LA MUERTE DE PICO MOCHO
Por Roberto Araque*
—¿Cuál gallo?
—El Pico Mocho.
—Y que lo operaron y todo. El señor Daniel me dijo: ‘man, hasta le puse suero y no aguantó, aquí cargo la placa. Lo cargo en el carro. —Él aún sostenía el celular y miró a su padre como si un rayo lo hubiese atravesado desde la raíz de todas sus sienes hasta el infinito de su pensamiento, y mucho más.
—¡Lo matamos toditos!— Sentenció el padre.
—Lo llevo ahorita en el carro, me dijo. —Sus ojos, aunque secos, no dejaban de lamentarse.
—Lo matamos toditos porque casi todos los días hablamos de ese gallo. Jesús Román, la última vez que lo vio, que estuvo en Puerto La Cruz, me dijo: Papá, no he visto gallo más arrecho que ese. —Realizó una pausa, aspiró la penúltima bocanada de un cigarrillo y agregó:
—De los gallos que tenemos como padrote…
—Había un gallero bueno por estos lares, me disculpa que lo interrumpa, él me decía que de los gallos padrote, me refiero a gallos buenos de verdad, no se tiene que hablar. —Seguidamente echó un escupitajo y, por un instante, observó al viejo con un gesto casi comprensivo. Luego volvió su mirada al suelo y, con la punta de su bota, estrujó la saliva hasta deshacerla en la tierra. Sólo entonces con harto orgullo complementó:
—…Mientras estén vivos.
—… Es verdad. —Afirmó el padre. Le correspondió con los ojos saltones titilantes de angustia e inhaló el cigarrillo con una ansiedad que, ausente minutos antes, ennegrecía su habitual carácter.
—Él me dijo que era así. A ese viejo, que Dios lo tenga en su gloria, le pasó con un Marañón y un Canagüey. Cuando le pasó la segunda, con el Canagüey, me lo dijo llorando. —Seguía con el ojo puesto en donde, segundos antes, yacía el escupitajo y, como hurgando en su mente la respuesta correcta a todo lo que había escuchado, calló.
—Es que a mí me ha pasado ya, pero con gallinas. Nunca con un padrote… —Repuso el viejo.
—Yo nunca le veo una placa a un gallo. Es que estaba alegre porque descubrimos que éste es hermanito, hermanito del Pico Mocho. —Señaló con la mirada al hermano del gallo—. Entonces llamé al señor Daniel para decirle que hay otro… — Realizó una pausa, miró el suelo y afirmó —es que lo maté, lo maté yo porque fui el último que lo vio. ¡Lo maté! —Estaba sentado sobre un costal de maíz, sostenía el celular con su mano derecha, la otra descansaba sobre su rodilla y giró su vista hacia su padre en la búsqueda de sus facciones apaciguadoras, las encontró ausentes.
—…La vista es muy arrecha. —Remató el gallero.
—Usted lo ha dicho. — Respondió el padre—. Ese gallo, ese gallo era jodido. Los hijos de ese gallo donde han puesto el culo han levantado unos peleones. —Y como si el pensamiento, y su lamento, se escapasen por su lengua el muchacho añadió:
—…Ya El Tigre no pisa.
—Está ciego. Está pisando, pero… —Confesó el padre con cierto ademán aclarativo. Después sacó otro cigarrillo de su cajetilla y adicionó:
—Pisa, pero ya no le puedo meter seis gallinas. La vaina es que él la vea… —Mientras más hablaba su voz se volvía trémula y piadosa, como si entre el animal y él hubiese una verdad, una confesión; algo propio de una amistad sincera. Su narración estuvo acompañada de una pantomima del gallo entre sus manos acomodándolo, como un bebé de cuna, sobre una gallina imaginaria y dispuesta.
—…Hubo una gallina que él pisó, pero no sacó… —Expresó el joven, después añadió:
—Ayer pisó bien, pero con lo de esa gallina… eso me tiene preocupado.
—¡Yo sé qué gallina era esa! Esa gallina era la que acomodamos en la última jaula, entrando a mano derecha, La Negra Pata Verde. Esa mierda ponía un huevo aquí, después uno allá y otro pa’ acá…, ponía huevos donde le daba la gana.
—Riega los huevo. —Aseveró el gallero.
—Regaba. —Corrigió el joven con un tono de voz que dejaba colgado cierto hálito de frustración.
—Tú no viste que yo me quedé callado. —Inhaló el cigarrillo— ¿Tú me has visto preocupado? —Miró a su muchacho, aunque muy tiernamente, como desafiándolo a que dijese que El Tigre no podía ni pisar a una gallina más— Desordenada, la condenada no le había hecho nido. La gallina ponía un huevo aquí… Después, antes de que tú vinieras de vacaciones, Fanio le acomodó los huevos en un nido que le hicimos… —La mirada del joven y el gallero se cruzaron, el último hizo un gesto de aprobación —Tú vas a ver… te vas a acordar de mí, por allí viene otro hijo del Tigre. —Aseveró el padre, aunque el joven aún desconfiaba.
—Yo vi un huevo aquí, otro allá… los puse toditos en el nido, pero no me consta que sean de esa gallina, porque está La Marrana Flaca que también es así de desordenada.
—¿Y a esa gallina quién la pisó?
—El sobrino de Siete segundos. —Respondió el gallero.
—Si es que no son del Tigre, los pollos no van a salir tan malos. Ese sobrino de Siete Segundos era un gallo bueno, regular mejor dicho, y la Marrana Flaca es hija del Pinto Trinitario, media hermana de la Negra Pata Verde. No van a salir unos gallos de primera, pero puede que salga alguito bueno. Aunque, óyeme Fanio, tengo una sospecha. Ojalá esté en lo cierto. Creo, estoy casi seguro de que por lo menos hay un hijo del Tigre y la gallina Pata Verde por ahí. Sospecho de uno, todavía es un pollito, pero le tengo el ojo puesto. —El viejo cierra un ojo, arruga el rostro y lo señala con el dedo índice de su mano izquierda mientras inhala el cigarrillo. Si fuese un juez, su mirada estaría condenando al animal, pero no lo era; lo bendecía a su manera. En el pollito estaban depositándose las esperanzas de cuatro generaciones de hombres y el animalito, sin saber lo que tenía encima, picoteaba y, de vez en cuando, rasgaba la tierra—. Es que lo veo, hasta se parece al Pico Mocho; ¡Míralo! ¡Míralo Fanio! las patas verdes y los muslos gruesos, igualito al Pico Mocho, el tamaño para lo que lleva de nacido está bien. —Ya la mirada de los tres estaban posadas sobre el animal, éste escarbaba y pinchaba la tierra una y otra vez. —Ese tiene que ser una fiera. —Había esperanza en su mirada; más que eso, una fe, y además de fe, ciega. Era un gesto loco, como de desespero, al gallero no se le escapó; había visto eso antes en infinidades de partidas, en hombres que colocan la casa, la mujer, los hijos y el culo bajo las patas de un animalito que, al fin y al cabo, sólo sabe que por cuestiones de la vida tuvo la suerte de no terminar en una beneficiadora avícola, en cambio, obtuvo la oportunidad de morir como se debe.
—Podría ser, aunque él es como Zambo. Pero todavía no ha plumado bien. —Giró su rostro al viejo y dijo:
—Chucho, detrás de una mala viene una buena; tenemos al hermano y el pollito que tú dices que es hijo del viejo Tigre y la Pata Verde. —El gallero le echó una mirada al viejo, éste, con un ligero movimiento, sacó un cigarrillo y un encendedor.
—A ese pollo, al que es como Zambo, en Septiembre lo topamos. Si se le ve sangre lo llevamos para una partida buena. Si gana lo agarro pa´padrote. —Extendió el brazo para entregar el yesquero, miró su acabado y agregó:
—Este yesquero me lo regaló la Nena…
—Pero qué vaina con lo de Pico Mocho. Es que se veía sano y fuerte… todo un cuarto bate —Murmuró el joven como tratándose de explicar lo sucedido y sin prestar atención a lo que dijo su padre.
—Por eso uno no tiene que enamorarse mucho de las cosas… —Le respondió el gallero con un mueca que quizás intentó tener un matiz apaciguador, sin embargo, intimidó al joven. Después preguntó:
—¿Chucho, y qué es lo que dice la talla en el yesquero?
—«No fumes…». Eso es lo que dice… Es que la Nena tenía unas vainas. —Por unos instantes se quedó como dubitativo, miró a su hijo y volvió con lo de los gallos:
—En los últimos años hemos tenido gallos bonitos de esa línea, toditos se nos han muerto. Les da una vaina, como si les faltara el aire o un ataque. —suspiró, se acongojó… pero continuó:
—Han echado unos peleones, ninguno ha perdido. Hasta El Personalidad que era medio topocho y choto, se echó un peleón con el Marañón aquél ¿Te Acuerdas ‘man’? —El viejo aspiró su cigarrillo y miró a su hijo como esperando que el muchacho dijera algo.
—Ese era un Gallo, pero un ¡Gallo! Le llevaba veinticinco gramos al Personalidad. —Aseveró el joven, en tanto comenzó a escucharse el silbido del aire que los cobijaría con una inusual frescura, mientras el viejo, bajo la sombra de una mata de Pumalaca, recordaba y contaba:
—Lo que pasó ese día se cuenta y no se cree… La pelea estuvo buena, buena y arrecha. El Marañón era un gallo bravo, de los gallos bravos de verdad, pero El Personalidad entrandito lo dejó ciego y cojo, pero con todo y eso el coño’e madre iba pa’lante. Lo puso a tres Bolívares, ¡imagínate tú…! Fanio, es que si hubieses estado allí te da un infarto. —Realizó una pausa, luego con la mirada buscó dónde sentarse. Encontró un tambor, lo volteó y, con un movimiento muy comedido, se sentó.—Cuando veníamos para acá, justamente hablábamos de eso; nos acordábamos del peleón del Personalidad, le decía a Jesús Román que con El Tigre, El Pico Mocho y el hermano menor había gallos para aguantar la vaina por un tiempo. Eso sin contar con los hijos del Tigre que deben andar regados por ahí, no estoy contando el pollito que es medio Zambo porque puede que sí, pero también puede que no. —Seguidamente colocó su mano sobre la frente, aún sin soltar el cigarrillo, y agregó:
—…Pero hora se nos muere El Pico Mocho. —Colocó una mano sobre su rodilla derecha, la sobó y dejó escapar otro suspiro.
—¿Y qué pasó con El Personalidad? —Preguntó el gallero.
—Un día estaba como siempre, medio tristón, pero sano. Por la tarde yo lo veo y le digo a papá: Viejo Chucho, ese gallo tiene algo. Lo revisamos. Estaba bien, pero medio apagadito. El viejo Chucho me dijo que esas eran marisqueras del gallo, pero había que tenerlo vigilado. Entonces lo dejamos en la jaula y nos fuimos. En la mañana, cuando regresamos, lo primero que hicimos fue ir a ver al gallo…
—…Allí lo encontramos, en la jaula, echado. Parecía un niñito dormido; acurrucado como si tuviera frío, pero muerto. —Interrumpió el viejo.
—¡Muerto, muerto’e bola! —Exclamó el joven.
—Ningún gallo merece morir enjaulado —Aseveró el gallero. Sólo bastó una mirada del viejo para hacerle saber que tenía toda la razón, pero había algo más en el aire.
El viejo agregó:
—Lo bravo de ese gallo es que no tenía nada, ni embuchado ni paro ni nada; estaba completamente sano. Viejo no estaba, casi era un pollo. La última pelea que se echó fue con un Zambo puertorriqueño, hace como tres meses antes de morirse. Ese Zambo venía de matar a otro. El Personalidad como era pequeño lo voltearon con ese gallo que era más grande. En la pelea El Personalidad no se vio bien, pero ganó. Aunque yo pensé que le iba a dar un paseo como al de la otra pelea, y no. Le aguantó varios hachazos que me asustaron, pero ganó. Cuando traemos al gallo le dije a Jesús Román: El Personalidad no me pelea más, vamos a sacarle cría, después vemos como lo acomodamos por allí.
—Y eso que lo abrimos y todo. Hasta el sol de hoy no sabemos de qué murió —Repitió el joven.
—El gallito era bueno, lo único que le faltaba era tamaño. En la última pelea se echó 3:33 minutos, nos ganamos el tercer premio. El Personalidad, ¡Qué gallo más picarón en la vida! Caminaba con aquella elegancia. Se veía hasta cómico con lo chiquito que era y la altanería cuando andaba por ahí como si fuera de la realeza. —El viejo posó nuevamente su mano sobre su rodilla y dijo:
—Este dolorcito que me da en la rodilla es lo que llaman el mal aristocrático.
—¿Cómo es eso Chucho?
—La Gota Fanio, la Gota…
—Coño, allí sí está jodía la vaina. Yo que te iba a invitar a un asado. El viejo carcajeó, disimuló el dolor lo mejor que pudo y expresó:
—…Cuando tú veías al Personalidad caminando por el corral, lo que daba eran ganas de cagarse de la risa —Concluyó el viejo en tanto que imitaba, aun sentado y con el dolor en su rodilla, el andar del ave. Sus ojos, como rememorando lo vivido, exhalaban un aire juvenil, sin embargo, inmediatamente su faz tomó un matiz obscuro.
—Es que no sé si fue una culebra, un golpe, un parásito o no sé qué, si la luna o una vaina rara, pero El Personalidad se nos murió. Todas las crías que le sacamos se murieron sin echar una partida.
— Varios gallos se nos han muerto así. Y ahora El Pico Mocho. —Sostuvo el joven.
—Después de una mala viene una buena. —Insistió el gallero.
—No, después de una mala viene una buena y después una peor. —Corrigió el Padre.
—Así es. ¿Y qué se le va a hacer? —Se resignó el gallero.
—Es que lo matamos entre todos. Es que un gallo de esos cuesta criarlo. Chico, hasta uno le agarra cariño a los animalitos. Mira, es que si se me muere peleando, coño no te lo voy a negar, da tristeza, pero se muere en lo suyo; como un varoncito, pero que se me muera así, coño, eso si da vaina.
—Justamente yo llamé al señor Daniel para hacerle el comentario de que hay, por lo menos, un hijo del Tigre.
—Pero al Pico Mocho lo matamos entre todos, entre todos. Jesús Román me decía a cada rato que no había visto gallo más arrecho.
—…A mí nunca se me había ocurrido revisar la placa de un gallo, casualmente hoy se me antojó. — Confesó el joven.
—La casualidad es que son hermanitos, de padre y madre. —Dijo el gallero.
—El Señor Daniel me dijo que le metió suero, lo operó y le dio bicarbonato con aceite de Oliva. —Parecía estar convencido de lo que decía, como si su mente estuviese al lado de aquel. Entonces miró al gallero, buscaba una respuesta.
—Es que eso es lo que se le hace cuando un gallo se embucha. Ese gallo debía tener otra vaina más… —Aseveró, indefectiblemente, el gallero.
—Él me contó que el gallo estaba embuchado, decidió abrirlo. Lo limpió y lo cerró. El gallo aguantó su operación, al otro día se murió. —Tomó un grano de maíz, lo mordió; lo volvió trizas, luego lo escupió con rencor.
—A mí me pasó igualito con un gallo Jiro que tenía. A mí me pasó, de verdad. Y el gallo bota y bota agua… lo limpié, le abrí el pico. Vi que había como una vaina amarilla. Cuando le eché el bicarbonato y el aceite, botó la vaina amarilla esa que era como un pus que tenía acumulado en el buche. —Sus ojos ya no estaban en el presente, sino en algún sitio distante y triste, su voz se escuchaba como un susurro en una noche sin luna. Seguidamente se recostó sobre el muro que franqueaba la gallera, su codo izquierdo se posó sobre el borde y con su mano derecha metió el cigarrillo en la boca.
—…El gallo botó su vaina, parecía que se recuperaba… A los tres días se me murió —Lamentó el gallero.
—Es que es así, cuando menos te lo esperas te viene el coñazo… duro. —Complementó el joven, luego agregó:
—Pero es que la vida es una vaina jodida; venir hoy, decir que vamos a revisar ese gallo y llamo al señor Daniel para contarle de que hay un hermanito, hermanito de padre y madre, del Pico Mocho y él me dice que se murió. —Permanece en silencio un rato, observó al gallero y adicionó:
—A lo mejor se cuenta, uno cuenta esa vaina y la gente dice; Coño ‘man, si eres hablador de paja.
—Chucho, es que son animales tan nobles, pero tan nobles, que hasta muriéndose te dejan algo; es como quien dice me fui, pero quedó otro allí. —Respondió el gallero. Luego añadió:
— Por ahí tengo otro hijo del Tigre. Es hermanito del Pico Mocho, pero de otra flaca y nada que ver. Los buenos, ¡buenos y arrechos!, son los hijos del Tigre y la Pata Verde o La Marrana Flaca.
—Es que la madre es importante. Si tú, Fanio, crías a un gallo sin la madre, o con una madre mala, el gallo te sale mariscón. ¡Júralo, es así y vuélvelo a jurar! Es arrecho, pero quien pone el carácter es la madre.
—Muchacho sin madre es muchacho descarriado. —Complementó el gallero.
—Ahora, para colmo, se nos muere también La Pata Verde. —Lamentó el chico.
—Lo de la Pata Verde se puede arreglar, le ponemos los huevos a la Marrana Flaca y que haga de madre sustituta. Esa gallina ya estaba vieja ¿Cuantos años es que tenía? —Preguntó el viejo.
— Ya estaba pasada. —Respondió el gallero.
—Ve lo que vamos a hacer… —Miró a su hijo, posó su mano sobre su hombro y le dijo pausadamente:
—Man, llama a Daniel. Dile que aquí tenemos a otro hijo del Tigre con la Pata Verde, pero no le vayas a decir que se murió la gallina; eso lo va a poner peor. Dile que tenemos otro hijo del Tigre y que es igualito al Pico Mocho. Dile así porque, coño, yo sé cómo es él; ese va a andar mal, por pena no se va a querer aparecer el viernes por la casa. Le dices como para que se sienta un poco más aliviado, porque él sabe lo que significa… lo que significan esos gallos para nosotros. Para que no se mortifique tanto ni ande ofreciendo dinero. Yo sé que hizo lo que pudo, pero es que esa línea de gallos es arrecha; salen gallos buenos, buenos de verdad, pero se nos mueren y no sabemos de qué. —En eso le echó una mirada al gallero, quizás indagando por una respuesta y obtuvo una negación muda.
—Ahora esos dos, los dos que quería de verdad. Uno se murió y el viejo; el Tigre aún le queda, pero… —Intervino el muchacho.
—Sí, Los dos gallos que son para él la panacea. —Agregó el viejo. Luego dijo:
—Daniel para llamarme a mí, para decirme, estando el Tigre aquí, el papá, y decirme: Estoy llamando porque no quiero molestarlo, pero ese gallo me sirve pa´padrote ¿Cómo le gustaría ese gallo? ¡¿Cómo le gustaría?! Que se lo llevó, todavía con el pico chato. No lo agarró para padrote sino que lo metió en una partida grande ¡¿Cómo le gustaría el gallo?! Cazarlo en una pelea con 33 gramos menos y tener la seguridad de que iba a ganar.
—¿Cómo fue qué te dijo viejo Chucho? —Preguntó el joven con una sonrisa apenas visible, anegada por la tristeza, en su rostro.
—Me dijo: Primero se disculpó, coño yo le dije que no se disculpara, pero ya sabía que venía con una de sus vainas. —Tomó una bocanada de aire y continuó:
(Continua página 2 – link más abajo)