LA VIOLENCIA OMNÍMODA EN CUANDO QUIERO LLORAR NO LLORO
Por Alejandra Escudero*
La novela corta latinoamericana ha sido, a partir de los años 60, uno de los subgéneros más excitantes, ricos y de suma importancia en cuanto a su contribución a la literatura occidental. Uno de los aspectos más frecuentes dentro del subgénero de la novela corta en Latinoamérica es la violencia. Algunas de las razones a las que se les pudieran atribuir el grado de violencia a esta región son la gran desigualdad en las clases sociales, la discriminación ante los grupos indígenas minoritarios, las injusticias ante la clase agraria y las rebeliones ante los gobiernos dirigidos por las clases burguesas de algunos países, entre muchas otras más. El propósito de este artículo es el de mostrar la existencia de sub-categorías de violencia, tales como la violencia social y la violencia política dentro del subgénero literario latinoamericano «literatura de violencia» en la novela Cuando quiero llorar no lloro del autor venezolano Miguel Otero Silva.
El contexto histórico y político de la violencia en Venezuela tiene sus raíces en dos contextos distintos. El primero es el conflicto donde se presenta el enfrentamiento entre los conquistadores españoles y el denominado «Nuevo Mundo». En el primer escenario, la violencia surge cuando los latifundistas españoles explotan a los nativos para que las tierras tengan el mayor rendimiento posible. El segundo conflicto se centra en el momento en que la burguesía criolla decide tomar las riendas del país sin la influencia de la Corona española. En este contexto, las alianzas temporales entre los nativos y la nobleza criolla, junto al liderazgo político de Simón Bolívar, fueron las que lograron la independencia de Venezuela. Sin embargo, este acto de camaradería se volvió un conflicto sangriento cuando la nobleza criolla, más fuerte que antes, se enriquecía explotando a los nativos a quienes habían estado aliados, y estos, a su vez, ponían en práctica su conocimiento del manejo de los fusiles. Más adelante, durante la dictadura de Juan Vicente Gómez (1908-1935), el mandatario permite que los capitales extranjeros «corrijan» el problema petrolero de la burguesía, evitando todo tipo de educación cívica o tecnológica de la clase agraria. Ante la tradición conservadora inculcada por Gómez, aunada al descenso en la tasa educativa de la clase popular venezolana y el triunfo de la Revolución Cubana en 1959, las principales universidades públicas de Venezuela le cedieron el paso a los marxistas, lo cual desencadenó grandes demostraciones de violencia en el país. Durante la segunda mitad del siglo XX y hasta nuestros días, la violencia no surge de las diferencias entre latifundistas y la clase campesina, sino de la explotación extranjera de los múltiples recursos petroleros y mineros de Venezuela, dando paso a una gran desigualdad económica y social entre los venezolanos (Araujo, 1972).
Dentro del subgénero literario «literatura de violencia», existen dos sub-categorías. La primera es la llamada violencia social, la cual incluye problemas que afectan relaciones sociales entre seres humanos, donde se violan derechos humanos básicos, tales como son asaltos, asesinatos, agresiones domésticas, agresiones verbales, etc., motivadas ya sea por el bajo nivel educativo y bajo poder adquisitivo de algunas clases sociales o por aquellas personas pertenecientes a la clase social pudiente que recurren a la violencia como instrumento recreativo para la ocupación de su tiempo libre. La segunda sub-categoría trata la violencia política, motivada por la insurgencia de la guerrilla urbana como forma de rebelión ante la «dictadura legalizada» incitada por el ex-Presidente Rómulo Betancourt de 1959-1964 (Márquez Rodríguez, 1996).
La novela Cuando quiero llorar no lloro del poeta, autor, periodista y político venezolano, Miguel Otero Silva, publicada en el año 1970, cuenta la historia de tres personajes que nacen y mueren el mismo día, el 8 de noviembre, día de los santos mártires Severo, Severiano, Carpóforo y Victorino. A los tres jóvenes se les dio el mismo nombre, llamándose Victorino Pérez, Victorino Peralta y Victorino Perdomo. La trama de la novela se desarrolla el día en que los tres Victorinos cumplen dieciocho años. El primero, Victorino Pérez, es un muchacho perteneciente a la clase social venezolana más pobre y aparece como «el enemigo público número uno de nuestra sociedad», según uno de los periódicos locales, y fugitivo de la justicia, habiéndose escapado de la cárcel el día de su cumpleaños. El segundo Victorino, Victorino Peralta, pertenece a la clase pudiente caraqueña, quien tiene todo lo que quiere sin necesidad de trabajar por ello. El último, Victorino Perdomo, pertenece a la clase media caraqueña, es un estudiante de Sociología en la universidad y es, al igual que su padre, un activista político, perteneciente a la guerrilla urbana emergente. La trama de la novela se lleva a cabo en un sólo día, pero a través de todas las evocaciones que tienen estos tres personajes principales, se van desarrollando las vidas de los Victorinos. A través de la lectura de la novela se revelan las relaciones que tienen estos tres personajes con su madre, su padre, su novia y sus amigos. Las relaciones de los Victorinos con respecto a estos otros personajes, son las que tipifican a los Victorinos como símbolos de las clases sociales a las que pertenecen. Los tres terminan muriendo trágicamente el mismo día, el día de su cumpleaños. Consecuentemente, son sus madres quienes los entierran en diferentes lugares, según su posición social y en ausencia de la figura paterna.
Comenzando por los personajes de Cuando quiero llorar no lloro, Miguel Otero Silva le muestra al lector su visión de un mundo completo y la complejidad de la realidad venezolana. En el caso de Victorino Pérez, éste forma parte de la clase socio-económica menos privilegiada de Venezuela y es un personaje símbolo del hampa y la violencia latente de los años 60. El personaje evoca sus recuerdos de la niñez en que su padre, poco presente en la vida familiar por el abuso del alcohol y el desempleo, golpea constantemente al hijo y a su madre. Ningún recuerdo de la infancia de Victorino Pérez es uno de alegría, sino de agresiones físicas y verbales y es a través de la circulación de las vivencias violentas de este personaje que se puede apreciar la violencia social, definida por los diversos abusos que puede sufrir el ser humano.
La relación de Victorino con su novia, Blanquita, es bastante violenta. Se sabe que Victorino Pérez la quiere, pero no puede evitar celarla. De la misma manera, pero demostrado de una forma más verbal, es el sentimiento que Blanquita siente por él. Esta relación muestra el machismo que predomina en la sociedad latinoamericana y, en este caso, la venezolana, donde el hombre es el «macho» que lleva las riendas de una relación amorosa, entre otros aspectos de la vida social. Victorino Pérez es capaz de demostrar el amor que le tiene a Blanquita y, al mismo tiempo, la ira que siente al contemplar la idea de que ella le haya sido infiel con otro hombre. En señal de venganza por la supuesta infidelidad de Blanquita, Victorino Pérez decide hacerle una cortada profunda con una navaja a través de las nalgas, mientras que ella le dice repetidas veces «No me mates, mi amor».
El personaje de Victorino Peralta es el representante de los «pavos» [1] y de la clase burguesa caraqueña del Country, una de las urbanizaciones más privilegiadas de Caracas. Su círculo social gira en torno a los «patoteros», grupo de jóvenes adinerados que cometen actos delictivos. En la novela, se comenta que
Victorino, por su parte, jamás ha sentido en su interior ese derrumbamiento correoso que llaman miedo, ni está dispuesto a sentirlo mientras viva. Lo acosaba, eso sí, la curiosidad de contemplarlo como en el lente de un microscopio, estancado en una superlativa palidez, o en el azogar de unos ojos, convulso en el escalofrío de una voluntad (p. 72).
Es por esta razón que el grupo de amigos de Victorino Peralta asalta a personas en la calle y matan animales, sólo para ver el miedo que aparece en sus caras y para ocupar su tiempo de ocio. A través de estos eventos, se puede ver el otro extremo de la violencia social, en la que se cometen los actos delictivos con el simple propósito de ocupar el tiempo libre. Este comportamiento responde a «mecanismos conductuales [y sociales] muy complejos», según el crítico Alexis Márquez Rodríguez (1996).
Victorino Perdomo, el tercero de los personajes principales, es el representante de la guerrilla urbana emergente en Venezuela durante los años 60. Este personaje es el retrato de la influencia izquierdista que proporcionó la Revolución Cubana en toda Latinoamérica. El círculo social de Victorino Perdomo lo conforma la Unidad Técnica de Combate (UTC), la cual está formada por estudiantes de ideología izquierdista, como él, y mientras que no están estudiando, se dedican a la planificación de asaltos a bancos como técnica de alzamiento contra el gobierno. Este comportamiento antisocial, en palabras de Alexis Márquez Rodríguez, es el alzamiento en contra de la «dictadura legalizada» que promocionó el ex-Presidente Rómulo Betancourt y que fue atacada por los grupos izquierdistas en Venezuela con el propósito de tomar el poder por la vía marxista, dando rienda suelta, de esta manera, a la violencia política (Márquez Rodríguez, 1996). Victorino Perdomo habría preferido que los ataques de la UTC no fueran contra un banco para que sus acciones no fueran confundidas con aquellas del hampa y la violencia social cotidiana. La actitud de Victorino Perdomo se aprecia a través del análisis que emite el narrador:
Victorino preferiría que no fuera un banco. No es que le importe un pito atentar contra esa mierda que llaman la propiedad privada, pero preferiría que no fuera un banco, que no tuviera el caso tanta similitud exterior con los atracos del hampa, tal vez prejuicios pequeños burgueses, Victorino preferiría que no fuera un banco aun a costa de un riesgo mayor (p. 79).
La condición humana de los tres Victorinos muestra que el optimismo no existe. Estos personajes se encuentran en su propia «burbuja» social y no muestran capacidad de reflexión o entendimiento de sus diversos entornos, como por ejemplo, la situación de aquellas personas en clases sociales distintas a las de ellos. Cada uno es un personaje simbólico de realidades diferentes, ajustadas a distintas clases socio-económicas que forman, a su vez, una realidad global venezolana.
En cuanto a la estructura narrativa de la novela, es importante tomar en cuenta el rol del narrador en la historia. Ante todo, se puede decir que existen diferentes narradores según el personaje del que se habla. En el caso de Victorino Pérez, el narrador tiene un papel de testigo donde, a veces, se confunde entre un narrador omnisciente y el mismo Victorino Pérez. Existe una intercalación entre la voz del narrador y la participación del personaje, donde el lector no se percata exactamente dónde termina la participación de uno y comienza la participación del otro. El uso de este tipo de narrador podría indicar el hecho de que el autor estaría queriendo dar a conocer en detalle los sentimientos de Victorino Pérez. También se puede decir que existe un salto en la narración al comienzo de la novela cuando el narrador cambia al tiempo futuro, adelantándose a los hechos que van a suceder. El uso de esta técnica podría sugerir la imposibilidad de regresar al pasado y que el destino del personaje ya está determinado. Es también interesante percatarse del hecho de que la narración de los capítulos dedicados a Victorino Pérez parecen ser más elaborados que los capítulos dedicados a los otros dos Victorinos. Orlando Araujo (1972) explica que Miguel Otero Silva, como buen periodista que era, realizó una investigación exhaustiva a nivel lingüístico y social para poder crear los personajes de los tres Victorinos. Para crear el personaje de Victorino Pérez, Otero Silva visitó una de las prisiones en Venezuela y construyó una relación de confianza y de amistad con uno de los reos. A través de sus frecuentes visitas a la cárcel, el autor pudo tomar los modismos y las formas de hablar de este prisionero para poder darle vida al personaje de Victorino Pérez, su personaje más elaborado. Al mismo tiempo, aprendió sobre la niñez tan violenta que tuvo el reo y sobre la trágica vida que tuvo al crecer (Araujo, 1972).
En el caso del narrador de los capítulos de Victorino Peralta, se puede decir que tiene semejanzas al narrador de los capítulos de Victorino Pérez. Existe una intercalación entre un narrador testigo que a veces se confunde con la voz del personaje y participa de manera indirecta, es decir, sin hacer uso del diálogo. También aparecen saltos en el tiempo de la narración, llevando al lector a un tiempo futuro. Como en el caso de Victorino Pérez, ésta técnica sugiere la imposibilidad de regresar al pasado. Araujo (1972) mantiene que la narración, como medio de construcción del personaje de Victorino Peralta, es la menos elaborada de las narraciones de los tres personajes principales. Este hecho se podría atribuir a que Miguel Otero Silva era un activista de ideología política izquierdista que no sentía afinidad por la clase social alta que describe. Es por este motivo que se podría explicar el distanciamiento que existe por parte del narrador a la hora de proyectar la imagen, el comportamiento y el entorno social en el que se mueve Victorino Peralta.
En el caso de Victorino Perdomo, él mismo es el narrador de sus capítulos. Sin embargo, aparece de dos maneras diferentes. La primera manera en que aparece Victorino Perdomo como narrador es a través de la comunicación que tiene con su novia Amparo, a quien no le habla directamente. En este caso se hace uso de la primera persona del singular en tiempo presente. Se podría pensar que Victorino no le habla directamente a Amparo, sino a una foto de ella o a su espíritu. La segunda manera en que aparece este personaje como narrador es cuando le habla directamente a Amparo, haciendo uso de la segunda persona del singular. En estas intervenciones se podría pensar que Victorino le cuenta secretos e intimidades a ella.
En lo que se refiere a la estructura temporal de la novela, Miguel Otero Silva emplea rupturas en el hilo narrativo de la historia. A medida que el lector pasa de capítulo, se va dando cuenta que existe una intercalación entre capítulos y personajes, encontrándose en el siguiente orden: Victorino Pérez, Victorino Peralta, Victorino Perdomo, Victorino Pérez y así sucesivamente hasta llegar al capítulo final de la novela, titulado Cuando quiero llorar no lloro. En estos capítulos no existe una continuidad lineal, sino que se hace uso de evocaciones para referirse al pasado. El escritor aplica esta estructura en la novela para poder transportar al lector de un punto a otro, dentro de las diferentes etapas del pasado que viven los tres personajes principales. Cuando quiero llorar no lloro es una novela realista, con una narrativa rápida, semejante a las tramas proyectadas en el cine. Una particularidad que resalta Otero Silva en esta novela es su uso del humor como instrumento aliviador de la tensión que producen los hechos violentos que en ella se llevan a cabo. En uno de los capítulos sobre Victorino Pérez, el lector se encuentra con un loro muy particular al que Victorino Pérez le ha enseñado a decir algunas palabras. He aquí el pasaje que relata esta situación:
La alegría nace y reside en la pieza del maestro albañil Ruperto Belisario, no tanto por sus moradores conscientes como por el loro, vivo gramófono encaramado al alambre de tender ropa (a veces se caga una sábana recién lavada y llueven escobazos sobre sus verdores) con quien Victorino ha establecido una amistad indestructible. Le ha enseñado a decir una cortesía desquiciadora: ¡Adiós, hijoeputa!, el saludo origina enconadas trapatiestas, el loro se lo endilga a todo aquel que pasa por su lado, más de cinco visitantes han amenazado con meterle una puñalada a don Ruperto si el animalito insiste en calificarlos de esa manera (p. 66).
El lenguaje en Cuando quiero llorar no lloro demuestra fidelidad a aquel empleado por los habitantes de las diferentes clases sociales caraqueñas. Se puede apreciar una diferencia en el lenguaje que emplean los diferentes personajes que aparecen en cada capítulo. En los capítulos correspondientes a Victorino Pérez, proveniente de la clase socio-económica más baja, se utiliza el lenguaje de los «malandros» [2]. En uno de los capítulos aparecen Victorino Pérez y su amigo Caifás planeando un «atraco» [3]. En ese momento, Caifás le dice a Victorino: «Necesito dos choritos empingados [4] para una movida [5], ¿le echan bolas? [6]» (p. 122). Además de proyectar un lenguaje comúnmente utilizado en las clases menos privilegiadas de Caracas, también se puede apreciar el regionalismo del vocabulario, ya que las palabras utilizadas en el ejemplo mencionado son utilizadas, sobretodo, en Venezuela.
El lenguaje utilizado por la clase social privilegiada de Victorino Peralta es uno más elaborado y refinado. Se podría decir que hay cierta exageración en su uso, quizás con el propósito de burla hacia esta clase social.
El lenguaje que Miguel Otero Silva utiliza para representar la clase media en Cuando quiero llorar no lloro es uno estándar, ya que no se aprecia ninguna jerga típica de ese entorno socio-económico en particular. Por otro lado, el autor hace uso frecuente del lenguaje de los activistas políticos. Victorino Perdomo hace uso del lenguaje particular de la guerrilla urbana cuando explica su experiencia y proeza en el manejo del revólver a través de un monólogo interior. En este corto monólogo, Victorino recuenta, a través de una analogía con los estudiantes de medicina, que «he desarmado muchas veces su mecanismo, como los de medicina desarman sus cadáveres en las mesas de disección, tuerca por tuerca, hueso por hueso» (p.80).
La velocidad en que suceden los eventos, los saltos en la temporalidad del racconto, las evocaciones y la narrativa semejante a la proyección de las tramas cinematográficas son las que hacen del lenguaje de Cuando quiero llorar no lloro uno tan particular. También se podría decir que sería de bastante dificultad traducir a otras lenguas esta velocidad en la narrativa junto a los localismos, regionalismos y el ritmo en que hablan los personajes venezolanos de esta novela.
El título de Cuando quiero llorar no lloro es uno que tiene poca revelación durante la trama de la novela. En palabras de Malarmé, el título no debe nombrar porque mata, sino que debe sugerir para crear diferentes interpretaciones. Después de varias interpretaciones hechas por varios críticos, la más aceptada es aquella sobre la alusión al poema de Rubén Darío, «Canción de otoño en primavera», cuyo estribillo va de la siguiente manera:
Juventud, divino tesoro,
¡ya te vas para no volver!
Cuando quiero llorar, no lloro…
Y a veces lloro sin querer…
El título de la novela pudo haber sido seleccionado de este poema de Rubén Darío por su relación al prólogo cristiano al comienzo de la novela y por los cuatro soldados romanos condenados a muerte por Diocleciano. Orlando Araujo dice que es muy posible que Miguel Otero Silva haya escogido este título porque «muy probablemente no cuadraba con la primavera, la sentencia mortal sobre los Victorinos, y tal vez porque el ansia de llanto no alcanzado trae a la nostalgia del autor la consolación de la elegía» (Araujo, 1972).
Cuando quiero llorar no lloro del autor venezolano Miguel Otero Silva es un claro ejemplo de la novela corta latinoamericana en cuanto a la experimentación que lleva a cabo el autor en términos de estilo, lenguaje y complejidad de sus personajes. Esta novela muestra, de una manera muy palpable y con el paso de cada página, un trocito más de la realidad venezolana. Es sólo a través del alto grado de violencia, en sus dos sub-categorías de violencia social y violencia política, que se pueden apreciar las desigualdades sociales y económicas, el dominio de una burguesía que lleva el control del país y las fuerzas desafiantes que quieren cambiar el rumbo de la historia.
Al igual que todos los otros escritores latinoamericanos de su generación, Miguel Otero Silva ha tratado de representar, a través de su novela, su visión de los acontecimientos históricos de la Venezuela de los años 60, creando así su visión del mundo, ya que al buscar el sentido de «lo venezolano», el autor traza un camino hacia lo universal. Cuando quiero llorar no lloro muestra la condición humana de los personajes principales, característica de suma importancia en la novela latinoamericana de la segunda mitad del siglo XX, dándole así al lector un aperitivo del mundo que es Latinoamérica.
NOTAS
[1] Pavos: jóvenes que se visten de última moda y tienen acceso a los productos y servicios de la mejor calidad.
[2] Malandros: personas que se dedican al robo y a los asaltos.
[3] Atraco: asalto a mano armada que ocurre de manera muy rápida.
[4] Choritos empingados: término muy vulgar que significa ladrones con mucha valentía.
[5] Movida: acto de naturaleza ilícita.
[6] ¿Le echan bolas?: término vulgar equivalente a: ¿se atreven? o ¿están dispuestos?
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*Alejandra Escudero es profesora de español y lingüística en la Universidad del Estado de Nueva York, sede Oneonta (SUNY Oneonta). Obtuvo su Licenciatura en Idiomas Modernos con un Diplomado en Traducción de la Universidad Metropolitana en Caracas, Venezuela. Recibió su título de Master of Arts en Estudios Hispánicos de University of British Columbia (UBC), en Vancouver, Canadá, donde hizo investigación en lingüística aplicada y adquisición de segundas lenguas. Actualmente, está cursando el programa de PhD en Lingüística Hispánica en la Universidad del Estado de Nueva York, sede Albany (SUNY Albany). Como profesora, enseña cursos de español de todos los niveles, español para las profesiones, traducción y fonética, fonología y dialectología del español.
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