Literatura Cronopio

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Bigotes de tinta

BIGOTES DE TINTA

Por Angela María Ramírez Gil*

1995. Me dijeron que era noviembre. Yo soy un gato, un maldito gato que se cayó. Me encontré a Lerner, estaba demacrado, algo le había afectado cuando me dijo que nos asomáramos a esa casa, cerca al barrio Boston donde desembocaba la calle Blanchot.

Yo no le hago caso a Lerner, porque él es un títere. No tiene la cola bien puesta. Era hora del aseo, así que seguí en mi momento. Después escuché a Pink. Pink es cosa seria, se parece a mí aunque un poco más flaco. Yo a Pink si le hago caso, él siempre tiene algo que ofrecer aunque sea difícil meterle la lengua.

Nos fuimos a andar por la avenida Blanchot. Pink estaba buscando a Amarilla, porque a ella le dio por perderse, como a todos los humanos. Yo tenía hambre, no comía nada bueno. De pronto, una que otra cosa hecha de palabras podridas, baratas, viejas, o de almacén marca Éxito. Queríamos tomar. Entonces, nos pusimos enfrente del bar La Gallina Punk, pero con un par de patadas nos dijeron que nos querían mucho y nos alejamos de tanto amor. La ciudad era gris de humo y negra de la noche que se la había comido, o tal vez del día que la había vomitado. Sonó una ambulancia, ahí iba Sven, todo porque Amarilla le había tirado la ropa. Amarilla siempre peleaba con Sven… se adoraban.

Lerner estaba triste. Lerner siempre es así, hacé lo que Pink dice; y como se le murió el dueño… Era un sábado, día de muerto, día de caballos, día de gatos. Pink le dijo que se suicidara con salsa de tomate, pero Lerner al final no le hizo caso. Que cosa tan seria este Pink, que cosa tan floja este Lerner.

Yo me caí aquí, por casualidad, porque Amarilla deja todo roto y porque Sven todo lo descompone, porque iba y eso es suficiente para caerse. Me fui de bruces contra el barrio Boston y me metí a una casa tomada, con puerta cancelada y todo. Un hombre medio hippie, medio intelectual, medio resentido, cocinaba corazón. Y una chica, de vestido negro con florecitas rosadas, trataba de masticar el músculo duro que otro (un anexo al hippie, medio amigo de él, que pagaba la mitad de la casa tomada), le servía. Ella miraba a su amiga, y que cosa tan seria, a ellas no les gustaba el corazón, ni compartir el cepillo de dientes, ni los dos tipos que habían conocido el día anterior.

Los tipos no dejaron de hablar del Opio y de las Nubes, ni de criticarlas por poco femeninas, porque ellas no estudiaban literatura. Ellas bailaban solas, ellos bailaban revolución.

Yo me senté a ver la chica de vestido largo. Y le lamí la mano aunque no tenía whisky, ni vodka, ni brandi. Me fui detrás de ella. Pero me aburrí.
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Unos días después ella me busco. Abrió un libro y volví a caerme. Yo me escondía cuando ella iba a buscar cosas, a buscarme a mí. Ese día la vi acercarse a los muros grises —de la universidad de la desolación— que peleaban por buscar el sol, pero seguían fríos. Me agarré de su muslo y le hice salir sangre. Ahí fue cuando ella me haló un bigote, lo ensopó en tinta y empezó a mimarme.

Me bautizó con el nombre de un color, y dejó que me fuera de paseo con Lerner y con Pink. Que visitara Amarilla. Que viera cómo mataban, o cómo rescataban al casi ahorcado que dañó la perfección del día triste y a la policía que también siempre se tiraba en todo. Ese día que no era gris, me la llevé de paseo por la avenida Blanchot, y le mostré el Uruapan de Gary, y le dimos de comer a las palomas muertas de hambre, y de pronto se perdió en el muelle, cerca de la cárcel. Ronroneé buscándola pero ella no me encontraba, estaba borracha, trabada de no tomar tanto alcohol, ni tanta droga, de oír tanto rock y de leer tanto trip, trip, trip, de tanta ciudad donde I can’t get not satisfaction, de tanto color, de tanto olor, de tanta depresión, de tanta realidad, de tanto perdedor de verdad.

Después me fui con Daysi a las 12:30, detrás de sus tetas, y su vestido de carritos. Ella, la de flores, me encuentra de vez en cuando, me acaricia un poco, nos suicidamos con salsa de tomate, le damos whisky a Pink y a Lerner y después me deja caer otra vez, en cualquier libro, en cualquier parte. Al fin y al cabo solo soy un gato de papel.

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* Angela María Ramírez Gil es médica y cirujana nacida en Medellín (Colombia). Tiene también estudios en artes plásticas y arquitectura. Fue finalista en el concurso de poesía cuento y novela de la facultad de medicina de la Universidad de Antioquia en 1995. Actualmente pertenece al taller de escritores de la Biblioteca Pública Piloto con Jairo Morales como director y al taller de redacción de la misma biblioteca, dirigido por Carlos Mario Aguirre. Publicaciones: Textos para pervertir a la juventud / Concurso nacional de cuento, poesía y novela, facultad de medicina UdeA 1995. Obra Diversa, Antología delTaller de escritores de la BPP. 2007.

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