Literatura Cronopio

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Subversivas

SUBVERSIVAS

Por Jesús I. Callejas*

Imposible precisarle gestación de fecha a la conspiración en las vitrinas. Ocurrió rápido; madrugada, sí, pero no cualquiera. Una de ésas cuando el neón tiñe de alborozo los solados y se repite en tañidos ciegos, la degollación de orquídeas; cuando los riñones aspiran a micrófono. Convivían ellas enzarzadas en discusiones no exentas de insultos y algún que otro manotazo precisado fibra de vidrio: articulación sincronizada. Jamás perdieron balance frágil. No se dejaron sorprender por empleados ni clientes. Despreciaban la tregua de ladrillos concedida a las viejas de yeso, tradición y pasiva compostura que, deshechas en asimétricos pedazos agonizaban, la mayoría decapitadas, húmedas nunca por debajo, en el almacén. Amas de casa, conformistas, plácidas, comentaban. Pues ellas eran especiales: molde para cada una; por ende, la individualidad se manifestaba con rivalidad furiosa e imprecaciones asumidas.

Los rencores. Finalizada la contienda se abrazaban hermanadas, en ocasiones llorosas: Aunque nos peleamos sólo nos tenemos a nosotras. Aquel astuto, petimetre dueño de boutique portando anteojos «retro», deseaba quedar bien con todos, en especial considerando la alta exposición a que se encontraban sus «chicas» revestidas de los últimos modelos hacia la alameda principal, foresta cosmopolita, así que formó un sexteto de balance étnico: tres blancas —sin olvidar que una fuera caucásica y las otras semitas—, roja, negra, y amarilla. La historia del orbe y sus argucias de diplomacia y exterminio circulaban vitriólicas por las arterías de las que se acusaban, sin visibles indicios de solidaridad, para beneficio estético haciendo de la competencia fiera llanura de batalla, como si un rastrillo Alzheimer pisoteara relieves a la historia.

Pobres nuestras hermanas de las Américas, desarticuladas allá adentro, siempre excluidas. La europea taza verdusca oscilante hizo exclamar a una lujosamente forrada, con bolsas perfumadas cargada, transeúnte: El vestido es bellísimo, pero ese maniquí me inquieta… ¿Por qué, querida?, se extrañó el marido extrayendo de su repertorio una sonrisa—mueca más embarazosa que encantadora. Crispó la mano del hombre: Parece decirme que yo debería estar allá adentro ocupando su lugar. Vámonos rápido de aquí… Ella se dijo sin atender a sus intrigadas compañeras: Señoras posando instaladas en su díptico moral. De las semitas, la hebrea vidrio zarzánico detestaba a usureros, banqueros y comerciantes por igual; mientras que la árabe sueño café denostaba contras petroleros terroristas y mujeres vestidas cuales tiendas ambulantes; en tanto la africana sabana oro acusaba a los corruptos, salvajes militares del continente, «oficiales de teatro bufo», se quejaba de la sumisión que, a pesar de los derechos civiles, mediante la religión, bien de los europeos o bien de los arábigos, su gente seguía «drogada» por supersticiones; mientras, la asiática inciso junco se oponía con amargura sobria a las anquilosadas, refinadamente crueles y fanáticas costumbres de los suyos.
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La europea, una vez cerrada la boutique y caída la cortina, retomó la discusión de la noche anterior apuntando a la africana: Irónico, denostan a nuestros saqueadores que se jactan de haberlos «rescatado» de la barbarie de sus cultos, sin embargo, los reverencian; a lo que ésta no demoró en responder: Quién no; con cruzadas, inquisiciones y torturas te conviertes o te mueres… Cavilaba la hebrea: Los de mi monoteísta tribu han penetrado en el ámbito occidental con seductores ropajes teológico–políticos. Y si miento, que lo desdiga aquí mi prima árabe. La aludida sonrió: Así es, prima; ustedes manipulando el crédito, nosotros la sangre negra del desierto.

La asiática permanecía abstraída… Por cierto, nunca nos has dicho de dónde eres, sonrió la africana. Ni siquiera yo misma lo sé, pues al sentirme concebida en el taller ruidoso pasaron por mi confuso entendimiento palabras atropelladas de credos diversos… Tampoco has dicho de dónde provienes… La roja joya circular, conocida por «la indostánica», comentó: Te comprendo, entre tanto caos religioso y de cultos para mí es igualmente complicado. Oriente profundo y contradictorio… Además, allí también; y sus avellanas se posaron en la árabe, las mujeres valen casi menos que los animales. No trascendían las discusiones; sin embargo, se operó un cambio cuando al oportunista dueño cabezón y a su socia, diseñadora de nalgatorio submarino, se les ocurrió por tampoco quedar a la zaga provocativa que la actualidad, epítome del mercadeo, requiere, exhibirlas a las seis parcialmente vestidas o parcialmente desnudas, como suene más atractivo. Así, las colocó primorosamente adornadas, pero con bustos al aire y, ¡algo inaudito!, lo nunca visto en alguna de su especie: mostrando vello púbico, lo que ocasionó protestas, indignación y censura. ¡Qué escándalo, señores, qué escándalo! Ni las últimas guerras preñadas de armas químicas y besos de masiva destrucción en su apostolado por la democracia habían provocado indignación semejante. Igualmente, las poquísimas moralistas dictaduras comunistas que quedaban aullaron: ¡Infame decadencia capitalista! Las hermosas, lejos de sentirse humilladas, enfurecieron ante aquella gentuza allende la sensacionalista frontera, que de pronto las odió sin justificación plausible, más agresivas contra ellas que contra el propio dueño almidonado y su indulgente socia, la gordita consumidora estricta de barras de granola.

Público y pancartas destilando los peores calificativos, se apiñaban frente y alrededor de la vitrina. La lujosa zona, célebre por alineamiento de boutiques exhibidoras de cotizadas marcas internacionales en ropa, joyería, perfumería y calzado se transformó en hervidero de masiva histeria: ¡Rameras, depravadas! ¡Deberían exterminarlas a todas! ¡Qué asco y qué mal ejemplo para nuestros menores que necesitan concentrarse en hacer montañas de dinero o ir a matar por esos mundos del buen dios a quien no acepte razones civilizadas! No entiendo en lo absoluto, exclamó la africana aun más petrificada por la perplejidad que por la laboriosidad de algún rebelde músculo: Gente sufriendo hambruna, desnutrición, enfermedades o siendo bombardeada diariamente y ahora somos chivos expiatorios porque a este imbécil se le ocurrió mostrarnos así… ¡Basta ya de humillaciones!, exclamó la europea acuática y terrosa observando retadora a los esquivos maniquíes masculinos. Y, ustedes, ¿no creen que se requiere proceder? Evitamos meternos en esos asuntos dijeron los machitos gomosos hasta la casi pubertad. Intervino la hebrea: A ustedes no los han exhibido mostrando los genitales… ¡Cobardes! Ellos, ignorando las catilinarias que se les cernían, formaron grupo en el fondo de la tienda, entre galardonadas perchas y prosiguieron su animada plática: trajes, corbatas y modelos otoño–invierno. ¡Qué genitales pueden tener estos patéticos idiotas!; movió, disgusto rayano en repugnancia, prótesis–cabeza la europea.
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La dulce asiática también comenzó a perder la paciencia: Si ésos que nos injurian allá afuera no son capaces de arreglar sus propios asuntos, tendremos que salir de aquí y denunciar… Deberíamos convocar a la prensa televisiva, radial y escrita… Pero están igualmente vendidos… ¡Basta de quejas! Hay que actuar. ¡Bien dicho!, mostró alborozo la indostana. Tracemos un plan… Por ejemplo: Yo quisiera ir a mi raíz y estimular la conciencia social: condenar el sistema de castas, denunciar la charlatanería interminable de esa plaga de gurús de feria que nos aconsejan sometimiento para mejor explotarnos en contubernio con los poderosos, a los canallas que desposan niñas y tratan a las madres de sus propios hijos con menos respeto que el mostrado a una vaca…

La africana afirmó: Yo estoy dispuesta a retar a los genocidas dictadores políticos de mi continente que, convenientemente escudados bajo «la corrupta influencia internacional», y enfrentando a una tribu contra otra, han perpetrado espantosas carnicerías. Abogaré por suprimir la bárbara ablación de clítoris.

En lo que a mí toca, meditó sus palabras la asiática, no vacilaré en denunciar la arcaica, fría crueldad de la idiosincracia impuesta, el oportunismo y ensañamiento vengativo que se aplica tanto a las sociedades de consumo como al totalitarismo. Buenos aprendices de ambos bandos.

La árabe no se quedó atrás: Arrancar velos y trapos para que se muestren orgullosas de su encanto las mujeres de mi pueblo; no será fácil remontar la fanática cordillera religiosa que igualmente aqueja en diferentes naciones a los hombres: padres, hijos y hermanos sus peores enemigos, a tal extremo que no vacilan en lapidarlas en nombre de la fe. Sí, juro que lo intentaré. Aseveró la hebrea: exponer el peligro de la avaricia; desenmascarar la bolsa de valores, la usura, no otra cosa que el llamado crédito en el actual panorama de los eufemismos, pues no ha existido época que haga de la hipocresía insuperable manual de comportamiento cotidiano como la presente. Acá, a la vuelta de la esquina se encuentran sus cuarteles.

La europea expresó su plan: En efecto, de esos banqueros, dueños de multinacionales colosales parten las directrices del nuevo sistema… Acusar sin contemplaciones la manera en que las básculas ideológicas cargadas de países quitan y ponen gobernantes títeres en todo ámbito del globo… Sin olvidar al clero de toda denominación y su insultante pompa.
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Bueno, calma; ahora tratemos de dormir. Al amanecer, quebraremos la vitrina y escaparemos, desnudas como estamos… A la tierna llegada de la aurora… Y cayeron en profundo ensueño. Susurró la asiática al despertar: ¡Atención amigas! Han convocado tanques y tropas; la muchedumbre espera ansiosa, el odio deforma sus rostros…

Una patrulla del ejército irrumpió en la tienda equipada de atronante uniformidad y se apoderó de ellas arrastrándolas en medio de la histeria. Se encontraron mudas y angustiosas, formando un círculo  ritual, en el centro de la atestada vía, donde fueron colocadas en dramáticas poses por el dueño y su asociada, quienes ofrecían así, supremo acto de contrición y disculpa por atreverse a quebrantar la sacra moral pública.

Aquella turba, de pronto revestida de contorsiones impúdicas, disfrutó en plenitud de alaridos aquelárricos el efecto de los lanzallamas sobre los maniquíes, pestañas resistentes incrustadas sobre calle de avestruz, aisladas manchas de corales, convertidos en residuos fétidos a los pocos segundos. Fue tan rápido que el goce asemejó un humillado coitus interruptus provocando la decepción general. La madonna alcaldesa hedor a podrida llanta anuncia perfumada desde improvisado podio: ¡La paz ha regresado! ¡Nuestra preciosa ciudad se reviste nuevamente de limpieza y optimismo!
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* Jesús I. Callejas (La Habana, Cuba, 1956). Estudiante de múltiples disciplinas —entre ellas historia universal, historia del arte, literatura, teatro, cine, música—, afortunadamente graduándose en ninguna al comprobar las deleznables manipulaciones del sistema educativo que le tocó sortear. Por ende: No bagaje académico. Autodidacta enfebrecido, y enfurecido; lector de neurótica disciplina; agnóstico aunque caiga dicho término en cómodo desuso; más joven a medida que envejece (y envejece rápido), no alineado con ideologías que no se basen en el humanismo. Fervoroso creyente en la aristocracia del espíritu, jamás en las que se compran con bolsillos sedientos de botín. Ha publicado, por su cuenta, ya que desconfía paranoico de los consorcios editoriales, los siguientes libros de relatos: Diario de un sibarita (1999), Los dos mil ríos de la cerveza y otras historias (2000), Cuentos de Callejas (2002), Cuentos bastardos (2005), Cuentos lluviosos (2009). Además, Proyecto Arcadia (Poesía, 2003) y Mituario (Prosemas, 2007). La novela Memorias amorosas de un afligido (2004) y las noveletas Crónicas del Olimpo (2008) y Fabulación de Beatriz (2011). También ha reseñado cine para varias revistas, entre las que se cuentan Lea y La casa del hada, así como para diversas publicaciones digitales. Recientemente ha publicado los trabajos virtuales Yo bipolar (2012) (novela); Desapuntes de un cinéfilo (2012–2013), que incluye, en cinco volúmenes, historia y reseñas sobre cine; y Arenas residuales y demás partículas adversas (2014) (relatos). Callejas es descendiente de Manuel Curros Enríquez, considerado junto a Rosalía de Castro el mejor poeta en lengua gallega.

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6 COMENTARIOS

  1. Zoe, explícame por favor qué hay de desatinado en tu comentario. No veo algo que pueda molestarme en lo absoluto. ¿Piadoso? No, no precisamente. Creo que sufrimos una disparidad de sintonía.

  2. Suversivas invita a una seguna y tercera lectura. La primera lectura es una aproximación al texto, las múltiples voces hacen indispensable otra lectura. Para que el lector escuche a cada una o aquellas donde se identifique.Local y universal, el pasado y el presente; lo antiguo y lo moderno nos dicen que «el aquí y ahora» se identifica con el ayer. Multiplicidad de imagenes, voces y sentidos condensados en una vitrina que es muy parecida a esta (internet). Pero aspiro al papel que resiste el paso del tiempo.

  3. Gracias por tomarte el trabajo de leer mi cuento. Cuando un material literario o de arte se hace público pertenece a todos, por lo tanto el lector tiene absoluto derecho a su interpretación. Por otra parte el autor debe permanecer fiel a su visión sobre lo que percibe. Es un texto de literatura, así que el optimismo se lo dejo a los motivadores.

    Jesús I. Callejas

  4. Gracias Ana por tomarte el tiempo de leer el cuento «Subversivas» de Jesús I. Callejas. Claro, tu opinion es muy válida sobre la vision o interpretación de éste, pero creo que esta narración va más allá de una simple rebelión una manera del escritor usar sus recursos literarios sobre su creación.

    Luz

  5. he leido toda la narracion, la considero como de mucha actualidad,pero con frases fuertes para toda la sociedad con severidad no podemos cambiar esta actual SODOMA Y GOMORRA los individuos, tenemos que llenarlos de esperanzas y actuar cada uno para mejorary lograr un mundo mejor,pues todo somos culpables. igual te felicito por tu forma gradilocuenta de escribir, tu conocimientos hacen una imagen de relato como UNA obra pitorica.
    mucha suerte con la aceptacion.
    te saluda ANA BENCHIMOL

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