Literatura Cronopio

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El narrador y la espera en tres cuentos de Daniel Sada

EL NARRADOR Y LA ESPERA EN TRES CUENTOS DE DANIEL SADA

Por Emily Celeste Vázquez Enríquez*

El libro Todo y la recompensa contiene la totalidad de los veintiséis cuentos escritos por Daniel Sada. Aunque dicha cantidad pudiera parecer pequeña en la trayectoria del bajacaliforniano, es necesario reconocer que debido a la calidad formal y de contenido que permea cada una de las páginas, la cantidad es lo de menos.

En los cuentos, es posible identificar una complejidad temática, lingüística y estructural que a simple vista pudiera percibirse natural, lo anterior se debe no a la facilidad de la escritura, sino a la genialidad del autor aquí estudiado. Debido precisamente a la complejidad presente en cada historia, este texto se limitará a analizar tres cuentos. Los relatos seleccionados para su estudio son «Pase lo que pase», «El arma de la inmovilidad» y «Todo y la recompensa». Dicha selección obedece a que en tales narraciones, es posible identificar tres planteamientos discursivos distintos y un hilo conductor temático similar.

En «Pase lo que pase», el lector atiende a una historia que se construye a través del título, un epígrafe de Alfonso Reyes y una línea. La ausencia de personajes y la figura central del narrador es por tanto, el primer método discursivo a estudiar. El segundo método, identificado en «El arma de la inmovilidad», se edifica con la figura de un solo personaje descrito desde el punto de vista del narrador. Por último, en «Todo y la recompensa» aparece una importante cantidad de personajes, esta vez plenamente activos aunque de nuevo determinados o juzgados por la mirada de quien los narra.

De tal modo, será analizado el modo por el cual el narrador se constituye como el primer punto de unidad entre los cuentos. A lo anterior se añade la similitud temática que las historias por estudiar albergan. Como será visto, la espera se constituye en un hilo conductor para los cuentos. Sin embargo, es necesario aclarar que ni las similitudes, ni las diferencias por identificar en este trabajo, son actantes totalizadores del texto, pues la riqueza de las narraciones otorga un sinnúmero de lecturas. De tal modo, los elementos detectados habrán de verse como recurrentes, en ningún caso como principales o únicos.

En «Pase lo que pase», se identifica un narrador-protagonista que, de acuerdo con las clasificaciones enunciadas por Gerard Genette, cabe dentro de la categoría del «narrador homodiegético», pues se trata de un personaje que relata lo que le sucede. Sin embargo, el narrador de Sada trasciende esta teoría tradicional cuando, en lugar de relatar su historia, la oculta. Si bien el anterior es un recurso utilizado por otros narradores, en el cuento aludido el ocultamiento es llevado hasta el extremo, baste de ejemplo la reproducción del texto: «Quizá entienda en la otra vida, en ésta sólo imagino» (63).

Las razones por las cuales este cuento puede inscribirse en la tradición de los microrrelatos, que en Latinoamérica tiene como algunos de sus principales exponentes a Juan José Arreola y a Augusto Monterroso, son por demás obvias. Sin embargo, resulta importante establecer las características que otorgan un alto grado de originalidad a la construcción literaria del bajacaliforniano.

Aunque es cierto que «Pase lo que pase» encuentra como principal punto de comparación y referencia al que es quizá el más famoso microrrelato en español, éste es «El Dinosaurio», cuento que se ha convertido en el más socorrido ejemplo del género al cual se adhiere, el relato de Sada presenta un mayor número de ejes discursivos, elemento que se constituye como el principal punto de innovación y diferencia respecto al cuento del guatemalteco.
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La premisa anterior en ningún modo pretende disminuir o demeritar el valor literario del cuento de Monterroso, quien podría pensarse como una influencia en la escritura del cuento analizado, sin embargo es importante señalar dónde radica la originalidad de Sada cuando éste incurre en el terreno de la brevedad.

Ha sido señalado que «Pase lo que pase» incluye una mayor cantidad de ejes discursivos respecto al microcuento tradicional. Tales ejes pueden identificarse a través de tres puntos de análisis: el título del cuento, el epígrafe y el cuerpo del texto, elementos que en conjunto se consolidan en una unidad semántica que habrá de relacionarse con el resto de los cuentos contenidos en Todo y la recompensa.

En el texto, se identifica un narrador que en primera persona, incita al lector a inmiscuirse en la trama de su historia a través de la incógnita. La cantidad de interpretaciones que «Pase lo que pase» puede suscitar, son tan variadas como los lectores mismos. Sin embargo, como se verá enseguida, los indicios que los ejes discursivos presentan, conducen a la interpretación de que los temas del cuento son la escritura, la lectura y, en un nivel más amplio, la espera.

El primer eje discursivo a analizar, es el del cuerpo del cuento. La duda y la posibilidad son las ideas tempranas en las cuales lo narrado inmiscuye al lector a través del término «quizá»: «Quizá entienda en la otra vida, en ésta sólo imagino» (63). Se entiende entonces que el narrador estuvo inmiscuido en una búsqueda que no ha dado resultados, por lo cual, la primera parte del cuento que termina donde la coma empieza, puede ser vista como una resignación desesperanzadora, comunicando el vacío de un narrador que se ha dado por vencido en una búsqueda para el lector desconocida.

Sin embargo, la segunda parte aparece más iluminadora, pues el narrador ha encontrado un medio para calmar su búsqueda inconclusa: la imaginación. De tal modo, es posible afirmar que el cuento se configura mediante la oposición razón-imaginación. En tanto la razón es representada por el entendimiento, que no pudo ser alcanzado, el narrador encuentra refugio en lo imaginado.

Ante la falta de datos precisos que informen al lector sobre cuál es el objeto de la búsqueda del narrador, que por lo demás no hacen falta, es posible percibir que se habla del deseo por el entendimiento de un todo, del mundo, de la vida o de cualquiera de sus aristas. Lo anterior adquiere mayor sentido si se toma en cuenta el segundo eje discursivo de análisis: el epígrafe.

Tomando en consideración lo enunciado por David Lagmanovich, cuando al referir al carácter de los microrrelatos señala que estos funcionan como «ejercicios de reescritura» (párr. 46), la inclusión de un epígrafe que además, es de mayor extensión que el cuento mismo, adquiere suprema relevancia. Para continuar con el análisis es necesario incluir el texto:

¿Qué he ganado? Nada, sino aumentar instantes
de ocio a los muchos que ya cuento en mi vida.
ALFONSO REYES, El Demonio de la Biblioteca (63)
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Todo el epígrafe alude a la literatura. El recuerdo de la Capilla Alfonsina salta desde las líneas citadas. Alfonso Reyes, reconocido por su adoración a los libros, puede ser considerado como el símbolo de la figura del lector en «Pase lo que pase». Por lo anterior, la reescritura a la cual aludía Pereira, en este caso podría ser entendida no tanto como una realizada sobre El Demonio de la Biblioteca, sino como la reescritura del lector al cual Reyes en el texto encarna, como su voz retomada.

A lo anterior se añade que en el cuento, es posible identificar una especie de diálogo en el cual se reflexiona sobre la literatura tanto en la acción de la lectura, como en la de la escritura. Esta premisa puede ser comprobada al retomar el papel que la imaginación adquiere en el texto, pues ésta, como fue señalado durante líneas previas, se edifica como el terreno al cual el narrador ha decidido entregarse. Si se considera que la imaginación es la principal herramienta para la actividad creadora, es posible inferir que el protagonista de «Pase lo que pase» es un escritor.

De tal modo, puede aseverarse que el tema del cuento es la literatura en sus dos caras: la de la lectura y la de la escritura. Por un lado, en el epígrafe aparece una reflexión sobre el acto de leer, por el otro, en el cuerpo del texto se reflexiona sobre el quehacer del escritor. Ambos actos son considerados no como medios prácticos ni como herramientas para encontrar verdad alguna, sino como recursos para seguir viviendo.

De igual modo, si se pensara que la intertextualidad y el diálogo entre el cuerpo del texto y el epígrafe es tal, que el primero obedece al desconcierto del narrador sobre lo enunciado por Reyes, la premisa se mantiene. Lo anterior se debe a que, desde tal lectura, el sentido del epígrafe sigue siendo el mismo y se hace más obvia la intención del narrador por reflexionar sobre el acto de la escritura. Ahí radica la unidad en la selección del epígrafe, del autor y de lo que está escrito.

A lo anterior se añade el sentido del título, «Pase lo que pase», en realidad, lo que va a pasar no interesa, la literatura mantendrá su posición privilegiada en la vida del narrador tal como la mantuvo en la de Alfonso Reyes. Si el entendimiento no llega en esta vida, ya llegará en la otra, mientras espera, el narrador continúa imaginando, escribiendo. De tal modo, la espera se configura como un motivo del narrador para la imaginación y, por lo tanto, para la creación.

Es también la espera uno de los temas que aparece en «El arma de la inmovilidad», el cual es el segundo cuento a analizar. En dicha narración el lector se enfrenta a la historia de un viejo tendero, quien recientemente quedó viudo y cuyo único hijo había muerto años atrás. En la grisácea tienda donde se desarrolla la acción, la única compañía que al tendero queda es la de una mosca vivaz.

El narrador de esta historia, difícilmente puede ser encasillado en las teorías tradicionales. Si bien es cierto que se trata de un narrador omnisciente que, como recuerda Janet Burroway, «interpreta por los lectores la apariencia de los personajes, lo que dicen o sus actos o sus ideas» (párr. 9), el narrador de Sada no únicamente interpreta, además, se configura como la voz determinante del relato, de modo tal que incluso, como se verá más delante, dictamina el futuro del personaje.

La personalidad e importancia del narrador en el cuento, queda manifiesta desde la primer línea, «una tienda, un enfoque» (73). Con tales palabras se anuncia además del objeto de la narración, la mirada unidimensional que habrá de permear en el texto y la conciencia del narrador sobre su actitud definitoria para la historia.

La selección que el narrador hace para darle paso a la voz del tendero, siempre coincide con lo por él argumentado. De tal modo, las escasas líneas que son enunciadas por el personaje, confirman lo emitido por el narrador:

Aunque en la noche, al revés: la lámpara de petróleo amarilleando el entorno y el íncubo resplandor se arrastraba sin encuadre hacia la calle donde las sombras al paso alargábanse deformes. Alguien vendrá a comprarme algo… (74)
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Distinguiendo lo dicho por el personaje con el uso de la letra cursiva, cuando el narrador permite que éste hable, lo hace como para otorgarle un momento cúspide a la descripción realizada. Cada frase emitida por el personaje, está acompañada por un halo de soledad que entristece y conmueve, a la par que dota de mayor fortaleza a las ideas desplegadas por la voz que narra.

Ante lo anterior, la presencia que evita que el panorama resulte totalmente desesperanzador es la de la mosca. Si bien el papel de tal insecto evoluciona conforme la trama avanza, en principio puede ser leído como un personaje lúdico que otorga equilibrio al ambiente:

Pero hay entretenimiento; entonces: si la mosca se parase en una de sus mejillas él nunca la espantaría, pese al cosquilleo en un punto de sensaciones pirrungas, ya que ella se cansaría de estar tanto tiempo allí. Pobre mosca, pues dejarla… (73)

La importancia que tanto el narrador como, por consecuencia el protagonista, otorgan a la mosca, puede resultar risible debido a que no nada más se realiza una descripción minuciosa de los movimientos del diminuto personaje, además, como sucede en la cita anterior, el narrador divaga en torno cuáles podrían ser sus siguientes pasos.

Sin embargo, el rol de la mosca evoluciona para fundirse con el ambiente de soledad que acompaña al protagonista, de modo tal que sobre dicho actante, más delante la voz narrativa señala, «esa mosca inevitable, como señal volandera, removía lo innecesario» (75). Es así como el narrador comienza a configurar a la mosca como una premonición para lo que habrá de acontecer al protagonista.

La premisa anterior adquiere mayor sentido cuando el narrador advierte que el tendero «supo que ese punto alado era la conjugación de los espíritus muertos. La visita del recuerdo que circunda» (75). De tal modo la mosca se emparenta con la muerte, quien ronda al protagonista a la vez que le trae el recuerdo de su esposa y de su hijo. Después de la visita incidental de un niño y de una mujer que quería darle el pésame, el tendero se aísla manteniendo como única compañía a la mosca, también metáfora de sus recuerdos.

La espera en el texto puede ser identificada principalmente en dos momentos. El primero de ellos se da cuando de voz del abarrotero se desprenden las líneas «alguien vendrá a comprarme algo» (74). Dicha sentencia contiene una carga semántica esperanzadora pues el tendero pareciera querer continuar con la rutina que lo rigió durante años, sin embargo las dilucidaciones de la voz narrativa adelantan el fracaso de lo momentáneamente esperado, «el agua de los ensueños había cambiado de sitio. ¿El agua? ¿Se puede llamar así a lo que no tiene forma? No… quizás, imprecisiones… Todo luengo y condenado a una curva engañadora, a un futuro negador» (75).

De tal modo, la figura del narrador se impone a lo expresado por el protagonista, razón por la cual, la sentencia por este último emitida, ligada a lo enunciado por la voz narrativa, pierde todo rasgo esperanzador y se torna en una oración desoladora. La frase alguien vendrá a comprarme algo, aunada a las ideas expuestas por el narrador, delata la imposibilidad para que la esperanza del tendero se concrete y por ello, revelan la soledad en la cual éste se encuentra.
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Un segundo momento en el cual la espera es nuevamente identificada, sucede durante el final del cuento:

Para cualquiera que pase, hoy, mañana, cuando sea, y voltee hacia la tienda que alguna vez fue abundante, verá la estampa del hombre carcomiéndose en la sombra… Mientras tanto, la mosca sigue rondando… ¡Dejarla!… Ella moriría y de muerte natural. (76)

Debido a las líneas previas a esta cita, en las cuales el narrador señala que el tendero «cada vez se olvidaba de comer lo que su cuerpo pedía» (76), es posible intuir la espera de la muerte. Empero, aunque dicha espera es asumida por el protagonista, quien otorga los indicios necesarios para que el narrador la interprete, es el juicio final del narrador el que se consolida como la espera más determinante.

«¡Dejarla!… Ella moriría y de muerte natural» (76), si bien el sujeto al cual el narrador refiere es, en el nivel más obvio la mosca, en un segundo nivel se hace referencia al tendero, cuyos movimientos se encuentran cubiertos por la mirada unidireccional del narrador, quien ha determinado la espera del destino cercano del protagonista.

En «Todo y la recompensa», el tema de la espera se identifica desde otra vertiente, la cual será analizada a continuación. En este cuento, el lector atestigua la historia del matrimonio Cabral Domínguez, desde sus años de abundancia, hasta el momento de su decadencia económica, moral, y finalmente física.
(Continua página 2 – link más abajo)

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