LEÓN DE GREIFF, MODERNO Y MEDIEVAL
Por Marco Ramírez*
Entrar a la poesía de León de Greiff es entrar a un baile de máscaras. Pocos poetas como él han logrado hacer suya la identidad del disfraz y el fingimiento. Este es uno de los mayores asombros que nos reserva su obra, el de presentarnos a un poeta que pretende jugar con espejos y siempre nos revela una imagen nueva de su propio rostro: es antiguo y moderno, culto y popular, poeta simbolista y trovero. Sus constantes cambios, sus mudas de traje y de voz, sus exploraciones de los diversos terrenos de esa tradición universal a la que «entra a saco» —en palabras de Cobo Borda— configuran el mosaico de su imagen total en la que es, simultáneamente, uno y muchos. El recuento de los algunos de los heterónimos utilizados por De Greiff nos revela parcialmente el número de las distintas máscaras que adopta: Gaspar von der Nacht, Erik Fjordson , Sergio Stepansky , Harald el Oscuro, Diego de Estúñiga, Lope de Aguinaga. Estos nombres hacen eco de las fuentes literarias a las que remite cada uno de ellos, y de las cuales quiere nutrirse la obra greiffiana: la cercanía con la poética simbolista, las ensoñaciones de los países nórdicos, la idealización de la literatura rusa, la seducción atávica de las sagas islandesas, la tentación de la poesía castellana. Sin embargo, a pesar de la variedad de identidades adoptadas por De Greiff a lo largo de sus ocho «mamotretos», hay una que tiene un papel preponderante y vuelve continuamente a reclamar su presencia en la obra del colombiano: se trata de la máscara del poeta medieval.
Resulta curioso observar a un poeta plenamente consciente de pertenecer a la corriente de la poesía moderna y buen conocedor de los lenguajes renovadores de la literatura occidental de principios de siglo, cruzar los corredores del siglo XX revestido de un traje ambiguo de juglar y cantando con palabras propias de un trovador del siglo XIII. León de Greiff lo hace, y en ese regresar a una de las fuentes más remotas del pasado es donde radica uno de los puntos de su más rebelde novedad. Si el poeta colombiano regresa a la poesía medieval lo hace no sólo con la intención de encontrar en ella un lenguaje de cuño antiguo que le permita dar cierto brillo antiguo a sus poemas; no es tampoco por un huero afán de erudición; ni vuelve su interés a ella únicamente para encontrar en los «layes», las «baladas» y los «rondeles» —como lo había hecho ya Darío, y antes que Darío el mismo Paul Verlaine— una variedad de formas que le permitan ampliar su ya amplio repertorio de composiciones. Una de las razones profundas por las cuales León de Greiff se acerca a la poesía medieval es, en parte, a causa de ese deseo de evasión de la realidad que hereda de sus antecesores modernistas y que le lleva a idealizar el medioevo como una edad dorada, un poco a la manera de los poetas románticos alemanes que encontraban en ella un refugio en el cual apartarse del mundo y protestar contra las ideas de progreso de su época. Pero De Greiff en lugar de construirse la fantasía de un espacio místico, lleno de magia, decide rescatar de este pasado un espejo hechizado en el cual pretende hallar cifrado el secreto de su propia imagen. De Greiff vuelve sus ojos hacia la figura del poeta medieval porque en su lenguaje, su visión de mundo, su ambigüedad y misterio —e incluso en su erotismo— halla uno de los signos de su propia identidad.
Saltando siglos de distancia, desafiando con rebeldía el tiempo y los límites de la historia, León de Greiff se proclama un poeta medieval, considerándose a sí mismo contemporáneo de trovadores y juglares. En varios de sus poemas es posible subrayar esta identificación. Recordemos por ejemplo la «Balada ahasvérica», en la cual se otorga lo últimos títulos de «trovador» y «juglar»; o también la «secuencia del mester de juglaría» donde hace una defensa de su derecho a «ser ogaño el juglar que ayer solía». En estos poemas De Greiff hace evidente la profunda afinidad estética y vital que lo lleva a considerarlos como sus verdaderos pares literarios. Teniendo en cuenta esta voluntaria cercanía con la lírica medieval conviene observar más de cerca cuáles son los elementos que incitan al poeta colombiano a adoptar voluntariamente estos precursores poéticos.
Uno de los puntos más interesantes en la relación de León de Greiff con los poetas medievales es que al presentarse a sí mismo como «juglar» y «trovador» pareciera incurrir en una contradicción. Como ya ha sido bien estudiado por renombrados medievalistas, existen diferencias claras y bien definidas —tanto sociales, culturales, económicas— entre estas dos clases de poetas. Carlos Alvar en su libro Poesía de Trovadores, Trouvères y Minnesinger, establece de forma sucinta la diferencia fundamental entre los dos: «el juglar interpreta y el trovador compone» (Alvar, 25). Su argumentación se fundamenta en la definición ofrecida por Alfonso X en su carta a Guiraut Riquier. Para Alfonso X, los juglares son aquellos que «con cortesía y suficiente conocimiento se saben comportar entre los poderosos, tocando instrumentos y cantando historias de otros, o cantando versos y canciones de los demás y hechos ajenos». Aunque Alvar también apunta que se solía denominar juglares a cierto tipo de «prestidigitadores» cuya labor era la de entretener a otros círculos de la sociedad con artes de menos prestigio. Por el otro lado, citando nuevamente al «Sabio», Alvar precisa que los trovadores son aquellos que «saben componer palabras y música y saben hacer danzas, coblas y baladas bien compuestas, albas y sirventeses» (Alvar, 28). Resumiendo, el trovador es capaz de componer obras originales, dominando palabra y música, en tanto que el juglar es una suerte de «divulgador» de las creaciones del otro. El primero, podría decirse, pertenece con mayor propiedad a un ámbito «culto», mientras el juglar se considera una figura de «entretenimiento», y por lo tanto suele asociárselo al ámbito de lo «vulgar». Como buen conocedor de la lírica medieval, León de Greiff no ignoraba esta contraposición. Por el contrario, tenía una aguda consciencia de la misma. Su propósito era el de sintetizar en una sola figura esa faz doble del juglar y el trovador, de la «burla» y la «seriedad», del «poeta culto» y el «vulgar», de «irónico divulgador» y el creador «original». Su naturaleza poética es ambigua y se cifra en este doble reflejo. Como los trovadores, quiere gozar del reconocimiento de ser el compositor de obras admirables, y como los juglares quiere mostrarse con el desenfado de quien busca entretener.
Esta lectura creativa de la literatura medieval —asimilada como un conjunto total de obras, más que como las creaciones de autores individuales— tiene una capital importancia en la obra de León de Greiff. En primer lugar, como sostenemos en el presente artículo, le brinda los elementos para que pueda articular esa vertiente doble de su poesía que permanentemente oscila entre lo culto y lo «vulgar» —o popular—. En segunda instancia, este regreso a un pasado remoto le permite, paradójicamente encontrar uno de sus rasgos de mayor modernidad. León de Greiff logra insertarse en la corriente de la poesía moderna mediante la negación de la misma: encuentra su mayor novedad regresando a una época remota, halla su mayor novedad en la imitación irónica, en la falsificación, en la tergiversación de la obra de poetas medievales. En otras palabras, se forja su lugar en la poesía de su tiempo, «siendo ogaño lo que ayer solía».
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* Marco Ramírez. En el año 2013 recibió el título de Doctor en Literatura Hispanoaméricana de la Universidad de Ottawa, Canadá. Su tesis de grado fue un estudio de la obra de León de Greiff titulado: «León de Greiff y la tradición literaria». En el año 2008 terminó sus estudios de maestría en la misma universidad. En 2007 finalizó la carrera de Estudios Literarios en la Pontificia Universidad Javeriana de Bogotá. Ha participado en numerosos congresos y conferencias académicas. Es autor de varios artículos sobre poesía latinoamericana contemporánea.