SOLZHENITSIN: LA LUZ EN EL ARCHIPIÉLAGO GULAG
Por Álvaro Jiménez Guzmán*
El 11 de diciembre de 2010 cumplió un aniversario más de nacido Alexander Solzhenitsin, otro grande de la literatura universal, que con su palabra hablada y escrita enfrentó y denunció los desmanes de los poderosos sobre el pueblo ruso. No disfrutó de la libertad de que gozó Mario Vargas Llosa en nuestro tiempo, reciente Premio Nobel de Literatura, para la ficción, lema que este defiende con mucha vehemencia para todo artista. Pero a pesar de haber vivido una vida muy difícil, con su coraje y verdad fue muy feliz, según Natalia Svetlova, esposa del escritor ruso.
Tras sus éxitos por «Un día de la vida de Iván Denisovich», «Sala de cáncer» y «El primer círculo», Solzhenitsin nos brinda su creación más personal y monumental, la obra de su vida: «Archipiélago GULAG». En 1962 había dicho que «simplemente no podemos continuar escribiendo como hasta hoy». Por eso se convirtió, según admiradores de su país, en «opinión y conciencia de nuestra nación».
¿Cómo se llegaba al misterioso país del GULAG? Hacia este destino no había un tiquete específico. Pero hacia allá había una permanente congestión de pasajeros: en aviones, barcos y trenes. Fraccionado en archipiélago por la geografía, pero fundido, por la sicología, en un continente, un país casi invisible, poblado por los presos de conciencia. Fue el grito de Alexander Solzhenitsin, Premio Nóbel de Literatura 1970, el que se convirtió en luz para develar la crueldad del régimen totalitario soviético en los campos de concentración, o gulags. Después de nacer en el Cáucaso en 1918 y pasar la infancia con su progenitora en Rostov del Don y de licenciarse en matemáticas, Solzhenitsin sufrió en carne propia las penurias en un campo siberiano de trabajos forzados durante once años por criticar a Stalin.
En su voluminosa y arrevesada obra Archipiélago GULAG, Solzhenitsin narra la trágica epopeya de cómo se cerraba para siempre la puerta detrás de miles de ciudadanos rusos «sospechosos» del crímen de opinión: «Y nada más. Queda usted detenido». Y si se le ocurría balar como un cordero: «¿Yo…? ¿Por qué?». Así, sin mediar ningún proceso en defensa de la integridad personal, se producía el ARRESTO. Era un «fogonazo cegador y un golpe que relegaba el presente al pasado, mientras lo imposible se hacía totalmente presente».
Los abusos del culto a la personalidad estamparon la impronta de la «industria carcelaria» en el asombroso país del GULAG. Entonces se atascaron las hediondas y tenebrosas tuberías del alcanatarillado carcelario. Solzhenitsin denuncia, en su magnífica obra, que en las tuberías se producían pulsaciones constantemente, la presión unas veces era más alta de lo que se había proyectado, otras más bajas, pero jamás quedaron vacíos los conductos carcelarios, y por ellos corrían permanentemente los chorros de sangre, sudor y orina que generaban sus cuerpos. En su historia de este alcantarillado, Solzhenitsin enfatiza que aún antes de la guerra civil se veía que Rusia, con su composición etnográfica, no servía para ninguna clase de socialismo. Y al sustentar aquel horror contra la libertad humana, planteaba que si a los intelectuales de Chejov, que especulaban sobre qué pasaría dentro de veinte, treinta o cuarenta años, les hubieran dicho que en Rusia, dentro de cuarenta años, al reo le darían tormento: le oprimirían la cabeza con un aro de hierro, lo sumergerían en una bañera llena de ácido; que, desnudo y atado, lo torturarían con hormigas y chinches; le meterían en el conducto anal una baqueta calentada en un infernillo; que con la bota le apalastarían poco a poco las partes sexuales y que el más suave de los tormentos sería no dejarlo dormir en una semana, sediento, dándole palizas hasta despellejarlo, los dramas de Chejov no hubieran llegado al final: todos los personajes habrían ido a parar al manicomio.
Por eso en Rusia la censura se ensañó contra la obra de Solzhenitsin. Sus novelas fueron retiradas de todas las bibliotecas y librerías, y la posesión de las mismas se convirtió en delito contra el Estado. Antes de esta hoguera contra el arte y el pensamiento, había dicho que con el corazón oprimido, durante años, se abstuvo de publicar este libro, ya terminado, pero que el deber para con los que aún vivían había podido más que el deber para con los muertos. Pero cuando, pese a todo, su libro cayó en manos de la Seguridad del Estado, no le quedó más remedio que publicarlo inmediatamente, dedicándolo a todos aquellos a los que no les alcanzó la vida para contar este drama, y que lo perdonaran porque no lo vio todo, no lo recordó todo, ni lo intuyó todo.
Alexandr Solzhenitsyn en pocas palabras. Clic para ver documental:
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* Álvaro Jiménez Guzmán es miembro de la Fundación Arte y Ciencia de Medellín. Miembro del comité editorial de El Pequeño Periódico. En 2007 publicó el libro de crónicas breves Grito en los Pretiles.