DE LA PERSEVERANCIA DE LA POESÍA
Por George Reyes*
[blockquote cite=»Octavio Paz» type=»left»]Dicen que la poesía es un trabajo estéril y no sirve para nada. Es una pérdida de tiempo en este mundo globalizante y amorfo, un desperdicio del intelecto, una entelequia espiritual mal retribuida [/blockquote]
[blockquote cite=»M. Heidegger» type=»left»]Todo poeta tiene dentro de sí una poesía primordial que expresa siempre insuficientemente en sus versos [/blockquote]
Se pronosticaba que con el advenimiento de la tecnología ―que tiende a eliminar al ser― la figura del poeta y su producto iba a desaparecer. De esa cuenta, la tecnología vendría a conspirar contra el poeta y su producto, así como se piensa hoy también será la desaparición del crítico literario [1]. Las páginas culturales de periódicos y de revistas especializadas, opinan algunos, se acercan cada vez más a una guía de novedades o a un simple boletín de noticias, en las que priman los intereses de la industria editorial, ya no el crítico literario, quien con una sólida formación en su campo podría en alguna medida penetrar lo suficiente en el discurso poético de la nueva generación hispanoamericana. «Salvo excepciones cabales, las reseñas literarias se ocupan de los mismos títulos, lo que induce a sospechar que detrás hay algún interés de no sé qué naturaleza. Rara vez aparece una mención a un escritor desconocido que apunta talento» [2].
Sin embargo, pese a toda esa conspiración, el poeta y su producto continúan más vivos e intensos hoy que nunca. Lo está incluso en los múltiples espacios que, paradójicamente, brinda la tecnología en los portales virtuales: blogs y revistas literarias especializadas, foros y redes sociales, pese al bullicio de la cotidianidad, y a las ocupaciones profesionales fuera del ámbito literario de muchos poetas. Tan vivos y tan intensos que hasta una de las organizaciones internacionales más importantes, la UNESCO, ha proclamado un día determinado del año como el día mundial de la poesía y ha animado abrir un mayor espacio para ella en el currículo escolar.
Varias y hasta debatibles podrían ser las razones del auge contemporáneo y persistencia del aliento poético. Me limito aquí a mencionar solo las siguientes. Una de ellas es por ser un arte inherente al ser humano. Reflexionándolo filosóficamente, la poesía nace con el ser humano. Es una manera de ser y de estar en el mundo, que se manifiesta en la casa del ser donde canta, de la cual los poetas son sus guardianes. Son guardianes del lenguaje, incluso del ordinario del diálogo (M. Heidegger, G. H. Gadamer). «El primer verso», alguien ha dicho, «es el inicio de la existencia del ser y, la muerte, la última palabra del poema». De este modo, mientras el ser humano exista sobre la tierra, los poetas podrán ser menospreciados y acusados erróneamente de soñadores evasivos y dedicados a un trabajo pueril, o su definido su producto como enfermedad del lenguaje, pero ―con crítica literaria o sin ella― seguirán presentes junto a su producto en cada rincón cultural del universo. Y si llegasen a desaparecer, sería porque el ser humano habrá dejado de ser humano.
Además, si bien hay quienes no ven un fin pragmático de la poesía más que el de intensificar la conciencia, el beneficio que ella aporta a la humanidad es otra razón de su auge y persistencia. Por ejemplo, más allá del placer estético que ella pueda producir, por su regalo de imágenes etéreas con propiedades alquímicas capaces de sanar una tarde seca [3], «nutre la vida del hombre, la oxigena o purifica de tanto contaminante cotidiano» [4]. Habría que preguntarse si esa nutrición, oxigenación o purificación no tendrían nada que ver con su invitación a sumergirse en otras realidades que no son más que las propias del lector, o que exaltan la dignidad del hombre ―tan pisoteada hoy― [5] y habla por aquel que no tiene voz y vive en la opresión, el desamparo, la miseria. El fragmento siguiente del poema de José Martí, poeta cubano, atestigua tal habla en representación:
¡Penas! ¿Quién osa decir / que tengo yo penas? Luego, / después del rayo, y del fuego, / tendré tiempo de sufrir. / Yo sé de un pesar profundo / entre las penas sin nombres: / ¡la esclavitud de los hombres / es la gran pena del mundo! / ¡Hay montes, y hay que subir / los montes altos!: ¡después / veremos, alma, quién es / quien te me ha puesto al morir!
Si la poesía ofrece esos y otros servicios a la humanidad [6] ―como los que se mencionarán más adelante―, aunque ella es inasible, no puede ser sólo lenguaje en su potencia extrema, ni sólo vida revelada o desvelamiento del ser, ni sólo memoria de las emociones y de los sentimientos, ni sólo un arte más profundo y filosófico que la historia (Aristóteles), ni sólo transgresión del sentido común, ni sólo halo místico que impulsa los dedos, ni sólo el más alto lenguaje que el hombre pueda pronunciar. Más allá de lo que sobre la poesía y los dones se haya estimado, se podría decir que ella es también algo más sublime y espiritual: un don otorgado por Dios, el Creador, y un signo perdurable de su reino en el aquí y ahora; no es por casualidad que se la describiese también como potencia y obra mayor del Espíritu [7], es decir, y principalmente, como potencia de la tercera persona de la Santísima Trinidad. Por eso es que quien reconoce su origen, sus beneficios y su naturaleza humana, reconoce al mismo tiempo su importancia, su esencia espiritual, su poder, su misión cualquiera que esta sea, como la de nombrar la esencia de las cosas.
Siendo así, estaría por demás preguntarse por el servicio que la poesía de una antología lírica pueda ofrecer a la realidad social crítica, dentro de la cual sale a luz, frente a la cual ciertamente se necesitaría de armas más atenuantes y, quizás, menos lúdicas para luchar contra la violencia, la injusticia, la corrupción, la miseria, la mecanización y racionalización dura del ser, la demagogia y la prepotencia política, y otras males que la azotan. Es más, sería inútil preguntarse por el fin de una lírica que aparentemente no pueda hacer uso de lenguaje político militante, ni deconstructivo; que tampoco maneje la temática de moda en el espectro literario contemporáneo, lo que le puede ayudar a obtener mayor número de lectores y a situarse mejor en el mercado de la oferta y la demanda: la soez o insolente, la de denuncia, la erótica o la sensual abierta, entre otras.
Sin embargo, además de erguirse como otra vía y forma de conocimiento ―el sensorial― [8], la poesía es otra mirada y explicación de la realidad; por lo tanto, ella es capaz de expresar cierta rebelión contra los valores invertidos de esa realidad y, por ende, visualizar otra mejor ―mediante el lenguaje poético que caracteriza a la lírica convencional, sin renunciar a él― [9], para convertirse así no en maquillaje embellecedor, idealizador o moralizador de aquello que en su misión toca o nombra, sino en un faro en la noche, en un elemento sensibilizador, en un antitóxico contra los males que aquejan. Es que la poesía, han dicho los filósofos (Heidegger, Gadamer), es un don de los más inocentes en cuanto es juego, y el más peligroso en cuanto hace habitable el mundo y es fundación de la verdad. No en vano se ha dicho que hasta la clase política teme al poeta y a su producto.
Pero opino, aún contra la teoría literaria actual, que propugna la muerte de la intención comunicativa del autor y del autor mismo del texto, que es al buen exégeta de poesía a quien le cabe explorar esa otra forma de conocimiento, esa mirada y explicación, esa rebelión, esa visualización y esa conversión; a él le cabe identificarlos y dar fe de que la poesía lírica no siempre hace concesión al pensamiento burgués predominante que reproduce los esquemas mentales de conciencia de clase; en un mundo posmoderno irracional a él le cabe, además, enfatizar que el discurso poético ―y el de la literatura en general―, aún si va más allá de la razón, no desvanece en su mundo interior la razón analógica, por ser el resultado de la fusión del intelecto y de la emoción y la experiencia anímica humana [10]; es que no puede ser de otro modo en un mundo desbalanceado que durante siglos nos ha tenido a todos atrapados en la prisión de la pura y dura razón, y en el cual se ha construido una racionalidad independiente de la naturaleza humana y del equilibrio analógico, e indiferente a ellos.
NOTAS
[1] Ver Manú de Ordoñana, «La crítica literaria», Ser escritor 2014, 29 de julio del 2014, <https://serescritor.com/la-critica-literaria/?utm_campaign=articulo 270&utm_medium=email&utm_source=acumbamail>.
[2] Ibíd. Hay que recordar que la crítica literaria calificada todavía existente, al igual que las editoriales tradicionales, tiende a prestar atención, se podría decir, exclusivamente a los poetas ya canonizados, por usar este término. ¿Será pura coincidencia que tanto el crítico literario como un gran número de editoriales tradicionales estén perdiendo hoy en día la confianza de antes a tal punto que peligran por desaparecer? ¿Tendrá que ver en esa pérdida solamente el factor económico?
[3] Maité Villalobos, «Los poemas de la poesía, t. III, K_R» 2014, 17 de septiembre del 2014, <https://www.editorialpraxis.com/index.php?page=shop.product_details&flypage=garden_flypage.tpl&product_id=712&category_id=42&option=com_virtuemart&Itemid=1>.
[4] Alfredo Pérez Alencart, «La poesía nutre la vida del hombre, la oxigena o purifica de tanto contaminante cotidiano», Cultura – Salamanca24horas.com – Periódico líder digital de Salamanca 2014, 31 de agosto de 2014, <https://www.salamanca24horas.com/cultura/117739-la-poesia-nutre-la-vida-del-hombre-la-oxigena-o-purifica-de-tanto-contaminante-cotidiano>.
[5] Ver respectivamente, Ricardo Guzmán Wolffer, «El poeta afrancesado y sus derroteros», en La jornada semanal: Suplemento cultural de La jornada N° 1020 (México, D.F., 21 de septiembre del 2014), p. 11; Angel Luis Luján Atienza, «La poesía tiene sus días», Verso Blanco 2014, 19 de septiembre de 2014, <https://www.ritmosxxi.com/poesia-tiene-dias-12109.htm>. El poema de Martí es tomado de Luján Atienza.
[6] Es claro que hay quienes piensan que la poesía beneficia también a su propio creador como se puede leer en este enlace: https://cultura.elpais.com/cultura/2012/03/21/actualidad/1332349438_566623.html. Es más, para la poeta y ensayista guatemalteca Margarita Carrera, Premio Nacional de Literatura, el acto mismo de escribir: «… [es la] urgencia de liberarse en alguna forma del despojo, del desamparo, de la ignorancia, de la miseria. […] Se escribe para encontrar ‘la voz propia’, que no por ello se ha de limitar a temas enmarcados dentro de fronteras cerradas y hostiles. Y no sólo para mantener ‘…viva la cultura del pasado’; se escribe, además, para asentar los pies en el presente, afianzarse como seres humanos en un hoy y aquí deleznables, que bien podrán tornarse en un mañana y allá detestables o promisorios. [Escribir es] rebelarse y revelarse»; Myron Alberto Avila, editor, Mujer, cuerpo y palabra: tres décadas de re-creación del sujeto de la poeta guatemalteca (muestra poética, 1973-2003) (Madrid, España: Ediciones Torremozas, 2004): 43.
[7] Pérez Alencart, «La poesía nutre la vida del hombre…».
[8] A pesar de estar más allá de las rígidas conceptualizaciones, Gadamer (en su obra Verdad y método) argumenta que la tarea de la estética consiste en ofrecer una fundamentación para el hecho de que la experiencia del arte es una forma especial de conocimiento o mediación de verdad, aunque distinta a los otros. Es claro que esto va en contra de ciertas perspectivas neopositivistas para las cuales las proposiciones metafísicas, teológicas y éticas son solo un conjunto de palabras que no representan nada, aunque expresen algo. Las proposiciones tanto filosóficas como la poesía están fuera del campo del conocimiento.
[9] A pesar de que se firma que Nicanor Parra ha desacralizado la lírica convencional con su anti-poesía de lo cotidiano informativa. Ahora bien, para los que venimos del contexto de una fe confesional, la teología y la pastoral, la poesía también puede ser un hablar sobre el Dios de la justicia y la paz, pero, como es obvio, mediante un idioma distinto al de la conceptualización teológica occidental.
[10] A mi modo de entender, esto es porque ese discurso no se queda en un discurso intelectual anquilosado que solo cuenta, pero no canta, sino que dialoga analógica o equilibradamente con la experiencia, la emoción o el sentimiento, o como otros han dicho: el buen poeta es aquel que ha aprendido a sentir el pensamiento y pensar el sentimiento. Por eso es que la poesía no es solo intelecto ni es solo emoción. Es una simbiosis de ambas cosas. Por eso, decir que un poema es bello es decir que revela inteligencia y produce el efecto poético deseado: despertar la emoción, la capacidad imaginativa y el entendimiento del lector. Es en este sentido que nosotros podemos concordar con Barthes cuando opina: «existe un lugar en el que se recoge toda esa multiplicidad, y ese lugar no es el autor, como hasta hoy se ha dicho, sino el lector: el lector es el espacio mismo en que se inscriben, sin que se pierda ni una, todas las citas que constituyen una escritura»; Roland Barthes, «La muerte del autor», en La letra del escriba 51, <https://www.cubaliteraria.cu/revista/laletradelescriba/n51/articulo-4.html>.
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* George Reyes es ecuatoriano de nacimiento. Reside actualmente en la Ciudad de México. Posee un bachillerato, una licenciatura y dos maestrías en Teología, y cursa actualmente un PhD en Teología. Entre otras actividades, es profesor de Seminario, teólogo, poeta y ensayista cristiano. Ha publicado poesía y ensayos literarios y teológicos en varias revistas literarias y teológicas especializadas, virtuales y de papel. Se ha hecho crítica literaria sobre su poesía y ha sido incluida en varias antologías como en Antología de poesía religiosa latinoamericana. Editó recientemente su obra Hermenéutica posmoderna y hermenéutica bíblica. Tiene en su haber varias obras inéditas: una sobre hermenéutica bíblica y otras son antologías poéticas como Filosofía risueña, Signo XXI y El árbol del bien y del mal. Correo-e: george_reyes@gmail.com.