, pues, comenzó practicando en el campo y en la aldea; y cuando por sus malas acciones fue objeto de encarnizada persecución, el muy bandido se trasladó a la ciudad, al bajo mundo, donde no sólo perfeccionó el oficio, sino que aprendió nuevas tretas que lo convirtieron en el ladrón más perseguido, llegando, incluso, a considerársele enemigo público número uno de la sociedad.
El victimario, por su parte, no era un tipo cualquiera. Había servido en el ejército durante muchos años y, cuando estalló la guerra, fue un destacado combatiente que ganó muchas batallas en el frente. Al volver a casa fue recibido como un héroe; hombres, mujeres y niños corrieron a abrazarle y, el Presidente, en persona, colocó sobre la solapa de su uniforme la medalla al valor y una hermosa guirnalda en su cuello para agasajarle.
Con los años, al separarse de las filas castrenses, formó parte de un consorcio dedicado a la importación de quesos suizos. Barcos repletos de tan preciada mercadería atracaban cada dos meses en el puerto y era tan próspero aquel negocio, que sus socios pensaban en la posibilidad de abrir sucursales en otras partes del mundo.
Sin embargo, el ladrón también estaba allí, en alguna parte de la ciudad, planificando la forma de llevar a cabo el pillaje más sonado de su historia. En varias ocasiones, caminando sigilosamente a la orillas de las paredes bajo el cobijo de la oscuridad, el muy taimado merodeó por los alrededores de la compañía tratando de encontrar la forma de introducirse furtivamente. Pero aquella era una verdadera fortaleza. El espesor de las paredes era descomunal; la altura de los ventanales quedaban fuera de su alcance y, para colmo de males, había una bien dispuesta vigilancia nocturna.
En grupos de tres, los guardianes rondaban dentro del edificio con órdenes expresas de disparar a persona, animal o cosa que intentase acercarse a riesgo de su propia suerte.
Esto le obligó a decidirse por el más temerario de los recursos: ¡Cavar un túnel! Pensó buscar ayuda, pero eso significaba, como es lógico, compartir el botín o en el más delicado de los casos, ser descubierto con todo y sus compinches y ser asesinado sin contemplación alguna. Decidió entonces que lo haría solo, sin importarle tiempo ni esfuerzo. Al fin y al cabo, robar era su profesión. Dedicado por entero a tales menesteres, comenzó su obra una gélida noche de invierno. Los cálculos que había hecho debía ejecutarlos con absoluta precisión y estoicismo.
En una de sus andanzas había descubierto que, para llegar al edificio, el sistema de alcantarillados de la ciudad era el medio perfecto. Se introdujo como pudo con el agua de la cloaca llegándole hasta el pecho, y nadó hacia el extremo, junto a un vertedero de líquidos contaminados con aceites y grasas. Tuvo que acostumbrarse a la oscuridad y a los fétidos olores que se habían adherido a su cuerpo. Comenzó el ascenso siguiendo el cauce y se detuvo respirando con dificultad a escasos centímetros del cimiento para iniciar la excavación. Ingresar a la bodega sería un trabajo sumamente difícil. Palpó la pared y era tan sólida como el más duro metal. Sin embargo, después de varios minutos de minuciosa observación descubrió ––reprimiendo un grito de alegría en su garganta––, una pequeña grieta junto al tubo de aguas negras y sin que le importase otra cosa que el delicioso botín, se dedicó a cavar día y noche, descansando a ratos para dormir un poco y comer alguna vitualla para engañar el hambre.
Junto a la exportadora de quesos suizos había una compañía ensambladora de automóviles. El ruido que producían las enormes máquinas remachadoras era un elemento a su favor. Dadas las circunstancias, debía trabajar con ahínco en la construcción del túnel aprovechando la actividad en el edificio de al lado, pues todo indicaba que si los ruidos se detenían, podía ser descubierto y morir irremisiblemente sin que llegase a disfrutar la dicha de hacerse de aquella fortuna que le significaba vivir como un rey durante una buena parte de su vida.
Una noche por fin, logró su cometido: Acondicionados cuidadosamente en enormes galpones hallábase el famoso queso suizo, despidiendo la sabrosura de sus olores en el enorme recinto, bajo la tenue luz de pequeñas lámparas de calor. Corrió hacia él y comprobó la definición de su textura y el delicioso sabor, tan famoso en los mercados internacionales. «¡Esto es el paraíso; por fin he dado un golpe de importancia!», pensó.
Consideró que para no ser descubierto con facilidad, era mejor sustraer parte del botín por la parte que estaba pegada al boquete por donde había llegado. Puso manos a la obra y durante varias semanas, llevándose solamente lo que podía cargar, estuvo yendo y viniendo por el nauseabundo laberinto, a punto de vomitar el estómago.
Una noche cesaron los ruidos de las máquinas ensambladoras, precisamente en el momento en que el visitante nocturno incursionaba por el oloroso recinto. El militar retirado advirtió la presencia de un extraño en la bodega principal. Tomó el arma, se dirigió de puntillas hacia la puerta de la bodega principal y pegó la oreja a la fría chapa de la cerradura. El intruso hizo lo mismo y guardó silencio, con el alma en un hilo, esperando un desenlace fatal. Pero no, el militar sólo sonrió; volvió sobre sus pasos y como si nada hubiese pasado, abandonó el edificio y se marchó a casa.
Días después, el ladrón volvió a la carga. Asomó confiado la cabeza dentro de la bodega, cerciorándose de que no hubiese moros en la costa. De repente, descendiendo de lo alto del techo, a la velocidad de un meteoro, un peso de cincuenta libras le aplastó la cabeza. Experto en trampas mortíferas, el viejo soldado había dispuesto de su ingenio para deshacerse del miserable ratón que desde varios días estaba causando estragos a la economía de su empresa.
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* Juan Pablo Espino Villela (Chiquimula, Guatemala). Locutor y periodista por más de 25 años. Co fundador del Asilo de Ancianos el Hogar de mi Hermano. Co fundador de la Casa de la Cultura de Chiquimula. Encargado del Departamento de Educación Coosajo R.L. Presidente de la Comisión Trinacional de Arte y Cultura. Alcalde Municipal de la Ciudad de Esquipulas, Chiquimula, Guatemala, Presidente de la Cámara Trinacional de Turismo Sostenible CTTS. Gerente de Recursos Humanos, Relaciones Públicas e Imagen Corporativa Comercializadora y Productora Oropéndola S.A. 1977, Primer Lugar Juegos Florales Colegio INBECC, Esquipulas. Primer Lugar, Juegos Florales nacionales, organizados por la Municipalidad de Esquipulas (1983). Segundo Lugar Juegos Florales Trinacionales, celebrados en Esquipulas, Chiquimula (2002). 2008: Segundo Lugar Juegos Florales Nacionales, celebrados en la ciudad de Chiquimula. 2013: Segundo Lugar, rama de prosa, Juegos Florales Trinacionales celebrados en la ciudad de Esquipulas, Chiquimula. Obras publicadas: 2001, Cuentos y Leyendas de Tierra Adentro. 2002, El Sapo que quería ir al Cielo. 2002, Matate de Pita. 2003, El Sapo que quería ir al Cielo II Edición. 2004, Las Aventuras de Tío Conejo. 2005, Metamorfosis. 2009, El Sapo que quería ir al Cielo III Edición. 2009, Camelia (Novela). Correo-e: juanpabloespinovillela@hotmail.com