Literatura Cronopio

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Apuntes para un cuento acerca de la muerte de Gabriel Garcia Marquez

APUNTES PARA UN CUENTO ACERCA DE LA MUERTE DE GABRIEL GARCÍA MÁRQUEZ

Por Julio Alberto Valtierra*

[blockquote cite=»Gabriel García Márquez» type=»left»]Afectuosamente para José Lara Valadez, porque por más de 30 años ha compartido conmigo la fosforescencia de su amistad y la embriaguez de la literatura. «La muerte no llega con la vejez, sino con el olvido». [/blockquote]

Muchos años después de que mi hermano Miguel Ángel me regalara el libro recién publicado en México, a finales de 1985, yo habría de leer por tercera vez El amor en los tiempos del cólera en una primera edición colombiana que me encontré en el Tianguis Cultural de Guadalajara por los días en que Gabriel García Márquez ya estaba muy enfermo; y el inicio de la relectura fue el primer suceso de una extraña serie de acontecimientos que habrían de desencadenarse en los días posteriores, pero que en su momento nadie supo interpretar como los heraldos negros que presagiaban que vendrían cien años de soledad y tristeza para los lectores de Don Gabo.

Todo comenzó el 12 de abril del 2014, último sábado de clases antes de las vacaciones de Semana Santa, cuando al salir del Curso de Nivelación Académica para los aspirantes a las Licenciaturas de la Universidad de Guadalajara que organiza el maestro Alberto Castrejón Martínez en la Prepa 13 de la U de G, y en el que, desde el 2008, imparto la materia de español, su hermano Fernando me dio un aventón y me dejó en la esquina de Constituyentes y 16 de Septiembre, a una cuadra de distancia de la Plaza Juárez.

Tanto Alberto como Fernando son maestros de matemáticas y nos conocimos hace treinta años cuando los tres comenzamos a dar clases, en condiciones sumamente precarias y por un sueldo apenas simbólico de diez pesos la hora, en la Secundaria Nocturna 19 por Cooperación «Villa Mariano Escobedo», allá por el rumbó de la colonia Cantarranas de Guadalajara; el edificio era de una primaria que prestaba sus instalaciones a la secundaria, donde teníamos grupos de hasta 60 ó 70 alumnos, cuyas edades oscilaban entre los 14 y 40 años, en aulas diseñadas para máximo 40 niños; teníamos adolescentes expulsados de otras secundarias y amas de casa apretujados en incómodos mesabancos de madera para niños de 6 a 12 años, en las que los más grandes de edad o más corpulentos en ocasiones no cabían. Los grupos eran tan numerosos que había menos de un metro de distancia entre el pizarrón y la primera fila de mesabancos, por lo que inevitablemente todas las noches salíamos como fantasmas, todos blancos, con la ropa manchada de gris. Fernando siempre ha dicho: «Si pudimos dar clases en la Secundaria 19, podemos dar clases en cualquier parte».

Aquel día, aunque no lo tenía planeado, por el sitio en que me dejó el maestro Fernando y como apenas iban a dar las dos de la tarde, decidí visitar el Tianguis Cultural que cada sábado se instala en la Plaza Juárez, frente al Parque Agua Azul, para saludar a algunos amigos que tengo ahí y para ver qué novedades me encontraba, pues invariablemente cada vez que voy adquiero algunos libros y discos compactos, así como algunas réplicas de máscaras prehispánicas o estelas mayas para la colección que tengo colgada en la pared trasera del cuartito en el que trabajo en casa, por lo que siempre que me instalo frente a la computadora tengo la sensación de que alguien mira por encima de mi hombro lo que escribo.
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El primer puesto que visité fue el de José Lara Valadez, quien desde hace años se dedica a vender libros en el Tianguis Cultural sobre una manta de 2 metros por lado, colocada a ras del piso. Con José me une una estrecha y entrañable amistad que nació en 1983, cuando ambos éramos alumnos del primer semestre de bachillerato en la Preparatoria 6 de la U de G y compartíamos sueños, confidencias y aficiones literarias tomándonos un café o bebiéndonos una botella de vino blanco, acompañada de pan y queso; la última botella que recuerdo fue una que compartimos en el stand de Don Pedro Domecq el último año en que las Fiestas de Octubre se realizaron en el Parque Agua Azul y nosotros estábamos a punto de terminar el bachillerato. Además del gusto por la lectura a José y a mí nos unió la edad, pues ambos éramos los más grandes del salón: yo acababa de cumplir 22 años y a sus 27 José era el más «viejo» del grupo, lo cual le valió el apodo que le puso César Ferreiro, otro de nuestros compañeros de grupo recién salido de la adolescencia. Aunque algo intermitente y jaloneada por el tiempo, pues sólo nos vemos cuando voy al Tianguis Cultural, lo cual ocurre dos o tres veces al año, siempre encontramos la manera de remendar los jirones afectivos y la amistad ha sobrevivido ya poco más de 31 años.

Conocedor como es de mis gustos literarios, después de los saludos y abrazos de rigor José me dijo: «Julio, qué bueno que viniste, tengo un libro muy bonito para ti», y levantó de la manta una antología de cuentos de Gabriel García Márquez publicada en 1984 por la Editorial Seix Barral de Barcelona, España, en la Colección Obras Maestras de la Literatura Contemporánea, con pasta dura en color café oscuro y letras doradas. Y efectivamente, el libro, como objeto, es muy bonito, pero su contenido es realmente hermoso. De hecho, esa antología fue el primer libro de García Márquez que leí y algunos de sus cuentos («El rastro de tu sangre en la nieve», «Un señor con las alas muy grandes», «La triste historia de la cándida Eréndira y su abuela desalmada» y especialmente «El ahogado más hermoso del mundo») me hicieron cautivo de la literatura del Gabo para siempre.

«Guárdamelo, déjame dar una vuelta por el tianguis y al rato paso por él y por otros dos que me llamaron la atención», le dije mientras le regresaba el libro y le comentaba que también me interesaban La Divina Comedia y El amor en los tiempos del cólera.

José aún tenía el libro en sus manos cuando llegó una joven pareja, de novios supongo, y le preguntó si tenía el cuento de «El ahogado más hermoso del mundo». «En ese libro viene», le dije a José. «Pero este libro es para ti», me contestó. «Yo ya lo leí, véndeselos y luego me consigues otro a mí», le dije sabiendo que con ellos sí tendría una ganancia que conmigo no obtendría pues el buen José siempre me quiere regalar los libros, aunque al final me los vende muy baratos, sin obtener ninguna ganancia, y me los cobra sólo porque yo insisto en que lo haga. Entonces, me regresó el libro y me dijo: «Ten, véndeselos tú».

«Aquí viene el cuento que buscan», les dije a los muchachos y agregué que el libro realmente valía la pena pues, desde mi punto de vista, contenía algunos de los mejores cuentos de García Márquez y les hice una breve semblanza de tres o cuatro de ellos, destacando que el vídeo de la canción «Perdiendo mi religión» del grupo de rock alternativo REM estaba basado en «Un señor con las alas muy grandes», para culminar diciéndoles: «El ahogado más hermoso del mundo es el cuento que más me gusta de García Márquez, me parece muy tierno y cada vez que lo leo me hace llorar». No sé si fue por la vehemencia de mi explicación o por simple curiosidad, el caso es que los chicos se llevaron el libro sin regatear en el precio, justo, por cierto.

Después de haber hecho la venta de la Antología de Cuentos de García Márquez, sin cobrar comisión, le dije a José que me iba a dar una vuelta por el tianguis y en un rato regresaba por el par de libros que le dejé apartados y para despedirme.
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Como siempre, recorrer el Tianguis Cultural fue una experiencia divertida al ver reunidos en el mismo lugar y conviviendo como si fueran hermanitos a los especímenes más raros de las más disímbolas especies: una parvada de punketos luciendo extravagantes peinados en sus cabelleras rosas, azules, verdes y moradas; desbalagados hippitecas sesenteros con huaraches, morral y toda la cosa, los cuales seguramente seguían pensando que podían cambiar el mundo con mota, amor y paz; un grupo de jovencitos de la Generación X portando negras camisetas en su mayoría con la imagen Kurt Kobian; una bola de rastrillos aporreando unos tambores; una cuadrilla de skatos que, cual neocentauros, montaban una manada de patinetas; un par de weyes con el gesto de «mundo no me mereces», armados con el iPhone de última generación; un montón de ninfetas paseando por la plaza tal y como si estuvieran caminando por la pasarela de un desfile de modas; mucha gente con cara de pater familia responsables, felices por estar viviendo su fin de semana lejos de la oficina; dos o tres monos con cara de pachecos que, por la sonrisa que lucían, parecía que estaban viviendo en su propia realidad virtual; y en medio de toda esta fauna muchos niños.

Mi recorrido por el tianguis fue provechoso e ilustrativo ya que al ir comprando una cosita por aquí y otra cosita por allá también tuve oportunidad de charlar un poco con los vendedores. En el puesto de un güero que medía como dos metros, al cual después supe que le decían Bam-Bam, adquirí tres discos compactos con rarezas de The Doors y tuvimos una profunda charla de quince minutos acerca de Jim Morrison y su obra poética, lo cual me valió una invitación para volver en otra ocasión para echarnos unas chelas y hablar largo y tendido del tema.

Más adelante me topé con un pequeño y atractivo tendido en el cual se exhibían libros, algunos de ellos realizados de manera artesanal. Al notar mi interés, la encargada del puesto —que dijo llamarse Olga— me mostró varios libros y me hizo una breve reseña de cada uno de ellos. Terminé comprando siete pequeños poemarios, a 20 pesos c/u: «Naufragio de la Misma Agua», de Antonio Aguirre Barba; «Juegos Para el Espejo», de Clara Hilda Padilla; «Cuadros por Accidente», de Leonardo David de Anda; «Furia Infancia», de Olga Margarita Rivera; «Ditirambos», de Juan Manuel Aranda; «Liturgia de la sed», de Miguel García Ascencio; y «Sepia, Dos Falsas Tortugas», de Ramón Valle Muñoz; además de un librito de cuentos titulado «Mosaicos», firmado por un tal Raúl Sánchez, todos publicados por Ultravioleta Editores; así como un poemario publicado de manera independiente por un misterioso autor llamado R. V. y cuyo título era «Flor Acerba». Olga me comentó que era egresada de la Facultad de Filosofía y Letras, y como esa también era mi Alma Mater nos pasamos charlando veinte minutos acerca de Literatura. Al despedirnos, ella me dijo: «Cuando vuelvas a venir al tianguis visítame para seguir cotorreando».

Además, saludé a un par de amigos: a Memo, rocanrolero de la vieja guardia, quien vende videos y música de rock clásico internacional y tapatío; y a Joel Castañeda, conductor del programa La Cripta de Radio U de G, quien vende videos y discos de rock progresivo, y hace unos años a través de un amigo mutuo –David de Anda, fundador del Tianguis Cultural– me invitó a su programa para hablar de mi ensayo, entonces recién publicado, «El rol del rocanrol en Guadalajara», pero terminamos charlando de mi libro «Rock en vivo».

Regresé al puesto de José Lara minutos después de las cuatro de la tarde para recoger los dos libros que le había dejado apartados, La Divina Comedia de Dante Alighieri y El amor en los tiempos del cólera de Gabriel García Márquez, y para despedirme.

En ese momento comentamos acerca del estado de salud de Don Gabo, quien después de una semana de haber estado internado en el Instituto Nacional de Ciencias Médicas y Nutrición de la Ciudad de México, a donde había sido ingresado el lunes 31 de marzo por un cuadro de deshidratación e infección pulmonar y de vías urinarias, había sido dado de alta apenas unos días antes.

GRACÍA MÁRQUEZ SALE DEL HOSPITAL

EXCÉLSIOR. México, D.F. Martes 8 de abril.- Después de una semana de estar internado en el Instituto Nacional de Ciencias Médicas y Nutrición Salvador Zubirán, Gabriel García Márquez fue dado de alta la tarde de este martes.
‘Gabo’ ingresó al hospital el pasado 31 de marzo por un cuadro de deshidratación e infección pulmonar y de vías urinarias. La infección pulmonar es considerada médicamente como una neumonía. Su salida se dio unos minutos antes de las 4 de la tarde en una ambulancia de Cuidados Intensivos.
Equipo médico y una enfermera lo esperan en su casa del Pedregal de San Ángel, donde -se informó- la circulación está cerrada hasta su llegada.
Un familiar dará un mensaje a los medios de comunicación, aunque personal de comunicación del hospital adelantó que su estado es delicado y aún convalecerá en su domicilio.
Desde las nueve de la mañana de hoy se reporta en el domicilio particular del escritor colombiano el ir y venir de asistentes, familiares y personal médico, quienes, de acuerdo con prensa en el lugar, han llevado tanques de oxígeno, equipo especializado de monitoreo, una cama de hospital y una enfermera para atender la convalecencia del colombiano, radicado en México.
Esta mañana trascendió que el tratamiento al que fue sometido, básicamente con antibióticos, ha surtido el efecto esperado por quienes lo atienden. A decir Gonzalo García Barcha, hijo del autor de «Cien años de soledad», el escritor nunca estuvo en la sala de urgencias y siempre se le trató como a cualquier otra persona que presenta una infección no grave y de fácil control.
Al igual que Gonzalo, también han estado pendientes del estado de salud del celebrado escritor latinoamericano, su esposa Mercedes y su hijo Rodrigo, este último radicado en los Estados Unidos pero quien ya se encuentra aquí.

EN BUSCA DE LA MEORIA DE GABRIEL GARCÍA MÁRQUEZ
El escritor de 87 años de edad, que ganó el Premio Nobel de Literatura en 1982 nació el 6 de marzo de 1927 en Aracataca y vive en México desde hace varias décadas.
El escritor desde hace tiempo se retiró de la vida pública pues se conoció que tenía una pérdida paulatina de la memoria.

HITO LITERARIO
García Márquez festejó su cumpleaños hace un mes en su casa en el sur de la Ciudad de México.
Los medios lo fotografiaron acompañado de su secretaria y de quien se dijo era una amiga de la familia cuando salió a la puerta a saludar a varios periodistas y fotógrafos.
Gabo fue diagnosticado en 1999 con cáncer linfático, pero logró superar la enfermedad, tal como declaró entonces al diario colombiano «El Tiempo».
El autor es el máximo representante del llamado realismo mágico que hizo mundialmente famoso con obras como «El otoño del patriarca» y es uno de los autores más conocidos de la lengua española.
Su obra «Cien Años de Soledad» ha vendido unos 50 millones de ejemplares en más de 25 idiomas y su publicación fue un hito que marcó el llamado «boom» de la literatura latinoamericana.
Otras de sus obras importantes incluyen «El general en su laberinto», «Amor en los tiempos del cólera», «El coronel no tiene quien le escriba» y «Crónica de una muerte anunciada».

* * *

«Tengo el presentimiento de que los médicos dieron de alta a García Márquez sólo para que muera en su casa», le dije a José, deseando profundamente que esa premonición fuera errónea, sin embargo, el sospechoso silencio de los reporteros que se habían instalado en guardia permanente frente a la casa de Don Gabo no auguraba nada bueno.

«¡Cómo crees!», me dijo José sorprendido por la funesta declaración que le acababa de hacer.

«Ojalá me equivoque, pero Don Gabriel ya está grande. Acuérdate que cumplió 87 años hace sólo un mes y cuando lo fotografiaron en su casa, en el momento en que salió a saludar a los periodistas y fotógrafos y éstos le regalaron un ramo de rosas amarillas, no se veía muy bien», le dije a José tratando de ahuyentar las infaustas sombras que habían comenzado a rodearnos en pleno mediodía.

«¿Sabes qué?, para no seguir con esta vaina y diciendo pendejadas mejor ya me voy», le dije a José y a manera de despedida nos dimos un abrazo. Le prometí que volvería pronto.
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Al cruzar la avenida 16 de Septiembre para tomar un camión que me llevara al centro, en el estacionamiento del Oxxo que está en la esquina de la Calzada del Campesino, enfrente de la entrada de la Clínica 1 del IMSS, me topé con una camioneta Pick Up de la Policía Municipal de Guadalajara llena de chicos con caras de que acababan de ser detenidos en el mismo tianguis, tal vez cometiendo algún ilícito o simplemente por su aspecto; y recordé aquellos años en los que la policía me paraba cada que me topaba con alguna patrulla, simplemente por traer el cabello largo y pantalones de mezclilla. «El que se mete a redentor sale crucificado», me dije en el momento justo en que se detuvo un autobús de la ruta 52, y como ese camión me dejaba en el centro no me quedé a averiguar si la detención de los muchachos era justa o no. A bordo del autobús pensé, como una manera de autojustificar mi actitud: «Si cometieron algún delito, no sirve de nada que me meta; y si lo que hicieron no es grave, los van a pasear un rato, les van a pedir una lana y los van a soltar en alguna calle solitaria». Lo sabía porque eso me había ocurrido a mí en varias ocasiones durante la adolescencia y mi época de estudiante.
(Continua página 2 – link más abajo)

2 COMENTARIOS

  1. Hola… los felicito por este cuento tan interesante. Yo vivo en México y todo lo que cuenta el autor acerca de los extraños fenómenos que ocurrieron antes de la muerte de Gabriel García Márquez son reales. Y como dice el autor, nadie se dio cuenta de esa extraña relación. Yo sólo me di cuenta de eso después de haber leído este cuento…No cabe duda que sólo los artistas ven las cosas con otros ojos.
    Felicidades al autor y a la revistacronopio.com

  2. Como siempre es un placer leerte Julio Alberto Valtierra. A travez de tu letras pude recorrer nuevamente el Tianguis Cultural y otras partes de la Cd. que hace tanto tiempo deje de visitar y que me traen tantos buenos recuerdos entre ellos, que gracias a ti surgió mi amor también por la Literatura de Gabriel García Márquez haciéndolo uno de mis escritores favoritos.

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