Literatura Cronopio

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Mantis religiosa

MANTIS RELIGIOSA

Por Gerardo De la Rosa*

—¡Qué tal, eres bellísima! Te invito a salir por un café.
—Por su puesto. Con mucho gusto…
—Espera. A ver. Piensa ¿Por qué sin dudarlo aceptó tan rápido? Esto no es normal. Es verdad que la conozco desde que íbamos en tercero de primaria y que siempre he procurado cursar todos los grados en la misma escuela que ella. He frecuentado todos los lugares adonde ella va para entender un poco cómo vive. Sí, ella ha notado que me atrae de una manera loca y poco usual. Pero de ahí a que no ponga ningún recelo en aceptar mi invitación, es cosa muy distinta. Por ejemplo. La vez que me inscribí en el equipo de soccer sólo para verla de cerca, ya que ella estaba eligiendo el camino de animadora. Pudo haber adivinado mi insistente necesidad de estar cerca de ella. Todos los años que he pasado en su mismo colegio, en algunas asignaturas, no todas para no ser tan obvio; las cafeterías, neverías, tiendas de ropa, parques, incluso ciudades, y todo para que no supiera más que mi nombre. Mi nombre, por si no lo ha notado, es tan común que casi medio pueblo se llama como yo. ¡Bah! A veces pienso que ellas no son de este planeta y que por eso a nosotros nos cuesta comprender que no se percaten de todas nuestras atenciones e indicios hacia ellas. Pero no, ella es tan diferente y lista. Ser estudiantes de letras no es cualquier cosa; se necesita pasión, paciencia y una infinita comprensión de la mente; esto último se logra al cien por ciento porque el individuo ya viene predestinado con una psique arriba por encima de los índices de la media. Ella no puede ser ajena a este planeta, no. Tal vez, y casi puedo jurarlo, es la única mujer sobreviviente a la invasión de los marcianos cuando llegaron a la tierra a poblarla, adoptando el cuerpo femenino, puesto que se adecua más a sus fines de procrear y mantener su raza. Pienso en la idea, también, de que hay seres marcianos entre nosotros y que por eso se debe que la población aumentó de una forma tan acelerada. Esto ya da miedo. Es sólo una conjetura, pero si resulta cierto y en un futuro no lejano perecemos finalmente y los extraterrestres conquistan en su totalidad esta hermosa tierra, ¿qué sucederá? Lo cierto es que ya no podré verlo y eso me da la tranquilidad para no vivir en un mundo de caos. Ahora mismo tengo la incertidumbre de saber si soy natural por completo, o de si mi madre es marciana y mi padre no, así sería un híbrido y quizá me gustaría; pero si mis padres, ambos, son marcianos y yo no soy su hijo natural sino alguien que fue adoptado con la firme decisión de exterminarnos lentamente; qué tal si por eso ella no ha dudado en aceptar mi propuesta. Digo, uno no sabe. Ella es tan hermosa y lista; tan noble y tan fuerte en su carácter; tan delicada y tan ruda. ¿Yo? Nunca he pasado de ser un pobre diablo más que está tras ella. Qué tal si ella acepta y en vez de ir a la Tlaxcalteca, la cafetería a donde siempre va con sus amigas y adonde siempre voy yo minutos después, para verla de lejitos, y preguntarle al mesero qué tipo de café bebe, cuáles pasteles son sus preferidos, o cosas que me den señales de qué puedo hacer o invitarle para hacerla sentir bien; qué tal si en vez de ir a ese interesante lugar me dice que vayamos a su casa porque ella prepara un café exquisito. Sin dudarlo tantito yo iré; movido primero por la cortesía y estar con ella; segundo porque al fin sabría dónde vive. Entonces llegaremos a una mansión lujosa y apartada de la ciudad en su porche color malta con el que la he visto pasear por la alameda. Sentiremos la brisa de la tarde noche golpear el parabrisas y pensaremos en el fondo de cada uno «¿Qué le digo. Qué haré para terminar con este silencio abrumador?» Me atrevería yo primero. «¿Sabes? Esta noche casi tarde aún se parece tanto a la que describe tal escritor en su novela, donde dice que el sol se ha puesto como en pausa porque no quiere ver oscuridad ennegrecida sin antes ver a su amada Selene (Sólo por si te preguntas quién es, te digo que así le llamaban los griegos a la luna). Segismundo continua diciéndole a Ariadna que el camino a casa es largo todavía pero para hacerlo tan fructífero, en cambio, tendría a su lado del camino el mar para deleitarse con estampas dignas de Velasco. Ariadna, tu nombre me suena a un río quebrado pero lleno de música. Me hace recordar a Teseo cuando enfrentando al Minotauro no tiene más en la cabeza que el hilo que le diera la bella Ariadna para poder burlar el laberinto y salir vivo. Si yo hubiera sido Teseo estoy seguro que al verme enamorado de Ariadna huiría con ella lejos para casarnos y que otro asesinara a la bestia. A fin de cuentas el amor es la única cosa que verdaderamente vale la pena y al hallarlo qué más puedo pedir. «Ariadna, si supieras cómo he estado de afectado por ti; si supieras cómo los días son infinitos cuando te miro por las calles del colegio, o cuando andas en tu porche con tus amigas y desde lejos me miras con una ternura, y entonces adivino qué pensarás; ay, si tú supieras que vivo sólo para ti». «Claro que siempre lo he sabido mi «Teseo». Desde antes de que tú te dieras cuenta ya estabas destinado para mí. Así lo dicen las estrellas en el firmamento de Venus y en las lejanías de Orión. Tú eres esa parte complementaria que desde pequeña me fue prometida; sólo tú permitirás desarrollar todo mi potencial…» El miedo anidará en mí porque ha podido responder mis pensamientos, pero no le diré nada por temor a que me crea loco. Pero y si sí es una alienígena; qué más da, es hermosa; además no creo que me haga daño si es como piensa que yo soy para ella.
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—Oye Ariadna, ¿has escuchado algo?
—No. ¿Qué oíste?
—Nada. Olvídalo. Creo que sólo es mi imaginación. Estoy de acuerdo, vayamos por un café a la Tlaxcalteca. Sé que es el único lugar donde preparan un increíble café turco, por demás exquisito.
—Sí, sí. Ah, la Tlaxcalteca es mi lugar preferido. Allí es donde voy cuando quiero saborear un café delicioso. ¿Tú también vas allí con frecuencia? Digo, porque pensarás qué descortés, nunca te he visto en tal lugar. Si ella supiera que la vigilo días y noches enteros. Que es su presencia lo que me vitaliza y que no concibo nada sin su presencia. Si lo supiera ¿pensaría que soy un acosador? Espera, voy por mi auto y déjame que sea yo quien te invite y lleve. Serás el único macho, perdona, quise decir Hombre que he permitido subir al «Samsa». Así le puse a mi auto en alusión al Gregorio Samsa de Kafka, puesto que así imagino al escarabajo descrito en la novela. Me han dicho que mejor un beetle para ese nombre, pero mi porche tiene más estilo que un beetle y no veo como un escarabajo ideado por Kafka no sería uno con estilo, alejado del prototipo estándar de los escarabajos. Permíteme, no tardo.

Este es un momento idóneo para irme, para perderme entre la multitud de este lugar y desaparecer por completo de su vida. Estoy casi seguro que cuando regrese ella dirá que es mejor idea ir a su casa. Pondrá algunos de los miles de pretextos que los humanos han inventado para evadir ciertos compromisos, con tal de ir a su guarida. Y me gusta la idea, lo confieso. Llegaremos a su lujosa mansión. Beberemos un rico pero alterado café turco. Ella insistirá en que debo pasar la noche en su habitación. Yo no pondré objeción alguna y con beneplácito iremos a su alcoba. Nos acariciaremos por unos minutos y casi perdido el sentido por el efecto de alguna droga diré tantas cosas que parecerán palabras pero no serán sino sólo sonidos guturales. Ella me dirá al oído todos los pensamientos que previamente me había respondido. Poco a poco la vista se me irá nublando.
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Oiré otras voces diferentes a la de ella que dirán: «Bien hecho hija. Este es un híbrido en nuestra raza, hijo de un padre marciano casado con una de las terrenales que escaparon al Sur. Ahora es tu turno de convertirte en toda una buena reproductora. Procura no manchar la habitación con el horrible color verde de su sangre. Recuerda, ese color de los insectos es tan penetrante y profundo que necesitaríamos cinco años para que se borre. Es por eso que a la mayoría de los que hemos asesinado los hemos confundido en el color de los bosques. No te demores. No permitas mantenernos en ascuas. Ya queremos ver las hermosas especies que brotarán de ti». Yo querré mirarle la cara, los ojos, para saber qué azul anidaba en su mirada. Pero el coito previo y la excitación provocada invalidarán mis sentidos para darme cuenta que mientras procreamos, ella me devorará de unos cuantos tajos. Primero cercenará mi cabeza, sólo cuando sepa que ya no soy más de utilidad; y por último el cuerpo completo lo masticará lentamente hasta no quedar nada más de mí.

—Listo. Vamos. Sube. ¿Qué te parece si en vez de ir a la Tlaxcalteca mejor te invitó un riquísimo café Turco que yo misma te prepararé. No es la gran cosa, pero te aseguro que será una experiencia inolvidable. Y ya después de todo, mejor aún, pasas la noche en mi alcoba; solos, tú y yo. Será maravillosa la noche. Yo sé que te mueres por mí. Ya necesitaba desde siempre alguien como tú para sentirme realizada.
—Serás una especie bella y rara. Pero prefiero seguir viviendo solo.

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* Gerardo de la Rosa (Tlaxcala, México). Ha sido Becario del PECDAT (Tlaxcala 2013); Premio de Cuento «Beatriz Espejo» (Tlaxcala 2012); Premio Estatal de la Juventud (Tlaxcala 2011); Premio de Poesía «Dolores Castro» (Tlaxcala, 2008). Autor de los poemarios Este corazón un tigre enloquecido (2010) y Contramar (2011) y del libro de cuentos Un triste y loco amor (2013). Antologado en Doscientos años de poesía mexicana (2010); El rapidín. Microrrelatos Iberoamericanos 2011 (2011) y Poemas para un poeta que dejó la poesía (2011). Parte de su obra ha sido publicada en diversas revistas del país y del extranjero. Actualmente cursa la maestría de Literatura Mexicana en la BUAP.

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