UNA LITERATURA AUSENTE FRENTE LA NUEVA NOVELA
Por Diana Sofía Sánchez Hernández*
[blockquote cite=»Carlos Fuentes» type=»left, center, right»]Imaginar el pasado. Recordar el futuro.
Un escritor conjuga los tiempos y
las tensiones de la vida humana con medios verbales[/blockquote]
Mientras revisaba el contexto cultural de finales del siglo XX, encontré un artículo de Augusto Roa Bastos que llamó mi atención. La fecha de su publicación: 1986. El tema: la literatura paraguaya frente al vasto campo de las letras iberoamericanas y, particularmente, frente a aquel proyecto narrativo que en su momento Carlos Fuentes identificó como la «nueva novela hispanoamericana». Por supuesto, nos referimos al libro que el escritor mexicano publicó en 1969. El texto de Roa Bastos me pareció atractivo por dos cosas: primero, revela con claridad las imprecisiones que se esconden cuando se habla de la literatura latinoamericana, como si el contexto político y social y las pretensiones y búsquedas estéticas de los escritores del continente fueran homogéneas; segundo, porque el trabajo de Fuentes seguía causando tal polémica, aun después de veinte años de su publicación. Las razones de base en esta discusión se encuentran en gran medida en los rasgos concretos de la historia de la literatura paraguaya y, por supuesto, en la biografía de Augusto Roa Bastos. Por ello, me gustaría mencionar de forma sucinta algunos puntos relevantes sobre su vida.
I
En el último tercio del siglo XX, el resurgimiento de las dictaduras fue un acontecimiento que cambió el curso y la concepción del tiempo (especialmente la idea de «futuro») de todo el continente Americano. Paraguay fue un país pionero en el tema de las injusticias y en la práctica del autoritarismo. La precoz conciencia de ser testigo de la desigualdad, la explotación y la guerra, sensibilizó a Augusto Roa Bastos (1917-2005) sobre la precaria situación social, económica y política de su país natal. Como escritor y periodista, en algún momento se volvió incómodo para el régimen dictatorial del general Higinio Morínigo (presidente durante el periodo de 1940 a 1948) y se vio obligado a refugiarse en Argentina. Un par de décadas más tarde, como sabemos, las dictaduras en el cono sur orillarán al exilio (y al insilio) a miles de latinoamericanos; de nuevo Roa Bastos debe salir al extranjero, ahora hacia Europa. Ante este escenario, el escritor ecuatoriano Jorge Enrique Adoum en «La ‘indignidad social’ del artista» (1974), denunciaba, sin ocultar su desconcierto: la relación entre el Estado, el artista y su obra creativa, es extravagante, y «por lo demás ya tradicional»: por un lado se puede mostrar un «fingido respeto por ella [la obra] y el descarado menosprecio por él [el artista]». Durante su exilio, las obras de Roa Bastos circulaban en las librerías de la capital e incluso se leían en los colegios paraguayos, pero a él y a su familia le estaba vedado el ingreso al país.
A lo largo de los más de cuarenta años de exilio, Roa Bastos reflexionó sobre el papel del escritor y la función de la literatura en un contexto como el de América Latina y, particularmente, en la situación concreta de Paraguay, «la isla rodeada de tierra»: «El exilio me proporcionó las perspectivas para conocer mejor a mi país en el contexto de los demás pueblos y para amarlo más por la enormidad de su infortunio». En correlación con la precaria economía, el atraso cultural era palpable. El desarrollo de la literatura narrativa en Paraguay, si se le compara con la tradición literaria de otros países latinoamericanos, surgió tardíamente. Según Augusto Roa Bastos, en los años 30 la Guerra del Chaco fue el tema que motivó el surgimiento de las primeras novelas paraguayas; sin embargo, Gabriel Casaccia (1907-1980) es el primer novelista representativo, cuya primera obra La Babosa fue publicada en 1952, a lo que añade Roa Bastos: «Con un siglo de retraso, esta narrativa nace casi al mismo tiempo que la llamada nueva novela latinoamericana». La literatura narrativa paraguaya es una «literatura ausente», en el sentido que explica Roa Bastos, una narrativa en proceso de formación; una literatura «sin pasado», es decir, en palabras de Josefina Plá, una literatura carente de tradición, esto es, sin un «corpus de obras cualitativamente ligadas por denominadores comunes; […] que traducen en su variedad temática y en sus diversas entonaciones, el temple de una colectividad». En contrapunto, Paraguay cuenta con una tradición oral y popular importante, que no refleja la supuesta oposición entre cultura de masas y cultura de élite. El peculiar bilingüismo del Paraguay (tanto en su lenguaje como en su cultura), dota a la literatura popular de tradición oral «un rol comunicacional de interacción social más amplio entre los distintos sectores de la colectividad». La precariedad social y cultural del país paraguayo agravada por los abusos de los regímenes dictatoriales, primero de Morínigo, después de Stroessner, plantea a Roa Bastos una visión comprometida con el papel tanto de la escritura como del intelectual en el exilio (exilio interno y externo):
los recursos retóricos y los manierismos experimentalistas se convierten en un fin en sí del hecho literario. Este es, ciertamente, otra realidad en sí misma […] pero de ningún modo un hecho alquímico independiente y autónomo, «mágico» o «maravilloso» […]. El sólo acto de escribir representa en sí un compromiso de la literatura y de los escritores —aún de los más celosos de su presunta libertad e independencia individuales—; un compromiso inescapable con su tiempo y con su espacio históricos.
II
Las circunstancias sociales y culturales de Paraguay, así como los avatares de la historia personal de Augusto Roa Bastos, forjaron un claro escepticismo de las posturas teóricas y propuestas estéticas de los autores del Boom latinoamericano. En una entrevista realizada por Alain Sicard, a propósito de la novela Yo el Supremo (1974), Roa Bastos no pierde la oportunidad de señalar que en América Latina se sigue publicando una literatura experimental y de laboratorio, «los Alquimistas del lenguaje siguen siendo tenaces», concluye. El juicio de Roa Bastos no deja de ser llamativo puesto que su novela Yo el Supremo es una exploración de las posibilidades del universo ficcional, un regodeo en la materialidad de la palabra literaria. Se puede decir, es la exhibición de ese artificio que es la creación. Sin embargo, su literatura se inserta en otra tradición lejos de los debates sobre el realismo mágico y el estructuralismo francés. La inquietud sobre estos «alquimistas del lenguaje» lo llevan a escribir años más tarde «La narrativa paraguaya en el contexto de la narrativa hispanoamericana actual» (1986), en el cual debate con el «principal teorizador», Carlos Fuentes, de lo que en su momento se identificó como el Boom latinoamericano.
El libro del escritor y ensayista mexicano, como es sabido, condensa en gran medida las pretensiones y propuestas estéticas de un grupo particular de escritores, que en los años sesenta comienzan a tener relevancia fuera de América Latina: Mario Vargas Llosa, Julio Cortázar, Gabriel García Márquez y, por supuesto —aunque sin decirlo abiertamente—, el mismo Fuentes. Influido por las ideas de la antropología estructuralista de Lévi-Strauss, Fuentes propone la búsqueda de los mitos universales como un recurso para «superar» el nacionalismo de la literatura publicada en décadas anteriores, rasgo que según el autor mexicano impide, incluso a la novela de la revolución, «penetrar en sus propios hallazgos» literarios. Las obras de García Márquez, Julio Cortázar, Mario Vargas Llosa, expresan un «nuevo sentido de historicidad y de lenguaje» que las distingue y aleja de la más bien deficiente novela tradicional. La búsqueda por la universalidad lleva a incorporar, según Carlos Fuentes, temas y mitos que permiten, entonces, crear una narrativa equiparable a la literatura Europea o Norteamericana e incluso competir con ella. El boom editorial que caracteriza a estos autores parece darle la razón. Por su parte, Augusto Roa Bastos critica la propuesta de ruptura y rechazo a la literatura latinoamericana forjada «a lo largo de más de un siglo», es decir, el siglo XIX y los primeros años del siglo XX: «El pensamiento crítico, la actividad intelectual en sus diversas formas acompañan, y a veces preceden, a los movimientos artísticos-literarios [de Europa o Estados Unidos]». Menciona como ejemplo a Alfonso Reyes, Andrés Bello, José Eusebio Caro, entre otros. También señala como un error de perspectiva la certeza de Fuentes de encontrar en los autores que él cita, como un fenómeno atípico en la tradición literaria latinoamericana, un «lenguaje propio». Según Roa Bastos, en cada momento coyuntural se forjan lenguajes particulares. En suma, el autor paraguayo explica que la literatura no es únicamente experimentalismo estético, denuncia social, testimonio o emotividad nacionalista; todo ello se encuentra implícito en la función de la literatura, al lado de muchos otros rasgos. Este deslinde es importante porque permite reconocer la relación del autor con su obra, con la tradición en la cual busca ser incorporado y también, contra la cual establece un debate o un diálogo. Los recursos experimentales de las obras de Roa Bastos son una muestra de la búsqueda constante del autor sobre las maneras de entender y narrar los «múltiples aspectos de la realidad», tanto presente como histórica.
III
El contraste entre Carlos Fuentes y Roa Bastos radica, entonces, en la actitud que cada uno adopta frente a su escritura y frente a la historia de la literatura latinoamericana. Éste último reconoce como algo inmanente a la creación literaria la influencia del contexto histórico y social del autor. Aun cuando éste busca obviarlo o evadirlo. En este sentido, el escritor uruguayo Mario Benedetti, al reflexionar sobre el papel del crítico y la literatura en los países subdesarrollados, también participa de la misma idea de Roa Bastos: «En la literatura que se escribe hoy en América Latina, hay una creciente influencia de la realidad, pero no siempre deriva de ésta un realismo estricto […] Es demasiado absorbente nuestra realidad como para que no influya en nuestros escritores». Al escritor paraguayo, además, se le presenta como una preocupación y una búsqueda entender y a la vez establecer los vínculos que intuye entre la escritura y la vida social e histórica tanto individual —íntima— como colectiva:
«La literatura se me representó siempre como una forma de vivir; no una forma de ‘vivir literariamente’ la realidad de la historia, la realidad de los deseos y de las obsesiones sociales e individuales, sino de hacer que la realidad de los mitos y de las formas simbólicas penetrasen lo más profundamente posible bajo la superficie del destino humano; […] No tanto la presuntuosa ambición de descubrir los enigmas de la existencia y del mundo, sino la más módica necesidad de intuir los propios enigmas en esa dimensión donde se juntan la subjetividad individual y las energías de la vida social, dimensión que tiene justamente en la lengua su lugar de síntesis».
El desfase entre el ensayo de Roa Bastos y el libro de Carlos Fuentes subraya que para una parte de nuestros grandes escritores (que ahora conforman el canon de las letras latinoamericanas), les parece preocupante la trascendencia de las reflexiones teóricas del autor de Aura sobre la manera de leer e interpretar la narrativa latinoamericana. Subrayo «una parte» pues, valga como ejemplo, también Mario Benedetti recurre a esta obra para criticar a los autores que evaden la realidad del continente y escriben pensando en el posible lector «Crítico Estructuralista». La postura de ambos autores, Roa Bastos y Benedetti, ponen en evidencia que a finales del siglo XX (y quizá todavía en la actualidad) el debate permanece abierto sobre problemas expuestos casi veinte años atrás: la especificidad de la escritura literaria latinoamericana y la problemática relación entre el arte y el compromiso político-social del intelectual.
__________
* Diana Sofía Sánchez Hernández (Guadalajara, Jalisco, México, 1981). Licenciada en Letras Hispánicas por la Universidad de Guadalajara (UdG) y Maestra en Letras Mexicanas por la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM). Actualmente cursa el Doctorado en Letras en la misma casa de estudios. Su proyecto de investigación gira en torno a la problemática construcción de la figura del expedicionario-conquistador en la novela histórica latinoamericana publicada en el último decenio del siglo XX. Ha sido profesora de literatura latinoamericana y europea contemporánea y de métodos y teoría de investigación literaria tanto a nivel bachillerato como de licenciatura. Participó en la antología «Nada es lo que parece. Estudios sobre la novela mexicana 2000-2009» editado por el Instituto de Investigaciones Filológicas de la UNAM. Ha publicado en las revistas virtuales Espéculo, Ciberletras, Elhablador y ha participado en congresos nacionales e internacionales sobre el problema de la ficción literaria, la novela histórica y la narrativa mexicana contemporánea.