Literatura Cronopio

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Rió ante la estupidez de este pensamiento, de esta sensación, de estos nervios sin razón que crecían con cada paso que daba hacia la puerta. Entonces abrió y lo comprendió todo. No era ella quien se había levantado temprano: Había sido la fuerza, una fuerza que la superaba y que ahora tenía sentido. En la puerta había una carta, sin datos de remitente, pero ella lo supo con solo verla. Se trata de una misiva de él, sin duda: el sobre era violeta y ella bien sabía cuánto amaba él ese color.
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Nerviosa, se sentó en el jardín. Encendió un cigarrillo con los dedos temblorosos, ensartados en una lucha a muerte con el sobre. Respiró con la primera calada, desdobló la carta y leyó:

«Tu carta me llega mientras estoy sentado en mi cuarto, lleno de maderas y fantasmas. Aquí, en este pequeño fuerte que construí a punte de soledad y promesas, me llega tu misiva, esa en la aceptas que me amas. Esa misma que esperé tanto, esa que se suponía me haría sentir un hombre lleno, al fin. Pero en su lugar, me despoja de mi última defensa, aquella tras el cual se protegía lo que me quedaba de humano. Ese muro eras tú.

»Me alegra saber que han sido 40 años hermosos para ti, créeme cuando te digo que ya lo sabía. Durante todo este tiempo, te he observado. Nunca te dejé del todo. He visitado tu casa al menos una vez por semana, mientras tú estabas fuera ¿Nunca te preguntaste por qué tu perro desarrolló una extraña afición a las mandarinas, fruta que tú casi no compras y que yo amo?

»He visto todos y cada uno de los rostros de tus amores pasajeros, de tus pequeños pedazos de consuelo y evasión. He visto a esa chica del pelo color fuego y de los ojos enormes sacar canas en otras cabezas y vestirlas en la suya propia. La he visto bailar y reír incluso cuando no sabía nada de mí. La he visto construirse un universo lleno de color a costa de dejarme a mí olvidado en la más triste de las islas grises.

»La he visto negar mi existencia a través de cada sonrisa con la que le dice al mundo que no me necesita. La he visto una y otra vez diciéndoles a muchachos de miradas esperanzadas lo mismo que me decía a mí. Incluso la vi besando, como me besaba a mí, a un montón de hombres que portaban miradas llenas de sombras. Ya pesar de lo vivido con ellos, nunca la vi llorar por nadie más que por ella. Y nunca, ni una sola vez en todos estos años, dije nada.

»Déjame que sea mi yo de 27 años quien te conteste esta carta, ya que has tenido la amabilidad de dejar que tu yo de 29 años me la escriba. Apenas estoy contestando con igual cortesía tu excelente atención.

»Que me quieras así, a colores y batallando, es todo lo que le puedo pedir a la vida. No necesito más para ser feliz que tu voz y tus letras, que tus rizos y tus guisos experimentales. Déjame te explico, déjame te detallo por qué es que yo te quiero a ti.

»Te quiero porque crees que tienes una conexión mágica con el reloj: cada vez que lo vez, creas una relación entre los números que en él se muestran y eso te da la seguridad de que estás en el lugar correcto, haciendo exactamente lo que debes hacer. Así defines tú la perfección.

»Te quiero por tu manía de escuchar música en francés, aunque no entiendas ni una sola de las palabras que dice, por los días en los que decides vestir falda y sentirte hermosa, pero también por los días en que te encierras en tu cuarto con la capucha y la pena puestas. Te quiero por la forma cómo batallas contra tus demonios sin rendición ni acuerdo, por la forma como pelas los kiwis y por la mirada que me pones cuando me hablas de todos los viajes que quieres hacer.
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»Te quiero por la ingenuidad y la pasión con la que hablas de ese actor que te trae loca e inunda tus sueños sin que siquiera lo conozcas, por tu colección de canicas y muñecos de acción que te acompañan desde niña. Te quiero porque sabes sanar con un té caliente y porque sabes atacar con una almohada. Te quiero porque crees en brujas y en diosas, porque te dejas llevar por el Diablo buscando a Dios y porque, cuando el vino te posee, juras sin cesar cómo prefieres morir antes que ser una pieza del sistema, una asesora de esta locura.

»Te quiero por las lágrimas que derramas cuando recuerdas que eres desempleada, por cómo contienes todo ese amor que me tienes pensando que solo conseguirás herirme. Pero, amor mío, más te quiero porque sé que eso no es verdad. Porque sé que tu amor no puede hacerme daño y que un día me lo darás a puertas abiertas. Lo creo ciegamente, tanto así, que le apuesto mi vida a esa certeza: que muera yo si es que este vaticinio no se cumple.

»Y eso es todo. Siento mucho si las líneas anteriores no llenan tus expectativas pero ¿qué puedo hacer? Ese chico de 27 años no tiene nada más que decirte… porque está muerto. Porque fuiste tú quien lo dejaste morir cuando, con 29 años y piernas de ensueño, le dijiste adiós y te fuiste. Ese joven no quería que lo quieras bien para la vida, ni quería todo lo que merecía de la vida. Lo único que quería era tenerte a ti y ganarse juntos lo que la vida les pudiese ofrecer; así de simple, Guárdate tus deseos y tus esperanzas, aquí ya no tienen cabida.

»Hoy solo puede hablarte un viejo de 67 años, absolutamente solo por elección. Un viejo que se dedicó a la talla y a estudiar sin pausa (anatomía y sustancias animales, francés, pastelería, por nombrar algunos de esos estudios que jamás me fueron útiles porque renuncié a vivir).

»Un ser que a pesar de intentarlo, se hundió día a día en un círculo de dolor y amargura. Pero no fue la soledad quien me amargó: yo la escogí como el único camino que podía transitar mientras te esperaba. Porque estaba seguro de que vendrías a mí; lo que jamás supe es que valías tan poco como para acudir a mí tanto tiempo después a destruir la paz artificial que logré construir a mi alrededor, solamente porque se te ocurrió acordarte de mí. Un hombre que ahora se convierte en demonio porque ve que, incluso ahora y con esta carta, me entregas un amor a medias, tú en tu zona de confort y yo en mi zona de vacío.

»Y es que esa es la clave del asunto. Te perdoné la cobardía, los otros amantes, la inconstancia, la pérdida de ti misma, las excusas, la indiferencia y hasta el olvido. Te perdoné las llamadas en cada cumpleaños y en cada navidad sin más, te perdoné los cafés de media hora cada año, te perdoné los mails que me mandabas de cuando en nunca preguntándome cómo estaba sin un te quiero al final, te perdoné que me restriegues en la cara lo bien que te iba en la vida sin mí. Hasta te perdono que para ti nunca hayamos sido, mientras que para mi siempre fuimos.

»Tú viviste no extrañando lo que no pasó, mientras yo viví repasando los capítulos vividos de una historia que, a estas alturas, me queda claro que nunca existió. Pero lo que no estoy ni estaré dispuesto jamás a perdonarte es que vengas, salida de la nada, a destruir mi universo de pacotilla, regalándome una carta de amor donde lo único que encuentro es tu risa cruel mientras tu voz me grita la única certeza que existe entre nosotros, esa misma que jamás debiste decirme. No te perdono, no hoy ni nunca, que vengas y me recuerdes que me habías olvidado, que me dejaste de lado.
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»¿Pensaste que una carta escrita en un momento de nostalgia traería a la vida aquel que fui a los 27? ¡Qué poco conocía de ti! No eres más que una sombra egoísta que no toma lo que puede y que no deja que los demás estemos en paz sin ti ¿Nada te conforma jamás, cierto? Solo tu trabajo de medio tiempo y tu escritura, ambos convertidos en reflejos de quien fuiste, ambos denunciando cómo te convertiste solo en una más. Tu carta solo sirvió para obsequiarme una verdad: si mi yo de 27 años murió, tu yo de 29 también. Y eres tú, la tú de hoy, la responsable de ambas muertes.

»No te dejo el gusto de que seas tú quien nos pone el punto final ahora. Por una vez en la vida, seré yo quien decida entre nosotros. Mientras lees esto estarás terminando de comer tu papaya. Esa con la que siempre empiezas el almuerzo ¿no? Pues cuéntame ¿qué tal queda sazonada con Tetrodotoxina? Es un veneno natural, presente en la saliva del pulpo de anillos azules. Es mil veces más potente que el cianuro, así que no te apures: no tiene antídoto conocido. Te dije que me volví conocedor de los animales y sus sustancias. Esa era la única advertencia que decidí concederte, como un último regalo a aquella encarnación de libertad que un día fuiste. Y así termina todo, amor mío».

* * * *

Las letras se confunden, pero ella sabe que ya no queda nada más por leer. Esa era la última línea. Mientras los mareos la vuelven incapaz de sostenerla, deja caer la carta y a continuación cae ella también. Tumbada en el suelo de su jardín, siente cómo sus pulmones no responden. Empieza a ahogarse y el corazón se le encoge, se le endurece y se le parte.

Por primera vez sabe cuánto duele cada latido y queda convencida: no ha sido el veneno lo que la ha matado. Lo que se le lleva la vida es esa carta, esas letras que le rompen el corazón física y literalmente. Ya no ve nada; los pensamientos empiezan a confundirse: solo una sonrisa imposible se dibuja antes de que todo se desvanezca. A metros de ahí, en la cocina, las ollas siguen sonando y el perro ladra, pero ya no queda nadie que pueda hacer nada al respecto.

Ella: una muerte adelantada quién sabe por cuánto tiempo. Él: un asesinato que pasó desapercibido. Ella, presa de una declaración de amor que llegó 40 años tarde. Él, víctima de un crimen imperdonable que por fin se pagaba, con 40 años de retraso.

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* Aurelia Romero Cordero es Licenciada en Periodismo, profesora de inglés. Ha publicado varios artículos en diarios y revistas. También es consultora de comunicación, trabajos en producción audiovisual y radial, amante del periodismo escrito y de la investigación cultural.

1 COMENTARIO

  1. Mil admiraciones por que eres grande! Un deleite para una madre amante de la literatura. Me dejas sin palabras pero con muchos sentimientos. Gracias por llevarme otra vez a ese mundo donde los párrafos te inundan. Excelente!

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