Literatura Cronopio

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Crónica de una melomanía agringada

CRÓNICA DE UNA MELOMANÍA AGRINGADA

Por Arturo G. Xolalpa*

Cuando niño, recuerdo, mi primer nombramiento oficial en los deberes de la casa fue el de «operador oficial de la consola» de discos de acetato, algo así como un control remoto viviente. Así comenzó, por más que suene a una barbaridad, mi melomanía, cambiando discos, poniendo la aguja en la décima canción del mismo disco por horas y limpiando los LP con una especie de borrador aceitado (su olor sigue en mis neuronas) antes de regresarlos a su funda. Adoré cuando llegó a casa el primer acetato rojo semitransparente.

Mi padre quien fue un bohemio de primera, tenía en su colección desde los Teen Tops, César Costa y compañía, hasta Los Terrícolas, Los Pasteles Verdes y ¡claro que sí, cómo no! A Chico Che y la Crisis; mi madre compartía la mayoría de sus gustos y añadía al Príncipe de la Canción José José, Leo Dan, Raphael y ¡también cómo no! Al divo de Juárez Juan Gabriel; de mi primo Mario y mi tía Malena recuerdo a Gloria Gaynor, a Miami Sound Machine, Emanuel, Yuri y demás pop mexicano; por mi parte y no sé cómo, me hice de algunos discos del payaso Lagrimita, Parchís, Timbiriche (muy niños ellos) y la colección completa de Topo Gigio. Eso fue cuando niño.

Ya entradito en la «infancia alta» cuasi adolescencia, los gustos fueron mutando como yo, tres micro-pelitos a los que yo les llamaba «mi chulo mostacho» apenas se esbozaban en mi redondete rostro y de «no sé dónde» (claro que sí lo sé, de mis tíos de Santa Anita) me surgió un gusto por El Tri, Iron Maiden, AC/DC, The Doors, por fin Queen y también ¿por qué no? Miguel Ríos, Alaska y Dinarama, Radio Futura, Soda, entre otros especímenes raros del pop mexicano ¡Rock en tu Idioma! Timbiriche iba en el 9º y «Tú y yo somos uno mismo» era la rola de mi vida. Microchips era ya entonces un gusto culposo.

Por azares del destino, uno llega a la plenitud de la adolescencia con esa carga cultural y su debido bagaje musical, ¡Dios me perdone! igual fue el exceso de hormonas o la falta de lugar en dónde usarlas, pero Pablito Ruíz detonó una descarga de «simpatía por el diablo» (consumismo musical) con su «wow mamá, ella me ha besado…» en las profundidades de mi puberta persona que casi me cuesta la futura melomanía en serio. Lo bueno de esa época, todas tienen algo bueno, fue que algunos compañeritos de la secun con hermanos mayores influían en nosotros con Metallica (no sé qué tan bueno fue) Guns and Roses, Aerosmith, pero fue sin duda la llegada de MTV la que nos puso, a mi generación X, en el borde del abismo, quiero decir, frente a un televisor lleno de música nueva y variada.

Llegó el grunge junto con mis aspiraciones de pensar en la remota posibilidad del suicidio ¿o fue al revés? Lo cierto es que Nirvana, Pearl Jam, Soundgarden y compañía, plantearon un escenario nunca antes visto, con sus reminiscencias del punk pero sin ideologías, buenas o malas, cayeron como anillo al dedo en un jovenazo adolescente, universitario y ceceachero (por lo de CCH, Sur por cierto) ya con una piocha más que noventera, con aires revolucionarios y mata larga ¡qué tiempos aquellos los del walkman y el discman! También y otra vez ¿por qué no? llegó la nueva Trova Cubana («nueva» era un decir, surgió en los 70) con Silvio Rodríguez, Pablo Milanés, Amaury Pérez y más local pero del estilo, Óscar Chávez ¡Úrsula cien años, soledad Macondo…! ¡Qué tiempos aquellos de la huelga, de la grilla, de las marchas, de la ciudad gris y monstruosa! Radiohead, Björk y U2 se cocían aparte.

Fue en esos tiempos de bachiller rojillo que se dejaban oír en todos lados los Tacubos, la Maldita, los Caifanes, Fobia, la Cuca, la Sekta Core, la Lupita, los Estrambóticos, la Gusana Ciega, los Cadillacs, Mano negra, Control Machete, los Héroes del Silencio, Resorte, Plastilina Mosh, Genitallica, Zurdok, y un largo, largo etcétera. Fue en esos tiempos precisamente cuando la música llamada Clásica, música de tradición culta, música docta, entró fuerte en mis oídos y se alojó todavía más fuerte en mi cabeza, ahí en algún día de algún invierno noventero, la música y sus musas poseyeron mis sentidos.
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El Jazz llegó a mí, seguramente ya lo había escuchado, por alguna de las siguientes tres teorías, la primera se basa en la leyenda urbana de que Tom y Jerry, Bugs Bunny y la demás bandas animadas eran una especie de Caballo de Troya para que la música Yankie dominara el mundo y siendo yo un crío espécimen del Hommo videns, fui alcanzado por esa maquinaría mundial gringa. La segunda teoría va de que también en algún periodo de mi vida previo al nuevo siglo (el veintiuno), mi abuela Lucha, quien de cuando en cuando, degustaba escandalosa y atípicamente de igual forma a Ray Conniff que a Santana, haya pedido mis afamados servicios de «operador de consolas» y con la operación de repetición o reproducción aleatoria que había innovado (qué iTunes ni qué nada) se me quedó pegado el género. La tercera y la más apoyada por la ciencia es que una amiguilla por ahí con pretensiones de cultura, bailarina de ballet, hippie y «frezapatista» me compartió en algún momento la música de Miles Davis.

Seguramente el mundo nunca lo sabrá pero hoy por hoy, a mis treinta y tantos, el Jazz y el Clásico (ya quedamos, música docta y esas cosas) son medios que la Música utiliza para embelesarme, por supuesto que hay más géneros y subgéneros del Rock que me llegan, el Progresivo por ejemplo, el Post Rock (lo que sea que eso signifique), el Folk, el Indie como hijo junior del Alternativo. Nombres dignos de mencionar en esta etapa de mi vida en la que prefiero referirme a géneros serían Radiohead que permanece, Foo Figthers, Sigur Ros, Porcupine Tree, Steven Wilson, Ólafur Arnalds, Mono y ya con esos.

Ya no hay necesidad de explotar a menores para darle play a la música, ya tenemos artefactos y artilugios especializados para ello, en los que las aplicaciones como Spotify y YouTube nos ponen la música del mundo al alcance, tenemos a Siri y Shazam para conocer lo que escuchamos y a iTunes para descargarlo de inmediato, incluso hay más y mejor oferta de conciertos y presentaciones por lo menos acá en la Capirucha, festivales por doquier y ene número de canales musicales. Lo cierto es que ya sea solitario o acompañado, con audífonos o en algún aparato de sonido ambiente, no hay nada como cerrar los ojos y dejar a María Callas que te transporte a otras dimensiones o permitir que Satie y su piano impresionista te disuelvan en sus notas o abandonarte en la guitarra de Joaquín Rodrigo, no hay nada como sufrir los solos de Porcupine Tree o dibujar en el aire los de Santana, la música es un lenguaje que si no universal sí transversal y eso la hace el Arte más noble.
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* Arturo G. Xolalpa es Administrador de la Universidad Anáhuac. Actualmente estudia Historia en la Facultada de Filosofía y Letras de la UNAM. Actualmente escribe una novela llamada «Ciudad de Escombros» ubicada en el D.F. de los 90. Fue Subdirector de Educación Superior en la Secretaría de Educación del D.F. en donde actualmente es Subdirector de la Red de Bibliotecas. Blog: https://anacroniasdelageneracionx.blogspot.mx/ Twitter: @arturogx

1 COMENTARIO

  1. Mi estimado, una gran analogía, el leerte me regreso a esos tiempos donde los LP’s y cassettes eran lo que regian el momento, con su sonido tan diferente a los archivos digitales y cd’s.

    Veo que tienes un gran repertorio de generos y artistas, es verdad lo que comentas hacerca de MTV, una gran puerta que fue decayendo con la entrada de artistas prefrabricados y plastiscos.

    Pero bueno, una agradable lectura, Saludos.

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