Literatura Cronopio

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El certamen literario

EL CERTAMEN LITERARIO

Por Vicente Antonio Vásquez Bonilla*

El escritor se presentó al concurso mundial de microficción con el cuento: Asombro, cuyo texto completo era: ¡Oh!

¡Y ganó!

Cuando el jurado internacional, formado por literatos de renombre dentro del universo de las letras, dio a conocer el resultado, una cortina de incredulidad cubrió al mundo intelectual.

Muchos académicos exigían explicaciones.

El presidente del jurado pidió calma y procedió a exponer las razones que los llevaron a tomar la colegiada decisión.

—Cuando abrimos el folder que presentó el concursante al certamen de microcuentos, encontramos un solo folio que mostraba el título, el seudónimo del autor y, a continuación, en el centro, una sola palabra: ¡Oh! Nos vimos con sorpresa e incredulidad.

»Al principio pensamos que se podría tratar de una broma de mal gusto que reñía con la seriedad del evento. Luego, por aquello del peligro de los juicios a priori, buscamos dentro del sobre en que venía el trabajo presentado, por si se habían quedado algunos papeles dentro de él, pero no encontramos nada.
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»Le dimos vuelta al folio y tampoco había algo al reverso. Inclusive, recordando a artistas que han escrito extensos textos en la cabeza de un alfiler y aunque parezca broma, tomamos una potente lupa y buscamos en los cuatro cantos de la hoja de papel, con resultados negativos.

»Íbamos a tirar la hoja a la basura, cuando pensamos que no podía ser que el escritor que acudía a un concurso de tanto prestigio se burlara de nosotros y que debía de haber algo más, que de momento escapaba a nuestra comprensión; así que analizamos el texto.

»Después de largos debates, llegamos la conclusión de que se trataba de un cuento de contenido implícito, con inicio abierto y con final abierto y de ser factible, si se deseaba, hasta con un posible desarrollo abierto, aunque en ese caso dejaba de ser un microtexto. Algo que no se había hecho antes. Algo que un valiente escritor y libre de complejos, se atrevía a plantear y que de paso estaba señalando un nuevo camino dentro del mundo de la literatura y que podría llegar a formar escuela.

»Las posibilidades estaban allí, a la vista, para la libre interpretación de los lectores, cada uno de ellos podría, en su mente, imaginar las acciones previas que dieron motivos para ese expresivo ¡Oh!, y luego seguir con el final abierto, hasta donde se quisiera, sujeto a mil y una interpretaciones. O sea que el autor de Asombro, con inteligencia, hace participar al lector de la actividad creadora y estimula su imaginación lúdica, dramática… según su experiencia de vida o fantasía.

»Al descubrir esa riqueza de caminos a seguir y el alcance del escritor para buscar la complicidad creativa del lector, aunada a su asombrosa capacidad de síntesis, nos llevó a darle, por unanimidad, el premio.

Ante la explicación del docto jurado, el mundo intelectual, maravillado por la profundidad del genial y valiente autor, aceptó el veredicto sin ninguna muestra de desagrado y es más, la alabó.

Dado el resultado del acontecimiento y la aceptación general del mundo intelectual, el microcuento vino a ser como el detonante para que surgieran múltiples ensayos, tratados y tesis doctorales, analizándose en cada uno de esos trabajos, las consideraciones planteadas por los miembros del tribunal calificador, que de paso, vale decir, alcanzaron fama internacional, en donde se señalaban las posibilidades infinitas a que daba lugar el laureado cuento.
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Aún hoy, siguen corriendo ríos de tinta, tratando de agotar los múltiples caminos que recorre la imaginación en todas las direcciones del antes y el después del ¡Oh! que virtualmente plantea el sesudo cuento.

Debido a la multiplicidad de lectores y del vasto universo de la imaginación, las prehistorias plasmadas por cada uno de ellos, vienen a ser como los rayos de luz provenientes de infinitas estrellas que llegan a converger al famoso punto: ¡Oh! Y luego, después de aprovechar esa maravilla de síntesis, salen con nuevos ímpetus para ingresar por la puerta del final abierto que presenta infinitas bifurcaciones, que conducen al desenlace deseado por cada lector. Y como si fuera poco, el ¡Oh! que forma el total del cuerpo del microrrelato, si se desea, por no ser una camisa de fuerza que limite la imaginación creadora, podría pasar a ser el comodín de una historia central, en el que, como lanzadera, se puede desplazar a lo largo del nuevo cuerpo narrativo, ocupando uno o más de los movibles lugares dentro de una variable extensión, tal como se le pueda ocurrir al soñador lector.

Esa es la inimaginable riqueza a que da lugar ese milagroso microcuento.

No cabe duda que, ante tanta sabiduría literaria implícita, debe de haber sido Ganesha, el dios hindú de las letras y de la sabiduría, quien con su poder ilimitado, iluminó el intelecto del laureado escritor y guió al jurado por los caminos del culto dictamen.

Como anécdota, nunca falta alguien que presume de lector y es incapaz de tocar un libro. Así, en una reunión social, en donde se discutían temas literarios, escuchamos a una de estas personas a la que le preguntaron:

—¿Leíste el cuento que ganó el concurso del que hablamos?

Y el engreído, dándose aires de intelectual, respondió:

—Lo estoy leyendo, pero no lo he terminado.

Varias sonrisas burlonas rodearon a su respuesta y ni se dio por enterado.

Yo pensé, «éste, irá por el signo de admiración que abre el texto o ya avanzaría hasta la “O”», porque es sabido que algunas personas se toman su tiempo para leer y otras, aunque no viene al caso, para comprender lo leído.

Es del dominio público, que se haga lo que se haga, se diga lo que se diga, siempre habrá algún inconforme y en un concurso literario, con mayor razón. Los resentidos perdedores siempre dirán que su obra era mejor y que debería de haber ganado, o que el concurso estaba arreglado, y mil cosas más. Así que un fulanito sin mayor talento anda pregonando que su microcuento: Incógnita, cuyo texto era simplemente:

¿Y?

Era más corto que el premiado y que abría la misma gama de posibilidades que el del ganador y hasta podría haber llegado a ser considerado como el cuento más corto de la literatura.
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Sin embargo, las bases del certamen rezaban que la decisión del jurado era inapelable y además, el docto cuerpo calificador, llegó a considerar que el enunciado: ¡Oh! de asombro, tenía mayor riqueza expresiva y peso que la simple supuesta curiosidad que planteaba: ¿Y?, lo que justificó su decisión.

El perdedor frustrado, agrega, que ya no podrá presentar su obra en otro concurso, porque ha dejado de ser inédita y como consuelo, añade, que nadie se la podrá plagiar, porque ya es hartamente conocido que él es el autor y que cuenta con los derechos legales y morales que le reconoce la ley de la materia.

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* Vicente Antonio Vásquez Bonilla (Guatemala, 1939) ha publicado nueve libros de cuentos y dos novelas, ha obtenido varios premios literarios a nivel nacional, mención de Honor en el certamen literario del Instituto de Cultura Peruana Inc., Miami. Florida 2009, ha participado en varias antologías a nivel internacional y publicado en revistas, entre las que se pueden mencionar: Revista Maga, Panamá; Revista Camagua, España; Revista La Ermita, Guatemala; y en periódicos, tales como: El Heraldo de Chiapas, México; Siglo XXI, Guatemala; Diario Noticias, Perú. Correo–e: chentevasquez@hotmail.com

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