GALILEO SEGÚN BRECHT
Por Carlos Montemayor*
Este breve ensayo es sobre el Galileo Galilei de Bertolt Brecht (el que aparece en su profunda y erudita obra de teatro). El Galileo histórico es demasiado complicado como para decir algo relevante aquí. Pero el Galileo que aparece en la obra de Brecht es también muy complejo, y requiere de un enfoque muy específico para que su valor literario y moral realmente puedan ser entendidos, por lo menos de manera parcial. Este texto se enfoca en la segunda versión de La Vida de Galileo, la cual Brecht revisó después de que las bombas nucleares hicieron su aparición en la historia mundial. El Galileo de este texto es moral y políticamente ambiguo, en parte por anacronismo. No es el héroe científico, pero tampoco un monstruo indiferente. Al mismo tiempo víctima y victimario, la imagen del genio da paso a la realización de que el creador de la física moderna no puede desvincularse de lo mundano, y en particular, de la incómoda influencia de lo político.
Las hazañas científicas y la responsabilidad moral del científico con su sociedad son, obviamente, cosas distintas, pero sólo pueden separarse de manera arbitraria. Mientras el mundo mira perplejo el avance indiferente y galopante de las ciencias exactas, es evidente que las armas que protegen a los poderosos se han perfeccionado en gran parte gracias a las ciencias. El oprimido sigue oprimido y ahora, más vigilado que nunca. Las promesas de educación global y de acceso democrático y participativo a la tecnología no han sido cumplidas. La mayor parte del mundo no tiene acceso a las cúpulas de la educación por razones políticas. Pero lo que es increíble es que la ciencia, con sus reglas internas de acceso y distribución de recursos, justifica y promueve esta jerarquía. El mundo del privilegio político y del progreso científico son espejos que se reflejan mutuamente.
El científico apasionado por la verdad se engaña a sí mismo cuando piensa que el dinero que apoya su investigación proviene de personas igualmente apasionadas por la verdad. Aunque esto también es obvio, el Galileo de Brecht demuestra de manera enfática que la ciencia no puede ser políticamente neutra. La ciencia contemporánea pretende ser neutra e independiente de los factores políticos, pero esto es un engaño con consecuencias perversas. Brecht demuestra que Galileo es digno de admiración porque Galileo entendió perfectamente que el modo en que debió decir la verdad (y hay que recordar que Galileo dijo la verdad en contra de las mentiras del Vaticano) tenía que ser de un modo políticamente astuto. Parafraseando a Brecht, la verdad es belicosa. El verdadero científico, el que está comprometido con la verdad como astucia política, entiende esto de manera íntegra, como el Galileo de Brecht y, definitivamente, como el Galileo histórico. Es por eso que Galileo es admirable: Galileo entiende con lucidez que el verdadero científico es más peligroso que un guerrillero.
Pero el Galileo de Brecht es también un traidor. De hecho, Galileo es al mismo tiempo el científico que entiende la política de la verdad y el político que traiciona a la ciencia independiente y revolucionaria. Galileo es el inicio de la revolución científica y el inicio de la traición científica. El despertar de una verdad sin barreras ideológicas y el ocaso de la pureza investigativa. Galileo es, como Brecht adecuadamente lo representa, la personificación de una tragedia. El inicio de un nuevo sistema de libre pensamiento y el comienzo de la ciencia hipócrita que apoya a la guerra armamentista y tecnológica sin fronteras.
De hecho, Brecht presenta a Galileo como un doble traidor. Primero como el traidor de la verdad que él mismo reveló, al hincarse ante la autoridad del Vaticano y desmentir lo que jamás fue falso con perfecto conocimiento de que no podía ser falso. En segundo lugar como el traidor de su familia, su sociedad y de sí mismo al promover de cualquier modo y por cualquier medio la revolución que él inició sin ponerla en un contexto político moralmente adecuado. Doblemente hipócrita, el heroico Galileo es en realidad un cobarde y un mentiroso. Se arrepiente de su cobardía, pero miente. Dice la verdad, pero no para ayudar a la gente, sino para resguardarse y proteger sus intereses. Cuando dice la verdad y cuando miente se traiciona a sí mismo y al valor de la revolución que él inició.
El Galileo de Brecht es una obra literaria de gran valor y de enorme actualidad. La ciencia pretende ser neutra, pero no lo es. El científico pretende ser un «nerd» cuyo trabajo sólo puede traer consecuencias benéficas, pero los científicos produjeron la bomba atómica. La imagen del científico con el pelo revuelto y la mirada perdida a la Einstein es parte de la gran mentira que denuncia Brecht. Nada se escapa de la política de opresión global, y la ciencia no sólo no es neutra con respecto a dicha opresión, sino que la promueve activamente.
Brecht nos recuerda que el mundo no quiere ciencia, numeritos, formulitas y aceleradores de partículas que nadie puede ver. El mundo quiere estabilidad e igualdad. La imposición de un progreso incesante sin otra dirección que la acumulación de capital y el beneficio de los privilegiados ha sido garantizada en gran parte por una comunidad científica a la que no le interesa decir la verdad de manera belicosa, para el beneficio de la mayoría. Los científicos dicen la verdad porque les conviene (y sólo porque les conviene), no porque quieren cambiar al mundo y rescatarlo de la injusticia en la se encuentra la mayoría del planeta, sino porque quieren, necesitan, más y más recursos.
El mundo no añora esta persecución incesante de una verdad que sólo los científicos entienden y que sólo los poderosos pueden utilizar. Los que quieren avances científicos quieren tomar ventaja, adelantarse e imponerse. Es cierto que la ciencia busca la verdad. Pero no existe la búsqueda de la verdad fuera de contextos políticos. Son los contextos económico-políticos y los intereses de los poderosos los que apoyan y controlan la ciencia para tener ventajas económicas y políticas.
Galileo dice la verdad y la dice con estrategia política. Sabe que la revolución científica que él promueve trae consigo una revolución política. Pero Galileo no tiene ningún interés por ayudar a la sociedad. En su confrontación con el Vaticano, Galileo traiciona a la gente y a la honestidad científica. La traición al que está oprimido es mucho peor que la traición a sí mismo. Es cierto que el Vaticano no sólo oprime ideológicamente, según Galileo, sino que miente descaradamente. Pero Galileo no es mucho mejor que el Vaticano. En un sentido, y de manera sorprendente, Brecht muestra que Galileo es peor que el Vaticano, porque el Vaticano no pretende ser liberador y le habla a la gente de manera más honesta. Galileo denuncia las mentiras arcaicas del Vaticano que se impone con base en la corrupción moral y política. Pero Galileo no se enfrenta al Vaticano para ayudar a la gente. La falta de compasión por la gente de la calle, del campo, del mundo del oprimido, del que a diario trabaja para mantenerse vivo es parte de la traición trágica que describe Brecht.
¿Exagera Brecht? ¿En verdad los «nerds» de la ciencia contemporánea son políticamente perversos? Contestar estas preguntas rebasan por mucho al presente ensayo. Lo que es un hecho es que el Galileo de Brecht es un texto que todos (y en particular los científicos) deben leer. El mensaje principal de este texto maravilloso es inmortal: La búsqueda de la verdad debe ser al mismo tiempo combatiente, revolucionaria. Verdades no vinculadas explícitamente con el bienestar de la sociedad deben verse con sospecha. La ciencia no debe ser juzgada como obviamente progresiva, sin duda o calificativo. Rara vez la ciencia beneficia al oprimido y perjudica al poderoso. El ojo vigilante y los colmillos afilados del político se benefician de la ciencia. Este es el mensaje principal de Brecht: La verdad debe ser comprometida. La verdad que no está comprometida con el mejoramiento del oprimido y del explotado es una media verdad, en el mejor de los casos, y una arma del opresor en el peor de ellos. Galileo, al menos de manera indirecta, benefició al mundo porque ayudó a todos a pensar de manera diferente. La ciencia de hoy parece incapaz de hacer esto.
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* Carlos Montemayor es Licenciado en Derecho por la Universidad Nacional Autónoma de México. Maestro en Filosofía por la New School for Social Research. Doctor en Filosofía por la Universidad de Rutgers, Nueva Jersey. Autor de «La Unificación Conceptual de los Derechos Humanos» y «Minding Time: A Philosophical and Theoretical Approach to the Psychology of Time». Profesor de Filosofía—Universidad Estatal de California, San Francisco.