Literatura Cronopio

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La micotomía y otras pasiones en lecciones de micotomía de Luis Quintana Tejera

LA MITOMANÍA Y OTRAS PASIONES EN «LECCIONES DE MITOMANÍA» DE LUIS QUINTANA TEJERA

Por Arturo Texcahua*

La mitomanía[1] es una de las grandes pasiones del alma, posiblemente siempre presente en los seres humanos aunque en grados diferentes. Lecciones de mitomanía se estructura —en cuanto a la presentación y desarrollo se refiere— en dos grandes partes: en la primera, prevalece la voz del escritor mediante las dedicatorias [2] del inicio, su prefacio [3], el prólogo [4] desde la Psicología, el decálogo [5] del mitómano y los epígrafes incluidos puntualmente al inicio de cada relato. En la segunda, los cuentos son planteados por una voz omnisciente o en focalización cero [6] que guía al lector constantemente por los laberintos de mundos posibles e inigualablemente enfermizos.

LOS TEXTOS DEL COMIENZO

A. LA DEDICATORIA

En verdad, el libro está dirigido de forma esencial a dos de sus personajes: a José Enrique Bengochea, en primer lugar y a un curioso psicólogo en segundo término. Ambos pertenecen a la vida real, pero han sido modificados sustancialmente al integrarse al mundo de papel. En la primera de estas dedicatorias prevalece el tono sereno y respetuoso del cual hace gala el escritor al referirse a un hombre a quien reverencia y admira y que es el protagonista del cuento «Parábola del buen mitómano». En la segunda, el tono se vuelve irónico, casi sarcástico, diría, cuando habla en términos genéricos —no da el nombre propio del mentado psicólogo— y lo acusa de creer ver en «donde nada hay» y de juzgar sin sentirse juzgado. El tema de esta dedicatoria será retomado en el primer cuento: «Armando Pérez Ururtia o el arte de curarse curando».

Me veo en la obligación de efectuar una precisión crítica que tiene que ver con el hecho de que estos personajes pertenecen enteramente al mundo de ficción aunque posiblemente hayan existido en la realidad. Ambos se proyectan hacia un futuro en que serán parte del mundo narrativo de Luis Quintana y poco o nada importan los aportes reales que sus figuras hayan podido proyectar mientras vivieron.

B. PREFACIO

En este prefacio aparece el primer epígrafe que se debe a la pluma del escritor, pero que tiene, al igual que los otros, una peculiar carga lírica. Es como si Quintana estuviera actuando en varios papeles diferentes abrogándose en este caso el derecho de ser la voz detrás de la voz lírica. Habla en primera persona y alude a temas universales que de modo insistente han influido en su existencia: vivir, observar, sembrar caminos tortuosos, en fin, existir y sentirse profundamente decepcionado por un amor que ya no está a su lado. La presencia de un sujeto lírico, muy importante para la valoración de una poética, borra toda posibilidad de atribuirle al escritor lo que aquí se sufre y manifiesta.

En cambio, en el prefacio es su voz la que se escucha:

Lecciones de mitomanía representa un intento por mostrar el lado     flaco del ser humano para documentar la necesidad creciente que nos domina a los individuos pensantes al imaginarnos mundos que realmente no existen y deambular por horizontes tan lejanos que jamás estaremos en condiciones de alcanzar [7].
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Se trata de hablar de una debilidad humana; la metáfora «el lado flaco del ser humano» lo expresa. Y esta tendencia obsesiva a la mitomanía como una forma de imaginar más de lo que realmente hay le recordará al autor el ejemplo de don Quijote como modelo literario y sublime de una mitomanía creadora. La referencia a esta figura de Cervantes es, por parte de Luis Quintana, una reafirmación de la predilección que siente por tal personaje a quien ha dedicado también un estudio crítico titulado Las máscaras en el Quijote [8].

Termina este prefacio con la invitación del autor para que vayamos al encuentro de ejemplos vivos de mitomanía «compartida» en donde el ser humano se muestra en franca lucha con su propia conciencia para entender que sus locuras imaginativas son realmente ciertas a pesar de que el mundo real les resta crédito y se ríe cínicamente de ellas.

C. PRÓLOGO DESDE LA PSICOLOGÍA

Hay muy poco para decir de este prólogo en donde se extraen ideas de otros autores para explicar el mundo de la mitomanía y sus posibles razones psicológicas de existencia. Creo que el subtítulo dice mucho: «La mitomanía, el gran imperio de la mentira» (p. 17).

El propio escritor se muestra escéptico ante las manifestaciones científicas expresadas en torno a este fenómeno y nos propone —en la parte final de este prólogo— que aprobemos o reprobemos la hipótesis aquí soslayada: «¿Será realmente así? Observemos los hechos y dejemos que ellos hablen por sí mismos» (p. 18).

D. DECÁLOGO DEL MITÓMANO

La palabra «decálogo» no puede dejar de recordarnos, por un lado, a los diez mandamientos de la Biblia y, por otro, a textos teóricos de la historia y la literatura entre los que podemos mencionar —tan solo como un ejemplo— al «Decálogo del perfecto cuentista» de Horacio Quiroga [9].

Confrontando el título de este apartado con las otras dos designaciones aludidas supra, es nuestra obligación establecer que la denominación «decálogo» por parte del escritor aquí comentado posee un carácter irónico, es una especie de guiño al lector a través del cual se establece que este decálogo más que un hecho deseable es un modo de catalogar situaciones ya consumadas. No se trata de pensar cuáles serían los discutibles atributos de un mitómano, sino más bien de un intento lúdico por definir a la mitomanía a través de diez puntos fundamentales, de diez toques sobresalientes en el modo de ser de estos enfermos de grandeza.

Lo anterior nos remite al título del libro Lecciones de mitomanía, en donde el vocablo «lecciones» de igual modo que «decálogo» no posee de ningún modo carácter didáctico, sino más bien es una manera significativa para hablar de un mal y explicarlo mediante ejemplos vivos que esas mismas «lecciones» nos pueden proporcionar.

Los temas que se enfocan en este texto son la mentira, el discurso, la seducción del otro, la convicción personal para ser lo que no deberíamos ser, los maestros en ficción que pueden proporcionar herramientas útiles a quienes abrazan la antiaxiológica causa mitómana [10], el poder de invención, en fin, una serie de motivos unidos por la búsqueda común apoyada en el engaño del otro.
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A manera de ejemplo veamos el punto 3 del decálogo que dice: «Seduce constantemente con tu presencia, tus modales y actitudes» (p. 19). Se trata, por lo tanto, de una permanente disposición atenta por seducir al otro vendiéndole una imagen propia que no poseemos en realidad. La simulación es la base de todo el proceder según se recomienda aquí, pero la capacidad de cautivar es básica; es la llave de acceso para «convencer» en el más amplio sentido del término.

E. LOS EPÍGRAFES

El DRAE define al epígrafe como: «Cita o sentencia que suele ponerse a la cabeza de una obra científica o literaria o de cada uno de sus capítulos o divisiones de otra clase» [11].

En este caso, Quintana ha optado por dos maneras de utilización del epígrafe; por un lado pueden ser citas textuales de otro autor y, cuando este hecho no se señala específicamente, los textos son de creación personal. Sólo los cuentos «Hernán, el amigo de las sombras» y «Parábola del buen mitómano» incluyen sendos epígrafes que corresponden a pasajes de la obra de Goethe y Rodó respectivamente.

En los otros casos las referencias que encabezan cada cuento aluden de manera implícita a alguno de los aspectos que en el relato se presentan.

En el momento de analizar pasajes representativos o personajes y situaciones diversas de algunos cuentos haremos referencia al epígrafe que los encabeza y procederemos, mediante su comparación con el contenido del relato, a explicar su razón de ser en el encabezado respectivo.

F. LOS CUENTOS. SELECCIÓN DE TEMAS Y ANÁLISIS

Son once cuentos y un epílogo. Los temas enfocados tienen como hilo conductor a la mitomanía, pero la profesión que cada personaje desarrolla, sus actitudes y modos de enfrentar la vida los diferencian. Un psicólogo, un especialista preocupado por el pasado psicológico inserto en la metempsicosis de sus pacientes, un profesor de literatura, un capitán de barco de guerra, un dios tan mitómano como sus seguidores humanos, un Mario Campsa nostálgico y triste, un adivino, un médico general, un maestro de filosofía, un homosexual y un abogado dedicado a causas denigrantes y traidoras.

Tales personajes se integran al universo de estos relatos como seres sufrientes que muestran sus mejores perfiles mientras en cada uno de ellos anida un mitómano que se dedica a extremar sus cuidados y desarrollar una vida que es reflejo claro de búsquedas grandiosas, que a la postre terminan siendo simples búsquedas reveladoras de sus traumas y ambiciones insatisfechas.

Vayamos por partes.

Nos detendremos críticamente en dos cuentos en donde será oportuno insistir en el recurso del auto intertexto y en otros factores que configuran el estilo y el modo de narrar de este escritor.

«Armando Pérez Ururtia o el arte de curarse curando».
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Éste es el título del primer cuento que está planteado con base en una aposición en donde el apelativo del personaje es sinónimo de una manera de actuar a través de la cual este psicólogo busca curar sus males del alma mientras intenta sanar las dolencias de los otros. Es una forma especular, porque viendo reflejado en los demás sus propios trastornos centrará su preocupación en un modo egoísta en donde sólo él intenta salir a flote.

Desde la dedicatoria dirigida a Pérez Ururtia, nos damos cuenta que el narrador está predispuesto en contra de los profesionales de la psiquis, y este hecho resulta reflejado cuando narra la historia central del cuento directamente conectada con el personaje que da nombre al relato.

El epígrafe consta de ocho líneas y en él se adelantan una serie de reflexiones que tienen que ver con la relación que se establece entre los seres humanos. «Vivir y soñar» son los dos tópicos esenciales y soñar con la vida que se escapa de nuestras manos y entregarse a la búsqueda de nuevos horizontes. Dice así:

La santidad ajena aparece ante
mis ojos como una muestra contradictoria
de humanidad.
Vivir, soñar con esa vida que se escapa
de las manos sudorosas.
Sentir que una sola forma de búsqueda
puede corromper nuestra alma
hasta el extremos tedioso de dejar de ser (p. 21).

Desde esta expresión lírica inicial, la voz que cuenta los hechos vive el temor de hacerse a un lado y «corromper su alma» al entregarse a búsquedas que no son tan legítimas; probablemente sean las búsquedas que encuentran su enajenante realidad en la mitomanía.

Al comienzo del relato parece retomar la dirección conceptual que le proporciona uno de sus más queridos personajes del libro de cuentos anterior a Lecciones: Juegos de amor y muerte; se trata de Juan de Dios, quien aparece aquí redivivo o, quizás mejor, reactualizado mediante una interesante analepsis en donde se relata que para salvar su primero y único matrimonio había acudido a un psiquiatra que en nada los ayudó, ni con su sabiduría —que no parecía ser mucha— ni con el ejemplo, porque en mitad de la terapia fue el propio psiquiatra quien los abandonó, fugándose con una paciente. Conviene recordar a Juan de Dios como el tímido conquistador de mujeres del cuento «Un seductor existencialista» [12] en donde finalmente muere solo y decepcionado del mundo y olvidado de Dios.

En este nuevo cuento en torno a su figura se hablará de otra mujer que dejó su huella imborrable en él: Carolina. Y Armando Pérez Ururtia será el psicólogo que intentará salvar —comprobaremos infra la ingenuidad de esta afirmación— la inestable relación de pareja de Juan y Carolina.

La capacidad narrativa de Quintana Tejera queda expresada en su habilidad para la recreación de personajes. La figura de Juan de Dios poco a poco se va convirtiendo en un ente secundario, que queda reducido a su condición de víctima en las metafóricas garras de esta mujer fatal.

Ante la pregunta que los amigos de Juan de Dios se hacían: «¿Por qué siempre elige a las mujeres con tantos conflictos?, se imponen varias respuestas que derivarán del hecho de efectuar un somero análisis de las características generales que estas féminas poseían. El narrador parece proceder en el marco de un esquema deductivo que lo conduce de lo general a lo particular; en primer lugar, hablará de las características globales de tales mujeres. Espiritual e intelectualmente las féminas que Juan de Dios escogía eran muy semejantes; no sucedía así en lo físico.
(Continua página 2 – link más abajo)

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