LAS ZAPATILLAS
Por Nahuel Conforti*
La primera vez que las vio supo que las merecía. Las vio en la vidriera cuando paseaba por el centro. El color lo atrajo, era suave y llamativo. No eran ostentosas pero de lejos se notaba que eran buenas. Sabía que eran costosas pero entró a preguntar igual. No le parecieron inaccesibles. Las iba a pagar en seis cuotas, con interés pero tampoco le pareció tanto. En diciembre las terminaría de pagar con el medio aguinaldo. Además en diciembre aumentaban las ventas en la empresa y siempre daban un bono para todos los empleados.
La Cele lo apuraba:
—Dale, nunca te compras nada para vos. Sergio dudaba, eran caras pero accesibles. Era verdad que nunca se compraba nada para él.
—A vos las cosas te duran, vos las vas cuidar.
Era verdad. Las cosas le duraban porque las cuidaba y porque la madre siempre decía: «Más vale gastar unos pesos más y comprarse algo bueno que dure».
Las compró. Con tarjeta, seis cuotas, diez por ciento de interés no era mucho. En diciembre las terminaba de pagar y listo. Estaba contento. Las usó para ir al trabajo, no para trabajar.
—A cualquier carro le ponen llantas. Dijo Carlitos, todos se rieron cómplices. Sergio también se rió pero secretamente, no quiso darle el gusto a Carlitos de reírse de su chiste.
Salió del trabajo. Fue a la parada del colectivo. Se encontró con la vendedora, no sabía su nombre, casi nunca le hablaba. Nunca la había visto tomando el colectivo. La saludó con un gesto, ella le devolvió un «hola» cordial. Sintió que ella lo miraba desde abajo hacia arriba como a un monumento. La chica hizo un comentario para empezar un diálogo. No pensó que fuera dirigido a él pero notó que no había nadie más en la parada. Tardó en contestar que sí.
Vino el colectivo, tomaron el mismo, subieron, se sentaron juntos. Ella hablaba, empezó a contarle que era la primera vez que tomaba ese colectivo porque antes la llevaba y la traía el novio, se habían peleado hace poco porque era muy celoso y a ella le gustaban los celos pero un poco. Sergio movía la cabeza y hacía las preguntas mínimas y necesarias para no pasar por mal educado. Sabía lo que estaba pasando pero después pensó en la Cele. Estuvo atrás de ella casi un año, iba a la EEMPA casi exclusivamente para verla. Le había costado mucho y la quería y no iba a engañarla con cualquiera.
Además, las cosas entre ellos estaban mejorando poco a poco. Últimamente ella estaba más enganchada. Era ella la que empezaba a buscarlo. No como fue siempre que él tenía que bombardearla con besos y caricias y todo eso para que ella cediera y se rindiera como un hermoso enemigo. Se saludaron y Sergio volvió a su casa lleno de una confianza y una autoestima que parecían crecerle desde los pies.
Los miércoles se juntaban a jugar al fútbol con los compañeros de trabajo. Los del depósito contra los vendedores. Los de depósito les llevaban un par de victorias pero pocas. Hubo varios empates y siempre eran partidos trabados y ajustados.
Ganaron con tres goles de Sergio.
—Las zapatillas vienen con magia —le dijo Carlitos queriendo cargar a los rivales.
Él sabía que no era la magia, era la comodidad del calzado nuevo. Gracias a eso pudo correr sin pensar en frenarse antes y llegar a desbordar. Pudo jugar tranquilo pensando solamente en definir y asistir. No era magia, era comodidad.
Terminaron de jugar, se bañaron y en el vestuario seguían las bromas: las zapatillas vienen con magia, me las pongo yo y meto ocho. Había que bancársela, era el precio de ser el goleador del partido.
Terminaron de bañarse. Era tarde. Quedaron Carlitos y él, fueron juntos a la parada. Iban a distintas zonas, se tomaban distintos colectivos, casi siempre llegaban parejo. Siempre venía primero el de Sergio. Pero aquella noche vino primero el de Carlos.
Sergio quedó sólo en la parada, sentado en el cordón. Estaba asustado y pensó en tomar un taxi. Lo único que le importaba eran las zapatillas. Estaban guardadas en el bolso. Por las dudas estaba usando las Topper viejas. Miraba para todos lados, hacía cinco minutos que esperaba, ya estaba por llegar.
Se escuchó una frenada y de la nada apareció una moto con dos pibes. El que iba atrás se bajó, Sergio no hizo tiempo para pararse, el pibe lo pateó fuerte, le manoteó el bolso. Sergio trató de resistirse pero la tira del bolso se cortó, el pibe se subió a la moto que arrancó y se perdió en las calles desiertas. Quedó tirado en el piso, le latía la cara por la patada, pero lo que más le dolía eran sus pies atrapados en esas zapatillas viejas y sucias como jaulas. Pensó en la Cele: «A vos las cosas siempre te duran», recordó a su madre: «más vale gastar unos pesos más y comprarse algo bueno que dure», pensó en el bolso rompiéndose, imaginó las zapatillas resplandeciendo dentro del bolso. Se miraba los pies, encarcelados en la tela vieja y los cordones sucios. Se puso de pie y empezó a caminar hasta que vino el colectivo.
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* Nahuel Conforti nació en la ciudad de Rosario (Argentina). Tiene 30 años, cursa el Profesorado de Lengua y Literatura en el Instituto Superior Olga Cossettini de su ciudad. En el año 2008 recibió el primer premio en el género Poesía en el concurso «Gabriela Mistral» organizado por dicha institución. En el año 2009, participó en la antología «Voces transitorias», Ed. Reloj de Arena. Recibió el segundo premio en los géneros Poesía y Cuento del concurso «José Hernndez» en 2010.
Participó en la antología de nuevos escritores «Carpe Diem» en 2011 y 2012. En 2014 su micro relato «Golpes» obtuvo una mención honorífica del concurso Bialet Massé (Provincia de Córdoba–Argentina).