Literatura Cronopio

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Dos cuentos

DOS CUENTOS

Por Carlos Arturo Correa Maya*

MÁGICA RELACIÓN

Buenos días. Por favor toma asiento y presta atención a lo que voy a contarte, pero antes de empezar te informo que los envases de plástico y las botellas de vidrio vacías no se botan, se reciclan. Te lo digo porque sé que estás haciendo el inventario del almacén. De otro lado, quiero que me des una manito en la solución de algunos problemas que debo solucionar con urgencia. Comenzaré de esta manera, porque no encuentro otra. Estoy ante un dilema personal y profesional, difícil de resolver. Últimamente me ha dado por pensar que las enfermedades mentales se contagian por contacto con el enfermo, pero mis conocimientos en psiquiatría dicen que eso no es posible. No te extrañes, pero es que algo raro está sucediendo, verás.

Todo empezó cuando el jefe de enfermería justificó con historias disparatadas su anormal comportamiento a los llamados de atención que le hizo la junta administradora del hospital. Todo su accionar daba la inequívoca impresión en que algo malo hacía. Espiaba a las enfermeras, enfermos y visitantes. Aparecía por sorpresa detrás de las puertas, oía conversaciones ajenas y gritaba sin tener motivo. Nada menos en esta oficina, me hizo saber sus consideraciones clínicas sobre un interno del segundo piso, donde están los pacientes menos violentos y que, al fin de cuentas terminaron enviándolo a otro psiquiátrico, por sugerencia mía. Recordaré lo que dijo y cuando termine de contártelo quiero tu opinión al respecto. Claro, claro bajo estricta confidencialidad.

En aquella ocasión, ese funcionario entró abruptamente a mi despacho, se acercó al sillón donde yo estaba, se paró a mi lado, puso su mano derecha sobre mi hombro y se dispuso a esperar mi aceptación para escucharle. Con una desfachatez sin precedentes, una mirada errática dirigida hacia la nada y sonriendo como un idiota, fue diciéndome en voz baja algo que jamás había escuchado. Estaba tan cerca que su boca rozaba mi oído derecho y disminuyó el tono de su voz para que nadie oyera la historia que vino a contarme.

—Sabe jefe, ese hombre de la pieza once no está tan loco como se había creído. Desde su llegada me ha tomado como el doctor que le curará una exótica enfermedad que dice tener y lo defenderá de feroces ataques efectuados por unos seres extraños, nacidos de su imaginación. Varias veces le dije que ni soy médico, ni salvador de nadie, que simplemente soy el enfermero jefe de la sección donde él está, pero ha insistido en llamarme el doctor de su salvación. Sostiene que cuando visito su alcoba, todos sus espantos y pesares desaparecen como por arte de magia. Pero le reitero que no está tan desquiciado como consta en su estudio psiquiátrico y así lo he hecho saber en mis informes acerca de él. Narrar historias con altas dosis de fantasía no es razón suficiente para catalogar a alguien como demente. Es cuestión de oírlo y entenderlo. Me parece, y es un parecer, que en vez de locura tiene una inteligencia muy desarrollada. Es un ser dulce, dócil y nunca ha sido necesario ponerle la camisa de fuerza para controlarlo. La contundencia de sus argumentos y la claridad con que expone sus ideas, han hecho que le preste más atención a su problemática. Ha dicho que fue profesor universitario por muchos años, pero no dice de qué cursos ni en dónde. Intuyo, a partir de sus narraciones, que su especialidad tiene que ver con trabajos en farmacia o de química. Afirma enfáticamente que varios alumnos terminaron sintiendo lo mismo cuando desarrollaban experimentos en los laboratorios, después de muchos intentos. Su ingreso al hospital mental se debió porque siempre estaba haciendo y contando lo mismo, pero ¿sabe jefe? me ha dado por pensar que lo trajeron para deshacerse de él. Seguramente que en casa se aburrieron con su manía de hacer mezclas, quebrar frascos y de escucharle la inverosímil afirmación sobre que las sustancias y las reacciones hablan. Para sus familiares, esas tres cosas serían suficientes para argumentar que se tiene un loco en casa. Sinceramente creo que tiene razón en casi todo lo que dice o al menos estoy acercándome un poco a lo que él sentía cuando se dedicaba a realizar experimentos. Sin que nadie se enterase, me enseñó la manera de realizar ensayos por mí mismo, dónde y cuándo hacerlos, y en especial, cómo ponerles cuidado para aprender más de ellos. —Paciencia —dice— los secretos se te revelarán de un momento a otro, cuando menos lo esperes.
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Por gracia se alejó un poco de mi cara y prosiguió hablando normalmente, un poco más tranquilo. Pareció como si hubiese botado una descarga sobre mí.

—Ahora comprenderás mi desespero por hablar contigo, porque eres el siquiatra jefe de este hospital y necesito tu ayuda, pues según veo voy por el mismo camino del hombre de la once. No quiero que me lleven a ningún psiquiátrico para deshacerse de mí con los mismos argumentos con que lo trajeron. Te lo digo para que me defiendas ante la eventualidad en que me acusen de locura, especialmente por parte de algunos miembros de mi familia.

Una vez dijo esto, fuimos interrumpidos por las sirenas anunciando una urgencia en el quinto piso del pabellón número siete, donde una paciente trató de suicidarse. Ahí se detuvo la conversación, pues salimos apurados para el sitio de la emergencia y no nos despedimos. Debes saber que el cargo que ejerzo tiene muchas responsabilidades en este centro hospitalario e invierto mucho tiempo en reuniones y solucionando problemas de toda índole. De modo que rara vez dispongo de tiempo libre y no puedo darme el lujo de sentarme a charlar sobre trivialidades de la vida y eso lo saben todos, incluso el enfermero jefe que estaba hablando conmigo.

Para acabar de ajustar, el lunes pasado me encontró en el despacho en las horas de la tarde, cuando firmaba unos documentos. Traía consigo un manuscrito y sin siquiera saludarme, entró y siguió la conversación interrumpida días anteriores, solicitándome de nuevo el favor de prestarle atención. Afirmó tener la transcripción manual de una grabación realizada de un diálogo que sostuvo con el paciente de la once y quería discutirla conmigo. Mostró varias hojas escritas por ambos lados que con sigilo sacó del bolsillo de su camisa, agarrándolo fuerte, como si alguien tratara de arrebatárselo. En esa ocasión lo noté muy nervioso y le propuse que se calmara. Se sentó y, con voz entrecortada, dijo que estaba dudando sobre si él mismo lo hubiera escrito, pues era la radiografía de lo que estaba sintiendo. Me pidió permiso para leerlo, y accedí. Lo leyó sin pausa pero sin prisa, y cuando terminó, lo dejó encima de mi escritorio. No sé si por olvido o con alguna intención. Por eso lo tengo en mis manos y lo leeré para enterarte de lo que sucedía entre él y el paciente de la once.

«Escúcheme doctor, por favor. No se apure en darme los medicamentos, porque para eso hay mucho tiempo, pues hay más días que vida. Hoy anhelo llegar a la introspección y de la mano suya entender qué pasa en mi interior. Quiero contarle las razones por las que estoy aquí, en esta clínica, en esta alcoba y con usted. Desde hace varios años vengo enfrentando fenómenos que a la vez me son placenteros y terroríficos, de tal forma que esa ambivalencia me ha avasallado por completo. Los siquiatras que he visitado han dicho que mi caso es algo esotérico, que sobrepasa ligeramente los límites de la locura, pero yo insisto en que todo lo que digo es verdad. Pongámonos cómodos, siéntese allí y por favor me escucha, pues puede aliviar mis penas. Verá Usted. Todo comenzó hace muchos años en los laboratorios de química haciendo experimentos. Cuando vertía sustancias en los frascos de reacción y procedía a agitarlas para lograr su contacto íntimo, sorpresivamente y sin saber cómo se originaban, desde el interior emergían voces. En un principio, las sentí como un murmullo lejano, propio de gente encerrada en un recinto, todos hablando a la vez. Después, cuando pegaba el oído al frasco, podía discernir varias tonalidades. Unas veces las oía dulces y melodiosas como si hablaran personas amables y alegres; en otras, escuchaba fuertes alaridos y espantosos gritos, propios de seres cocinándose vivos. E independientemente del cómo las escuchara, esas voces trataban de explicarme los mecanismos utilizados por las reacciones para efectuarse.
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»La primera vez que eso ocurrió salí corriendo, presa del pavor, del que casi no me repongo. Después de realizar varios experimentos seguí escuchándolas, y para botar el miedo, las enfrenté, poniendo suficiente atención para comprender lo que querían decir. Al final me extasiaba oyendo esas voces, en especial cuando explicaban la formación de los productos, la velocidad a la cual se diluían los reactivos y el tiempo que se demoraba la energía en volverlos vitales. Esto me sucedía en solitario o en compañía de mis alumnos. Descubrí que el silencio ayudaba a oírlas mejor y por eso iba solo al laboratorio. Casi todos me miraban extrañados, como si hablara en otro idioma y cuando algún estudiante mostraba interés lo hacíamos juntos hasta convencerlo sobre la veracidad de lo dicho. Eso me producía una rara mezcla de sentimientos entre alegría, ira y desazón. Lo experimenté muchas veces, y creo haber logrado un descubrimiento fabuloso. Cualquier científico lo hubiera querido. Esta situación era más evidente cuando mezclaba ácidos y bases, porque más claramente se escuchaban esas melodiosas y quejumbrosas voces. Entonces, con el fin de acallarlas y liberarme un poco de la rabia y del miedo, procedía a tirar los frascos al piso. Y cuando se estrellaban, dispersos en miles de pedacitos cristalinos, veía cómo las gotas de agua formadas en el proceso interno, se convertían en pequeñas lágrimas. El don de vida saltaba por los aires, en bellas formas ovaladas, brillantes, que posteriormente chocaban contra el vil suelo, mesas y paredes del recinto. Mientras caían, esas mismas gotas hacían señas indicándome que montara mi imaginación sobre su superficie resplandeciente, para conducirme por el camino de la comprensión de lo profundo, porque son habitantes y dueñas de lo más íntimo de nuestro ser; poseedoras del oscuro infinito del fondo de los océanos; comprometidas íntimamente en la razón de la existencia de todo ser vivo y que así como salían por los aires en forma de gotas visibles, posteriormente se fragmentarían en partes más pequeñas para hacer parte de lo habitable, del aire y de las nubes. Su señorío es tal, que su escasez es síntoma de pérdida de vida, porque todo sin ella muere, se seca. Severa verdad doctor, todo se seca sin ella. Si, si le hablo del agua que se forma por reacción entre un ácido y una base. Con calma, por favor doctor, ya le voy explicando.

»Me emocioné tanto con este descubrimiento, que sentía una constante e inmensa necesidad de estar en los laboratorios, sacar frascos, mezclar sustancias y provocar reacciones de cualquier clase. Acto irreflexivo, especie de revancha no sé contra quién, lánguido vicio que ataca con más poder cuando se le está abandonando. Iba en solitario al laboratorio, tomaba un recipiente donde vertía ácido, cualquier ácido, y posteriormente le agregaba una base. De inmediato, cuando las ponía en contacto, se desencadenaba una feroz lucha entre estas sustancias. Entonces comenzaban los gemidos de dos titanes a quienes les había llegado la hora de morir. Sin mediaciones, se disputaban la resultante en la solución final. Por un lado, lo corrosivo, cuya fama se fundamenta no sólo en disociar sin consideración a los metales, quitándoles esa fortaleza con que se ufanan, si no porque ataca agresivamente las mucosas de la carne, apropiándose del agua que la habita, en su superficie y en su seno; y por el otro, lo cáustico, cuya fatídica historia es consumir sin piedad grasas, músculos y nervios. Lucha de antagónicos, pues cuando los mezclaba, de inmediato ambos soltaban alaridos, lo corrosivo y su cáustica enemiga se quemaban y neutralizaban el uno al otro.
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»En la medida en que agregaba más base, el corrosivo se iba adormilando, con una somnolencia propia de quien nada puede hacer ante lo inevitable. Incluso, en esos duros momentos le he escuchado decir que siente placer al reaccionar. A partir de ahí sus gritos bajan de tono, agotado de pedir ayuda, como se apaga la llama de una vela agonizante. A su vez, la sustancia alcalina canta su triunfo porque se sobrepone al corrosivo y su eufórica voz sale directamente del frasco a mis oídos. Su poder cáustico campea y da golpes frenéticos pregonando su triunfo. Al final y de forma ineludible, siempre llegan a un acuerdo neutralizándose, en una especie de raro trato entre enemigos acérrimos, donde es probable que broten soluciones neutras y como por encanto, surja el don de vida, el agua.

»De ese pacto de enemigos y en reacción violenta, emergen sal y agua. Y cuando aparece ésta, sus ovaladas gotas ponen carita de niña consentida y me invitan a posar mi imaginación sobre su deslizante superficie. Les hago caso y viajo por un tobogán sin fin. Sus moléculas me cuentan que su hermanita la sal sigue ahí con ellas, juntas hasta que algo irremediable las separe. La tratan como un maravilloso compuesto que brota de las montañas y viaja disuelta en los ríos hasta el profundo mar, para hacerlo más vivible; le confiere sabor a los alimentos y se comporta como comunicador corporal e iluminador de los cerebros para comprender la naturaleza de las cosas. La sal, es eterna e incorruptible.

»Pero mire doctor, esa situación no se detiene ahí. Producto de esa relación también brota en cantidades alarmantes una energía descomunal que todo lo calienta. Algo así como llamaradas de pasión íntima, cuyo poder transforma paulatinamente lo corrosivo y lo cáustico en lo incorruptible y el don de vida. Emerge del frasco y estalla por el aire formando figuras estilizadas, humanoides, de rostros alargados; tétricas y escalofriantes unas y de contexturas agradables y bellas, otras. Todas me avisan, a su manera, que la reacción se llevó a cabo. Es de tal magnitud esa energía, que hace subir drásticamente la temperatura del ambiente. Las llamas que adoptan figuras bellas dicen contener la energía que hace posible la vida, la misma que buscan los reptiles exponiéndose al sol, la necesaria para poder vivir todos nosotros, la que llevamos en nuestra sangre. Mientras las otras llamas que surgen de combustiones completas, se lanzan al aire formando figuras fantasmagóricas, de brazos aterradores y pregonan que van a acabar con todos los seres vivos.

»Permítame un descanso, me angustia hablar de ello. Lo corrosivo y lo cáustico agonizan cuando se encuentran y sus tristes alaridos se escuchan desde lo lejos; es ahí cuando las llamaradas emergen y surcan los aires. Música especial se escucha cuando esa energía va acabando la existencia de ambos para dar paso a lo incorruptible y al don de vida. Estos dos, a medida en que van naciendo, claman y lloran de alegría por su desarrollo, como el infante que respira y grita por vez primera. Nadie gana, nadie pierde, todo sigue la tendencia natural. Cantan las reacciones múltiples canciones, bulliciosas y sonoras, donde coexisten la alegría y la tristeza, la felicidad y la desdicha. Todo habla de las agonías del corrosivo y del cáustico, a la vez que se sienten las voces alegres de las sales y de las aguas nacientes. Me confundo doctor, me confundo. Hay veces en que siento dolor y en otras mucha emoción. Pero lo más temible es cuando las llamaradas salen del frasco y adoptan formas grotescas, incluso cuando tiro las botellas al suelo, se levantan formando fieras gigantes de enormes fauces que me persiguen y me hacen salir corriendo. No tengo donde esconderme porque ellas conocen todos los escondrijos elegibles. Temo por mi vida y usted puede salvarme, si lo quiere. ¡Acompáñeme el tiempo que más pueda doctor, no me deje solo! Estoy fatigado y quiero descansar. Ya es la hora de suministrarme los medicamentos para apaciguar un poco las ideas que brotan en esta cabeza loca e inducirme a un profundo sueño, porque eso es lo que ustedes hacen siempre cuando no pueden curar una enfermedad. Con esas drogas que suministran, empeoran todo.»

Cuando terminó de leer hizo una pausa, me miró y continuó con la conversación cuya intencionalidad me costaba descubrir.
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—Me imagino que después de leerte este manuscrito quedas bien enterado de lo que siente el hombre de la once. Vive una realidad que difiere en mucho con su historia clínica, donde se asegura su demencia. Pues bueno, estoy recurriendo a ti y a tu sabio consejo porque me ha dado por hacer experimentos a escondidas y, créeme, esas cosas sí ocurren. Las sustancias hablan y si se pone un poco de atención, se les escucha nítidamente. Pero, cuidado, esto no sucede únicamente cuando se mezclan ácidos y bases, pasa con cualquier sustancia que reaccione con otra. Así de rotundo. Lo he comprobado cuando me escondo en la pieza de fármacos y procedo a mezclar sustancias en algún frasco, sorpresivamente ellas narran cómo se transforman. Ni qué decir de las llamas que emergen de los frascos, con formas de monstruos mitológicos, que vienen a purificar al mundo, a intervenir en la incesante creación del universo. Ante tales circunstancias, tiro los frascos al suelo para no oír esas voces y evitar que esos humanoides me persigan. Hube de disculparme varias veces con mi jefe, pues el estruendo de los frascos quebrándose contra el piso lo ha hecho ir hasta la pieza de fármacos y me ha encontrado recogiendo pedazos de cristal, contemplando absorto las sustancias derramadas.

Creo que se me contagió el mal del hombre de la once y para colmo me encanta hablar con él. Apenas le cuento lo que me sucede, noto en su rostro una sonrisa burlona a punto de estallar en júbilo, y sorpresivamente mis males desaparecen como por encanto. En esos instantes comprendo perfectamente su situación. Si como dice él, soy el doctor de su salvación, ahora tendré que buscar el mío, pero por temor no esperaré que me devuelva el favor, pues nos agobian las mismas ideas. Es como si dos borrachos se buscaran para apoyarse mutuamente, entonces quién llevaría a quién. Por ello te lo estoy contando, para que me cures de esta infernal paranoia. Nadie me ayuda y menos el jefe, quien me descontrola más. Ni te lo imaginas. Hace poco dijo algo acerca de enviarme a otro psiquiátrico porque asegura que con un enfermo de este estilo es suficiente y que si no lo hemos podido curar, dos se volverían una calamidad y podríamos contagiar a los demás hasta convertirnos en un grave problema de salud pública. Sé que exagera un poco, pero no confío en él y tampoco en el hombre de la once, por ello recurro a ti. Sólo con los vicios y los amores se puede ser sincero, en especial cuando con toda la fuerza se confiesa, casi en postración, que no se podría vivir sin ellos. ¡Ayúdame!
(Continua página 2 – link más abajo)

18 COMENTARIOS

  1. Carlos, es un hermoso cuento y en cada palabra se siente la pasión, el amor con que está escrito, al igual que en cada clase y en cada charla. Esa es una de las más grandes huellas que has dejado en los espíritus curiosos que año tras año tienen el privilegio de compartir en cada clase la magia de la química.

  2. Maravillosos relatos!
    Logran que los observe sin siquiera parpadear, que sueñe despierta y sienta pasión.
    Felicitaciones, espero leer muchos más cuentos en un futuro.

  3. Profesor Carlos…
    Sencillamente ESPECTACULAR estos cuentos, me remiten a pensar en la pasión con la que se hace las cosas que nos gustan, nos enamoramos , disfrutamos plenamente y la interacción se hace intensa y única… simplemente nos maravilla a tal punto que los demás pensarán en la locura como nombre a lo que nos apasiona.

    Espero volver a leerle. Un gran abrazo con mucho cariño, admiración y agradecimiento.

  4. ¡Qué agradable momento leyendo tus historias! Con ansias de nuevos cuentos te agradezco por los ya publicados.

  5. Maestro Carlos, qué deleite leerlo desde Alemania. ¡Felicitaciones por tan maravillosos relatos!
    Sin duda alguna me fascinó el primero: un poco de química combinado con un tanto de locura…simplemente la mezcla perfecta; como lo son «lo corrosivo y lo cáustico».
    Muchas gracias por transmitirnos tus conocimientos a través de estos encantadores y entretenidos cuentos. Es evidente el amor y la pasión por lo que haces.

  6. Excelentes cuentos querido profe!! llenos de exquisitez ante la mezcla de lo literario con la ciencia, cada uno de estos cuentos muestran la personalidad de quien ha marcado el aprendizaje de muchos y nos demuestran que no son casos aislados lo uno de lo otro.

    Me alegra enormemente la oportunidad dada para leerlos.

  7. Muy buen cuento, muy entretenido, cuando lo terminas te alegra haber decidido sacarle el ratico para leerlo, felicitaciones Carlos. Sigue escribiendo!!

  8. Excelente forma de describir una reacción, cómo después del caos en los reactivos surge en los productos la vida (en el primer cuento). Muy buena narración, refleja tu estilo único de explicar los temas y expresar la pasión por la química, tanto en clase como en los cuentos un trabajo escepcional. Felicitaciones Carlos

  9. Profesor Carlitos Correa

    Me deslumbra hasta que punto tu creatividad, imaginación y amor al conocimiento sigue permitiéndonos aprender cosas nuevas, la manera en que haces ver la química demuestra cuanto te apasiona e ilustra el sentimiento de muchos de nosotros hacia ella…que bella historia y que hermosa manera de mostrarle al mundo lo increíble que es ver el mundo con esos ojos, los ojos de quien ama la química y de quien desea saber el porque de todas las cosas que ocurren a su alrededor.

    Me encanta la historia.Felicitaciones!

  10. Mi Maestro! Una vez más me dejas atónita ante esa forma tan peculiar y única de traducir ese mundo interno que hay en ti, ese donde se mezclan tus emociones más intimas y tus pensamientos más profundos! Sencillamente tus narraciones se vuelven una melodía para el oído al escucharlas y un placer para los ojos que lo leen. Tú has logrado llevar la complejidad de la química a algo digerible, simple y útil….. y mejor aún, hasta poético! que es lo que me parece más increíble.. Disfrute cada linea de tus cuentos y bueno como como diríamos con júbilo al culminar cualquier evento: Cerraste con broche de Oro! » Sólo con los vicios y los amores se puede ser sincero, en especial cuando con toda la fuerza se confiesa, casi en postración, que no se podría vivir sin ellos»…. Muchas gracias por abrir tu mente y tu corazón y permitir que almas curiosas se sumerjan y se pierdan en ese mágico mundo de la lectura.

  11. Felicitaciones, ambos cuentos son excelentes. Me gustó especialmente el primero, muestra la química desde una perspectiva muy interesante.

  12. Al parecer, la capacidad de asombro dentro de un laboratorio es una locura que nos llena de satisfacción a muchos ,y solo entre los locos por la ciencia nos entendemos y nos podemos identificar en esta excelente narración. Felicitaciones.

  13. Que bueno esta locura… de escuchar las voces de la creación… Sólo un ser que ama lo que hace y siente pasion en su quehacer puede lograrlo, transmitirlo y enseñarlo…. Si la sal se vuelve sosa quien podra salar el mundo?
    Gracias por estos maravillosos cuentos, como seria de diferente aprender con ellos…Ese es el objetivo.

  14. Es increíble cómo el autor logra mezclar el genero literario que tanto atrae a los lectores con información cientifica. Logra que se de un interés inevitable por seguir leyendo hasta llegar al final de los relatos.
    Personalmente me parece que los dos cuentos son fantásticos y los recomiendo a cualquier persona, sea alguien interesado en la química o simplemente una persona que disfrute leer.
    Pocos son los que logran interesar al publico en relatos que tienen que ver con ciencias (en este caso la química) pero este autor lo logra perfectamente!
    Felicitaciones!!!!

  15. En el cuento, «La mágica relación», el autor demuestra conocimiento profundo de la química y lleva al lector a fascinarse con los experimentos que relata en su fantasía . Además tiene un gran atractivo las imágenes que sincronizan el relato

  16. Magica relacion. Excelente cuento creo que es lo mas parecido a una realidad que se ha vivido desde siempre nuestros estandares de vida no dan paso libre a las mentes ampliamente desarrolladas o que ven un poco mas alla de lo visible. Tenemos una concentracion absoluta sobre lo tangible y lo que esta dentro de las reglas de vida que en su gran mayoria resultan siendo paradigmas creados por una sociedad restringida que no se esfuerza por ver un poco mas alla y entender profundamente cada detalle de lo que sucede en un universo ampliamente misterioso. Es un cuento que relata una realidad absoluta desde un punto de vista quimico. Me encanto! Felicitaciones!

  17. Son dos cuentos de grana belleza literaria, pero el primero demuestra una gran experiencia en la docencia y una gran experiencia en materias tan difíciles como la química. Felicitaciones por estas maravillas y éxitos en el futuro literario

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