«MISIÓN OLVIDO» DE MARÍA DUEÑAS: TRAS LAS HUELLAS DE LOS FRANCISCANOS ESPAÑOLES EN CALIFORNIA
Por Antonio Torres *
Después del éxito rotundo que consiguió con su primera novela El tiempo entre costuras (2009), también llevada a la televisión, María Dueñas (Puertollano, España, 1964) se adentra, con Misión Olvido (2012) [1], en dos tramas paralelas que al final convergen, y que tienen como destino la resolución de una suerte de misterio histórico relacionado con la época de la fundación de misiones franciscanas españolas en California, que duró algo más de cinco décadas, desde la de San Diego de Alcalá, en 1769, hasta la de San Francisco Solano en Sonoma, en 1823; una cadena de 21 misiones que conformaron el Camino Real. En la trama inicial, que se narra en primera persona, Blanca Perea, una profesora universitaria española en la cuarentena, con dos hijos ya independizados y un marido que la ha abandonado por otra mucho más joven, recala en la pequeña universidad californiana de Santa Cecilia —lugar imaginario— con una beca que está por debajo de las posibilidades que se derivan de su trayectoria académica, pero a la que se agarra como tabla de salvación, como terapia (siguiendo «mi ansia por huir de mis demonios domésticos», pág. 28), y que la sumerge en la tarea de ordenar el legado documental del profesor español Andrés Fontana, fallecido treinta años antes. Por otro lado, una segunda trama, que se va intercalando con la primera, sigue, ahora en tercera persona, las peripecias de Andrés Fontana en España y su traslado a los Estados Unidos, así como las de Daniel Carter, un estudiante estadounidense, discípulo de Fontana, que, gracias a un beca, recoge información para el tema de su tesis doctoral, centrada en el escritor Ramón J. Sender, en la España de finales de los cincuenta —escenario de continuas sorpresas para él—, y con quien Blanca se encuentra en California, convertido en uno de los principales hispanistas de los Estados Unidos.
Blanca y Daniel experimentan una atracción instintiva, a la que no pueden dar rienda suelta por la necesidad de cerrar cuanto antes el examen de los documentos que conforman el legado de Fontana, y que pueden ser fundamentales para impedir la construcción de un centro comercial en el espacio verde conocido como «Los Pinitos», en Santa Cecilia: «Llevábamos hombro con hombro muchas horas, muchos días. Cercanos, cómplices, buscándonos y distanciándonos, acercándonos y resistiéndonos a la vez. Sumidos en una tarea urgente que no admitía interferencias ni demoras por más que a ratos la sinrazón nos pidiera algo del todo distinto. Conociéndonos cada vez más» (pág. 456). Por un lado se persigue el olvido, pero por otro, paradójicamente, la labor de Blanca consiste en ayudar a rescatar del olvido los papeles de Fontana y, con ellos, un pasado más remoto de tiempos de la colonia; y buena parte de la novela rescata del olvido, a su vez, las experiencias de distintos personajes, sobre todo el de Daniel Carter por la España de los lejanos cincuenta, su matrimonio con Aurora Carranza y los tiempos oscuros que atravesó tras la muerte de su esposa. A partir de los datos que se van revelando, la novela propone que el profesor español intuyó, tras años de investigaciones, que los franciscanos habían fundado otra misión más: «La última misión franciscana del legendario Camino Real. La nunca catalogada, la que hacía el número veintidós: la más frágil y efímera, esa que Andrés Fontana, con fundamento o sin él, dio en llamar misión Olvido» (pág. 479). Fontana fue tras la pista del rebelde fraile José Altimira, quien, desafiando a la jerarquía, había creado la misión de Sonoma, que sería devastada por un incendio. La novela sigue aventurando que, después, el mismo padre Altimira, de nuevo sin permiso, sin medios, habría fundado en 1827 una modestísima misión en la zona de Los Pinitos, solo acompañado por unos cuantos indios cristianizados que también habían sobrevivido al incendio de Sonoma, pero que perecieron en un ataque indio posterior y serían los que ahora reposarían en el pequeño cementerio encontrado en esa área verde: única huella de dicha misión fugaz.
En cierta manera, Fontana, Carter y Blanca comparten el hecho de haber roto amarras con su vida anterior y de haberse lanzado a mundos inexplorados sin ninguna constancia de lo que iban a encontrar. Es lo que hicieron también, aunque guiados por objetivos de naturaleza muy distinta, aquellos franciscanos que llegaron a un territorio inhóspito del otro lado del mundo, cargados de empuje y tesón, de sueños y utopías; los mismos que sirvieron de motivo de inspiración a Fontana en la última fase de su vida, y los mismos que animan a Daniel, y después a Blanca, a coronar la obra del maestro, saldar las cuentas con su propio pasado, defender causas aparentemente perdidas y vislumbrar el futuro con serenidad y optimismo.
Cuando Blanca emprende el regreso a España, Daniel le da un sobre con las hojas que ha escrito sobre su vida pasada con Aurora y los recuerdos que conserva de Andrés Fontana: «En la soledad de muchas noches he rascado a fondo en mi memoria, he reflexionado y he puesto en orden un montón de recuerdos míos y unos cuantos de Andrés Fontana también, retazos del tiempo que pasé a su lado y detalles de su propia vida que él me fue contando desmembrados a lo largo de los años» (pág. 502). A la vez, le pide a Blanca que escriba sobre esa experiencia que ha vivido en primera persona los últimos meses: «—¿Por qué no lo escribes también? Lo que ha pasado a lo largo de este tiempo dentro y fuera de ti. Las otras vidas que has conocido, lo que has sentido…» (pág. 503). Y, efectivamente, Blanca, después de leer el contenido del sobre que le ha entregado Daniel, apunta: «tracé las líneas paralelas de tres vidas y comencé a escribir» (pág. 507), palabras con las que se cierra la obra.
De este modo se configura la novela que ya hemos leído, con las vivencias de Andrés Fontana en su formación y su traslado a los Estados Unidos, las tribulaciones y sorpresas de Daniel en la España de mediados del siglo XX, y la parte de la protagonista en California, que se sitúa a finales del siglo pasado, a cuya narración acabamos de asistir. Blanca es, al final, no solo la organizadora del legado de Fontana, sino la de los materiales que componen la novela, tanto los que toma de Daniel Carter como los que se generan de su propia vida. Este recurso es bastante frecuente y recuerda, por ejemplo, a la variante empleada por Carmen Martín Gaite en Nubosidad variable (1992): dos mujeres que fueron amigas, que se escriben cartas que no se mandan, pero que sí conoce el lector, y que al final se reúnen y juntan todo el material que conforma la historia que ya se termina [2]. El final de la novela es, así, el inicio de la escritura, de modo que esta se convierte en otra faceta relevante, en un guiño al acto mismo de crear.
Si en su primera obra María Dueñas recuperaba la época del Protectorado español en Marruecos, en esta segunda novela se traslada más atrás en el tiempo, hasta esa franja de las últimas décadas del siglo XVIII y primeras del XIX en la que los franciscanos trataron de dinamizar con sus misiones el territorio de la Alta o Nueva California. También asistimos al contraste entre la España tanto previa a la Guerra Civil (de la mano de Fontana) como de posguerra, pobre, atrasada (a través de Carter) y los Estados Unidos de finales de siglo, a las aventuras de un joven estadounidense fascinado por unos usos y costumbres muy encorsetados, y a la mirada de una profesora que trata de dejar atrás la erosión emocional que ha sufrido y en su huida, casi por casualidad, se integra en el mundo académico de una universidad californiana y se ve involucrada en unas maniobras que la llevarán a atar todos los cabos sueltos. Precisamente, el sostén de la novela viene facilitado por esas distintas tramas y subtramas, por el coro de personajes secundarios que incorporan, así como por los distintos tiempos alternadamente imbricados, más que por el estilo, que se revela raso, a menudo excesivamente remansado, con numerosos intervalos de una dispersión por momentos cansina. Quizá el argumento no es lo que atrapa más al lector en términos de intensidad dramática ni es del todo verosímil, quizá las puntadas que unen los distintos bloques son demasiado evidentes, quizá es una novela demasiado centrada en el ambiente académico, que tan familiar resulta a la propia autora, profesora de universidad en excedencia, pero no al grueso del público lector, y quizá el final y la resolución de todos los entresijos resultan demasiado precipitados. Sea como sea, Dueñas teje, con elementos tópicos y otros de más alto vuelo, una historia que recupera un aspecto bastante olvidado de las huellas de España en Norteamérica, que rinde homenaje a los exiliados, a los expatriados españoles que tuvieron, como la protagonista de la novela, una segunda oportunidad en las universidades de los Estados Unidos, y que refleja honestidad, pero que a la vez genera dudas sobre la carrera literaria de la autora.
NOTAS
[1] Madrid, Temas de Hoy, 511 páginas.
[2] Véase Antonio Torres, «La perspectiva narrativa en Nubosidad variable de Carmen Martín Gaite», Anuario de Estudios Filológicos (Universidad de Extremadura), XVIII, 1995, 499-506. Allí se explica que la novela se medita a sí misma, y que es un buen ejemplo de reflexión sobre la novela dentro de la propia novela.
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* Antonio Torres es Doctor en Filología y Profesor Agregado en el Departamento de Filología Hispánica de la Universidad de Barcelona, España. Sus líneas de estudio fundamentales son el español de América, la literatura en español y las culturas latinas en los Estados Unidos. Entre sus publicaciones figuran El español de América (Barcelona, Edicions de la Universitat de Barcelona, 2001, 2005) y Procesos de americanización del léxico hispánico (Valencia, Universitat de València, 2004), así como numerosos artículos en revistas especializadas y contribuciones a congresos nacionales e internacionales. Forma parte del proyecto de investigación De una América a otra: lecturas angloamericanas de escritores hispanoamericanos, hacia una literatura transnacional, y coordina el grupo PRESEEA – BARCELONA – ES, que forma parte del Proyecto para el estudio sociolingüístico del español de España y de América, cuyo responsable general es Francisco Moreno Fernández.