Literatura Cronopio

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Diferente a lo sucedido en los cuentos previos analizados, éste, que es el más extenso de los tres, tiene también un mayor número de personajes. Si «Pase lo que pase» está construido con base en un sujeto que es al mismo tiempo narrador y protagonista, y «El arma de la inmovilidad» tiene un solo personaje acompañado por la preponderancia de una voz narrativa, en «Todo y la recompensa», se identifican tres protagonistas y otra importante cantidad de personajes.

No obstante dicha diferencia, el cuento por abordar posee una similitud con los anteriores, que contribuye a consolidar el estilo de Daniel Sada como cuentista: la figura de la voz narrativa. Si bien, la naturaleza de este narrador no es igual a la presente en los otros dos cuentos aquí analizados, su personalidad, así como sucede en tales relatos, también en éste resulta determinante.

De tal modo, la voz narrativa construye a los personajes mediante la interpretación, dictaminación y valoración de sus acciones. No es nada más un narrador omnisciente, es además un personaje que desde fuera emite juicios valorativos, es sarcástico y conduce al lector a empatizar con sus ideas sobre los personajes.

Ejemplo de lo anterior se da durante la siguiente descripción, donde, para referirse a quienes acudían a las fiestas de don José, y a la reacción del matrimonio ante la gran cantidad de gente que llegaba, el narrador señala:

unos, incluso, buscaron acomodo hasta en la habitación donde dormían los dueños, desde luego, no había ningún problema, pues: los dueños, tolerantes, despreocupados, buenos; ahí, allá, frazadas y cobijas. (88)
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El juicio valorativo realizado sobre las acciones de los personajes: «tolerantes, despreocupados, buenos», y el tono sarcástico utilizado por el narrador: «no había ningún problema», se edifican como dos de los principales recursos del autor para la configuración de dicha figura en este cuento.

Un elemento interesante es que el tono sarcástico utilizado por la voz narrativa, no se descubre sino hasta el final, cuando se revela el destino cruel del cual los protagonistas fueron sujetos. Tal premisa se respalda en el hecho de que el cuento es narrado en retrospectiva, «casi todos los fines de semana, en la casa vistosa de los Cabral Domínguez, antaño se efectuaban jolgorios de mucha risa y baile» (87).

De tal modo, el tono irónico mordaz con el cual la voz narrativa describe la actitud de los protagonistas, revela su esencia cuando se descubre que ésta era ya consciente de las consecuencias que las acciones de los personajes les acarrearían. Al leer el cuento por vez primera, puede resultar difícil identificar el tono sarcástico del narrador, sin embargo éste adquiere claridad cuando el final es descubierto.

Precisamente por lo anterior, algunos de los sucesos presentes en la narración adquieren un tono humorístico debido no a la situación en sí misma, sino a la forma en la cual ésta es narrada:

La dueña doña Emilia. … prefería estar echada en el camastrón matrimonial. […] El enrosque florido y el amor en tinieblas, cuando la juventud vuela que vuela y los besos se aroman y la pureza se hunde y se adelgaza. (89)

Otro recurso que contribuye a dotar de humor a algunas de las frases emitidas por el narrador, consiste en el uso de la oralidad y en la anexión de situaciones que podrían considerarse cuadros de costumbres provincianos. Debido al contexto nacional al cual algunas de las líneas se adhieren, quizá resulte más sencillo que un lector mexicano identifique el humor presente en, por ejemplo, las siguientes líneas:

los chupetes de dedos y limpiar con pedazos cobachos de tortillas de harina el juguito chiloso del guisado que quedaba en los platos: el borrego en tatema y las lenguas lampreadas con salsa tricolor; ya bien llenos retirarse ir después a su cuarto para ensayar –luego de echarse una cejita leve–. (90)

De tal modo, el lenguaje juega un papel definitivo en el estilo de Daniel Sada, pues como advierte Cristopher Domínguez Michael, «Sada se muestra un cuidadoso orfebre del lenguaje y un fabulador sorpresivo» (107). Es así como el cuidado que el bajacaliforniano pone en la construcción del lenguaje, permite que éste se consolide como una herramienta perfectamente edificada para la ironía, el sarcasmo, el humor y la poesía. Elementos que, aunados a la originalidad del contenido, resultan en una muestra clara del dominio del género por el autor.

Respecto a la poesía, ésta se asoma en prácticamente todos los cuentos de Daniel Sada, para retomar uno de los analizados, baste recordar cuando en «El arma de la inmovilidad» el narrador advierte, «el rectángulo de luz, dejando ver la figura: la puerta abierta de día, y hacia adentro: acaso una perfección de grisura sin contrastes» (74). En este caso, la función del lenguaje poético es además de estética, de contenido, pues contribuye para que en la mente del lector surja la imagen buscada por el narrador aunada a una suerte de sentimiento melancólico, elemento que la perfecciona.

Entre tanto, en «Todo y la recompensa», los momentos poéticos cumplen una función similar, «el adivino era de ojos azules y cabello güero. Pero no parpadeaba ni con el sol encima» (95). Es así como la poesía se consolida como un elemento que contribuye a reforzar lo dicho por el narrador, de modo que de la suma de la emoción surgida de un lenguaje poético y de una descripción concreta, lo representado se materializa con mayor fidelidad en la mente del lector.
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En este punto resulta necesario retomar la idea expuesta por Domínguez Michael cuando asevera que las narraciones de Sada son siempre sorpresivas. En «Todo y la recompensa» el lector atiende a una sorpresa hiriente, acaso inexplicable aunque anunciada en voz del adivino, «ustedes vivirán con extrema modestia, es decir, ningún lujo. De lo contrario os arrepentiréis» (96). De tal modo, los indicios para que el lector intuya el final que esperaba a los protagonistas fueron puestos por el narrador desde las primeras páginas, sin embargo, debido al carácter lúdico de los sucesos acontecidos, se vuelve difícil intuir lo que se aproxima.

Justamente, lo que resulta más sorpresivo dentro del cuento, es que de la narración de sucesos risibles, alegres y ostentosos, donde don José Cabral hace fiestas legendarias para desconocidos, a quienes lanza dinero desde el balcón, alimenta y hospeda, sus acciones originen primero la humillación y después el asesinato:

Otras veces, en las nubes del humo de sus ideas, en las cumbres del miedo de su embriaguez ufana, no entendía, preguntaba: ¿Por qué me pegan? Si yo… Un golpe lleno y seco estallaba en su cara […] Cierto que una vez ya no se supo de él. (107)

A la sorpresa del protagonista se añade la sorpresa del lector, sin embargo, pese al carácter dicharachero de José Cabral, la actitud despilfarradora que lo caracterizó en el principio, llega a un extremo tal que es percibida por los desconocidos no ya como un gesto extraordinario, sino como una acción ordinaria, que por lo tanto no amerita agradecimiento alguno. Por lo anterior, la transformación del protagonista de un hombre amable, a la del bufón del pueblo, es aunque sorpresiva, justificable.

A la muerte de don José, cuya descripción resulta en un cuadro de una violencia inesperada, se unen la muerte de doña Emilia y de Altagracia. La primera se vuelve loca de tanto buscar a su marido. Nunca supo que estaba muerto y «alguien se la llevó después a una ciudad muy grande» (108). Sin embargo, es el final de Altagracia el que quizá resulta más descorazonador:

Una tarde de marzo la encontraron tirada junto a unos chamizos. Pero ahí la dejaron, pero no estaba muerta. […] Lo único que deseaba era ir allá para traerse luego a su cotorro, ese pipiropis, alegre y querendón. (110)

Son dos los principales ejes narrativos por los cuales la muerte de Altagracia es más cruel y sorpresiva que la del propio don José, razón por la cual es ella y no el protagonista, quien cierra la historia. El primer eje radica, paradójicamente, en la mezquindad con la cual el personaje fue construido. Para referirse a ella, el narrador constantemente utiliza el adjetivo «ruca» enfatizando así en su carácter amargo. Además, las acciones que Altagracia emprende son cuestionables, por ejemplo la del robo y la de la indiferencia que muestra cuando ni don José ni doña Emilia regresan.
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De tal modo, cuando se descubre que Altagracia quería volver a la vieja casa de los Cabral no para buscar el dinero enterrado, sino para recuperar a su cotorro, se revela con ello la humanidad que en el personaje había estado escondida, en este punto se erige el segundo eje por el cual el desenlace es tan conmovedor. La dureza de Altagracia queda supeditada a su amor hacia el cotorro, su muerte fue producida porque perseguía un fin noble. En lo anterior su deceso difiere con el de don José, quien se entregó a los vicios que en tal hecho desembocaron.

La espera como uno de los temas del cuento se inserta desde el título, pues en la semántica del término «recompensa», inherentemente se adhiere tal vocablo. O bien, el sujeto espera ser recompensado, o alguien más espera que se le recompense. Necesario resulta recordar el título, «Todo y la recompensa», los personajes de este cuento entregan todo, desde el primero hasta el último aliento para conseguir un fin buscado. Don José, al mantener el dinero sin uso, guardado; Doña Emilia al encontrar a su marido y Altagracia al rescatar a su cotorro.

De tal modo, la espera radica no tanto en los personajes, quienes mantienen un rol activo concordante más bien con la búsqueda, sino en la figura del lector. Lo anterior se debe a que los indicios presentes en el cuento desde el título, generan la interrogante de qué es lo que le espera al protagonista, de cuál será su recompensa y la de los personajes que lo acompañan.

Como se ha visto en los tres cuentos analizados, el papel del narrador puede ser diferenciado a partir del estudio del tema de la espera presente en las historias. Mientras que en «Pase lo que pase» es posible identificar un narrador-protagonista que utiliza a la espera como un motivo para imaginar, y como consecuencia para escribir (por lo cual se infiere es un escritor), los otros dos narradores también hacen uso de dicho tema con objetivos particulares.

Por su parte, el narrador de «El arma de la inmovilidad», mediante la interpretación de las acciones del tendero, estipula que el personaje se encuentra en espera de la muerte. Lo anterior se realiza a través de tres elementos principales: el lenguaje poético, la monopolización del discurso, y la inserción de un personaje alegórico. Dicho personaje es la mosca, quien en un primer nivel representa a un lúdico insecto y, en un segundo nivel, se constituye como la representación de la muerte en espera, quien al mismo tiempo encarna el recuerdo de la esposa y del hijo del protagonista.

Por último, en «Todo y la recompensa», el tema de la espera aparece desarrollado no tanto dentro de la historia, sino en el plano receptivo de ésta debido principalmente, a los indicios demarcados por el título y el argumento del cuento. El narrador, mediante el sarcasmo, la ironía y la emisión de juicios valorativos, dirige la interrogante en el lector sobre qué les espera a los personajes, sobre cuál será esa recompensa a la cual el título alude.
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De tal modo, el rol determinante que la voz narrativa tiene en los relatos aquí abordados, puede ser apreciado desde el punto de vista del narrador como personaje, como artífice e indicador y como manipulador del acto receptivo. Por lo anterior, es posible afirmar que la figura del narrador y de la espera como bloque temático, se constituyen en dos de los principales hilos conductores que generan una suerte de unidad entre los cuentos abordados. Determinar si dicho hilo se mantiene en el resto de los cuentos compete a un análisis más amplio.

Los cuentos de Daniel Sada destacan debido a la perfección del lenguaje con el cual se construyen y a la originalidad de sus historias sorpresivas. Debido a la inserción de zonas desérticas y de personajes provincianos, los cuentos pueden ser leídos como literatura del norte. Sin embargo, el autor trasciende dicha clasificación a través de la selección de los temas y de la resolución de los planteamientos iniciales, los cuales, contrario a lo que pudiera pensarse, aunque algo tienen de norteños, más mantienen de universales.

BIBLIOGRAFÍA.

Burroway, Janet. «Punto de vista». Ciudad Seva. (2014): n. pag. Web. 8 May 2014.
Domínguez Michael, Cristopher. Antología de la narrativa mexicana del siglo XX. México: Fondo de Cultura Económica, 1991. Print.
Genette, Gerard. Figuras III. Barcelona: Lumen, 1989, Print.
Lagmanovich, David. «Hacía una teoría del relato hispanoamericano». Revista interamericana de bibliografía. 1996:1-4. Web. 10 May 2014.
Sada, Daniel. Todo y la recompensa. México: Debate, 2002. Print.

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* Emily Celeste Vázquez Enríquez es Licenciada en Letras Españolas por la Universidad Autónoma de Chihuahua. Actualmente es estudiante de la Maestría en Español y Literatura en la Universidad de Texas en El Paso. Se ha desempeñado como editora en diversos medios de comunicación de México. Ha publicado poemas y artículos de opinión en medios electrónicos y emisiones periódicas culturales. Se ha desempeñado como juez en numerosos certámenes de cuento y poesía del Estado de Chihuahua y como profesora de lengua y literatura en diversos espacios académicos. Sus principales líneas de investigación consisten en la desmitificación del norte de México y en la legitimización de la ficción en la literatura regional e histórica. Miembro activo de mesas de lectura, paneles y conferencias nacionales e internacionales. Actual becaria de la Secretaría de Educación, Cultura y Deporte del Gobierno del Estado de Chihuahua.

 

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