EL COBRADOR UNIVERSAL
Puede ser la primera vez que coincida en la literatura de un asesino serial, o por lo menos no recuerdo haber leído algo semejante. Más fácil es asimilar la historia de un psicópata, si la vemos en la pantalla. Del cuento El Cobrador de Rubem Fonseca, se pueden relacionar varios aspectos, tanto de estilo, como de temática y descripción de personajes, pero no precisamente dentro del círculo de la literatura, sino más allá. El Cobrador es un personaje que podría ser tan villano como antihéroe, y de ninguna manera alguien estará en lo correcto al afirmar una u otra cosa.
En un cuento breve como el de Fonseca, el personaje principal va calmando su odio con lo que su instinto dicta. Así suelen comportarse la mayoría de los asesinos en serie: matando sin razón aparente. Podría encajar perfectamente en un cuento de Andrés Caicedo. Es decir, si los escenarios no fueran Rio, ni sus calles con sus nombres, perfectamente podría haberse desarrollado el relato en Cali, en su Versalles, sus cineclubes, su río Pance, y su misma gente que enfermaban a los personajes de Calicalabozo, o a la misma desesperación y lucha constante contra la sociedad de Que viva la música o Angelitos empantanados.
Cambiar de escenas de un párrafo a otro, bruscamente y sin tacto, lograron que no sintiera tan fuerte que era la primera vez que leía a Fonseca. Yo sinceramente pensé, mientras leía en el mechudo con gafas, al que le gustaba la Poker. Creí leer a Caicedo, en uno de los muchos cuentos en los que sus personajes manifestaban de distintas maneras su odio, no tan carniceros como el Cobrador, pero sí incomprendidos y distantes de la sociedad. Personajes intentando anclarse a cualquier astilla para no terminar de hundirse en un barranco profundo.
Adelante en el relato, cuando salen a relucir los cuchillos, y el machete que cortaría de un solo tajo la cabeza del hombre al frente de los faroles de su coche, recordé un poco a Pedro Navaja, solo que como lo repitió en el cuento el Cobrador, él no era un ladrón. Y vuelve entonces la universalidad del cuento, en este caso el de Fonseca, que una vez más lo digo, podría haber pasado en Cali, Medellín, New York, pero que sucedió en Rio, porque así lo quiso el autor. Lo que no cambia es la sociedad que tanto enferma al personaje, porque la vivimos desde Alaska hasta la Patagonia.
Mientras en la cabeza me dan vueltas las canciones salseras con historias de barrio, o el universo de Caicedo, sigo sin entender en dónde puede caber el Cobrador. Se supone que él es consciente de su odio, y no lo trata de canalizar, solo lo desfoga. No se sabe si él piensa que es lo correcto porque casi no reflexiona, solo se deja llevar. Por lo tanto, podría ser más villano que antihéroe. Sin embargo, podría asumirse la postura de que a pesar de su apresurado actuar, sus impulsos podrían desarrollarse dentro de una ética interna del personaje, donde combatir contra las “rubias taradas” y los ejecutivos en sus Mercedes es lo que debe hacerse.
En otro universo, donde la gran mayoría vea a la cultura occidental como la causante del sismo que parte el mundo, el Cobrador podría encajar como el perfecto pistolero que va en pos de alcanzar la Torre Oscura, como relata Stephen King en su saga entre western y futurista, que no está para nada alejada de los personajes maniáticos como los de Caicedo o el de Fonseca. Entonces tenemos varios personajes actuando instintivamente en situaciones diversas. Es menester de cada autor cerrar la historia otorgándole el éxito o el fracaso a sus personajes.
Dexter, una serie norteamericana de la cadena Showtime, fue sí un producto televisivo que empezó bien, tuvo una cúspide, y terminó fatal. El protagonista es un analista forense que trabaja para la policía de Miami, pero su vida real es matar gente. La serie es producto de la adaptación de Darkly dreaming Dexter de Jeff Lindsay. Mientras se mantuvo fiel al argumento original de la novela, fue un éxito. El caso de Dexter es de un asesino en serie que logra canalizar su conducta para encajar de cierta forma dentro de la rutina. No sucede igual con el Cobrador, que no tiene a nadie o no deja que nadie lo frene, ni siquiera la Palindrómica, que es con quién más bien parece haber encontrado su complemento para trascender en la expulsión de su odio.
El Cobrador no se inmola, no se despierta de su estado, porque ni siquiera sabemos si lo que para él es correcto es de verdad algo que esté mal. El personaje no busca redención. La historia queda en puntos suspensivos y es difícil saber si estamos frente a un villano o un antihéroe. Rebasando la barrera de la moralidad, podríamos estar incluso leyendo un capítulo de la vida de un héroe.
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* Diego Zambrano Benavides es estudiante de Periodismo de la Universidad de Antioquia (Colombia).