LA CAJA DE ICOPOR
La enfermera de la oficina de oncología de la Empresa de Seguros de la Salud, ESS, se asomó oblicuamente, como la torre inclinada de algún sitio remoto, mostrando un pedazo cuasitriangular de su cuerpo, que desde el corredor donde esperaban los usuarios se definía como el área de carne superior femenina, o viceversa, alinderada arriba por la línea sinuosa de su silueta (que un poeta soltero podría ver, en un mapa febril, como un río de ideas con forma de mujer), y una hipotenusa imaginaria trazada por el marco de la puerta sobre la blancura dudosa del uniforme, que caía inclinada desde un punto a la izquierda del peinado hasta el extremo derecho de su cadera (el resto de la enfermera quedaba oculto dentro del habitáculo donde llevaba veinticinco años trabajando y esperaba pensionarse unos meses después), y agitó un brazo en cuya mano sostenía la caja de icopor con el pedazo del seno de mamá. Mi hermano mayor, que había visto esa caja durante varios días en el congelador de nuestra nevera y había sido elegido para llevarla de vuelta a la ESS, se preparó para lo peor.
-¿De quién es esta biopsia de seno? –Preguntó la enfermera triangular en tono airado.
Silencio. Por el reloj del corazón, arrítmico y sordo, pasó algo así como un minuto cojo y maltrecho que parecía no avanzar.
-Por última vez: ¿de quién es esto? –gritó enfurecida. Su autoridad se escuchó como una pregunta sin signos de interrogación, tal un regaño, y pareció que iba a arrojar el pedazo de mamá contra la pared de enfrente, sobre un aviso que decía: “Acopio de residuos desechables”.
-Mía… digo…, de mamá –contestó Leopoldo avergonzado. En el instante previo a su respuesta, mi hermano mayor llegó a pensar que quienes estaban allí podrían pensar que él era una señora disfrazada de señor que había ido por lo de un cáncer de seno, o un travesti envuelto en algo relacionado con sus tetas de silicona. Así era él, acomplejado, y esa era una de las razones por las que su esposa lo había abandonado-, es que yo vine a traerla porque ella está enferma…
-Pues esta muestra quedó mal tomada y debe repetirse –gritó la mitad de la cabeza cortada en diagonal-; o sea que dígale a su mamá que pida otra cita y regrese cuando la biopsia quede bien hecha. –El pedazo de la enfermera desapareció, como si un mago lo hubiera tramado, y sólo quedó su brazo que descendió por el aire y puso la caja en una mesita blanca, al lado de la puerta. Todos los que algo esperaban allí, en general malas noticias, miraron de reojo a Leopoldo, y él se sintió como si fuera una muestra de materia fecal; entonces, entre el huracán de esos reproches inventados, mi hermano se agachó, tomó la caja y salió corriendo a todo trapo, como el diablo en busca de un alma pequeñita para completar su cuota del día.
Mamá había ido a la ESS porque sintió unas bolitas de carne en el seno derecho, que ahora sólo ella tocaba pues era viuda. ¡Qué láctea manera de recordar la muerte de papá! Y luego de que en el laboratorio la torturaron con unas pinzas de asepsia dudosa y manos de boxeador, tuvo que salir a buscar una caja de icopor en la papelería de enfrente pues en la ESS no había en qué depositarla por falta de presupuesto, dijo que le dijeron unos señores que jugaban ajedrez en aquella oficina, al fondo, sobre una camilla. Después, con la caja de icopor en una mano y la orden escrita en la otra, como una balanza que compara la levedad humana versus burocracia, tuvo que recorrer incontables oficinas donde le colocaban unos sellos para la autorización del análisis, y en eso perdió el resto del día: iba de una oscuridad a otra con un pedazo de su cuerpo empacado, como si fuera una ambulancia, o peor: un ataúd.
Había salido temprano y sin avisar para no despertar a sus hijitos, nosotros cinco, casados, separados y de vuelta viviendo en la casa paterna. Amargados y viejos, pobrecitos, habíamos retomado las costumbres de la infancia: de nuevo, como antes, peleábamos por un pedazo de carne más grande en el plato del almuerzo, por el mejor puesto en el sofá frente al televisor, por los calzoncillos de alguno, que otro se había puesto, y todos esos importantes asuntos de la niñez que determinan qué tanto se odia a los hermanos, o cuánto uno los quiere, como imanes que a veces se rechazan, a veces se atraen.
Mamá no pudo entregar la biopsia a tiempo en el laboratorio porque cerraron las oficinas: no alcanzó a conseguir todos los sellos y tuvo que volver a casa con la caja de icopor. Ahora lo recuerdo como una foto enmarcada en mi cerebro: cuando llegó nosotros creímos que había traído pollo al horno en una caja, como se estila, y le dimos la bienvenida al hambre. Pero qué va, era sólo un pedazo de mamá, una parte ambulante de su cuerpo que habría de quedarse por ahí, como un recuerdo enfermo, mientras el resto de ella huiría rodeado de miedo, por los pasillos de una película de horror, probablemente en busca de papá. Entonces, acosada por los signos de interrogación dibujados en nuestros rostros, como cicatrices que esperan la respuesta de sus heridas, nos contó en qué andaba metida, lo cual a esta altura ya se sabe, y puso la caja en la nevera mientras, según dijo, podía regresar a la ESS para terminar la diligencia. Nosotros concluimos, por la cara de miedo que puso, que ni muerta pensaba volver a pensar en esa cosa.
Unos días después, metiendo papeletas en un sombrero viejo de papá, con el que en vida se burlaba del sol cuando iba de pesca, el azar decidió que Leopoldo fuera esa tarde, después del almuerzo, a llevar de vuelta la biopsia. Y unos meses más tarde, recordando a mamá, mi hermano nos contó que esa tarde, antes de salir de la ESS a toda marcha como una locomotora con diarrea, había recibido una llamada de mamá, lo que le pareció insólito pues ella no creía en los teléfonos celulares de lo puro antigua que era: mamá le ordenó que regresara ligero porque la comida se le iba a enfriar.
Cuando llegó a la casa abatido y hambriento, como se regresa de todo fracaso, lo primero que hizo fue buscarla para darle la mala noticia. Cruzó corredores de aires añejos, cuartos hondos de sueños sin guiones, ventanas enfermas de oscura presbicia, y no pudo encontrarla. El volumen del televisor nos impidió contestar a sus preguntas por lo que, con cara de rabia, salió al patio a fumarse un cigarrillo. Y ahí fue cuando la encontró ahorcada en el palo de mango: parecía una camisa tendida a secarse bajo un sol perezoso, y se movía un poco, como una cortina. Entonces mi hermano mayor concluyó, porque mamá en esas cosas jamás se equivocaba, que ya su comida estaba fría.
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*Amilcar Bernal Calderón es ingeniero mecánico pensionado dedicado a la lectura de literatura. Tiene 63 años, natural de Ibagué, residente en Bogotá. Libros publicados: Solo de retruécanos, poemario publicado en Chiquinquirá en 1999 porque ocupó el primer puesto (ex-aequo) en el VII Concurso Nacional de Poesía Ciudad de Chiquinquirá. La sal de los hoteles: Poemario publicado en Armilla, España, en 2001 al ocupar el segundo puesto en el VI Concurso Internacional de Poesía «Miguel de Cervantes».
Antologías en las que ha sido publicado:
-Fundación Latin Heritage (Estados Unidos), 2012. Poema.
-Aromas de Ciudad, (Estados Unidos), 2013. Poema.
-«Diversidad Literaria», España, 2013. Relato.
-«Biblored» lo incluyó en el anuario de relatos de cafés literarios en 2012 (poemas y relatos cortos)
-«La letra sin sangre», 2013, Fundación A seis manos, Bogotá. Relato.
Publicaciones en Internet: Una vez (2009) ganó una mención en el Concurso de cuentos «Encuentro de dos mundos», de Ferney Voltaire, Francia, y publicaron su cuento en Internet. La revista «Archivos del Sur», de Argentina, publicó, en 2010, un relato porque ganó una mención en una convocatoria. La revista El Buriñón, de Venezuela, publicó en 2014 un relato suyo que salió favorecido en una convocatoria mundial. Libros & Letras publicó dos relatos suyos en 2014. Con-Fabulación publicó dos relatos suyos este año. El blog «Tejiendo Versos» publicó su re-poema UN DESAGRAVIO UN CONSEJO UN FAVOR.
Otros premios:
-Finalista en los Premios Nacionales del Ministerio de Cultura, en narrativa (2000).
-Finalista en Concurso de cuento corto de Samaná, Caldas, en los noventas.
-Finalista en Concurso Nacional de Cuento en Barrancabermeja, como en 1997.
-Finalista en El Concurso de poemas de «Voz Proletaria» en 1992.
-Finalista en Concurso Bohina Roja de Panamá.
-Finalista en Concurso de cuentos para mujeres en Ledesma, España, en los noventas.
Revistas de papel: Revista Número Número (finalista en un concurso de relato). Revista El Malpensante (finalista en un concurso de cuentos de menos de 100 palabras). La revista Letras Universitarias (de la Universidad Central de Bogotá) publicó en 2003 algunos poemas suyos y lo invitó a leerlo en la feria del libro.
El periódico El Tiempo publicó un poema suyo en 2001.