La novela de Iparraguirre también se basa en hechos históricos investigados en bibliotecas y archivos (Roffé 103) y abarca el período de la expansión colonial británica en la región de Cabo de Hornos, los viajes del Capitán Robert Fitzroy en los años 1830, y la fatídica misión evangelizadora de Allan Gardiner en 1855 con sus consecuencias desastrosas para los ingleses y —más aún— para los yámanas. Iparraguirre subvierte la visión hegemónica generando un discurso híbrido expresado por el narrador, John William Guevara de padre inglés y madre criolla quien, ya de viejo, escribe lo que recuerda de sus años juveniles (cuando los eventos mencionados se desarrollaron) por pedido de un oficial de la Marina Británica «Míster MacDowell o MacDowness» quien, en una misiva, le pidió que contara lo que sabe de los eventos en los cuales el yámana, Omoy Lume (Jemmy Button) estaba involucrado.
«Siendo usted un testigo privilegiado y directo de los hechos, desearíamos que realizara una noticia completa de aquel viaje y del posterior destino del desdichado indígena que participó liderando la matanza por la que ha sido juzgado en las Islas» [sic] (18).
Poner en duda el apellido del oficial, «Míster MacDowell o MacDowness» cada vez que se refiere a él fomenta la impresión de la impersonalidad del destinatario para subrayar que la relación entre el narrador, el emisor de la memoria epistolar no es personal, sino que el destinatario representa el poder de órganos oficiales (que no tiene cara) y que operan pretendiendo la objetividad. En cambio, el narrador asume su posición en oposición a lo que Mr. MacDowell o MacDowness representa y explica la subjetividad de su relato:
«Le diré, Míster MacDowell o MacDowness, que mi relato no puede ser imparcial, Nunca podría serlo. Fui amigo de Jemmy Button, le cobré un afecto que se hizo entrañable y que con los años alcanzó su verdadera dimensión» (103).
Iparraguirre elige un narrador híbrido quien —después de reflexionar sobre el problema—, «¿Cuál es la lengua en que estas palabras deben ser escritas? La de aquí, puedo decir la mía, o la de la carta, la de Uds?» (35-36), decide relatar la historia en inglés «quería dar vuelta al sentido de la otredad» —dice en una entrevista la autora (Roffé 103)—. La estrategia postcolonial de la autora es elegir entre las dos posibilidades del manejo de la lengua, la abrogación (en este contexto se refiere al uso no-estándar del idioma imperial) y la apropiación, ella decide por la segunda opción. Apoderándose del lenguaje imperial, este narrador homodiegético se inserta entre las dos fuerzas en conflicto creando así un «tercer espacio de la enunciación» (Bhabha) un espacio contestatario de donde emerge la escritura de la resistencia, la cual no se propone representar un antagonismo binario, sino que —alejándose de tales esencialismos— sirve como un mecanismo correctivo de la memoria histórica, cuyas huellas se mantienen en los archivos y fomentan los discursos «oficiales» actuales que encierran el concepto decimonónico de nación.
El plurilingüismo y la ambigüedad lingüística son sintomáticas de la colonización y es parte del dilema en torno a la representación de los sujetos colonizados. El narrador, Jack Guevara lleva el apellido de su madre y el nombre que le ha puesto su padre, es hijo reconocido de un inglés pese a que éste nunca se había casado con su madre. El nombre del narrador ya refleja esta hibridez, producto de la colonización, que sigue evolucionando en el contexto postcolonial. «El apellido inglés de mi padre —Mallory—, había terminado siendo en la pronunciación común argentina, primero máyori, y después, curiosamente, mayor, un grado del ejército» (35). El nombre del colonizador terminó siendo absorbido en el vocabulario local y dejó de existir como nombre propio.
Jacques Derrida en Monolingualism of the Other discute la «voz del otro», porque —según sugiere— «la lengua para el otro viene del otro» (68), dando a entender que, además de las prácticas coloniales del «othering», también se experimenta otro tipo de «othering» por el mismo lenguaje, mediante los «dos trucos del amo» [i.e. el colonizador]. El primero es la imposición de la lengua imperial, y el segundo se manifiesta en el momento que el colonizado crea un lenguaje de emancipación y de descolonización. El «segundo truco» aparenta la posibilidad de «reapropiación» del lenguaje, pero —según Derrida sugiere— esto no es posible, lo único que se logra es crear una ilusión de significado. Lo que llama «homo-hegemony» es lo que crea un lenguaje colonizador de todos los idiomas. Si el colonizado usa el lenguaje para expresar lo anti-colonial, cae en una «amnesia which can cause aphasia», la amnesia que lleva a la afasia, la pérdida de la memoria que causa la pérdida de la voz. Por ello, el colonizado tiene el dilema de apropiar o abrogar este lenguaje, o bien, inventar una manera de expresión hibrida que refleje la nueva entidad lingüística y cultural. Así lo ha hecho José María Arguedas inventando un nuevo lenguaje en el cual la sintaxis quechua engloba el vocabulario español. Constituye otro ejemplo el autor nigeriano, Ken Saro Wiwa (ejecutado en 1991 por el gobierno militar nigeriano por su resistencia a los intereses de la compañía petrolera Shell) quien manipuló el lenguaje en su novela, «Sozaboy, A Novel in rotten english» (sic, 1985), donde opuso el «big big English» (gran gran inglés) al «rotten english» (inglés podrido) —versión del inglés hablado por el colonizador y el colonizado, respectivamente—. Sin embargo, la obvia ironía encerrada en estas frases y en su discurso narrativo en general, opera como catalizador y ofrece una salida de la dicotomía repetitiva que se establece entre colonizador y colonizado, cuyo centro de referencia siempre es el colonizador. Ofreciendo un nuevo lenguaje híbrido que surge desde el llamado «tercer espacio» (Bhabha) que ostenta la ironía como vehículo de resistencia, estableciendo a la vez la autorreferencialidad del sujeto colonizado.
Los esfuerzos de Sylvia Iparraguirre para desestabilizar el mito binario de la colonización se manifiestan —además de la hibridez física, étnica y lingüística del narrador— en su deliberado cuestionamiento y subversión de la dicotomía centro/periferia. El relato del narrador se escribe en Los Lobos, Tierra del Fuego, en el cual Londres es retratado como una tierra lejana y desconocida. El punto de referencia del narrador sigue siendo el fuegino comparando el gentío de Londres con una manada de sesenta mil cabezas de ganado que al narrador —de niño— le pareció un terremoto. «[A]ntes de llegar a Londres había imaginado algo parecido con sus habitantes, tal era la dimensión de esta ciudad desconocida siempre mentada por los marinos de a bordo» (51). Más tarde en la novela se incluye el espacio londrino representado no en su gloria imperial, sino por los ojos de los secuestrados. «Lo que iba conociendo de Londres no me gustaba, y su gente, menos. Nunca había visto en Lobos gente tan sucia» (114).
Siguiendo el topos de la dicotomía colonizador/colonizado, el discurso del El Cementerio, a primera vista, manifiesta indicios de la tradición de la épica nacional de Chile, materializada en obras como El poema de Chile de La Mistral, El canto general de Neruda, El Purgatorio de Zurita, entre otros. Además, puede considerarse como partícipe de la tradición del mester de juglaría, poesía épica en lenguaje popular, quizás con más razón. Formoso es el cronista (y juglar) de los restos de la desdichada gente de la ciudad Rey Don Felipe fundada por Pedro Sarmiento de Gamboa con 300 personas en 1584 que subsecuentemente fue conocida como Puerto del Hambre, con el nombre que le dio el corsario inglés, Thomas Cavendish tres años más tarde —habiendo encontrado sólo 18 sobrevivientes de las 300 personas (Guichón)—.
Y dice algo con su boca
desecada, y escucha la respuesta de hojas sin oído
ni cuerpo, lleva un mástil y un cañón dibujados
en su traje, la tarde es un testigo que observa
y calla. («En la derruida ciudad del Rey Don Felipe» 133)
Nomen est omen: dos siglos y medio más tarde pasó la nave HMS Beagle, cuyo capitán, Pringle Stokes, al ver la desolación del lugar se encerró en su cabina y se pegó un tiro. Este capitán fue seguido en el rango por Robert Fitzroy, el que aparece en La tierra del fuego y quien visitó Puerto del Hambre varias veces, incluso una vez acompañado de Charles Darwin (el «doctorcito» en la novela) cuyos prejuicios raciales fueron puestos de relieve en la misma.
—¡Mire esta cara! —seguía el doctor con su argumentación dirigiéndose al Capitán.
—¿Qué ve en esta cara? —Había tomado con sus nerviosos dedos las mejillas de Button y le sacudía la cara, de un perfil al otro, para mostrar mejor lo que iba diciendo—, ¿y su frente en saledizo, algo parecida a la mía…? ¿y estos pómulos prominentes y esta sonrisa ladina? (170-171).
La tradición de la representación negativa del yámana, no solo se establece en las crónicas de los primeros encuentros (por ejemplo, Cavendish que los acusa de canibalismo) para justificar la necesidad de la «misión civilizadora», sino que recibe un impulso renovado(r) en el siglo XIX, cuando el área se puebla de nuevo y se funda la ciudad de Punta Arenas. Martinic habla de «la índole atávica de raigambre indígena» que afectó a los pioneros chilenos en la Patagonia, pero el epitafio de la estatua del indio (¿literalmente?) desconocido en el Cementerio de Punta Arenas complementa la impresión creada por Martinic.
El indio desconocido
llegó desde las brumas de la duda histórica
y geográfica. Yace aquí cobijado en el patrio
amor de la chilenidad
eternamente. (79).
Lo más probable es que «el patrio amor de la chilenidad» se haya formado después de la muerte del «indio desconocido» separando la «prehistoria» y la «historia nacional» la primera puesta en «duda» y envuelta en las «brumas» del pasado despojándola así de la legitimidad, ironizando sobre las estrategias discursivas de la «misión civilizadora». Aquí se debe recordar a Edward Said quien postuló que los pueblos colonizados se representaban en el discurso colonial como pueblos sin historia, ni origen y, como en este caso, llegaron «desde las brumas de la duda histórica» y hoy se desconocen. En esta codificación discursiva se reconocen los «vectores culturales de continuidad y ruptura» que operan simultáneamente, de acuerdo a Stuart Hall. Los discursos nacionales latinoamericanos manifiestan estos hitos temporales al incluir la gloria de culturas indígenas precolombinas (mayormente la de los incas, mayas y aztecas), pero que esa gloria de antaño no se relaciona con los descendientes actuales de los mismos pueblos. Es evidente la ironía con la cual Formoso desafía el discurso nacional: («Todos esos nombres son tus nombres» 233) los antiguos y bien muertos se incluyen en la «chilenidad», pero sus descendientes tienen que enfrentar el mismo racismo y marginalización de siempre, «porque esos nombres no fueron registrados con número ni correo» (233) debido a la dicotomía de civilización y barbarie subyacente en el discurso de la Modernidad (cf. Alvarez Gamboa).
En El cementerio el sufrimiento se manifiesta como el hilo conductor de la historia de Chile y la muerte como el principio ordenador de la región, cuya geografía emerge como personaje principal de este réquiem monumental. Como la muerte sigue siendo una presencia amenazadora incluso en el presente, Formoso la rescata en «Canción para los niños muertos en los basurales» (261), entre otros poemas.
Las referencias al título, El cementerio más hermoso de Chile, aparecen a lo largo del libro y ofrecen varias lecturas, desde la más obvia, la realista, a la simbólica de la muerte (que une pasado al presente) hasta la irónica que aparece en «McDonald’s tuvo su propia avalancha»:
Punta Arenas es una tremenda
oportunidad de negocios
porque se trata del cementerio
más hermoso de Chile (143).
También aparece en uno de los poemas titulados «En el fondo de la mar»: «Sueñan los apóstoles un viejo cementerio, el más hermoso dicen cuando despiertan nunca» (23) en la unidad titulada, «En medio del estrecho el sueño del cementerio más hermoso de Chile». Lo que más llama la atención de esta sección es el poema que la cierra: «Lágrima de Kooch que dio origen al cementerio más hermoso de Chile». Kooch, protagonista del mito tehuelche de la creación del cosmos como un todo, evocado en el epígrafe encabezando el poema, sugiere, por un lado, que el mundo fue creado «de la mar», emergió del llanto derramado por la soledad (otra clave), y por el otro, no se nos escapa la ironía con que el autor coloca el poema sobre la creación al final de esta unidad. Es notable que la creación del mundo se le asigne a esta deidad tehuelche que, una vez más, sugiere la construcción de una historia complementaria, correctiva y distinta a la eurocétrica herencia colonial.
El espíritu fundacional del libro se señala en la apertura, como lo nota Carlos Yushimito (en la nota 3 de su artículo). «El extracto apócrifo de La Araucana» escrito no por Ercilla sino mayormente por Formoso —pero usa versos enteros del original (en cursiva, cf. La Araucana, canto XXIX, 179)— y sigue la métrica de la épica fundacional de Chile por excelencia, pero el hecho de insertar un poema apócrifo a la apertura del libro, pone en duda de inmediato y alza la posibilidad de la ironía en las intenciones autoriales de hacerse partícipe en la tradición épica de la poesía chilena. Más bien son los versos finales del poema apócrifo que, en efecto, vienen de La Araucana los que anticipan la dirección del libro:
«pues no ha de haber partido ni concierto
sino sólo matar o quedar muerto» (12).
Desde aquí ya se comienza a sospechar que, en efecto, el autor sigue la tradición mistraliana y nerudiana a contrapelo y en este caso se trata de una contraépica (cf. Yushimito) construida no a partir de la gloria nacional del pasado o la esperanza de un futuro heroico, sino a partir del cementerio, la muerte y la memoria (individual). Se construye una historia muy distinta: la poesía y la historia comparten un espacio escritural donde la ficción y la realidad son inseparables: una historia apócrifa de la Patagonia. ¿Podría concebirse este libro como una utopía de construir otra realidad a partir de esta historia escatológica? ¿La historia como poema y el poema como historia?
La actitud contestataria y el deseo de «corregir/reescribir» la historia es evidente en La tierra del fuego también. La narración analéptica del ya viejo narrador de los eventos de su juventud le da un ángulo evaluativo a los mismos que pasan por el filtro de su memoria que los convierte en una praxis histórica nueva que enfatiza la subjetividad (opuesta a las aproximaciones positivistas de las versiones eurocéntricas/nacionales que se proclaman objetivas y productores de verdades históricas).
«Hay recuerdos vividos, que permanecen perfectos en mi memoria … hay otros que reconstruyo… Aunque no exactos, por algún motivo han permanecido en mi memoria y les presto palabras para que cobren parte de la verdad que tuvieron. No dudo de que cada uno de los que estuvieron en aquel camarote daría una versión distinta de la mía. Puedo decir en mi descargo que éste es mi relato y que se atiene a lo único que naturalmente manda en él: mi memoria» (176).
Este afán de crear un registro complementario y contestatario, y usar la memoria para crear una contrahistoria, motivado por la «incertidumbre que ha ido dejando y dejará a su paso, indefectiblemente, el registro, la narración de la historia» (Correa-Díaz 50), ha resultado en el ejercicio (meta)literario de la conjetura histórica que se pone en evidencia en ambas obras. Esta intención reelaboradora del pasado surge de un deseo de afectar los principales factores que configuran la identidad cultural de la Patagonia.
Son los saberes locales que tiñen, informan, y a la vez, minan la narrativa histórica oficial/nacional en ambas obras. De esta manera los autores resisten y contestan la construcción histórica eurocéntrica, cuyo objetivo es proveer una justificación moral a la colonización. La historia local de la Tierra del Fuego se inserta en la historia general de la expansión europea cuestionándola y poniendo en duda las «verdades» históricas producidas por el discurso colonial y posteriormente nacional.
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* Dra. Silvia Nagy-Zekmi es profesora titular de estudios culturales e hispanos y dirige el programa de Estudios Culturales en la Universidad Villanova (Philadelphia, EEUU). Sus publicaciones abarcan libros y artículos sobre estudios culturales, postcoloniales y de género. Sus publicaciones incluyen los libros siguientes: Global Academe: Engaging Public Intellectual Discourse (2013) and Truth to Power: Public Intellectuals In and Out of Academe (2012, ambos co-editados con Karyn Hollis. (Villanova University) Perennial Empire (2011) and Colonization or Globalization? (2009, ambos co-editados con Chantal Zabus, La Sorbonne), Moros en la costa: Orientalismo en America Latina (2008), Paradoxical Citizenship: Edward Said (2006, 2008); Democracy in Chile: The Legacy of September 11, 1973 (2005, con Fernando Leiva, State University of New York, que ganó el premio Whitaker), El arte de vivir: Acercamientos críticos a la obra poética de Pedro Lastra (2007, con Luis Correa-Díaz, University of Georgia) Le Maghreb Postcolonial (2003), De texto a contexto: Prácticas discursivas en la literatura española e hispanoamericana (1998), Identidades en transformación: El discurso neoindigenista de los países andinos (1997), Paralelismos transatlánticos: Postcolonialidad y narrativa femenina en América Latina y Africa del Norte (1996), Historia de la canción folklórica en los Andes (1989). Su proyecto actual es un libro titulado: La condición postcolonial. Eurocentrismo en América Latina. Página web: www.wix.com/snzekmi/cv
Excellente!