DOS RELATOS
Por Roberto Enrique Araque Romero*
ENFERMO
Estoy enfermo. No cómo comúnmente se entiende. Me refiero a que puedo caminar, bailar, comer, beber, jugar y todo lo que una persona saludable hace. Sin embargo, y muy a pesar de todo, puedo afirmar que estoy bien jodido. Pues conozco mi cuerpo, y así como cuando un mecánico infiere las fallas en un auto, tengo la certeza de que algo no está bien en mí. Estoy casi seguro. Aunque mis síntomas no se ajustan a una afección en particular —Sida, cáncer, dengue, malaria o, incluso, gripe — insisto en la idea de que algo no está bien. Corrijo: nada de nada está bien; podría morir en cualquier momento. Eso me aterra pues tengo 4 niños que mantener y una mujer que es una luchadora incansable, mas sin muchas luces lo cual es muy preocupante. Pues una persona trabajadora sin cerebro es como un toro en una corrida y no la quiero dejar sola en la batalla.
La enfermedad podría asesinarme en un segundo, o en menos. No matarme directamente, sino desencadenar mi muerte. Es decir; no moriría propiamente por efecto de la enfermedad, sino que su principal síntoma sería lo que promovería un accidente que si bien no podría acabar con mi vida, sí dejarme paralítico o en estado vegetativo. Esto me ha hecho entender que hay cosas peores que la muerte, eso aumenta mi temor.
Comencé a padecer esta enfermedad desde mi adolescencia. El primer ataque lo atribuí al cansancio, resultó sencillo llegar a esa conclusión debido a las peculiaridades de mi afección. Sin embargo, aun habiendo descansado se repetían mis achaques. Los episodios eran repentinos y tardaban no más de cinco minutos. No podría describir los síntomas tal cual lo haría un médico, sólo sé que me empezaba a sentir más fatigado que de costumbre. Seguidamente un hormigueo recorría mis piernas. Luego una sensación de debilidad me hacía cabecear y convertía mis parpados en plomo. Al final caía rendido. Eso era, caía dormido de un tajo. No importaba cuándo ni dónde; por la mañana, en el bus; a la hora de almuerzo en el trabajo o por la noche, de regreso a casa. Caía como un costal de harina. Esto resultaba ser peligroso porque, aunque no llegó a suceder, si me quedaba dormido de repente podría hasta matarme.
En la actualidad mi trabajo es de alto riesgo; soy chófer de un montacargas. Un descuido podría terminar en desgracia. Por suerte no ha sucedido, debo tener un ángel protector muy eficiente. Y, sin embargo, no puedo abusar. Por eso busqué ayuda profesional. No de manera voluntaria, sino por insistencia de mi esposa. Y después de dar tumbos en varios hospitales, terminé en manos de dos especialistas.
No sé en qué área de la medicina ejercen, pero tengo entendido que es bien complicada y una de las más difíciles. Incluso, ambos doctores, habían estudiado en el exterior y son reconocidos por muchos de sus colegas como pioneros en su rama. El primero se apareció en mi casa días después de que un colega le mencionó, a forma de sorna, que un paciente llegó a su consultorio nervioso porque dormía demasiado. Su nombre era José Rengel. De mediana estatura, tez morena, con rasgos de afro descendiente y bigotudo. Él, después de realizar una cantidad no muy limitada de exámenes, presumió que era narcolepsia. Para el momento en que mencionó la enfermedad no sabía de qué se trataba, pero resultó que todo se acoplaba a tres de los cuatros síntomas que describían la enfermedad. El primero de ellos era la somnolencia diurna; me daba, y aún me da, por dormir en todos lados y a todas horas. El segundo me costó entenderlo, cataplexia; eso era cuando tenía episodios breves de pérdida bilateral del tono muscular. En otras palabras; cuando me sentía débil. El tercero era el que no se ajustaba a la definición de la enfermedad. Eso sembró dudas y fue la razón por la que me refirió a otro doctor con más experiencia en el área. Lo llamaba Alucinación hipnogógica. Y el último sí lo había experimentado, la parálisis de sueño. Eso pasa cuando uno se levanta y no puede moverse. Estás despierto y consciente de todo lo que está a tu alrededor, sin embargo, no puedes mover ni un músculo. Irónicamente eso fue lo que trajo al primer especialista. Mi esposa notó lo que me sucedía y fue quien me persuadió en ir al médico.
El segundo doctor se llamaba Carlos Gomes. No Gómez, sino Gomes porque él era de una familia europea donde el Gomes era un apellido común. Lo que más recuerdo de él era que tenía una pronunciación casi perfecta del castellano, incluso articulaba las groserías con cierta elegancia. Era un tipo alto y de apariencia fornida, sin embargo, cuando uno detallaba sus movimientos percibía la ausencia de ejercicio físico y entendías que esa apariencia era heredada mas no trabajada. A todas estas era un tipo apacible y cordial, de mirada pasiva y rasgos eminentemente sajones. Siempre se mostró cauteloso y agradable, tal cual la personalidad de alguien culto. Después de realizar algunos exámenes y consultar con otros de sus colegas en el exterior determinó que mi trastorno era único en el mundo. Claro, con el tiempo comprendió que mi dolencia es muy común en Venezuela. La llamó narcolepsia selectiva y es la causante de que algunas personas, ya sean ancianos, lisiados, mujeres embarazadas o con niño en brazo, permanezca de pie en un bus atestado de pasajeros. También, con menor frecuencia, cuando esas mismas personas están en estaciones de trenes, oficinas, aeropuertos u hospitales. En todos los casos, tendrán que permanecer de pie porque la narcolepsia ataca a los jóvenes y cada vez que se monta un anciano en un bus, todos sufren ataques repentinos. Y es por eso que no le seden el puesto.
UNA PÉSIMA HISTORIA PARA EL PEOR POETA
En las tertulias literarias se habla de grandes escritores. Puede que alguien critique un libro en particular, pero raramente se cuestiona la genialidad del autor. La grandiosidad de éste opaca a sus contemporáneos, esto hace que su obra perdure. Ahora bien, en Inglaterra sucedió un caso muy particular, un hombre rompió los esquemas, se impuso contra todo pronóstico y legó su obra, para bien o para mal, a futuras generaciones. Lo extraordinario es que se ganó un lugar en la historia no por su genialidad, grandilocuencia o destreza, sino por todo lo contrario; fue el peor poeta de su tiempo y, tal vez, de la historia.
William Topaz McGonagall nació en Greyfriars, Parish — Edimburgo— en marzo de 1825. Fue un tejedor británico que a la edad de 47 años y con cinco hijos que mantener, decidió incursionar en la poesía. Lejos de criticar su obra habría que admirar a este hombre. Hizo de tripas corazón y, a pesar de las críticas, rechazos y burlas, nunca dejó de cultivar su peculiar arte. Existen infinidad de anécdotas sobre su vida, pero habría que destacar las más relevantes, como cuando interpretó a Macbeth —también fue actor—. McGonagall creyó que el actor que interpretaba a Macduff estaba tratando de eclipsarlo, por lo que se negó a morir en el momento culminante de la obra, la cual fue un éxito, en taquilla y en carcajadas. Se tiene constancia de que le escribió un poema a la Reina Victoria, recibió una carta de rechazo escrita por un funcionario real donde se le daban gracias por su interés. Esto no lo desanimó, es más, lo alentó. En un viaje a Dunfermline, alguien le dijo que su poesía era horrorosa y McGonagall respondió: Era tan mala que Su Majestad le había agradecido [a McGonagall] por lo que él había condenado.
McGonagall nunca se inmutó ante las sátiras. Escribió e hizo una campaña contra el consumo excesivo del alcohol. Relataba sus poemas y discursos en bares, aunque su campaña contra el alcoholismo tuvo poco éxito, llegó a ser un poeta muy popular en la ciudad de Dundee —allí publicó la mayoría de sus trabajos—. Hacer poesía no es lo mismo que hacer buena poesía, y este es el caso más emblemático, mas eso no le quita méritos a este singular personaje. Si para no pocos grandes escritores la vida resultó dura, sin contar que su obra no fue apreciada y, en muchos casos, censurada, ¿cómo serían si hubiesen carecido de esa cualidad que los distinguió, esa pequeña cosa que denominamos talento? Este hombre lo sufrió en carne propia y, a pesar de eso, nunca se rindió. Vendía sus poemas en las calles, los recitaba en salas, teatros y bares. Su carácter no le permitió desairarse aun cuando mostró su poesía en un circo local mientras la audiencia le tiraba huevos, sardinas, harina, papas y pan duro.
Habría que tener mucho valor para recitar poemas en un circo mientras la gente te tira de todo. Recitar un poema es como desnudar la parte más íntima de tu ser ante desconocidos, esa podría ser la razón por la que muchos poetas son muy susceptibles ante la críticas, sin contar que es un acto mental que requiere mucho esfuerzo y no todos los artistas tienen la capacidad para soportar malos tratos por algo tan laborioso y personal. Eso hace admirable a McGonagall. Existe la posibilidad de que lo hiciera intencionalmente —crear poemas malos— para ganarse la vida, pero de eso no se tiene constancia. Por otro lado, también pudo haber sido un hombre que creyó ciegamente en su talento y se vio al espejo como un genio incomprendido —No sé que es peor; ser un genio o creerse uno—. Indistintamente del motivo, el legado de este hombre es extraordinario, de una manera peculiar, claro está. Fue una diversión para sus contemporáneos por ser un pésimo poeta, tal vez por eso, a más de un siglo de su muerte, su nombre es bien conocido y sus poemas, a diferencia de los de sus contemporáneos, permanecen. William McGonagall murió el 29 de septiembre de 1902, fue enterrado en una tumba sin nombre en el Cementerio Greyfriars; nunca pudo salir de la pobreza. Sin embargo, hay una placa por encima de la calle 5 Soutt College Street —Edimburgo— que muestra su imagen y lleva la inscripción:
William McGonagall
Poeta y Trágico
Murió Aquí
29 de septiembre de 1902
Y en su tumba se puede leer:
William McGonagall
Poeta y Trágico
«Yo soy su graciosa Majestad
siempre fiel a Ti,
William McGonagall, el pobre Poeta,
Que vive en Dundee.»
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* Roberto Enrique Araque Romero, nacido en Venezuela, es ingeniero mecánico. Escribe bajo el pseudónimo de Morpheo. No ha recibido premios ni reconocimientos, aunque sí ha publicado relatos suyos en las revistas electrónicas «Whisky en las rocas» (México), «Letra Muerta» (Argentina), «La ira de Morfeo» (Argentina), «Heterus» (Colombia), «Mal de ojo» (Argentina), «Pez de plata» (Venezuela), «La palabra» (España). También ha publicado los libros de cuentos «Todas las putas van al cielo» Primera edición electrónica realizada por «Colectivo Río Negro» (Chile, marzo de 2013), «Todas las putas van al cielo» Primera edición impresa (cartonera) por «Casimiro Bigua ediciones» (Argentina, diciembre de 2013). «Todas las putas van al cielo» Primera edición impresa en portugués en proceso. Correo electrónico: Robertoenriquearaque@gmail.com. Blog: https://exodoliterario.wordpress.com/