Literatura Cronopio

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Pierrot o los secretos de la noche

PIERROT O LOS SECRETOS DE LA NOCHE

Por Maria del Carmen Fernandez Díaz*

Escoger entre el amor y la seguridad material no siempre es fácil. Pero, ¿y si fuera posible retener ambas cosas? A continuación veremos el guiño risueño que nos hace Michel Tournier en su cuento «Pierrot o los secretos de la noche».

La influencia de Denis de Rougemont y de su obra El amor y Occidente sobre el conjunto de la producción literaria de Tounier ha sido recalcada por el propio autor francés:

«El amor y Occidente —dijo— fue para mí una revelación estremecedora y pronto se convirtió en uno de los pilares en el que se apoya todo lo que he escrito. ¿Qué hay de formidable en ese libro? Nada más que esto: que el amor humano no es sólo el producto de una fatalidad biológica; desde luego supone una infraestructura anatómica y fisiológica, pero sobre este fundamento, la sociedad, las sociedades construyen un código, una mitología, un edificio de sueños y de sentimientos que no dependen sino de factores culturales» [1].

Con esta simple afirmación, podemos entrever su desacuerdo con las normas sociales estrictas que rigen el amor humano y, al tiempo, presuponer que sus historias de amor no serán precisamente comunes. Así sucederá con Pierrot.

Sin duda, no hay mayor tristeza que la de amar sin esperanza. Y esa es la situación de Pierrot, el payaso enamorado de la casquivana Colombina, que prefiere a Arlequín, no en vano este último se pavonea con su traje multicolor y es pintor de brocha gorda en el cuento de Tournier arriba mencionado.
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Entramos así de lleno en el ambiente literario de la Comedia del Arte italiana, aunque asistimos a una remodelación de los personajes. Recordemos que Pierrot es una adaptación francesa del personaje de Pedrolino. Pierrot, el payaso blanco, lunar, representa el orden y los valores eternos. Precisamente por ser tan serio en su manera de actuar. La lasciva Colombina se cansará de su actitud y se irá con Arlequín, el pícaro, que sabe convencerla.

Arlequín se distingue por su traje de parches en forma de rombos, algunas veces lleva un antifaz y un tricornio. Tiene la costumbre de buscarse problemas de los que sale mal parado. Pobre y ambicioso está prendado de la hija de su dueño, Colombina, aunque su amor sea volátil y no tan arraigado y firme como el de Pierrot.

Por el contrario, Pierrot, representado siempre con su cara blanquecina , monocromo, es el payaso triste y melancólico. Consciente de su escaso atractivo, suplica no obstante:

«Colombina, no me dejes, no te dejes engañar por los colores químicos y superficiales de Arlequín».

Pierrot, que es panadero en el cuento de Tournier, le dice a Colombina:

«Mi noche no es negra. Es azul. Y es de un azul que se respira. Mi horno no es negro, es dorado. Y es un oro que se come».

Colombina no está muy segura de querer volver con Pierrot. No le atrae la idea de prescindir de la policromía para caer en el binomio blanco y negro, pero su egoísmo la conduce a ello. La dominan sus miedo ante el futuro, su temor de pasar hambre, y Pierrot al fin y al cabo es sinónimo de seguridad:

«A ella se le pasan por la cabeza una gran cantidad de palabras con F (frío, fantasma…). Está a punto de caerse redonda, la pobre, pero felizmente un enjambre de palabras con F, igualmente, viene a socorrerla. Palabras fraternas, como si fuesen enviadas por Pierrot (fuerza, flor, fuego…).» [2]

Finalmente, Colombina regresará con Pierrot, buscando la seguridad del hogar, la calma de la noche en la que no brillan los fuegos artificiales, los colores deslumbrantes de Arlequín, pero sí el fuego del horno que constantemente mantiene encendido Pierrot.

No obstante, resulta duro desprenderse de la luminosidad del día para hundirse en las tinieblas nocturnas. Colombina, como buen personaje adaptado por el pícaro Tournier, lo sabe. De ahí su original propuesta de formar un trío. Y la inaudita aceptación por parte de Pierrot de un arreglo tal.

El payaso, enamorado hasta la médula, amasará un dulce con la imagen de su amada, horneará su amor, y los tres se comerán a la cálida Colombina de miga, convertida en «brioche».

Este desenlace y el hecho de formar un «ménage à trois» será muy criticado, hasta el punto de que este cuento no fue traducido a algunos idiomas, ni leído en los colegios, como la mayor parte de los relatos del autor. La sociedad, ya lo decía Rougemont, tiene sus normas y no permite transgresiones.
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Los personajes de la comedia del arte siempre eran identificados por sus máscaras y disfraces. Pierrot era un acróbata que realizaba imitaciones. Vestía todo de blanco, a veces con algún detalle en negro; su sombrero era alto y puntiagudo. Su característica era la de mostrar una gran gama de emociones. Fue visto como un payaso encantador y amable, pero a la vez ingenuo y confiado. Alguien del que los demás se aprovechaban. Era el perdedor nato, de ahí que se convirtiese en un payaso triste. Debemos plantearnos no obstante si Tournier en su cuento no invierte los papeles.

Ya a finales del siglo XIX, Pierrot era considerado como prototipo del «soñador melancólico», del romántico, del artista atormentado. Él, por su parte, estoicamente escondía su dolor, aunque a veces una sola lágrima rodase por su rostro. Ese fue el personaje que Picasso pintó en su cuadro «Los músicos».

En el cuento de Tournier, Pierrot se apiada de Arlequín, abandonado por Colombina, y le deja entrar en su casa cálida y acogedora. Tal vez se trate también por su parte de puro egoísmo, al saber que sólo podrá gozar de su amada con la presencia de un tercero. Para él, lo más importante es haber recuperado a Colombina, que «ya no es Colombina-Arlequina, llana y multicolor…, es una Colombina-Pierretta, modelada en «brioche», con todos los relieves de la vida, con sus mejillas redondeadas, su pecho firme, y sus nalgas de manzana» [3].

Que cada cual juzgue y sonría ante la astucia de un autor, que sirviéndose de modelos literarios, endulza situaciones que más de una vez se repiten en la vida cotidiana.

La gran variedad de metáforas, fácilmente descifrables, juega con una pareja antitética fundamental, y ésta no es otra que el día y la noche. Ahora bien, la noche representa lo onírico. Es imposible intentar evadirse de ese ambiente envolvente, placentero y reparador. Contrapuesta y a la vez compañera del día, no es extraño que Colombina ceda ante su embrujo y a la vez desee reunir ambos extremos.
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El par formado por Arlequín pintor y Pierrot panadero evoca irremediablemente las dos facetas del ser humano: la artística y la material. Arlequín plasma sueños a través de colores, Pierrot abastece la necesidad primordial de saciar el hambre. Imposible separar ambas vertientes, sugiere el autor.

¿Y el amor?, ¿acaso no precisa de lo etéreo y de lo tangible? Que juzgue el lector.

NOTAS

[1] Cf. TOURNIER,M., El vuelo del vampiro, ed. Fondo de Cultura Económica, México, 1996., pág. 322.
[2] Vid. TOURNIER, M., Le médianoche amoureux, ed. Gallimard, Paris., p. 29.
[3] Vid. TOURNIER, M., Le médianoche amoureux, op. cit., pp. 241-242.

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* Maria del Carmen Fernandez Díaz es Profesora Titular de Filología Francesa en la Universidad de Santiago de Compostela (España) y autora de más de 40 artículos sobre literatura francesa en revistas especializadas. En 2006 , obtuvo el Premio Miguel de Unamuno de ensayo por un trabajo sobre el conjunto de la obra de Marguerite Yourcenar. Correo-e: mcarmen.fernandez@usc.es

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