Literatura Cronopio

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El tio miguel delibes caza y condena

EL TÍO DE MIGUEL DELIBES: CAZA Y CONDENA

Por Jorge Urdiales Yuste*

Escribe Miguel Delibes (el novelista español fallecido en 2010) un libro titulado Las ratas en 1962. Su protagonista es un ser primitivo que vive de cazar ratas de agua. La rata de agua no es como una rata de ciudad. Es una especie de topo de agua. Su carne, dicen los que la han probado, es muy sabrosa.

En la España de los años 60 casi nadie cazaba ratas de agua. Nunca fue una caza popular y menos en la segunda mitad del siglo XX. España había prosperado enormemente y, si la gente de pueblo se acercaba al río era para pescar cangrejos.

En Las ratas, el tío Ratero es un innato cazador de ratas, no se le puede pedir más arte ni mejor técnica venatoria. Un instinto animal le hace ser limpio, rápido y certero. El novelista lo presenta así en el capítulo 4. Allí se le ve con la oreja pegada al suelo: ausculta las entrañas de la tierra. En la primera ocasión que se describe le acompañan el Nini, pequeño, y la perra Fa. Hunde el Ratero el pincho a tiempo y en el lugar preciso. Escapa la rata. La persiguen los tres. La perra regresa con la rata en la boca. En otras ocasiones, el tío Ratero, solo, hunde su mano derecha en el cieno del fondo del río, pincha con la izquierda y, al poco, iza triunfante la presa que ase por el morro con la derecha.

Pero cuando llega la veda, el Ratero, que respeta el celo de estos animales, deja la caza, hasta el siguiente otoño. En esto es un perfecto cazador. A su lado, Matías Celemín, es un cazador furtivo, Matías Celemín, el Furtivo, está animalizado como el Ratero, pero de otra manera, es astuto y malintencionado, repulsivo para el Nini, vela de noche y duerme de día, caza todo el año y no deja a la pieza de caza que se defienda, como es ley de la auténtica caza: a las liebres las «achicharraba en la cama, volándoles el cráneo de una perdigonada, sin darles opción» (IB p. 33). La parte romántica del cazador no existe en Matías, no es verdadero cazador, es un matador.

El Ratero le vende las ratas de agua a Malvino, que tiene una sórdida y angosta taberna en el pueblo. Malvino se las paga a dos pesetas la pieza. Se queda con las que le traiga el Ratero en su morral, después de separadas dos que el Ratero se come fritas rociadas con vinagre. El banquete del Ratero incluye dos vasos de clarete y media hogaza de pan [1].

Otro personaje que tiene en frente de su existencia el Ratero es Luis, el ratero de Torrecillórigo. Es solamente un aficionado, está en la caza por matar el rato, pero, como le advierte Malvino al Ratero, en su taberna, viene a quitarle el pan. Antes de que naciera ya era el Ratero maestro en el oficio [2]. Se trata de un «apuesto joven, de ojos vivaces y expresión resuelta» [3]. Viste americana de pana parda e imita al Furtivo en el calzado, sus botas son claveteadas. Aparece en el relato en el capítulo 4. El Ratero no pronuncia su nombre. Para él y para el pueblo es «ése». Señala con el pulgar hacia el pueblo vecino, Torrecillórigo, y pregunta el tío Ratero: «¿Viste a ése?» [4]. No vuelve al relato hasta el capítulo 8, en el que las ratas escasean. Lo matará el tío Ratero en el capítulo 17 y se acabará la novela.
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Finalizada la temporada de caza, la sombra del hambre cae sobre los rateros. En la fiesta de despedida de la caza no hay ratas para nadie, con gran furor por parte del Ratero.

La caza del cangrejo parece que puede aliviar la situación de los rateros, pero, al poco, también los cangrejos menguan alarmantemente. En el pueblo la cosecha está ya casi salvada cuando aparece una neblina sospechosa en el horizonte. El Pruden sigue el consejo del Nini y empieza la siega de su trigo, pero el resto del pueblo no le hace caso. Una formidable tormenta de granizo en cinco horas arrasa todos los sembrados y se pierde la cosecha. En este ambiente de miseria y desesperación, el joven Luis, el furtivo de Torrecillórigo, y el Nini se encuentran junto al cauce, del lado de los chopos. Hablan. Aparece el tío Ratero que ataca furiosamente al competidor de Torrecillórigo: «Las ratas son mías» [5]. Luis le razona, forcejea con él y trata de contenerlo. El tío Ratero embiste una y otra vez, con la pincha en alto y a gritos. Finalmente consigue herir de muerte a su rival y remata su obra arrojando el cadáver de Lucero —al que acuchilla el corazón por tres veces, sin piedad, dice el novelista—, sobre el del muchacho de Torrecillórigo [6].

Por defender su cueva a ultranza —«la cueva es mía» [7]—, perderá la cueva y se perderá a sí mismo. Él que es Ratero dejará de serlo, no volverá a cazar ratas. El artefacto y artificio del mundo urbano, la máquina organizada del sistema no le comprenderá: —«No lo entenderán», dice el Nini [8]— y ha aplastado en este punto al mundo salvaje, espontáneo y natural. El orbe rural del Ratero no ha sabido defender su parcela de vida —su punto de razón y su punto de bondad— , en parte por ignorancia y por la falta de luces en las que está sumido y en parte por el abandono en que lo tiene arrinconado el sistema organizado y civilizado, que tampoco se detiene a examinar sus razones profundas.

El hijo del Ratero, el Nini, sobre uno y otro mundo, sobre el mundo rural concreto, hundido en la ignorancia y la miseria, y el mundo del «progreso» en marcha que ha perdido el sentido real de las cosas y de las personas, sin que lo ahogue la Naturaleza ni lo vacíe el «Progreso», alza su grandeza moral de alma a una altura de prodigio y deja un resquicio para la esperanza de salvación del mundo rural. Termina la novela: «tras el alcor se veía flotar el campanario de la iglesia y en torno a él fueron surgiendo, poco a poco, las pardas casas del pueblo…» [9].
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Lo que Unamuno llamaba vida silenciosa y continua, tradición eterna, en este caso, del mundo rural y de su peripecia de los años 50–60 y la de siempre —la obra ya ha pasado a ser clásica y, por ello, universal—, lo ha mostrado Miguel Delibes en su Ratero de Las ratas de manera compleja, simbólica y a la par concreta y personal [10].

En el Ratero han chocado el mundo rural, el urbano y la máquina del sistema social, pero su peripecia, que condena sus mentiras, rigideces y espacios nefastos, salva a la vez las verdades de los tres extremos.

NOTAS

[1] Las ratas (1962), Miguel Delibes, Destino, Barcelona, 2000, p. 11.
[2] Ib. p. 41.
[3] Ib. p. 100.
[4] Ib. p. 41.
[5] Ib. p. 178.
[6] Ib. pp. 177–180.
[7] Ib. p. 133, passim.
[8—9] Ib. p. 181.
[10] Cf.. Miguel de Unamuno, En torno al casticismo, Biblioteca Nueva, Madrid, 1996, p. 63.
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* Jorge Urdiales Yuste es investigador español (Madrid, 1969). Licenciado en Filología hispánica por la Universidad Complutense de Madrid (UCM, 1992) y doctor en Ciencias de la Información (2004) con tesis sobresaliente cum laude sobre Miguel Delibes. En 2006 publicó el Diccionario del castellano rural en la narrativa de Miguel Delibes y en 2007 el Diccionario de expresiones populares en la narrativa de Miguel Delibes. En 2010 publicó: Aprende a redactar con Miguel Delibes. Colaborador honorífico del Dpto. de Filología III de la Facultad de Ciencias de la Información de la UCM (2001–2006). Bibliotecario de la Sociedad Cervantina (2007–2010). Premio de Periodismo «Provincia de Valladolid» 2011. Autor de las Rutas de Delibes (2013). Más de 110 artículos suyos han sido publicados en diversos periódicos y revistas. Página web: www.jorgeurdiales.com.

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