LA PERIFERIA DE LA PERIFERIA. NOTAS SOBRE LITERATURA BRASILEÑA
Por Sérgio Massucci Calderaro*
Veamos. ¿Por qué Jorge Amado no es tan laureado como Vargas Llosa? ¿Por qué Joyce es una leyenda y Guimarães Rosa un ilustre desconocido? ¿Por qué João Cabral de Melo Neto suena insignificante al lado de un García Lorca? Porque su calidad literaria es peor, podrían decir algunos. Quizás. Pero ojo: mejor o peor son conceptos subjetivos, complejos y polémicos, y en este artículo no nos meteremos en esta peligrosa senda. Aunque quepa la posibilidad de que sus calidades literarias sean peores, ¿cómo llegar a esa conclusión? Pues… leyéndoles. Y ahora sí podemos avanzar y reformular nuestras preguntas: ¿Por qué se leyó y se lee más Llosa que Amado, más Joyce que Rosa y más Lorca que Cabral? ¿Por qué tan ínfima difusión de la literatura brasileña por el mundo e incluso dentro del propio continente suramericano?
La respuesta que primero salta a la vista tiene que ver con el tema idiomático. Cuando en los 60 los latinos llegaron con gran éxito a Europa, Jorge Amado —para quedarnos con el ejemplo más obvio— escribía en Brasil con igual fuerza novedosa de lenguaje y temas que sus vecinos de Colombia, Perú o Chile. Pero escribía en un idioma distinto. Latinoamérica siempre fue a los ojos extranjeros —eso parece estar cambiando lentamente ahora— la América de habla hispánica, en contraste con la anglosajona del Norte. Latinoamérica siempre fue de México a Chile. Aztecas, Incas, Mayas. Los Andes. Los Pampas. ¿Qué coño hace ese país gigante metido ahí en el medio, y además hablando portugués?
El llamado «boom» de la literatura latinoamericana sacó de la sombra a muchos traductores europeos especializados en el idioma español. García Márquez, Vargas Llosa, Cortázar y todo el equipo oficial de escritores elegidos por público, prensa y editoriales llegaron a franceses, ingleses, estadunidenses y mucho más allá. ¿Pero quién traduciría el portugués? ¿Valdría el esfuerzo? En la reconstruida Europa de los 60, el español era un idioma periférico, hablado solamente en un rincón ibérico castigado por décadas de dictadura y retrasado en muchos aspectos sociales, en comparación con sus vecinos del Norte. Pero era el idioma de otra veintena de países al otro lado del charco. Eso era algo. ¿Qué decir del portugués? Aunque con un número expresivo de hablantes, los países independientes que se comunicaban en el idioma de Camões se contaban en los dedos de una mano, y todos sin ninguna expresión política o económica en aquel entonces. El idiomático se junta ahora con la política y la economía para que podamos intentar contestar a nuestras preguntas del principio. Sigamos un poco más.
Hablaba de Jorge Amado, que suele no formar parte en las listas del dream team del «boom» latinoamericano, aunque figure en algunas —pocas— de ellas. ¿Cómo comparar el alcance de Cándida Eréndira con el de Tereza Batista Cansada de Guerra? ¿Aureliano Buendía con Quincas Berro Dágua? ¿Macondo con Tocaia Grande? Estoy casi seguro que el lector de este artículo reconoce a todos los primeros nombrados y no a los segundos. Brasil es territorio aparte dentro de su propio continente.
¿Y qué diríamos de João Guimarães Rosa, considerado uno de los más grandes genios de la literatura en lengua portuguesa? Estoy seguro que muy pocos de los que ahora me leen hayan oído hablar de él. Y que todavía menos o incluso nadie lo haya leído. No se agobien. Es natural. Y volvemos al tema de la traducción, ahora aplicándolo específicamente al caso de Guimarães Rosa.
Con la traducción sufren todos los autores y lectores de todas las lenguas, es cierto. Pero con un idioma periférico dentro de su propia periferia, como es el portugués, el problema se agrava y, para colmo, se agrava más todavía en un autor como Guimarães Rosa. Solo para situarles, utilizo un cliché del cual me gustaría huir, pero al final puede que tenga un buen fin didáctico: Rosa está considerado el Joyce brasileño, y basta con decir eso para que supongan que Rosa fue un gran inventor, creador y malabarista de las palabras, de la sintaxis, de los sonidos y de todo lo demás que tiene que ver con el acto de escribir. Un juguetón del idioma lusitano, diría yo. Pero de altísimo nivel, jamás logrado por ningún otro en lengua portuguesa ni antes ni después. Está bien ya de alabar a Rosa.
Ahora piénselo: ¿cómo traducir a Rosa y su riqueza, sus sutilezas de inventor? No puedo dejar de citar al español Ángel Crespo y su colosal y admirable trabajo para traducir al castellano el «Gran Sertón: Veredas», obra mayor de Rosa. Pero Crespo es una isla. Un buen traductor de portugués perdido en un mar de traductores de español (y de inglés, francés, alemán…). ¿El resultado de este panorama? «Cien años de soledad» corrió el mundo, «La ciudad y los perros» también, así como muchos otros libros que hicieron que Hispanoamérica pasase definitivamente a figurar en las listas de las editoriales en innumerables traducciones y ediciones.
¿Y qué pasaba con Rosa o Amado mientras tanto? Está claro que existen loables traducciones y ediciones, es verdad, pero nada significativo comparado a nuestros hermanos de habla española. No hubo continuidad. Al lector mediano de hoy día, en todo el mundo, sonará García Márquez, sonará Cortázar y, por supuesto, sonará Vargas Llosa, ganador del Nobel de Literatura en 2010. ¿Amado, Rosa o Cabral? Lo dudo.
Si la periferia cultural latinoamericana logró ganar espacio anclada en la curiosidad de receptores primermundistas por una literatura exótica, me arriesgo a decir que la literatura brasileña sonaría ya como el extremo, la periferia de la periferia, el exótico dentro del exótico, y nadie se planteaba leer a un autor tan raro si le quedaba en su estantería, en la cola de las rarezas, todo el equipo oficial del «boom» difundido por la prensa. Leer a Rosa, a Amado o a Lispector se restringió a pequeños círculos académicos, como mucho.
Internacionalmente el poeta brasileño João Cabral de Melo Neto fue uno de los que más destacó. Su calidad es incontestable. La puso en práctica con maestría e influenció generaciones, incluso a la radical vanguardia de la poesía concreta, típicamente brasileña. Además, fue diplomático de profesión y trabajó repetidas veces en España, donde estrechó lazos con artistas de la talla de Joan Brossa, Joan Miró y los del grupo vanguardista catalán Dau al Set. Pero ese mismo Cabral de Melo Neto, maestro de las letras brasileñas, poeta y diplomático, es hoy un nombre difuso dentro de la literatura mundial. En 1999 se habló de su nombre para el Premio Nobel de Literatura. Pero no. Cabral perdió la pugna no solamente para la competencia, sino también para su origen, su idioma y su condición doblemente periférica: latinoamericano y, además, luso-americano.
Es innegable la profundidad, la belleza y la trascendencia de un Lorca. Ese poeta tiene el respaldo de toda una generación, de Dalí, Picaso y Buñuel. Tiene a sus espaldas siglos que le sitúan y le engrandecen —de Lope y Cervantes a Unamuno—. A los ojos del mundo, el brasileño Cabral es solo Cabral, sin antecedentes, sin currículo y sin historia. Un pernambucano que escribe con maestría… pero hay tantos otros por el mundo iguales que él, ¿verdad? Lorca destaca, Cabral se mezcla entre la multitud. Lorca toca en Rock in Rio para 100 mil apasionados. Cabral, en un chiringuito del barrio para cuatro borrachos.
Hemos pasado como un cohete por Amado, Rosa y Cabral, y podríamos seguir con Lispector, Drummond, Machado de Assis o los hermanos Campos. Pero ya está bien para el espacio que tengo y el propósito que intento: alertar el lector sobre la cárcel en que, por cuestiones históricas, se metió la literatura brasileña a lo largo de los años. Ya es hora de libertarse de ese destino.
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* Sérgio Massucci Calderaro (São Paulo, Brasil, 1971). Licenciado en Publicidad por la Escola Superior de Propaganda e Marketing de São Paulo. Doctor en Ciencias de la Información por la Universidad Complutense de Madrid. Publicista, escritor y profesor. En Madrid, fue asesor de Prensa y Divulgación de la Embajada de Brasil en España. Tiene una serie de artículos publicados sobre relaciones literarias entre Brasil y España. En la actualidad vive en Florianópolis, Brasil, y es director creativo en la agencia de publicidad Miró Propaganda. calderaro@miropropaganda.com