VELADA HARDCORE PARA TODA MUJER SIN ROSTRO
Por Alberto Romandía Peñaflor*
Gracias por acudir a la cita. También te recuerdo y deseo (lo mejor, a ti y a ese imposible cuerpecito, al no menos grato gineceo de la disolución). No contesté antes, pues te supuse en el exilio de la muerte. Ya veo que aún merodeas por el valle de lágrimas —bien por ti—. He tenido además mucho qué hacer, hasta la cabeza se me ha perdido entre los escombros de nuestro mundo estragado… no me quejo, ya que además de ser ello pueril, lo que tristísimamente me ha caracterizado en este papel, se resume en simular arrebatarle una y mil patrañas a la mente para eructar toda esa torva, eventualmente ensordecedora, ora empuñando el estilógrafo, como queriendo calibrar los míticos oprobios, ora frente a una máquina inerte y aun menos hueca que yo; husmeando entre mi miseria, el símbolo y la partición.
Deambulo alrededor de una postal a medias computada (¡Habríase visto!). Aunque si lo confieso no será por hacerme interesante o el místico, y muy al contrario: creo que todos andamos por el mundo cargando un costal repleto de fracaso, frustración y penuria; o sea, lleno de mierda. No conformes con ello, suponemos rentable ir a asearnos las suelas con la primera víctima que por sobre nuestro tapete se cruce. Puesto que así nos dirigimos, ahora te ha venido a ti a tocar el turno de degustar de mi sillón del Dr. Fraude.
Por lo menos imploro a los dioses (además de concederme un poco del entendimiento que desde hace ya un buen rato he venido fingiendo ostentar) que te vaya bien, que tu saturnal sea irrevocable e incluso eterna —como la mar esa placiéndose en mencionar al ser en su cópula de pameos entre olas y vaivenes, de la que quizá jamás debió haber prorrumpido— y seas plena y radiante en el meneo entrañable y la contorción coital; que cuando estés a punto de parir aciagos verdugos (que si puntualmente bien recuerdo, ése termina siendo el acertado apelativo de los hijos) detengas el instante para comprender que todo dolor es causal, poder & gloria. Mas en ningún caso defecto.
Sería un crimen que no se sucediese de tal modo el curso de tus vivaces días, y una mujer excepcional, regia y desdibujada como tú, tuviera que tragar carroña y vivir entre tinieblas. Te estimo, querida Sinnombre, extraño tu informe belleza (dicen que la más cruel y feroz de las añoranzas se proyecta en aquello que jamás pudo ocurrir, estoy con ellos) y quiero tu «bien», pero rindo culto solamente a este hueco sin resanar en el corazón atrofiado. En lo que a mí respecta, te auguro lo mejor —remedando a esos bufones que se disfrazan de dios—, como tú seguramente lo has deseado: sin tanta adrenalina y desvarío, más apacible, certera, adornada con esposo y ataviada de hijos, gran mastín y vehículo deportivo a la puerta, quinta frente a la orilla del Leteo y otros lugares comunes —y lo menciono sin ánimo de ofender—, si bien con una férrea necesidad de hombrelobo en la pradera, al borde del precipicio, frente al sacamuelas o a la cola de las tortillas. Qué sé yo, en la incognocibilidad de mi cariado deseo.
Y es que esa VidaVíbora de los mares vaya que supo por dónde. Apenas alucino como querer pretender des–vivir (igual como procura conducirse cualquier ente con dos dedos de frente), y de ahí que taimados y cuentachiles me consideren loco, vividorcillo, o a lo menos sacacuatros. Vivido sí, y efectivamente a lo grande, aunque bajo el ralo auspicio de una radiante penumbra, en tanto en cuanto calamitosa, la cual no refiere precisamente a eso de sabernos raptados.
Discúlpame no haber siquiera intentado llenar tus oquedades y exigencias (qué más hubiera yo querido, pero cuando te conocí ya tenía pareja: la muerte, y ése no es mi estilo), ya sabes que un poetastro mercachifles escribió «no te salves, y yo tiendo a semejantes mamarrachadas». Quizá por ello los progenitores suelan odiarme, pero como lo habrás de saber, me llevo lo más preciado: las palmas y el cariño de sus pequeñas (su anhelado coñito). Poco más importa. Habrás de dispensar mi atrevimiento —ni remotamente me asemejo al hostigador o al stalker—, pero debo decirlo: no me pregunto si los fulanos que amas y te poseen podrán hacerte más feliz que uno. Sería ocioso. No estamos juntos y ésta es razón de sobra para continuar conjugando mis abismos.
Como sea, quizá ignoras lo difícil que me ha resultado columbrar cómo se me esfuman los escasos tesoros, tenidos en ocasión de desenterrar, de entre este acendrado asfalto de calles obscuras, de grutas de malatía (que aún bastantes desenterados llaman vida); cómo lo espectado se me escurre de las manos, como el sueño; cómo yo todo me reduzco a naderías. Podría, no obstante, ronronearte al oído, ser Belcebú en persona o al menos su secuaz. Mas ello en nada contribuiría a re–encontrar el arcén de mi encumbrado pico, a localizar aquelarres como los que junto a otro tipo de hechiceras he devorado —caníbal insaciable de las glotonerías en el corazoncillo—. Hago como si tú, impertérrita, ni siquiera te espantaras, pero la verdad es que tus babas encierran la más temida de mis artes. Y es que a no tan pocos catequistas, les parecen inaceptables los anecdóticos rudimentos existenciarios en nuestras cabecitas. Por dar contundencia en el ejemplo, α: que se calumnie en pro de la fraudulenta, de la cacariza y la reguetonera, o ¿acaso caminabas tú por la cresta matutina de la vigilia, al filo del despeñadero que se te antoje, mientras los demás soñaban?; y ω: que el trópico de cáncer se libere de mordazas y coordine al final todas sus cardinales por sí mismo.
Con respecto a nuestra cara sensorial, podría decir cualquier cúmulo de rarezas (como exangüemente enunciarte que, por poco menos de un periquete, toda fémina en mis dominios no querría llamarse más mujer, y tal vez sede de la luminiscencia y el destello, mejor aún: relámpago en manos de Zeus, chispa vaginal de las divinas fraguas, sitial pletórico de frenesí y ardores, sinsentidos y significaciones), mas tus pulidos y satinados mechones habrán segura y dignamente de ser sazonados en morapios no menos ligeros, bajo la mortecina luz de esas yacijas amatorias tan tuyas. Como sea, vámonos poniendo las vestimentas, despojémonos de estas cabriolas de humanos contrahechos, en atemporal puesta en escena de los encogimientos.
Pero a lo que quería venir: ¿qué tanto que tras la razón aniquilada de la implorante vida —y su cadavérico estado de equilibrio— logre arribar el santo triunvirato de tu tenue silueta? Aunque ya todo haya sido dicho y pudiésemos juntos devorar avernos, me resulta penoso que ninguna consorte a ello me mueva, lástima (¡carajo!) que sean contadas las capaces de dar vida al veterano mecanismo pudriéndose en mi estantería: es como dejar de ser yo mismo —que por cierto nunca soy— tras el fúnebre tabernáculo de esos obsequios alicaídos o acaso del dios desvanecido. Amigo incondicional de mis despojos. Ellas —solemnes destripadoras— han convertido todo lo demás que habitaba mi guarida en paroxismo, luego de ser por mi aparente indiferencia desasistidas. Es como tener el espíritu capado en medio del harén, suelto entre las odaliscas y sin sátrapas a la vista, como encontrar una orquídea o un perlado y boyante rosetón en el foco del alma y decidirme a masticarlos (triturando al unísono la que sería mi verdadera gesticulación), cual admirar la parte posterior de un diminuto arenal, sin advertir que está siendo tragado por un reloj egipcio.
Muy probablemente la plebe intentará hacerte creer que hablo de más (y me importa un rejodido pepino, pobres cachorros). Ellos jamás llegarán a codearse con las mujeres que he amado y sanseacabó. Espero tú al menos tengas la disposición —no pongo en duda tu capacidad— de comprenderme, ya que lo nuestro no pasó de darnos cita vía la letra.
Sería, por lo demás, un alivio saberte plena y bien arremetida; habré en cambio de conformarme con un escuálido sin facciones en lo que me sobra de memoria. Mis mejores deseos y una sonrisa chueca hasta que se detengan tus latidos: la eterna vivacidad. No te deseo feliz estancia en el planeta y otras cursilerías por obvios motivos. Lo mejor o lo peor. Tu siempre vilipendiado y falso contrayente, o como sea. En lo que se dice última instancia, ya sabes quién te escribe.
Atte.
Carnada Descarada
Posdata: de tener ánimo, bríos o qué sé yo de terquedad para leer lo que te envío, me alegraré en recibir tus comentarios a la puerta del infierno; de alcanzar a cubrir los requisitos (pues tal vez nada sea más allá del bravucón); aunque de preferencia en cualquier otro cadalso, ya que por el otro anverso, tal local no defino aún qué me causa más, si gravedad o desencanto. Si te parece y mis desquiciados patrocinadores se empeñan en seguirme imprimiendo la pura melcocha, en otra ocasión te mando más basura. Un beso bien plantado donde te plazca y pásala bien mientras te muevas. (invierno de 2007)
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* Alberto Romandía Peñaflor (Zapopan, 1978). Tiene estudios en idiomas (inglés, francés, alemán, italiano, japonés y etimologías grecolatinas; Instituto Cultural Mejicano norteamericano, ICMNJ, Proulex, Ciel, etc., 1993–2004) y artes audiovisuales (Centro de Medios Audiovisuales, CAAV, 1998–2000), así como en filosofía (entre la Universidad de Guadalajara y la Eberhard–Karls Universität, en Tubinga, Alemania, 2000–2006); realizó una estancia de investigación antropológica (Universidad de las Américas Puebla, UDLAP, 2006–7). Efectúa proyectos de labor social en comunidades indígenas (CDI). Ha publicado ensayos académicos y literarios, crónicas, poesía, artículos, entrevistas y reportajes en diarios y revistas: Letralia, La Jornada, Replicante, Aguascalientes, El Librepensador, Tierra Baldía, etc. Condujo un programa radiofónico sobre violencia (Canal 58, 2008). Ganó el concurso ensayístico «La Ciudad de las Ideas» (Poder Cívico, A.C., 2008). Fungió como segundo lector en la editorial Max Niemeyer Verlag (2005). Ha publicado: Vigencia de la pregunta que interroga por la existencia como disposición o sentido (U de G, 2007); y la etnografía Emigración y continuidad de los wixaritari. Breve reflexión sobre una relación ambigua (en colaboración con Maria Florentine Beimborn, LiminaR, 2010). Ha traducido del alemán, francés, inglés y vietnamita (F. Hölderlin; Jean A. Rimbaud, Guillaume Apollinaire; Allen Ginsberg, Keith Waldrop & Lord Byron; y Nguyen Duy). Recibió la 1ª mención honorífica a los Juegos Florales «Luis Pavía López» de Ensenada, Baja California, por el poemario «Cancionero de certidumbre sagrada (escrituras fuera de toda iniciación)», (2010).