Literatura Cronopio

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Descartes locura y asesinato

DESCARTES, LOCURA Y ASESINATO

Por Camilo Andrés Caballero Bastidas*

Estoy aquí, definitivamente estoy aquí. Hace un segundo parecía que no, pero ahora puedo sentir que es así. Existo, esa es la conclusión. ¿Cómo saber que todo es real, que no ha sido soñado? La brisa contra mi piel, el olor a carne cruda, el sonido distante de los carros al pasar, la sangre tibia sobre mis manos… Hay suficiente evidencia para saber que existo, o por lo menos que estoy aquí. Disociación de la realidad o algo parecido, eso es lo que me ha sucedido, pero ya ha pasado, y ahora estoy más que absorto por mi contexto. Mi mente no se aleja de mi presente, trato de divagar pero es inútil. Existo, de eso no hay duda. ¿Qué implica existir? ¿Por qué hace unos segundos no estaba aquí pero ahora sí? ¿Por qué ese hombre tenía vida y ahora ha sido arrebatada? ¿Por qué el instante es la única realidad que me absorbe? Según esto existir solo se lleva a cabo en el presente…

René Descartes propuso una vez «Pienso, luego existo» (traducción equívoca del latín Cogito Ergo Sum, que debería ser traducido como «pienso, por ende existo»); yo vengo a proponer una contra teoría al filósofo francés: «Siento, luego existo». Cuando pensamos dejamos de existir, nuestras mentes huyen a otras realidades, dejando nuestros cuerpos sin más que masa corpórea, dejamos de existir en nuestra propia realidad. En cambio cuando sentimos es que existimos, cuando sentimos es que vivimos dentro de nuestro verdadero espacio, ahí es que podemos decir que tenemos existencia. Cuando sentimos miedo, ¿qué es más real que eso a lo que tememos? Cuando nos enamoramos, ¿qué es más real que el objeto amado? Cuando nos golpeamos el dedo pequeño del pie en la oscuridad, ¿qué es más importante que ese dolor que nos abraza? Al tener un orgasmo, ¿hay algo más real que eso? Las sensaciones son las que definen la existencia, no el pensamiento. Por lo tanto, señor Descartes, vengo a hacerle una corrección (o si prefiere algo más sutil, una diferente propuesta): pienso luego no existo, siento luego existo.

¿Y qué pasaría si fuéramos capaces de pensar, pero no capaces de existir? La piedra que observo en este momento no piensa, y sin embargo existe, ese no es un prerrequisito de la existencia. ¿A qué se refería el buen René cuando compuso el cogito? Entonces propone la duda, dice que para estar seguros de algo primero tenemos que dudar de eso. Por lo tanto si dudo de mi existencia compruebo que ésta es real. Pero yo opino que al contrario, que cuando dudamos de nuestra existencia es ahí cuando esta se detiene, es ahí cuando volamos a otros universos y nos preocupamos si algo es real o no. La piedra no se preocupa, no duda de su existencia, y sigue existiendo, sin pensar, sin sentir. No pienso, luego existo.

Estoy delirando, eso ya es seguro. Me encuentro en el cuarto de un motel al cual no recuerdo haber llegado, mis ropas están manchadas de sangre, y ahora me preocupo si existo o no existo. Cuando la policía me atrape claramente existiré para ellos, y cualquier palabrería que pueda escupir, cualquier pensador que pueda citar, no servirá de nada, me encerrarán, y encadenado al muro de las lamentaciones seguiré preguntándome si lo que me rodea es real, si lo que puedo sentir hace parte de la existencia. Entonces dejaré de existir. Mírenme, divagando otra vez. No sé hace cuanto llegué aquí, no sé si se habrán dado cuenta de mi estado deplorable y las manchas del acto sobre mí. ¿Habrán llamado a la policía? Este puede que no sea un lugar seguro. Les diré algo que es real y que existe: no quiero ir a prisión.

Me he despertado en la cama del cuarto. El olor a muerte me ha abandonado, siento mi piel limpia, como si me hubieran borrado todo rastro del crimen. Entonces me doy cuenta que las ropas que tengo puestas no son las mismas que traía la noche anterior. Maldita cabeza, ¿por qué no te dignan a funcionar de vez en cuando? Mis ojos escudriñan la habitación rápidamente; no veo por ningún lado la ropa de anoche. ¿Alguien se las habrá llevado o habré sido yo el que se deshizo de ellas? Tengo que salir de aquí, ya he estado demasiado tiempo en este lugar… Tiempo… no sé cuánto tiempo ha sido. Fácilmente lo que pienso que fue la noche anterior pudo haber sucedido hace una semana. No pienses, pierdes la existencia si lo haces…
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Hay una mujer desnuda en mi cama. Está dormida. Tiene el maquillaje corrido, y el cabello rojo se derrama sobre su rostro como llamaradas de una criatura mitológica. No recuerdo su nombre, ni como fue a parar a mi habitación. ¿Qué habitación es esta? No es la misma a la que me desperté esta mañana… ¿o habrá sido otra mañana? No hay nada que me indique la fecha. Volviendo a la mujer, no tengo idea de quién pueda ser. No es una prostituta, pues dinero no tenía para pagar una. A menos que de alguna manera me haya tropezado con una suma alta de dinero. ¿Habrán descubierto ya el cadáver? ¿Sabrán a quién buscar? Me acerco a una ventana y miro hacia una ciudad de luces resplandecientes y rostros fúnebres. No me encuentro en un piso muy alto, pero claramente no es el mismo lugar donde desperté la última vez. ¿Qué es real a estas alturas? Ni las teorías de Descartes funcionan en este momento. Mantengo lo que siempre he dicho: entre más piense menos existo. Una sensación de ardor empieza a subir desde mi estómago, quemando todo mi cuerpo en su recorrido hacia mi garganta. Siento como todo comienza a dar vueltas, el mundo se está oscureciendo. Tropiezo con algo, una mesa, derribo un vaso de agua… pronto siento la sensación del piso frío sobre mi mejilla. Nada más real que este piso.

John Legamo, se llamaba. He recordado su nombre. Se escondía en los rincones más oscuros de mi laberinto mental, el cual está siendo corrompido por un virus informático sin escrúpulos, pero he logrado salvar el único nombre que importa en este momento. Pero ese nombre no tiene un rostro, y no sé ubicarlo en algún espacio. Pero tengo la certeza que ese es el nombre de la víctima. Su existencia termina en el nombre. Alguna explicación tiene que haber, ni siquiera recuerdo por qué lo maté. Sé que tenía un plan que venía formulando por días, pero ya no recuerdo ni cómo era. Puedo recordar el callejón donde justicieramente vacié un revolver sobre su cara. Puedo recordar la sangre salpicando sobre mi rostro y mis manos. Eso fue real, estoy seguro, pero lo que siguió dejó de serlo. Al caer el cuerpo al piso de repente todo se sintió como un sueño, y me costó varios minutos despertar de él. Solo eso recuerdo.

¿Viene la policía por mí o no? No sé decir. A todo lado que volteo escucho el sonido de las sirenas, y aquellas luces rojas y blancas, homónimas a las criaturas que cautivaban con su canto de belleza en la antigua Grecia, parpadean ante mí. Gracioso, ahora entiendo por qué se llaman sirenas: ese es el sonido que escuchan los criminales cuando son capturados, así como los navegantes de la antigüedad escuchaban antes de caer bajo su hechizo. Pero Ulises logró escapar del maleficio, y a pesar de haber escuchado el canto no fue capturado. Y así me convierto yo en un Ulises moderno, no seré capturado, ni aunque el cantar de las sirenas justicieras de la contemporaneidad llegue a mis oídos.
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¡Ya recuerdo! John Legamo era un parásito, un vividor de primera que seducía a las personas con dinero para después aprovecharse de esa situación. Y John Legamo hizo eso con alguien que yo conocía, pero no logro ubicar quién. Poco a poco las cosas van saliendo a la luz. No puedo decir que los escombros de mi psiquis se están reconstruyendo, pero un cierto patrón de orden puede ser observado. El problema es que no sé dónde voy a despertar la próxima vez o cuando. Fácilmente puedo tirarme de un barranco en uno de mis bloqueos temporales. No quiero eso. Aunque, pensándolo bien, no sería mala idea. Terminar con este martirio de incertidumbre, con esta pérdida constante de realidad, y dejar de vivir con miedo de ser encontrado por los que se visten de uniforme y cargan pistolas. Muerte: qué palabra más dulce. Debería buscar el barranco más cercano y arrojarme. O más bien… ¿qué habré hecho con la pistola? No se me puede confiar nada en estos días. ¿Cuánto durará esto? ¿La muerte callará mi constante despertar o simplemente lo acrecentará?

«¿Estás bien?» Me pregunta inquisitiva una mujer de mediana edad que me mira directamente a los ojos con señal de preocupación. «Te has podido matar.» Mi pensamiento inmediato es ¿y por qué no fue así? Dejar de existir, hubiera sido tan dulce, no más cogito, no más sum. La mujer sigue mirándome, espera una respuesta. Torpemente balbuceo algo que se puede entender como un sí, pero la mujer parece no tranquilizarse. ¿Es que es mucho pedir poder morir en paz? «Ya hemos llamado una ambulancia. Están en camino.» Una voz en la parte trasera de mi cabeza susurra algo, lo que se transforma en un crescendo perpetuo en un grito desesperado de horror que nace de mis cuerdas bucales y tiene punto de partida en mi boca: «¡NOOOO!»

Manos gruesas de hombre me mueven bruscamente. Miro hacia arriba y veo un uniformado que me mira con expresión dura y de juicio. «Está arrestado por asesinato,» dice firmemente, con un toque de victoria en su voz. «¿Encontraron a John Legamo?» logro balbucear adolorido. «¿Quién?» dice el policía con voz ronca. «Será detenido por el asesinato de Natacha Bardot». Una oleada de confusión estremece mi ser, dejándome tan perdido como siempre lo he estado. «¿Quién?» logro musitar con voz quebradiza. «Una prostituta pelirroja que encontramos en su habitación de hotel». Mierda, pienso.

Estoy en mi celda, sentado sobre mi cama. Solo hay una, no tengo compañero. No sé si soy afortunado o desafortunado. No hay nada más real que esto: un hueco con poca luz, con poco del mundo exterior, y con mucho tiempo que pensar. Puedo sentir la soledad, entonces existo, pero al pensar en ella dejo de hacerlo. Nunca supe lo que pasó con John Legamo, pero me hallaron culpable por el asesinato de la prostituta, por falsificación de identidad y por hacer trampa en un juego de póker. Si me preguntan no sé qué fue lo que sucedió. Lo último que recuerdo con claridad fue haber asesinado a ese hombre y ya, de resto todo se vuelve una masa de imágenes poco claras, un mosaico de pensamientos abatidos y sensaciones de miedo y confusión. Pero ahora, en la calma de mi celda puedo descansar, dedicarme a no existir, es decir, a pensar. Pero hay algo que interrumpe mi proceso, es la voz de uno de los guardias que me grita desde lejos «¡Visita!» Soy llevado al cuarto de los encuentros con los del exterior. Allí veo un montón de presos hablando con sus amigos de afuera: algunos lloran, otros gritan, otros tratan de actuar calmados. Entonces me muestran en dónde debo sentarme, y unos segundos después un hombre que me resulta muy familiar —demasiado— se sienta frente a mí. Los sentimientos que me acogen ahora no pueden ser descritos: son como una mezcla entre sorpresa, confusión, horror, perturbación y fascinación. Nada se torna más real que ese momento en que el hombre se presenta con las siguientes palabras: «Mi nombre es John Legamo, y quisiera hacerle unas preguntas».
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Me he enloquecido finalmente. Me encuentro acurrucado en un rincón de mi celda. Hace días que no como ni bebo nada. Me encuentro en un estado semi-catatónico. Es simple: he dejado de existir. Mis pensamientos ya están en otra parte, en otro universo, y ya no pueden volver. Ya mi cuerpo físico no es mío, simplemente lo veo de lejos, como si viajara en un dirigible sobre él. ¿Qué fue lo que sucedió? No tengo la más remota idea. Primero mato a alguien, luego me pierdo en los momentos, luego intento suicidarme, después me dicen que maté a una persona que vi solo unos segundos, soy arrestado, me dan una historia extraña, y finalmente la persona que originalmente maté aparece y me dice que quiere entrevistarme porque está escribiendo un libro acerca de enfermedades mentales. No sé si esto resume bien los eventos, pero es lo que he logrado recomponer. Mi mente es un caos y no hay duda sobre ello. Vuelvo a Descartes: he dejado de existir porque me he dedicado a pensar. Es la locura lo único que me hace real. Loco, luego existo.
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* Camilo Andrés Caballero Bastidas, nacido en Barranquilla, Colombia, el 3 de Septiembre de 1995. Actualmente trabaja en una investigación para una monografía acerca de El Aleph, de Borges.

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