LA FRÁGIL MARIPOSA DEL PENSAMIENTO
Hay en algunos escritores personajes secundarios inolvidables. ¿Quién, después de haber leído el Quijote puede olvidar a la criada Maritornes o al pícaro Maese Pedro? ¿Quién no recuerda el ciego, el cura y el hidalgo del Lazarillo? Hoy, al leer uno de los libros menos conocidos de Octave Mirbeau, Les 21 jours d´un neurasthenique, me he encontrado con uno de esos personajes que difícilmente puede uno olvidar. Se trata de un poeta que padece la misma enfermedad de don Quijote, la locura, pero, a diferencia del héroe de Cervantes, en él la enfermedad se hace lírica y sosegada y, tan conmovedora y penetrante, que atrapa al lector.
El personaje aparece en un asilo de dementes a donde va el protagonista de la novela, alter ego del autor, invitado por un médico amigo. Los locos que pasean por el patio, piensan que se trata de una visita del prefecto de la región (no sabemos en que lugar de Francia tiene lugar la acción) y en seguida se le acercan pidiéndole algo que haga más llevaderas sus vidas: mejor trato de los loqueros, más calidad en las comidas, que los dejen salir a la calle, etc. etc. Pero hay uno que permanece en un rincón sin decir nada. Se le acercan el médico y su amigo para entablar conversación con él. Acosado por las preguntas el buen hombre termina confesando la razón de su mutismo y tristeza: anda descerebrado, porque alguien le ha robado el pensamiento e incluso el nombre. ¿Cómo puede ser?, le preguntan. Ésta es su explicación. Traduzco:
Yo, monsieur le prefect, era poeta y tenía un sastre al que debía dinero. […] Este malvado sastre venía a buscarme y me reclamaba su dinero con violencia. Un día, que estaba más amenazador que nunca, accedí a que tomara de mi casa lo que quisiera… un reloj de pared —yo tenía uno precioso—, recuerdos de familia…, en fin, lo que quisiera. Pues, ¿sabe lo que tomó? ¡Es inconcebible! Mi pensamiento. Y más tarde también tomó mi nombre.
Al momento vino la pregunta del supuesto prefecto: «¿Cómo lo sabe?» Ésta fue la respuesta del loco. Traduzco de nuevo:
—¿Cómo? Yo lo he visto en sus manos, monsieur le prefect. Él lo tenía en sus manos en el momento en que lo tomó. […] Era, señor prefecto, como una pequeña mariposa amarilla, muy bonita, muy delicada, que movía las alas: una mariposita como las que hay entre las rosas los días de sol… Yo le pedí al malvado sastre que me devolviera mi pensamiento. Tenía los dedos gordos, cortos y torpes, dedos brutales y yo sentía miedo de que la hiriera. ¡Era tan ligera y tan frágil aquella mariposa! Se la metió en el bolsillo y se marchó riendo. […]
Al día siguiente el buen hombre escribió al malvado sastre pidiéndole le devolviera la frágil mariposa de sus pensamientos, pero no obtuvo respuesta. Fue entonces cuando decidió ir a la policía a denunciar el robo. Gravísimo error. ¿Cómo iba a comprender un policía a un poeta? El comisario lo echó a patadas de su despacho, llamándole loco y otras lindezas parecidas. Unas horas después llegaron a su casa unos tipos de mal aspecto y peores modales que se lo llevaron en un furgón al asilo en donde ahora está. Él, un poeta que frecuentaba la tertulia de la marquesa d´Esparel, ahora rodeado de seres grotescos y locos. El falso prefecto le respondió que se ocuparía del caso y daría las oportunas órdenes para que le fuese devuelta la mencionada mariposa de sus pensamientos. El poeta se sintió muy aliviado con estas palabras y ya, en tono más intimista, le contó al supuesto prefecto que a veces llega al asilo una mariposa amarilla, muy parecida a la que aquel insoportable día le robó el malvado sastre, lo que le hace pensar que tal vez ha logrado escaparse y lo busca. El problema para él es que jamás logra atraparla. La evocación de las visitas de la mariposa al asilo es de un lirismo tan conmovedor que no puedo evitar la cita. Traduzco de nuevo:
Es muy parecida a la que yo vi aquel día en las manos groseras y sucias del sastre. Como aquella, es delicada, frágil y bella. Vuela graciosamente y es delicioso verla volar. Pero no siempre es amarilla. A veces es azul, a veces blanca, a veces malva o roja. Depende de los días, pero sólo es roja cuando lloro. Yo estoy íntimamente convencido de que esta mariposa es mi pensamiento. Me busca desde hace seis meses. […] Ha atravesado mares, montañas, desiertos, llanuras de hielo para llegar hasta aquí. Sólo pensarlo me rompe el corazón de emoción. Pero no me reconoce. La llamo y huye.
De pronto, mientras hablaba, se le iluminaron los ojos, señaló un punto en el espacio y comenzó a gritar:
—¡Está ahí! ¡Está ahí! Hoy viene malva, toda de color malva. La reconozco en su vuelo ligero y fiel. Me busca. Estoy seguro que me busca. ¿Usted me permite, señor prefecto?
Salió corriendo hacia la parte arbolada del jardín, detrás de la mariposa que sólo él lograba ver. Alzaba los brazos, saltaba, se alejaba y luego volvía, hasta que sin aliento, agotado y sudando, cayó extenuado al pié de un árbol. El relato termina con estas palabras del médico: «Hay otros mucho más locos que él y andan sueltos».
Hay otro libro de Mirbeau en el que también aparece la mariposa como símbolo de la inteligencia, la libertad, y el alma humana. Me refiero a la novela Sebastián Roch. Ahora no se trata de las divagaciones de un loco, sino de un sueño. El mundo onírico y el del subconsciente tienen una importancia excepcional en Mirbeau —se ha dicho que Mirbeau es el primer novelista freudiano de Francia—, y, entre los varios sueños que aparecen en el mencionado libro, cobra una especial importancia, por su indudable simbolismo, la terrible y cruel pesadilla de las mariposas. El protagonista de la obra nos la relata así:
Estábamos en el teatro de Vannes: en medio de la escena había una especie de cubeta llena de mariposas palpitantes, de colores vivos y luminosos. Eran las almas de los niños. El padre Rector, con las mangas de la sotana subidas, los riñones protegidos por un delantal de cocina, hundía las manos en el cubo y retiraba puñados de almas encantadoras, que palpitaban y lanzaban pequeños gritos lastimeros. Después los echaba en el mortero, los aplastaba y trituraba y hacía una pasta roja que extendía sobre rebanadas de pan que luego echaba a los perros, unos perros voraces, alzados sobre sus patas alrededor de él y con la cabeza cubierta de birretes. ¿Acaso hacen otra cosa?
Como colofón a todo esto cabe una inquietante pregunta: ¿Sería lícito considerar que esta demoledora pesadilla de las mariposas y los perros, que en el siglo XIX simbolizaba con toda su desgarradora crudeza la enseñanza en los colegios de curas y frailes, continúa vigente siglo y medio después para simbolizar el mismo sistema de enseñanza? El lector tiene la palabra.
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* Francisco Gil Craviotto, nacido en 1933, es un escritor español, periodista, novelista y traductor, licenciado en letras por la universidad de París IV y miembro de la Academia de las Buenas Letras de Granada. Fue periodista y colaborador de los diarios Ideal, Diario de Granada, La Crónica, Papel Literario (Málaga), La Opinión (Granada), revista literaria Extramuros (Granada), El Faro y Pliegos de Alborán (Motril en ambos casos), revista Entre Ríos, Calle Elvira (Granada), Wadias (Guadix), etc. Entre sus relatos y novelas publicados están: Los cuernos del difunto (1996), La boda de Camacho (2004), El Oratorio de las lágrimas (2008) y La verja del internado (2012). Es autor de varias traducciones de autores franceses —especialmente Voltaire, Octave Mirbeau y Guy de Maupassant—, numerosos comentarios críticos, prólogos de libros y artículos para catálogos de diferentes exposiciones ; entre otros, el prólogo de la antología Poemas para un milenio, publicado por Ayuntamiento de Motril, el de la novela Balada del amor prohibido, de José Fernández Castro, o el artículo titulado Aquellos periódicos de nuestros abuelos, incluido en el catálogo de la memorable exposición Seco de Lucena (Casa de los Tiros de Granada) de la que la que Gil Craviotto fue coordinador. También ha participado en varios libros colectivos como Granada 1936 o El tam—tam de las nubes. Relatos sobre la inmigración (ambos en la colección «El Defensor de Granada»).