GABRIEL GARCÍA MÁRQUEZ, JOHANN SEBASTIAN BACH, BÉLA BARTÓK, WOLFGANG AMADEUS MOZART, LOS BEATLES Y EL VALLENATO COLOMBIANO
Por Pedro Hoyos Salcedo*
A mis amigos Mario Carvajal Ampudia y Blanca Janeth Montoya por el acopio de materiales
[blockquote cite=»García Márquez» type=»left, center, right»]Cien años de soledad no es más que un vallenato de 360 páginas[/blockquote]
[blockquote cite=»Ángeles Mastretta – El Financiero» type=»left, center, right»]Las obras de Gabo son música para los oídos[/blockquote]
Cuando Gabriel José de la Concordia García Márquez, a los 54 años de edad (1927-2014) recibió el premio Nobel [1] de Literatura en Estocolmo el 10 de diciembre de 1982, además de un decorado y explicativo diploma, de una muy importante suma de dinero, de la medalla de oro acuñada por Myntverket y de los múltiples aplausos, también escuchó la música de uno de sus autores predilectos, el pianista húngaro Béla Viktor János Bartók (1881-1945), además de la flamante música vallenata.
Gabriel García Márquez fue un buen periodista, un magnífico guionista, impactante cuentista, un escritor extraordinario, un novelista fructífero y, sobre todo, un hombre lleno de música.
La música en la vida y obra de García Márquez llega inicialmente a través de su abuelo cuando le envía discos de Stravinski, Janacek, Dvorak, Liszt y las 6 Danzas Rumanas de Hungría, en versión orquesta, de Béla Bártok. Ahí está la génesis estética que posteriormente habría de poblar e ilustrar la mayor parte de las obras de nuestro recién fenecido premio nobel. Digamos que la relación musical entre Bártok y Gabo está en sus sendas orientaciones etnomusicales [2] que practican y que difunden «in toto» universalmente. Es así como nuestro laureado maestro en cuestión escoge un texto en donde, eliminando al solista, se escuchan en franco estilo concertante italiano, y sólo por familias instrumentales, los diálogos y las conversaciones emitidas en sonido vivo de Concierto para orquesta: el cuarto movimiento, Intermezzo Interrotto. A propósito de este Intermezzo Interroto, es dicho material estético el que trabaja estructuralmente Gabo inicialmente en El general en su laberinto (1989) [3] y finalmente en Memoria de mis putas tristes (2004) en donde la protagonista Rosa Cabarcas expresa: «El bolero es la vida».
Gabo llevaba in pectore tanto la música clásica como la popular. Es así como cuando el famoso cubano y «Rey del Mambo» Dámaso Pérez Prado (1916-1989) dominaba el mundo por los años 1950, nuestro escritor escribió dos columnas periodísticas para el Heraldo de Barranquilla acuñando la siguiente idea: «El Mambo hizo temblar los rascacielos de Nueva York». De la misma manera en una de sus entrevistas García Márquez afirmó que el panameño Rubén Blades (1948-) le ha puesto música a algunos de sus cuentos. Como asiduo fanático de la Sonora Matancera, dice Gabo, que su bigote se inspiró en el del cubano Bienvenido Granda (1915-1983) cuyo apelativo es «El bigote que canta». En relación a los Beatles, nos mostró cómo estremeció su cuerpo al escucharlos inicialmente en 1980: «No olvidaré aquel día memorable en 1963, en México, cuando oí por primera vez de un modo consciente una canción de los Beatles […] A partir de ese entonces descubrí que el universo estaba contaminado por ellos —‘Help, I need somebody’— […] Todo cambió entonces. Los hombres se dejaron crecer el cabello y la barba, las mujeres aprendieron a desnudarse con naturalidad, cambió el modo de vestir y de amar… Fueron los años fragosos de la Guerra de Vietnam y de la rebelión universitaria». En otra de tantas entrevistas nos dijo que «el único disco que se llevaría a una isla desierta sería el de las Suites para violonchelo de Bach, y obligado a decantar ese material escogería la primera por ser barroca y heredera del conjunto de danzas —alemandas, courantes, minuetos, bourrées, gavotas, zarabandas y gigas—». Hablando de su metodología escritural dijo: «Mis novelas están llenas de simetrías como las que Bartók tiene en sus cuartetos de cuerda».
Sobre lo popular, digamos que García Márquez era un melómano especialista en la música tropical, la cumbia, el mapalé, el porro y el son. Sin embargo, su mayor gusto y respeto era por el vallenato; ritmo que descubrió y que degustó desde muy joven cuando ya pertenecía al famoso grupo «La Cueva» de Barranquilla (1940-1950) cuando siempre decía después de escuchar un vallenato nuevo: «hombre, qué vaina tan buena». Algún día escribió: «el buen vallenato no se baila, se escucha». Lo anterior nos explica por qué al final de su segundo sepelio figurado, en Bogotá-Colombia, fuera de la Catedral Primada y en plena Plaza de Bolívar, durante una triste tarde del martes, con tres expresidentes de la República, congresistas, ministros y exministros in situ, con fantasmagóricos nubarrones grises, mezclados con lluvia copiosa y menuda, además de algunos coqueteos solares e increíbles vientos danzarines, se rompe de nuevo el protocolo (como ya había sucedido en Estocolmo con su liquiliqui y a ritmo de vallenato con los hermanos Zuleta) y es despedido, ahora sí, Ad aeternum a ritmo de pomposo y desafiante ritmo ejecutado por los reyes del vallenato y amigos de Gabo: los hermanos López Navín y Pablo.
Todo lo garciamarquiano es, ha sido y será muy macondiano: Frente a la minúscula cajita de madera rondaban el Presidente de la República, el Arzobispo de Bogotá, la Catedral Primada, el altar hiperbólico y de asomo barroco saturado con grandiosas rosas naturales amarillas, las mariposas de papel en las paredes, en los atriles y en las muñecas de los músicos de la Orquesta Sinfónica Nacional que finalizaron tocando una preferencia vallenata de Gabo: «Una casa en el aire», de Rafael Escalona; también se notaba la ausencia de Aida y Ligia, dos hermanas de los quince García-Márquez. Vimos un coro en trajes negros con más mariposas amarillas de papel en sus prendedores, estaba el espacio principal sin corpore praesente, llegaban más flores, sobresalía la idea de unas cenizas imaginadas sin ser vistas, en vez de ataúd, sarcófago o catafalco, había una urna de madera elemental, estaban los obligados observadores primarios, secundarios y hasta terciarios, el tiempo era indeciso, se escuchó la Marcha Fúnebre y el Requiém de Mozart y, a manera de adendum estético se presentó imponente la furia del vallenato, especialmente las canciones del fallecido y amigo personal de Gabo, el inolvidable maestro RAFAEL ESCALONA, HEREDERO INDISCUTIBLE DE LOS SECRETOS DE FRANCISCO EL HOMBRE QUE VENCIÓ AL DIABLO EN UN DUELO DE ACORDEÓN; MENCIONADO EN CIEN AÑOS DE SOLEDAD —One Hundred Years of Solitude— (1967).
Es interesante ver cómo lo macondino en su vaivén pendular de lo mágico a lo real, le da al mundo una canción original inolvidable del peruano Daniel Camino Díez Canseco: «Cien años de Macondo» inspirada en Cien años de soledad, pues la tonada con ritmo de cumbia menciona a José Arcadio-padre, a Aureliano, a Remedios, a Amaranta y a Úrsula-madre; a Mauricio Babilonia con sus mariposas amarillas, a Melquíades, el Gitano y al Gabriel-autor. La idea cumbre sobre lo mágico como simple realidad la tenemos durante la experiencia entre García Márquez y Carlos Fuentes, que para poder subsistir, cantaban sones cubanos y muchas rancheras en un bar parisino, durante los años 50, o cuando el joven Gabo vendía, por la Guajira, libros de medicina y enciclopedias para poder vivir, además de ser sostenido por Rafael Escalona. «El realismo mágico es lo real y lo cuotidiano de la realidad real», dice Vargas Llosa, y así es como «Agua Luna» (1980) de Rubén Blades se basa en la obra de Gabo, en el 2008 el húngaro Péter Eötvös produce la ópera «Del amor y otros demonios», el compositor belga Dirk Brossé tiene el oratorio «La soledad de América Latina» (1992) basado en el discurso del Nobel, Astor Piazzolla tiene un tango instrumental titulado «Años de soledad», y los otros Macondo de Rodolfo Aicardi «Yo me voy pa’ Macondo», Los Hispanos, de Graciela Arango de Tobón: «Me voy pa’ Macondo» y el del mexicano Óscar Chávez, «Enjaulado» (1972). Mágicamente el Grammy Latino ha dicho que premiará el vallenato gracias a una carta enviada por Gabo para que otros artistas, además de Juanes y de Shakira puedan recibir el tan ansiado galardón en la categoría «Best Cumbia/Vallenato Album [4].
Como coda final se establece a manera de despedida sublime, y durante el entierro en México —corpore insepulto—, la ejecución de otra obra favorita del maestro García Márquez: Réquiem en re menor K 626 del compositor austríaco Wolfang Amadeus Mozart (1756-1791).
Requiem aeternam dona eis, Domine
Dios, el Señor, conceda para ellos el descanso eterno.
Verba Volant, scripta manent/Ars longa, vita brevis
NOTAS
[1] La Real Academia Española de la lengua (RAE) y el Diccionario Panhispánico de dudas (DPD) recomiendan la pronunciación aguda: /nobél/. Lo anterior se debe a que en su lengua original, el sueco, es palabra aguda. Debe notarse que aún entre personas cultas, se pronuncia común y erróneamente como palabra grave [nóbel].
[2] La etnomusicología es el estudio científico de las diferentes músicas y del folklore del mundo. La inspiración y la aplicación vallenata de Gabo a su obra, a manera de subcultura caribeña, se puede comparar con el allegro Bárbaro (1911) de Bartók en donde hace eco de la sencilla, intrascendente y elemental vida cuotidiana que incluye en sus cuentos y leyendas como Barba Azul y su Castillo, los Milagros del Mandarín, y el Príncipe de Madera y su ballet, entre otros.
[3] La crítica literaria ha destacado las similitudes estructurales entre El otoño del patriarca y el «Tercer Concierto para Piano» del húngaro Béla Bartók.
[4] Gabo nos dice: «La vida no la para nadie y como el arte y la ciudad se nutren de seres humanos al igual que los acordeones citadinos, el vallenato urbano es algo difícil de impedir. No se puede impedir que una cosa evolucione, como lo es el lenguaje o el mismo vallenato».
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* Pedro Hoyos Salcedo es oriundo de Cali, Colombia. Se especializa en la literatura latinoamericana, Siglo de Oro español y la literatura española del siglo XIX. Tiene estudios doctorales de la Universidad de Nebraska, en Lincoln. Ha publicado artículos en los periódicos y revistas literarias más prestigiosas de su país. Ha publicado tres libros: «De Cortés a García Márquez. Ensayos de Literatura Hispanoamericana». Colección Prisma, Editorial Lumen, Lima. Perú. «Ejes temáticos en la obra de Ricardo Palma». Universidad del Quindío, GEDES Editores, Colombia, y «Ningún ser humano es ilegal ni el reino de Dios Tiene fronteras». Universidad del Quindío, GEDES Editores, Colombia. Es autor de dos CD de música, audio digital [Hoyos Familia Grupo Musical], con canciones bilingües nuevas y originales y un cuaderno de ejercicios interactivos para aprender el castellano. Después de diecisiete años de enseñar en la Universidad de Caldas en Manizales, ha venido enseñando en la Universidad Estatal de Augusta en Augusta, Georgia desde 1995. Ha sido profesor de español básico y avanzado y Literatura Latinoamericana.