Literatura Cronopio

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Vivir escribir enfermar poesia y enfermedad

VIVIR, ESCRIBIR, ENFERMAR. POESÍA Y ENFERMEDAD

Por Denise León*

En su interesante y documentado ensayo Morir en Occidente (Adriana Hidalgo, [1975] 2000, 2007), Philippe Ariès se esfuerza en presentar a sus lectores una expresiva imagen de los cambios que ha experimentado el comportamiento del hombre occidental respecto a los moribundos y su actitud ante el hecho de morir. El autor parte de un supuesto que él mismo establece: que en épocas anteriores los hombres morían con serenidad y calma. Sólo en la actualidad (a partir del siglo XX digamos) han cambiado las cosas. Y Ariès contempla ese cambio con desconfianza:

Así (tranquilamente) se moría en el curso de los siglos o de los milenios […] Esta actitud para la que la muerte era a la vez algo familiar y cercano, atenuado e indiferente, está en crasa contradicción con nuestra propia actitud, en la que la muerte nos infunde miedo hasta tal punto que ya no nos atrevemos a llamarla por su nombre. Por eso llamaré aquí a esta muerte familiar, muerte domesticada. No quiero decir con esto que antes la muerte era salvaje y que dejó de serlo. Por el contrario, quiero decir que hoy se ha vuelto salvaje (2007: 28).

Y aquí Ariés propone una expresión o un concepto donde se vuelve trabajoso seguirlo. Me refiero a la idea de «la muerte domesticada». Para desarrollar y sostener su idea de la muerte domesticada, de la tranquilidad con la que los hombres y las mujeres medievales esperaban la muerte, el autor recurre sobre todo a textos literarios. Nunca nos advierte que estas epopeyas medievales son sobre todo representaciones o idealizaciones de la vida caballeresca, que nos dicen más de las opiniones y los deseos del autor y su público, que de cómo eran en realidad las cosas.

¿Se moría realmente con más calma en el pasado? ¿El hecho de haber tenido tiempo de saber que se iba a morir, de haber recibido algún tipo de advertencia, como propone Ariés, ayuda a que la muerte resulte menos «terrible», menos «salvaje»? ¿Se puede hablar de una muerte domesticada? ¿O más bien Ariès parte de una idea preconcebida y acumula documentos e información en esta dirección?

Aparentemente el saber de la muerte, esto es, saber que van a morir, no es algo a lo que los hombres se hayan enfrentado con tranquilidad y sencillez. Probablemente tanto en la Edad Media como hoy el morir pueda ser penoso y acompañado de dolor, o no. No creo que exista un modo más sabio o menos sabio de morir. Cada quien morirá como pueda.
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Me interesa aquí detenerme en la idea de «muerte advertida», porque considero que mi propuesta de investigación retoma esta idea de alguna manera, incluso tal vez para refutarla. Al saber que va a morir, el moribundo, según Ariès, toma sus recaudos (una serie de pasos que están prescriptos socialmente) y luego muere sencillamente. Mi propuesta consiste en construir una especie de mapa que me permita pensar las relaciones entre poesía y enfermedad, a partir de la obra de poetas latinoamericanos contemporáneos que se saben enfermos de un mal terminal

En mis primeras indagaciones en los poemarios póstumos de Enrique Lihn y Roberto Bolaño, no puedo hacer afirmaciones sobre si enfrentaron con mayor o menor calma la muerte, pero lo que sí es posible afirmar es que ambos poetas optan por hacer de la enfermedad y la muerte el centro de sus indagaciones poéticas y de sus escrituras. Si los sujetos de los textos de Roberto Bolaño y Enrique Lihn corren como Aquiles, heridos de muerte, esta carrera es hacia atrás, sobre una línea que indaga y busca. Se trata de una línea que se curva sobre sí, estancando el movimiento, no fluye, se repite y se repite: es la línea de la muerte. Los sujetos de estos textos se sitúan en un lugar equidistante entre los vivos y los muertos. Se trata de una poesía que se asume como agónica, en los límites de la palabra y el silencio porque la muerte de la que huyen corre acompasada a su lado:

Ahora sí que te dimos en el talón
La muerte de la que huyas
correrá acompasadamente a tu lado

Buenas noches, Aquiles

E. Lihn (1989:23)

En ambos poemarios se observa un gesto de registro minucioso del paso de los días y del paso de la enfermedad. Este gesto, creo, los acerca el registro del diario íntimo, esa forma de escritura en relación con «la inquietud de sí» que tanto preocupaba a Foucault en sus últimos días. El diario íntimo proclama sin disimulo la condición diferida de sus efectos, su carácter testamentario y de documento póstumo. Como afirma Alan Pauls en su ensayo «Las banderas del célibe», todo diario está fundado en el principio de la posteridad y si su afán más inmediato lo lleva a registrar, desmenuzar y alucinar el flujo de una vida, suele salir a la luz cuando la vida se ha extinguido para siempre y cuando su autor, «el autor de sus días, no está allí para sostener con su cuerpo la primera persona que confesó, apremiado por el calendario, sus dramas triviales».

La ciudad del yo debiera paralizarse
cuando entra en ella la muerte
Toda su actividad es nada ante la nada
quiéranlo o no los agitados viajeros
que inútilmente siguen
entrando y saliendo de la ciudad
bajo la mano ahora
que convierte en sombras todo lo que toca.
La mera inercia, sin embargo, despierta
en el gobernador una desahuciada esperanza.
Ante la muerte se resiste a capitular
aunque tocado por ella es una sombra
pero una sombra de algo, aferrada
a la imitación de la vida.

(Lihn,43)

Entonces, como sostiene Pauls, en cada anotación del diario habría algo fúnebre, una distancia mortuoria que separa ese apunte del instante en el que habrá de ser releído por su autor, leído por algún lector y donde producirá sus verdaderos efectos. El escritor colecciona esos mínimos incidentes con un afán compulsivo, ligado a procesos fisiológicos como la digestión, la evacuación, la retención. Pero si el escritor del diario lo hace es porque sospecha de algún modo las posibilidades redentoras de la palabra.
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En su bellísimo ensayo sobre literatura y enfermedad, Roberto Bolaño sostiene la idea de que para un escritor, escribir sobre la enfermedad, sobre todo si está gravemente enfermo, puede ser un suplicio, pero también un acto liberador que le permitirá ejercer, durante unos minutos, la tiranía de la enfermedad. Pero también es una tentación. La tentación de seguir haciendo, hasta el último día, lo que uno sabe hacer. Y lo parafraseo: porque si bien es cierto que lo más sano es no viajar, no moverse, no salir nunca de la casa, estar abrigado en invierno, no respirar ni pestañear. Lo cierto es que uno respira y viaja. Y todo llega. El fin del viaje llega. Y en medio del horror, tomamos lo que tenemos a mano y seguimos transitando por la escritura, por los libros y los viajes, hasta que surja el antídoto posible.
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* Denise León nació en Tucumán, Argentina, en 1974. Es Profesora y Licenciada en Letras por la UNT. En el año 2006 obtuvo el título de Magíster en Lengua y Literatura y en 2007 el de Doctora en Letras y es Especialista de Gestión en Tecnologías Culturales. Miembro del Equipo de Investigación en el IIELA en el programa Escritores e intelectuales en América Latina: sujeto y experiencia, subsidiado por el Consejo de Investigaciones de la UNT (2008-2012), obtuvo el Ingreso a la Carrera del Investigador Científico y Tecnológico, otorgado por el CONICET en el año 2008. Categorizada IV (cuatro) por la comisión regional de categorización NOA en Julio de 2011, estuvo en Universidad de Gotemburgo, Suecia, como miembro del Programa de Intercambio Docente Linnaeus Palme, establecido entre el Instituto Interdisciplinario de Estudios Latinoamericanos (IIELA) y el Instituto de Historia y Pensamiento Argentino (IHPA), de la mencionada casa de estudios; y la School of Global Studies (Departamento de Estudios Globales) de la Universidad de Gotemburgo, Suecia. Ha publicado La historia de Bruria, El mundo es un hilo de nombres. Sobre la poesía de José Kozer y numerosos ensayos en revistas nacionales e internacionales sobre literatura, poesía, género y tradición judía en el siglo XX. Actualmente se desempeña como docente en las cátedras de Literatura Hispanoamericana II y Teoría de la Comunicación II en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional de Tucumán. Colabora con La Gaceta Literaria. Ha publicado Poemas de Estambul (Alción, 2008), El trayecto de la herida (Alción, 2011) y El saco de Douglas (Paradiso, 2011) premiado por el Fondo Nacional de las Artes. Ha recibido el Premio Academia Argentina de Letras, el Segundo Premio del Concurso de la Fundación Victoria Ocampo y obtuvo, entre otras, la Beca Posdoctoral Externa co financiada CONICET/ Comisión Fulbrigth para Investigadores Senior, por el término de tres meses durante 2012 para llevar a cabo tareas de sobre el tema «The World is a thread of names. On José Kozer poetry» bajo la dirección del Dr. Jacobo Sefami en el Departament of Spanish and Portuguese, University of California, USA.

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