Literatura Cronopio

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Amados libros que poseemos y nos poseen

AMADOS LIBROS QUE POSEEMOS Y NOS POSEEN

Por Gabriela Sánchez Medina*

Los libros, las librerías, las bibliotecas, los bibliotecarios y los archiveros son personajes centrales en los diversos relatos literarios. Tomaré como ejemplo un ensayo y dos novelas contemporáneas en las que se puede reconocer una tradición en la que los textos son protagonistas que transitan por diversos mundos, recreados artísticamente con sus enredos y marañas, con sus pasiones y demonios. Los libros son personajes que la literatura ha recreado de diversas formas: como objetos peligrosos, prohibidos, y que tienen como marco de sus aventuras esos lugares sagrados llamados bibliotecas (pensemos, a modo de muestra, en El nombre de la rosa o El club Dumas).

Las palabras impresas en papel, agrupadas en páginas que se mezclan con las experiencias, con la vivencia del día a día para dar forma a un constructo «personalibresco», dirá el escritor francés Claude Roy, en su ensayo El amante de las librerías: «Ya no sé lo que debo a los paseos por Roma o por la Toscana con Elio Vittorini o Romano Bilenchi y a la lectura de los libros de Stendhal, Henry James o Jacob Burckhardt, lo que debo a los amigos de la vida (que también escribían libros) y a los libros amigos (que también evocaban a personas)» (2011: 44). Roy reflexiona sobre las grandes bibliotecas que ha visitado, y comenta:

Yo venero, ciertamente, las grandes bibliotecas, arcas de Noé de la palabra, ciudadelas de memoria, conciencia e inconsciente del saber y de las locuras de los siglos. […] Me abandono con placer al vértigo de los inmensos ficheros, con el abracadabra de las cifras y las letras, de las signaturas y las referencias, la magia de las fórmulas algebraicas que conducen a un volumen con tanta seguridad como los gestos de las abejas descifrados por von Frisch (fon Frish) [los cuales] conducen a las obreras hacia el polen oloroso de un campo de lavanda. […] He saludado a la cúpula, vasta como la frente de un genio universal, de la Biblioteca del Congreso de Washington. He respirado el olor a ciencia antigua y a cebolla amistosa de la Biblioteca Lenin de Moscú. He escuchado el ruido de frotamiento característico de las páginas de papel de arroz pasadas en el silencio de la Biblioteca de la Universidad Peida de Pequín. Sí, venero las grandes bibliotecas, lugares de descanso de toda la memoria del mundo. (2011: 12-15)

Pero, este autor francés que reconoce la trascendencia de las bibliotecas, prefiere las librerías porque la pertenencia de, y a los libros, es fundamental en su vida.

Por su parte, Martha Cooley, en la novela El archivero (2000), nos presenta a Matthias Lane, personaje a través del cual se recrean las disyuntivas que afectan al ser humano en momentos de crisis. Matt es el encargado de la Sala Mason en una universidad:

Pero para los estudiantes graduados soy algo así como un dios, un ser tan indispensable como inevitable, centinela de incontables objetos de deseo. ¿Y en realidad? En la realidad soy el archivero de una de las instituciones de enseñanza superior más prestigiosas de Norteamérica, donde me dedico a catalogar una colección de manuscritos y libros raros, notas y cartas de escritores muertos y otros personajes eminentes, además de cajas de misceláneas donadas por licenciados excéntricos. Dicho archivo, ubicado en un ala tranquila de la biblioteca principal, está considerado uno de los mejores del mundo; y yo soy su guardián. (13-14)

El amor a los libros y entre los libros, el amor a las palabras y a los silencios; evocaciones que inevitablemente acompañan la lectura. El valor de la lectura es otro tema, y la compañía de los libros en los peores momentos de la vida, en la que se vuelven parte de la supervivencia de los seres, resuena en la novela La bibliotecaria de Auschwitz, de Antonio Iturbe (2012). El título nos instaura de golpe en un momento caótico, crítico de la humanidad, por decir lo menos:

Hay dos profesores que levantan la cabeza angustiados. Tienen en sus manos algo rigurosamente prohibido […]. Esos artilugios, tan peligrosos que su posesión es motivo de la máxima pena, no se disparan ni son objetos punzantes, cortantes o contundentes. Eso que tanto temen los implacables guardias del Reich tan solo son libros: libros viejos, desencuadernados, deshojados y casi deshechos. Pero los nazis los persiguen, los azuzan y los vetan de manera obsesiva. A lo largo de la historia, todos los dictadores, tiranos y represores, fuesen arios, negros, orientales, árabes, eslavos o de cualquier color de piel, defendieran la revolución popular, los privilegios de las clases patricias, el mandato de Dios o la disciplina sumaria de los militares, fuera cual fuese su ideología, todos ellos han tenido algo en común: siempre han perseguido con saña los libros. Son muy peligrosos, hacen pensar.
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En el mundo recreado en este relato, Dita es una bibliotecaria muy peculiar, que no se rinde, que persiste ante las situaciones que le rodean. Ella esconde bajo su vestido los libros prohibidos que se encuentran a su cargo en la pequeña biblioteca clandestina del bloque 31 en el campo de concentración, apenas ocho volúmenes conforman el acervo: una gramática rusa, un libro de álgebra, un atlas, un libro de psicoanálisis de Freud, la Breve historia del mundo, de Wells, una novela en francés (El conde de Montecristo) y un libro checo (Las aventuras del bravo soldado Svejk). Dita: «Tiene catorce años y la vida por estrenar, todo por hacer. Nada ha podido siquiera comenzar. Le vienen a la cabeza esas palabras que su madre lleva años repitiendo machaconamente cuando ella se lamenta de su suerte: ‘Es la guerra Edita…, es la guerra’».

Un personaje extremo en momentos extremos, en donde la ficción y la realidad se cruzan, en donde la lectura es la vida y la vida es leer:

Era tan pequeña que ya casi no recuerda cómo era el mundo cuando no existía la guerra. Igual que esconde los libros bajo el vestido en ese lugar donde se lo han arrebatado todo, también guarda en su cabeza un álbum de fotografías hecho de recuerdos. Cierra los ojos y trata de evocar cómo era el mundo cuando no existía el miedo.

[…] Dita, agarrada a esos viejos libros que pueden llevarla a la cámara de gas, ve con nostalgia a la niña feliz que fue.

Hay más historias, más libros, más bibliotecas que contar… Queda abierta la posibilidad de seguir con la lista de novelas que pueden ser consideradas dentro de esta tradición de literatura, que reflexiona sobre los amados libros que nos forman y conforman, los amados libros que poseemos y nos poseen.

BIBLIOGRAFÍA
Cooley, Martha. 2000. El archivero. Barcelona: Circe.
Iturbe, Antonio G. 2012. La bibliotecaria de Auschwitz. Barcelona: Planeta.
Roy, Claude. 2011. El amante de las librerías. Barcelona: José J. de Olañeta.
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* Gabriela Sánchez Medina es Doctora en filosofía por la Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo. De febrero de 2004 a la fecha: profesora-investigadora en la Facultad de Letras de la Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo. Ponente en diversos congresos nacionales e internacionales. Principales áreas de investigación: la relación literatura-periodismo y los estudios del discurso. Publicaciones: «Mujeres mentales», en el libro Voces en diálogo, editado por Plaza y Valdés y la Universidad Autónoma de Tabasco; «La negación del nosotros en la novela Las muertas, de Jorge Ibargüengoitia», en el libro El nosotros desde nuestra mirada, editado por la Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo y la Universidad Veracruzana. Es coordinadora del libro «Lenguajes de la cotidianidad», editado por la Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo y la Universidad Veracruzana.

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